Dice José Antonio Marina
en su libro “Aprender a convivir”: “La
gente que trabaja en un equipo debe conocerse para evitar incomprensiones y
recelos; librarse de una competencia excesiva por el poder; fomentar la
comunicación, estimular las ocurrencias, no precipitar la crítica, premiar los
hallazgos brillantes, compartir un modelo de relación (o de empresa, o de
modelo de colaborar). Cada día se da más importancia al “empowerment”, a la
capacidad de ampliar las posibilidades, los poderes, de cada empleado. La
empresa antigua, al igual que la familia, se movía en un sistema patriarcal,
jerarquizado, donde las órdenes descendían en cascada desde la autoridad
suprema. Esta estructura resulta pesada y poco eficiente en un entorno
económico complejo y veloz, donde hay que aprovechar y potenciar el talento de
cada persona…
Una organización inteligente es aquella que
consigue que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, pueda hacer
cosas extraordinarias por el modo en que se relacionan entre sí. Ese plus es la
inteligencia emergente. La inteligencia compartida.”
El activo más importante
que tiene una empresa, sin lugar a dudas, es la capacidad de las personas, así
como, el desperdicio mayor que hacen las empresas, hoy en día, es la infrautilización de sus recursos
humanos. Mantener a alguien haciendo trabajos por debajo de sus posibilidades,
es un desaprovechamiento de recursos importantísimo.
Cuando las personas que
trabajan en una empresa, no forman equipo, no es porque se han reunido una
“colección de raros” insociables, que con su comportamiento lo impiden; muy al
contrario, es porque quienes mandan son incapaces de definir objetivos,
explicarlos y encauzarlos en la organización; de modo que todos los asuman,
como si fueran propios. Esa aparente renuncia al interés propio y la asunción
del interés colectivo, hay que forjarlo con ejemplo y ecuanimidad, por parte de
quien dirige.
Lamentablemente lo que
describe José Antonio Marina, como “empresa antigua”, es más frecuente lo que
parece, sobre todo en sectores, donde el predominio es preponderante para la
empresa familiar. Éstas empresas conservan en su más pura esencia el
paternalismo propio de quienes se sienten
“jefes y dueños” y por tanto “premian o castigan” las adhesiones y las
indiferencias. En gran número son incapaces de estructurar propuestas
atractivas que “enganchen” a quienes las tienen que desarrollar y solo esperan
cumplimiento estricto de las “ordenes”, sean éstas o no racionales. Eso si,
revestido de un tono seudo-protector, en demanda del agradecimiento
mayoritario.
En este tipo de
estructuras, el trabajo en equipo es una entelequia, no porque no pueda
desarrollarse; sino porque esa actitud “reverencial” que promueven, lo impide.
En estos entornos, son precisamente los “jefes y jefecillos”, los que provocan
esa falta de cooperación interna (empowerment), porque de algún modo tratan de
ocultar su incapacidad gestora. A quien no sabe dirigir, le interesa la
dispersión, mucho más que la acción en común, no vaya a ser que se ponga en
evidencia su ineptitud.
Puestas así las cosas,
lo que acaba sucediendo es que se instala en la organización lo que se llama en
términos anglosajones “deviant workplace
behaviors (DWB)”, traducido como “mal comportamiento organizacional”. Quien
discrepa entre sus propios valores y las demandas de la realidad (alienación),
acaba siendo un activo obsoleto, tarde o temprano la organización lo excluye,
para reponerlo por alguien menos crítico, sin darse cuenta que de este modo lo
que promueve, es el estancamiento. Canalizar las inquietudes de quienes
desarrollan funciones de cualquier tipo en una empresa, es un “vivero” de
resultados positivos y un seguro de modernidad a largo plazo.
Está comprobado que los
estilos directivos poco sensibles y poco
motivadores, provocan en un porcentaje muy elevado el nacimiento de la
alienación. Cuanto mas jerarquizada es la organización, menos posibilidades de participar
en la definición de objetivos; en estas circunstancias, muchos acaban no
encontrando significado a su trabajo, quedan desorientados y en muchas
ocasiones aislados.
Para dirigir bien una
empresa, ser nombrado en un cargo relevante, es condición necesaria, pero no
suficiente. Dirigir no es sinónimo de mandar; dirigir es motivar y liderar.
Quienes desarrollan adecuadamente su función directiva, no necesitan decir
nunca, que son los jefes, la organización les otorga este rango de modo
inmediato y espera conocer los planes para disponerse a ejecutarlos. Quien
tiene que decir ¿usted sabe quien soy yo….?, sin esperar respuesta, es seguro
que no es nadie o no merece el cargo que ocupa.
4 comentarios:
Las verdades a la cara suelen
hacer daño y creo que en España
si mandases esta entrada tuya
a la patronal, y por qué no a
la administración se sentirían
bastante molestos, precisamente
por su ignorancia, pero es lo
que tenemos y cambiarlo va a
ser tarea muy ardua y larga.
pero creo que es el único
camino, sencillamente muy bueno.
te dejo mi dirección por si te
apetece leer algo.
nocheperegrina@blogspot.com
Para formar equipo se requieren muchos factores: además de unos conocimientos mínimos sobre la cuestión es indispensable una buena dosis de inteligencia emocional que, por lo visto, nadie se molesta en desarrollar, tan preocupados están todos por ponerse medallas.
Cuántas veces no es necesario oír ese "Usted no sabe quién soy yo"... porque por desgracia, sí sabemos quién es: un inútil.
Espero poder seguir leyéndote a partir de mediados de agosto. Feliz verano. Un saludo.
Paco Kali:
las verdades cuando son sinceras y exents de apasionamiento, nunca deberían molestar.
Salu2:
Mercedes:
Efectivamente, formar equipo en una empresa es de lo más difícil y no siempre porque fallan las personas, sino porque faltan líderes capaces de motivar.
Espero que sigas leyendo y comentando, pero entre tanto, felices vacaciones.
Salu2:
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