lunes, 12 de julio de 2010

El hombre enajenado II


Dice Erich Fromm, en su libro “La condición humana actual”: “Así como el hombre primitivo era impotente ante las fuerzas naturales, así el hombre moderno está desamparado ante las fuerzas económicas y sociales que él mismo ha creado. Adora la obra de sus propias manos, reverencia los nuevos ídolos, y sin embargo jura por el Dios que le ordenó destruir todos los ídolos. El hombre sólo podrá protegerse de las consecuencias de su propia locura creando una sociedad sana y cuerda, ajustada a las necesidades del hombre (necesidades que se nutren en las condiciones mismas de su existencia).”

Somos nosotros con acciones y omisiones, quienes conformamos el tejido social, aceptamos normas no escritas, pautas de comportamiento, signos de educación. Establecemos todo este entramado a lo largo de generaciones, cosas que estaban perfectamente admitidas, el tiempo las cambia e incluso las borra; por el contrario emergen actitudes, que se consolidan con la aceptación mayoritaria necesaria. Lo que hoy es incipiente, pronto se convertirá en cotidiano y tomará carácter de permanencia como norma de conducta homologada.

Este proceso es el que conforma lo que llamamos sociedad, los miembros que la viven asumen ese entramado de tal modo, que incluso parece que tiene entidad propia, que es ella quien se ha dotado de costumbres y normas, como si las hubiera generado, como si tuviera "vida" independiente; sin darnos cuenta que nosotros, aceptando o rechazando de modo mayoritario, somos quienes le hemos dado forma y cuerpo.

Estas “normas” rigen nuestro comportamiento y nos vemos obligados a aceptarlas, si queremos estar “integrados”; pero no son inamovibles, antes más, cambian en la medida que nuestras formas de interpretar y hacer se modifican. Como estos “comportamientos normalizados”, crean intereses y facilitan la realización de determinadas iniciativas especulativas, hay grupos que tienen cierto interés en influir para el establecimiento o abandono de determinadas pautas; en aras a facilitar la consecución de determinado interés intrínseco al grupo, antes más que a la sociedad o a la persona. No es el interés general lo que se busca y puede incluso, que no sea el mas favorable para la mayoría.

Para ello necesitan en primer lugar, que nosotros nos volvamos “pasotas”, es decir que con nuestra teórica desconexión y abandono de nuestra capacidad de influir en el tejido social, abordemos una postura absurda y exenta de sentido crítico; pensando que como no nos gusta lo que vemos lo mejor es estar “out”. Les servimos en bandeja de plata a esos grupos de presión, la capacidad de maniobra necesaria, para estructurar según su conveniencia.

Es entonces cuando se produce la “enajenación” descrita en la entrada precedente. Aprovechan la dejación mayoritaria y urden a su antojo e interés. La realidad es que el entorno, cada vez, con más fuerza nos obliga a acatar con cierta “sumisión”, algo que percibimos que ha sido pertrechado, por esa sociedad cambiante, según el minoritario designio de unos pocos, que hacen ver como trabajan por altruismo, escondiendo bajo ese falso manto, su insaciable necesidad de poder; dicen que vienen a servir y realmente lo que quieren es mandar y perpetuarse manejando.

No nos percatamos, que hemos sido nosotros y otros con nuestra posición pasiva, quienes hemos facilitado esa suplantación impropia. Hemos dado paso a quienes nunca se lo habrían ganado y lo peor, los escuchamos e incluso en ocasiones los seguimos; sin percatarnos de que están desprovistos de contenido y acabarán dejándonos mas vacíos aún, si creemos en lo preconizan.

Tal vez nos demos cuenta en algún momento de nuestra vida, que nos manejan, más o menos intensamente; que alguien decide por nosotros e incluso nos dice que es lo que nos interesa. Es entonces cuando sin saberlo, somos rehenes de no se sabe quien, es entonces cuando nuestra voluntad deja de contar y nos damos cuenta que muchas de esas “necesidades” son superfluas; tienen interés económico para quienes han logrado incrustarlas en los usos sociales, pero sin embargo para nosotros la satisfación y/o posesión de las mismas tiene escasa o nula utilidad.

Saber rechazar lo impropio es tan relevante, como establecer nuestra conducta de modo, que nuestro límite no sobrepase, ni lesione el de nadie… es decir con un comportamiento verdaderamente humano. Evitemos a toda costa nuestra propia puesta de sol involuntaria... siempre es posible con tesón... Digamos de vez en cuando... ¡no!... con seguridad y sin timidez, no pasa nada.
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