domingo, 12 de septiembre de 2010

Introspección


Dice Luis Rojas Marcos en su libro “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”: “Componente fundamental de nuestras funciones ejecutivas es la introspección. En general, recurrimos a esa capacidad de observarnos internamente movidos por la necesidad de entender las causas de nuestros pensamientos, emociones y actos, o de encontrar explicaciones a los sucesos que nos afectan. Buena parte de esa introspección la llevamos a cabo en conversaciones privadas con nosotros mismos. Casi sin darnos cuenta nos hablamos, oímos cómo pensamos y observamos como actuamos. Esa constante observación interior nos permite reflexionar y nos sirve para recapacitar cuando nos planteamos decisiones importantes, o buscamos formas de salir de un atolladero. Con ello podemos anticipar las consecuencias de nuestras acciones, tomar medidas que faciliten nuestra seguridad, programar nuestras conductas de cara a satisfacer nuestros deseos y juzgar el resultado de nuestros actos”.

Conservamos, sin lugar a dudas, esa capacidad de observarnos. Pero casi esta en posición de obsolescencia, principalmente por el escaso tiempo, que tenemos cada día para poder aplicarlo a ese cometido. Estamos siempre llegando tarde a algo, tenemos que hacer diariamente muchas cosas y con mucha premura y no podemos distraer ni un minuto. Nos imponemos ese ritmo frenético, para tener la sensación de actividad y satisfacer indirectamente a nuestra conciencia, pensando que ya no llegamos a más y que por tanto estamos completamente disculpados de las acciones, que no llevamos a cabo con diligencia.

Por otra parte, sabemos que no nos interesa practicar la introspección. Nos revela una versión de lo que hacemos, que preferimos ignorar. Tenemos dificultad para interpretar cuales son las causas que nos mueven a hacer o no hacer, porque en muchas ocasiones ejecutamos mimetismos, que nos transmite la sociedad y de los cuales no podemos prescindir. Internamente tenemos un “desencuentro”, porque lo que hacemos no nos termina de satisfacer.

No tendría mucha relevancia en el día a día, con cuestiones la mayoría triviales, si no fuese porque la falta de práctica en aplicar la introspección, nos juega “malas pasadas” cuando abordamos decisiones importantes. El poco tiempo, se acumula aquí, a nuestra escasa tendencia a la reflexión – dado nuestro “inaceptable” ritmo de vida – y nos produce un efecto adverso que sesga el contexto de nuestras decisiones importantes. Hemos casi anulado, nuestra capacidad de raciocinio sereno y exento de condicionamientos, apostamos por la vorágine permanente.

La conclusión de este entramado es, constatar que: “vamos” por donde no queríamos ir y hacemos lo que seguramente, no nos reportará satisfacción. Eso sí, cada vez a mayor velocidad; pareciera como si lo importante fuese hacer muchas cosas en escaso tiempo (lo que en la empresa sería eficiencia). No deberíamos ese parámetro, para evaluar el resultado de nuestras acciones; el número de asuntos aparentemente resueltos, no es en ningún caso un indicador de “buen hacer”. Lo que verdaderamente nos reporta equilibrio es, lo que esta hecho de acuerdo con los argumentos de esas conversaciones privadas que indica Rojas Marcos. Pero ahí, claro está, no salimos bien parados y preferimos, como en muchas otras cosas, ignorarlas.

Como vamos a tener equilibrio, estando mayoritariamente en desacuerdo internamente con nosotros mismos. No es la falta de tiempo lo que nos produce este resultado, no podemos alegar premura en la acción, para justificar nuestra insatisfacción; más bien hemos de señalar nuestra precipitación innecesaria en la toma de decisiones, unido a una casi absoluta “crítica objetiva”, que nos corrija el rumbo en el futuro. No “perder el tiempo” planificando - en la empresa – siempre ha sido la antesala del fracaso. Resolver con el criterio ajeno mayoritario, no es un seguro de acierto, ni permite minorar la crítica que nos hacemos cuando reflexionamos.

Satisfacer nuestros deseos y empeñarse en ello debería ser nuestro “norte”. Hacer muchas cosas, que adicionadas, nos producen escasa o nula satisfacción, es un error claro de planteamiento. No busquemos cantidad, es mucho mejor la calidad… pareceremos menos importantes, pero seremos mucho mas felices
.

sábado, 14 de agosto de 2010

Olvidar


Dice Luis Rojas Marcos en su libro “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”: "La memoria es selectiva. En general, evocamos con mas facilidad los buenos tiempos que los malos, los triunfos que las derrotas…El olvido natural que produce el paso del tiempo disminuye la agudeza y la intensidad de las imágenes, las sensaciones, las ideas y las emociones vinculadas a las experiencias adversas. En este sentido lo que llamamos mala memoria no es más que un mecanismo natural que nos empuja a distanciarnos de los infortunios o a enterrarlos en el pasado y nos anima a pasar página. Olvidar también nos induce a perdonar los agravios y, aunque se suele decir que los sabios perdonan pero no olvidan, yo creo que sin una dosis de olvido es muy difícil el perdón”.

Y nosotros empeñados en recordar, tener memoria férrea, repasar y rememorar una y otra vez, lo que le dije, lo me contó, etc. Recapitular una y otra vez el pasado, no lo puede cambiar. Sigue siendo el mismo, más o menos difuminado según la fidelidad del recuerdo. Someter a la mente una revisión permanente de los sucesos, es un esfuerzo tan estéril, como inútil.

No es intentando “modelar” los sucesos como nos habrá gustado que fueran, como conseguiremos sentirnos reconfortados; no, antes bien obtendremos mayores cotas de equilibrio, planificando nuestro futuro y no dejándolo al albur de la corriente, como si no tuviéramos cuchara en ese guiso.

Somos solo nosotros quienes tenemos la facultad de planificar nuestro porvenir. Seguro, que nos sorprenderemos de la gran satisfacción y equilibrio, que nos aportará ver, como la mayoría de nuestros deseos, con constancia y tesón se alcanzan.

No es con política de “espejo retrovisor” como encararemos adecuadamente nuestra vida. Asumir, es el primer paso para olvidar y ésto, como dice Rojas Marcos, es un paso muy grande para recobrar el equilibrio. Mantener vivas las diferencias y las disputas, no nos hace ser mas consecuentes, muy al contrario, acaba produciéndonos mas limitaciones.

Que más da quien fuera el culpable y la magnitud del agravio, si ya fue. Dejar que se instale con carácter de permanencia en nosotros el rencor o el enfado, a quien mas nos perjudica es a nosotros mismos. Quien hace daño, sobre todo si es conscientemente; en la acción lleva implícito su castigo. La vida le pasará factura y le devolverá, casi con seguridad, la responsabilidad de sus acciones impropias. Pagará su peaje en su conciencia. Nosotros tenemos que seguir y este tipo de personas no merecen la pena; el lugar que les damos en nuestras mentes está absolutamente desaprovechado, es un desperdicio de espacio.

No se trata de convertirse en rocas y evitar todo sentimiento, lo sucedido está ahí, nadie lo puede cambiar ya y el daño que nos ha producido es real; pero no hay que volverse esclavo del recuerdo. Dando tiempo al tiempo, olvidar es la solución mejor. Si dejamos hacer a nuestra memoria, ella sola barrera la “suciedad”.
Aprendamos de los olivos milenarios, que han olvidado el improperio de hacerles una carretera en su zona y constrenirlos. Pero ellos siguen viviendo... y perdonando la infamia. Queda la foto para evidencia de quien tuvo tan peregrina idea.

domingo, 1 de agosto de 2010

Participar


Dice Fernando Savater en su libro “Las preguntas de la vida”, en el capítulo “El animal simbólico”: “… lo característico del lenguaje humano no es permitir expresar emociones subjetivas – miedo, ira, gozo y otros movimientos anímicos que también suelen revelarse por gestos o actitudes, como puede hacer cualquier animal – sino objetivar un mundo comunicable de realidades determinadas en el que otros participan conjuntamente con nosotros. A veces se dice que una mueca o un encogimiento de hombros pueden ser más expresivos que cualquier mensaje verbal. Quizás sean más expresivos de lo que nos pasa interiormente pero nunca comunican mejor lo que hay en el exterior. La principal tarea del lenguaje no es revelar al mundo mi yo sino ayudarme a comprender y participar en el mundo”.


Comprender y participar dos verbos cargados de muchas motivaciones. El primero es relevante para entronizar buenas relaciones, pero lamentablemente es el que peor usamos; no somos capaces de objetivar la posición de los demás y acabamos por ignorarlos. Comprender diría que significa, desprenderse de todas las limitaciones subjetivas y acometer un análisis de las acciones y/o de las palabras de los demás, exentas de subjetivas premisas, impuestas por nuestra educación y avaladas por la rigidez de nuestros planteamientos, que en el fondo son una barrera invisible, pero férrea.


Comprender por tanto, no es solo atender y escuchar, es más bien hacer un esfuerzo por no limitar el mensaje recibido, a través de nuestros “propios códigos”. Comprender es abrirse a los demás.


Participar es poner voluntad y empeño, en la medida de nuestras posibilidades, para acometer y conseguir los objetivos comunes. Participar es justamente, lo contrario de lo que hacemos habitualmente, cuando con impertérrita indolencia, dejamos que las cosas vayan como quieran y confiamos en que los demás nos solucionarán nuestros problemas y todo ello sin mover nosotros “ni un dedo”. Dejamos hacer y con mucha frecuencia nos lamentamos de que nada cambie.


Vaya, vaya y eso con dos verbos…la verdad es que en muchas ocasiones todo es más sencillo de lo que nosotros creemos, claro que en ocasiones uno acaba pensando, que muchas cosas son como son, porque parece que prefiriéramos la lamentación, a la solución.

Según dice el autor en este libro, “…los chimpancés no muestran ningún gusto personal por las habilidades adquiridas. Lo que les interesa no es comunicarse sino lo que les dan por comunicarse”…


Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com


lunes, 12 de julio de 2010

El hombre enajenado II


Dice Erich Fromm, en su libro “La condición humana actual”: “Así como el hombre primitivo era impotente ante las fuerzas naturales, así el hombre moderno está desamparado ante las fuerzas económicas y sociales que él mismo ha creado. Adora la obra de sus propias manos, reverencia los nuevos ídolos, y sin embargo jura por el Dios que le ordenó destruir todos los ídolos. El hombre sólo podrá protegerse de las consecuencias de su propia locura creando una sociedad sana y cuerda, ajustada a las necesidades del hombre (necesidades que se nutren en las condiciones mismas de su existencia).”

Somos nosotros con acciones y omisiones, quienes conformamos el tejido social, aceptamos normas no escritas, pautas de comportamiento, signos de educación. Establecemos todo este entramado a lo largo de generaciones, cosas que estaban perfectamente admitidas, el tiempo las cambia e incluso las borra; por el contrario emergen actitudes, que se consolidan con la aceptación mayoritaria necesaria. Lo que hoy es incipiente, pronto se convertirá en cotidiano y tomará carácter de permanencia como norma de conducta homologada.

Este proceso es el que conforma lo que llamamos sociedad, los miembros que la viven asumen ese entramado de tal modo, que incluso parece que tiene entidad propia, que es ella quien se ha dotado de costumbres y normas, como si las hubiera generado, como si tuviera "vida" independiente; sin darnos cuenta que nosotros, aceptando o rechazando de modo mayoritario, somos quienes le hemos dado forma y cuerpo.

Estas “normas” rigen nuestro comportamiento y nos vemos obligados a aceptarlas, si queremos estar “integrados”; pero no son inamovibles, antes más, cambian en la medida que nuestras formas de interpretar y hacer se modifican. Como estos “comportamientos normalizados”, crean intereses y facilitan la realización de determinadas iniciativas especulativas, hay grupos que tienen cierto interés en influir para el establecimiento o abandono de determinadas pautas; en aras a facilitar la consecución de determinado interés intrínseco al grupo, antes más que a la sociedad o a la persona. No es el interés general lo que se busca y puede incluso, que no sea el mas favorable para la mayoría.

Para ello necesitan en primer lugar, que nosotros nos volvamos “pasotas”, es decir que con nuestra teórica desconexión y abandono de nuestra capacidad de influir en el tejido social, abordemos una postura absurda y exenta de sentido crítico; pensando que como no nos gusta lo que vemos lo mejor es estar “out”. Les servimos en bandeja de plata a esos grupos de presión, la capacidad de maniobra necesaria, para estructurar según su conveniencia.

Es entonces cuando se produce la “enajenación” descrita en la entrada precedente. Aprovechan la dejación mayoritaria y urden a su antojo e interés. La realidad es que el entorno, cada vez, con más fuerza nos obliga a acatar con cierta “sumisión”, algo que percibimos que ha sido pertrechado, por esa sociedad cambiante, según el minoritario designio de unos pocos, que hacen ver como trabajan por altruismo, escondiendo bajo ese falso manto, su insaciable necesidad de poder; dicen que vienen a servir y realmente lo que quieren es mandar y perpetuarse manejando.

No nos percatamos, que hemos sido nosotros y otros con nuestra posición pasiva, quienes hemos facilitado esa suplantación impropia. Hemos dado paso a quienes nunca se lo habrían ganado y lo peor, los escuchamos e incluso en ocasiones los seguimos; sin percatarnos de que están desprovistos de contenido y acabarán dejándonos mas vacíos aún, si creemos en lo preconizan.

Tal vez nos demos cuenta en algún momento de nuestra vida, que nos manejan, más o menos intensamente; que alguien decide por nosotros e incluso nos dice que es lo que nos interesa. Es entonces cuando sin saberlo, somos rehenes de no se sabe quien, es entonces cuando nuestra voluntad deja de contar y nos damos cuenta que muchas de esas “necesidades” son superfluas; tienen interés económico para quienes han logrado incrustarlas en los usos sociales, pero sin embargo para nosotros la satisfación y/o posesión de las mismas tiene escasa o nula utilidad.

Saber rechazar lo impropio es tan relevante, como establecer nuestra conducta de modo, que nuestro límite no sobrepase, ni lesione el de nadie… es decir con un comportamiento verdaderamente humano. Evitemos a toda costa nuestra propia puesta de sol involuntaria... siempre es posible con tesón... Digamos de vez en cuando... ¡no!... con seguridad y sin timidez, no pasa nada.

miércoles, 23 de junio de 2010

El hombre enajenado


Dice Erich Fromm en su libro “La condición humana actual”: “¿qué clase de hombre requiere por lo tanto nuestra sociedad para poder funcionar bien? Necesita hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos, que deseen consumir más y más, y cuyos gustos estén estandarizados y puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer, lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social; hombres que puedan ser guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin meta, salvo la de continuar en movimiento, de funcionar, de avanzar. El industrialismo moderno ha tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre enajenado (*)”.

Es indudable que al menos en el deseo de consumir acierta Fromm, aunque no solo en eso a mi parecer. Casi todo se explica bien, si acabamos reconociendo que nuestro impulso irrefrenable por poseer – sea lo que sea -, acabará siendo el acicate para la mayoría de las cosas que hacemos o soportamos.

Pertenecer a un determinado grupo, exige un peaje. Principalmente, nos obliga en conducta y acción, a determinadas pautas de comportamiento, unido a la ostentación de determinados signos externos imprescindibles para estar “in”. Si no queremos estar “out”, no tendremos mas remedio que aceptar estas servidumbres, no tanto para mejorar nuestras vidas, como para sentirnos arropados y protegidos por el “grupo”.

Pero sin embargo, el colectivo al que pertenecemos no nos brinda protección, solo pretende incrementar el número, de quienes siguiendo consignas no escritas, se someten al arbitrio de unas normas o costumbres, que acaban dirigiendo nuestro comportamiento con una fuerza coercitiva difícil de imaginar. Como lo asumimos poco a poco y nos vamos sometiendo de modo paulatino, no acabamos notando el férreo corsé, que nos subyuga; por otra parte sugerimos - a quienes nos quieren atender -, de modo tácito o explícito la conveniencia de actuar de este modo; bien es cierto, que en mayor medida para justificar nuestro comportamiento, con el que - hasta incluso - habíamos sido críticos en épocas pasadas.

No es el grupo el que acaba imponiéndonos sus normas, él solo participa en la iniciación; somos nosotros, quienes mediante una imitación “simiesca”, nos vamos auto-moldeando. Acomodarse siempre ha sido más fácil que “plantar cara”, decir “no” con seguridad y rotundidad, es difícil y poco frecuente y siempre es incómodo; no solo para nosotros sino también para quienes nos rodean, incluido muchas veces, los que llamamos amigos, aunque en realidad no son mas que, relaciones perpetuadas a lo largo del tiempo; quizás motivadas por el carácter de proximidad o por nuestro propio desarrollo profesional, es decir, en gran medida basadas en el interés o la casualidad y no cimentadas, en el conocimiento profundo y personal. Ésas, que perdemos a gran velocidad, cuando la calle por la que caminamos va cuesta arriba, cuando eran íntimos nuestros en la cuesta abajo.

Desenvolverse en este ambiente, exento de sinceridad con mayúscula, es lo que en definitiva acaba transmitiéndonos unas sensaciones erróneas; hemos sido admitidos en el grupo, no por como somos, si no antes más, por lo que somos o peor, por lo que aparentamos. Puro y sencillo equilibrio de intereses, lo que sucede es que nosotros ignoramos esta circunstancia, en tanto en cuanto no nos vemos obligados a profundizar en estas relaciones, pero cuando lo hacemos, generalmente se han producido cambios importantes en nuestra vida llamada normal. Descubrir entonces, como parte de los que nos rodean, en el fondo ni nos conocen, ni les interesamos lo más mínimo, es francamente demoledor.

Esta es la verdadera dicotomía, hemos hecho esfuerzos por pertenecer a un “grupo”, que nos ha recibido de modo muy acogedor, pero que solo estará a las “maduras”, nos negará en cuanto empice a "verdear" (como dicen en Viver). Curioso pero real.


(*) N.B.- Según Fromm, enajenado: en el sentido de que sus propias acciones y sus propias fuerzas se han convertido en algo ajeno.

jueves, 17 de junio de 2010

No Mensurable


Dicen Valentín Fuster y José Luis Sanpedro en su libro “La ciencia y la vida”: “La economía nos impone la rentabilidad, la productividad, la eficacia y a ellas se sacrifica todo lo demás. Aquí las emociones son “cosa de mujeres” “romanticismo trasnochado”. Los valores que utilizan los economistas, el dinero por ejemplo, no es un valor humano, es un instrumento, pero no un valor humano. Los valores humanos, la dignidad, el amor, la amistad, el honor, no son mensurables”.

A buenas horas, pero si lo mejor que sabemos hacer es contar. Si los parámetros para evaluar a quienes nos rodean son: que profesión tienen y que signos externos acumulan. La sociedad actual no está preparada, para tratar de evaluar cualidades no mensurables, como dicen los autores. La sociedad de la velocidad y la agitación interior, solo se serena cuando tiene delante ciudadanos de “éxito”; sean de la profesión, que sean.

No hay nada como exhibir los signos externos, que llevan implícita la distinción. Los valores materiales que rigen nuestras relaciones, nos imponen la tiranía de lo superfluo, en detrimento de lo necesario; nos trasladan continua y permanentemente a escenarios de más y más. Somos cada vez con más frecuencia, “almacenes” de objetos insulsos, pero que acreditan una determinada condición social (status), muy apreciada por la mayoría. Lo lamentable es, que no termina nunca la lista de nuestras seudo-necesidades, no se finaliza jamás la carrera por el “yo más”.

Todas las sugerencias sociales, siempre van encaminadas a proponer signos externos de poder. Una de las motivaciones mayores para la “posesión” indiscriminada de objetos, es el poder que aparentemente confieren y el “respeto” que otorgan los demás a los poseedores. El cambio fundamental, que plantea nuestro entorno es, que en tiempos no demasiado lejanos, estos roles estaban detentados por quienes tenían fortunas elevadas y disponían de medios y tesorería suficiente, para poder adquirir esos signos externos sin resentirse económicamente en lo más mínimo. En la actualidad, no importa si no se tienen recursos monetarios, porque en este caso se debe o se paga a plazos; pero cualquiera puede acceder, con medios propios o ajenos.

La trampa, que plantea esta actitud, es la ocupación de medios y recursos en conseguir “signos externos de poder”, en muchas ocasiones innecesarios, pero imprescindibles para quienes tratan de aparentar y no de ser. La red está tejida, la “necesidad” creada y ésta, que puede mucho mas que la razón, acaba mandando y lamentablemente mucho. Como si las situaciones fueran inmutables, la mayoría disponemos de lo que podemos y de lo que no podemos y lo peor de todo, no lo sabemos discernir bien. Nadie se cansa de acumular signos externos - en muchas ocasiones absolutamente superfluos -, abocándonos a ser rehenes de nuestra falta de criterio y convirtiéndonos en esclavos de nuestras “necesidades” impropias. Ni siquiera tenemos tiempo, para evaluar la influencia real, que tienen en nuestra propia felicidad. Acabamos suponiendo, que cuanto mas caro es satisfacer algo, más satisfacción aporta. Equiparamos lo no mensurable (dignidad, amistad, amor, etc), en mensurable (dinero) de forma absolutamente inadecuada y nos engañamos mucho.

No es la sociedad solo, quien es responsable de estas lamentables circunstancias; somos también nosotros, quienes no advertimos, la carencia de reflexión y criterio para evaluar, que nos hace felices y que no. Una buena vida no está fundamentada prioritariamente, en lo que se posee; antes más, debería estar evaluada por lo que y como se disfruta cada día. La reflexión acertada, no es ¿Cuánto me falta?, si no mas bien ¡Cuánto tengo! Sin ser absolutamente riguroso en la evaluación cierta de nuestras verdaderas necesidades, solo se acaba en la insatisfacción permanente, antesala de la decepción y el desánimo.
Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com

martes, 8 de junio de 2010

Pensar...


Dice Fernando Savater en su libro “Las preguntas de la vida”: “No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena vivirse… Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo”.

Pensar, ¿cómo pensar?, si cuando uno piensa se cansa y se confunde. Si venimos interiorizando desde la niñez, que hay que asumir lo que los “sesudos” dicen. Como vamos a interpretar con nuestra inefable ignorancia, lo que sabios, profetas, mesiánicos y eruditos, dicen… Cuanta vanidad, cuanto deseo de sobresalir.

No, nuestra tendencia innata es el seguidismo, nuestro planteamiento habitual es asumir… Cuestionarnos la “costumbre” es de algún modo ser contestatario y eso la sociedad actual lo reprueba de plano y si pedimos explicación, la respuesta mas frecuente es “pero…si siempre lo hemos hecho así y nos va bien… para qué cambiarlo…”

No nos hacemos cuestiones, en primer lugar por vagancia; en segundo lugar por comodidad y en tercer lugar – en el fondo – por temor. Nuestro interior nos dice, que quien no se comporta en los cánones… los cánones lo fagocitan. No es temor físico, no… es peor, es temor a la soledad que representa no ser “admitido” en el entorno cercano, por nuestra singularidad.

Pero es que sin crítica no se progresa; más aún sin ser críticos, se pierde una de las condiciones esenciales, que nos diferencian del resto del reino animal. Mantener la especie, que ha sido una de las preocupaciones ancestrales, está muy asegurada por la ciencia. Luego ya no nos corresponde estar siempre dentro del “cercado virtual”. Podemos dejar volar la imaginación y analizar hasta que punto lo cotidiano asumido mayoritariamente, es efectivamente lo mejor…

Pero contrastar nuestras opiniones divergentes, es imprescindible, saber que nos diferencia es esencial y oír a los demás, en argumentos sólidos, descargados de “costumbre”, es una de las mejores formas de progresar mentalmente hacia espacios mas realizadores para todos. Intercambiar, sin ofender ni ser reprobado, tiene un valor intrínsecamente revitalizador.

Esa costumbre tan institucionalizada de rechazar lo “nuevo”, en defensa “numantina” de lo llamado “histórico”, es una de las fuentes más limitadora del desarrollo personal. No hay postulados absolutos, ni siquiera existen formas de hacer, que puedan permanecer inmutables, como guardianes de la “esencia vital”. Plantearse si determinada conducta, es o no acertada, no es agredir, muy al contrario, es tratar de evolucionar en orden para superar metas y evitar la “obsolescencia mental”… es respetar la individualidad enriquecedora.

No consolida mas la sociedad en la que vive, quien sigue a rajatabla y absoluta fidelidad, todos los postulados que ésta impone; que quien con equilibrio y rigor, se auto-pregunta si las “normas no escritas” son esencialmente inmutables, es decir, si de modo permanente deben de ser asumidas o la evolución propicia un cambio. Lo relevante para ser socialmente irreprochable, no es necesariamente ser conformista, cuestionarse lo que se hace con habitualidad solo puede tener el objetivo de progresar.

La fotografía del encabezamiento es así en ese instante, seríamos unos mentecatos y hurtaríamos mucha belleza, si quisiéramos que esa instantánea se repitiera de modo constante. El cambio no significa pérdida, muy al contrario, es enriquecimiento, permite nuevas instantáneas, tanto o más explicativas como la actual. Parar si, pero para coger aliento y seguir caminando…


Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com/

martes, 4 de mayo de 2010

Desprogramarse (y III)




Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “Sería fundamental enseñar a los jóvenes en las escuelas los pormenores de la conciencia social y como funcionan las intuiciones, cuando no es necesariamente la razón lo que mueve los pormenores cognitivos. Lamentablemente, esto no se hace y se paga por ello un alto precio…, aprendemos todo tipo de trigonometría y geometría, pero no aprendemos a entender nuestras propias intuiciones ni principios en las que se basan…
Afortunadamente se está ya en condiciones de demostrar que la intuición llega a ser mejor que los modelos de elección racional, o la regresión múltiple, o lo programas estadísticos más complejos. Esto era impensable hace sólo diez años, y es algo muy nuevo. Se está aplicando el proceso científico a la intuición.
Las sorpresas resultantes de este enfoque han sido enormes. Por ejemplo, hace diez años no se sabía, pero ahora se ha comprobado, que se toman mejores decisiones cuando se recurre a una sola buena razón, en lugar de a diez”.

Y nosotros que no sabemos dar un paso sin consultar a todo el que nos quiere escuchar, exponiéndoles nuestra particular visión de los temas y pidiéndole su opinión y consejo, para acumular una innumerable cantidad de datos, que lo que en realidad aportan es una extraordinaria confusión y por tanto un incremento importante de la indecisión. Acabamos seleccionando, con extraordinarias dudas, lo que entendemos que es lo mejor, sola y casi exclusivamente, porque es la opinión mayoritaria.

Hasta en las decisiones estratégicas en la empresa, se utiliza un D.A.F.O. (Debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades). Yo lo explico en control de gestión, como coadyuvante para la implantación de un Cuadro de Mando. Consiste en una “planilla”, con cuatro rectángulos titulados con cada una de las iniciales, donde se anota cada una de las circunstancias, que se supone afectan a la empresa en cada uno de esos campos. Se confecciona en grupo y cada uno va identificando, que fortalezas, debilidades, etc., cree que le corresponden a la empresa. El deseo de sorprender al resto del grupo, más que el de acertar en el diagnóstico; hace que las aportaciones, en muchas ocasiones, sean muy variopintas. Pero esta dinámica, he comprendido con el tiempo, que se asemeja a nuestras pautas de conducta individuales.

Una buena razón, es mas que suficiente para actuar, muchas razones o sinrazones, que nos paraliza en el ámbito del análisis – que es lo que verdaderamente nos gusta -, es un gran desperdicio de tiempo y tiene poca efectividad. Sumirse en la duda permamente, por intentar obtener la mejor solución, es dejar pasar por el camino, muchas buenas. Aprendemos tarde, que una buena solución a nuestros problemas es un gran hallazgo, necesario y más que suficiente, para ponernos en el camino de resolver. Pero nuestro aprendizaje en el ámbito de la decisión, nos han colocado en una circunstancia de extraordinaria incertidumbre, porque nuestra mente, se ha programado para repetir – improvisa muy mal -, por si fuera poco esta circunstancia, debemos también complacer a toda una cohorte de “gentes”, que nos imponen con sus miradas y/o sus silencios, unas leyes inmutables no escritas, que debemos cumplir, para ser considerados “normales”.

¿Normales?... ¿normales?... pero que es la normalidad, la repetición mimética de las acciones u omisiones de la mayoría; pero que soberbios somos. Si somos una gota de agua en un inmenso océano, poblado de muchas mas personas de costumbres tan diversas que sería imposible sistematizarlas y/o inventariarlas. ¿Hacer lo normal?, que estupidez… lo normal es lo que no daña a nadie y nos apetece emprender, aunque no sea la costumbre del lugar… Normal es lo que nos hace felices; anormal es lo que nos constriñe. Normal es ser uno mismo; anormal es ser como quieren los demás. Normal es vivir plenamente y soñar; anormal es no poner empeño en materializar los sueños. Normal es interiorizar, que cada día es un nuevo día y no hay nadie ni nada, que tenga derecho a hurtárnoslo; anormal es confiar en políticos, seudo-profetas y mesiánicos, que nos sorben el entendimiento y nos coartan nuestra intrínseca libertad, vampiros de la energía positiva y portadores de la negatividad con mayúscula, que preconizan la infelicidad y justifican la monotonía, más como seguro de su poltrona, que como verdadera filosofía de vida.

No, a esas gentes no, no los necesitamos. Que sigan siendo agoreros solos, embajadores fútiles de la nada. Que sigan detentado y acaparando el poder y ejerciéndolo; quizás el tiempo y la vida les enseñe; que expandiendo la incertidumbre y los actos coercitivos tácita o explícitamente, no obtendrán su felicidad, aunque si cercenarán, en buena parte, la de muchos. Quienes son incapaces de ser felices, ponen mucho esfuerzo y empeño en impedírselo a los demás, para compensar su incapacidad. Lo malo es que cada vez más, florecen como las amapolas y expanden la anormalidad en forma tan insistente, que en muchas ocasiones sorprenden a las buenas voluntades, tratando de mentalizar – a todo el que los escucha y cree en ellos – que eso es la vida. Sospechemos siempre de quien tiene empeño por mandar, porque solo Dios y él saben, de que se oculta o huye.

Apartemos de nuestras vidas a esos glosadores de la “nada”, que nos llenan de dudas y recobremos nuestra intrínseca ingenuidad, totalmente exenta de recovecos. Seamos sinceros y transparentes; pidamos disculpas si es necesario, pero vivamos. Intentemos cada día con mas empeño desprogramarnos y como dice Punset: “…se ha comprobado que hay vida antes de la muerte”.
Foto: Valencia. Puente de la Trinidad. Publicada con el permiso del Autor Joan Antoni Vicent

lunes, 26 de abril de 2010

Desprogramarse II


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “La peor razón es la que está basada en el testimonio de uno mismo. Gran parte de las decisiones que tomamos todos los días son el resultado de haber querido justificarnos a nosotros mismos como sea. Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿Cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones, si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?.
Entre las mentiras conscientes para engañar a otros y los intentos inconscientes de justificarse de sí mismo ante los demás, hay un terreno movedizo en el que se fabrica nuestra propia memoria, en la que no puede confiarse ciegamente…
…Como anticipa muy bien la teoría de la disonancia, cuanto más confiados y famosos son los expertos, menos probabilidades existen de que admitan errores en su conducta”.


Sí, sí; el archivo de nuestro “disco duro” nos hace trampas, o nos las hacemos nosotros mismos, que tanto da, el resultado es el mismo. Recordamos para consolidar nuestra posición y volver a corroborar, que hemos hecho lo que hemos podido, dentro de nuestras circunstancias. Confiamos y nos engañaron; dimos lo que teníamos y no recibimos – en ocasiones – ni el agradecimiento; nos volcamos apoyando y nos vimos o vemos casi solos, cuando el apoyo lo necesitamos nosotros; y tanto y tantos agravios comparativos más.

No es fácil entender lo que nos pasa. Si los razonamientos los hacemos, en clave de análisis de los hechos, nos confundimos cada vez más, porque éste es sesgado y conformado de acuerdo con lo que nosotros pensamos, que son los sucesos buenos o malos ocurridos. Contemplar con punto de vista crítico, alejado de cualquier disculpa fácil, no es pauta de conducta más habitual, muy al contrario, el “repaso”, trata de consolidar consciente o inconscientemente, que a pesar de nuestra actuación, la adversidad o contrariedad, nos ha invadido. Muy lejano a permitir percatarnos de que, por el mismo camino, se acaba llegando al mismo sitio.

Cuando algo no ha salido bien, lo relevante no es constatar que algo falló y que ese algo era externo; lo verdaderamente interesante para nuestra vida cotidiana y futura, es desenredar la madeja y saber discernir, que grado de participación e influencia han tenido nuestros propios errores; es de este análisis desapasionado y neutral de donde se obtienen beneficios y buenas planificaciones, exentas de continuismos estériles, que no dan buenos frutos.

Pero hay un escollo que superar. Como dice el autor; hay que reconocer nuestros errores y tener la voluntad firme de corregirlos: Nos produce mucho temor esta asunción, porque hemos sido educados, en que el error es a su vez una carga de culpa y por tanto solo remontable con teórica penitencia que nos trae consigo. Insistimos en no darnos cuenta, que reconocer, es la primera fase para alejar el sentimiento de culpa, que nada tiene de positivo sobre nuestras acciones y que exacerbada, por el contrario acarrea muchos complejos y nos hace infelices. La segunda fase, viene de la mano de un análisis sincero y profundo, tratando de identificar causas y efectos y obteniendo de modo claro una evidencia de lo que ha sucedido y de cómo podremos evitarlo en el futuro; aunque para ello debamos reconocer nuestra propia implicación en acciones u omisiones poco acertadas. Pero de nada sirven las dos, si después no nos disponemos a incorporarlo en nuestro bagaje y lo implantamos como pauta de conducta adecuada, es decir, nos desprogramamos y nos volvemos a reprogramar de nuevo.

La resistencia a cambiar, nos aparece siempre como barrera infranqueable, no nos gusta lo desconocido, nos desenvolvemos muy mal en los ambientes no “trillados”. No nos damos cuenta que solo se progresa, practicando conductas, que aunque aparentemente, sean poco asentadas, den soluciones a los problemas. Ver con ojos nuevos, problemas antiguos, siempre es un buen planteamiento. Pero esto debe abordarse desde la voluntad firme de no dejar de explorar, evitando circunscribirnos a esa zona neutra de la posición acomodaticia que supone repetir y repetir conductas o costumbres, casi siempre ajenas o adquiridas, casi nunca generadas por nosotros. Sin haber explorado nuevos horizontes, es imposible aseverar que estamos en el mejor de ellos. Pensemos que cuanto mas confortables nos encontremos en un determinado ambiente, mas refractarios seremos a observarlo con ojos críticos y por tanto a perfeccionarlo.

No son los demás quienes nos limitan, ni siquiera es nuestro entorno, es nuestra forma de pensar o interpretar, quien nos va sumiendo en una “mullida” posición conformista, exenta de visión crítica, dejándonos caer suavemente por la pendiente del continuismo. No plantearnos objetivos renovadores, es languidecer. Evitar el compromiso con el análisis imparcial de los hechos, aunque de ahí redunden evidencias de nuestras actuaciones poco acertadas, es el precio de la mediocridad. Todos tenemos una misión personal, no ejecutarla es un desperdicio, pero el mayor de todos los desperdicios es, no ser capaz de identificarla…Demos paso al inconsciente y releguemos un poco al consciente, este último ya ha dominado, muchas veces, mucho.

domingo, 18 de abril de 2010

Desprogramarse


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “Muchas personas toman decisiones no en función de lo que ven, de lo que consideran bueno o malo, sino en función de lo que creen, de sus convicciones, de lo que el biólogo evolutivo y etólogo británico Richard Dawkins tildaba de código de los muertos: pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes…

Las convicciones heredadas no solo nos impiden comprender lo que vemos, sino algo más inesperado no podemos predecir el futuro porque únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el pasado. Un pasado pergeñado por nuestras convicciones de ahora y arreglado de tal forma que nos permita fabular el futuro. Ha llegado el momento de corregir este defecto descomunal en la manera heredada de comportarse; una forma de ser no menos cargada de efectos perniciosos que la negativa a cambiar de opinión, definida por nuestra incapacidad delirante de predecir el futuro. O para ponerlo en términos más realistas, nuestra predisposición a pensar el futuro sólo en términos del pasado”.

Estamos tan acostumbrados a confiar tan poco en nuestra intuición, es decir, a bloquear lo que nuestros sentidos perciben, que ni siquiera nos percatamos de la manera tan sesgada que tenemos de interpretar lo que sucede y por tanto, decidir de modo racional lo que queremos hacer o dejar de hacer. Solo estaremos firmemente convencidos del camino a seguir, si coincide con lo habitualmente estipulado y es socialmente correcto.

Repetir una conducta de forma reiterada, siguiendo las “costumbres” y o “leyes” habituales, es condición necesaria, pero no suficiente. Podemos concluir, que lo que venimos haciendo desde años y nos produce satisfacción suficiente, debe de ser el modelo de comportamiento, que presida nuestras acciones; pero no es lo mejor permanentemente; los entornos cambian y con ello, las actuaciones buenas del pasado, pueden ser completamente inadecuadas a las posiciones actuales, con lo cual “remamos contra corriente”, es decir, nos limitamos nosotros mismos alcanzar mayor felicidad.

Dedicamos mucho tiempo a analizar en profundidad, que y como ha sido nuestra vida, incluso en ese rememorar, imaginamos situaciones y cambiamos mentalmente lo sucedido en realidad, para imaginar un entorno nuevo, con los consabidos: “si hubiera dicho…, si hubiera hecho…”, no está mal; analizar los hechos objetivamente, aporta gran cantidad de “datos”, para mejorar subsanando errores, pero siempre que sepamos salir del análisis y pasar a la acción; la parálisis por el análisis, nunca ha sido buena compañía, y reconozcámoslo, es lo que mejor sabemos hacer.

Manejar nuestra vida, con los códigos que nos trae nuestro pasado, se asemeja a conducir un automóvil, con la mirada puesta en el espejo retrovisor, como si tuviéramos temor a ser alcanzados; cuando lo verdaderamente relevante – en la conducción y en nuestra vida - es, identificar con precisión hacia adonde vamos y manejar el automóvil sorteando con habilidad las dificultades de la ruta, porque esto, es el futuro, es decir está delante… en el parabrisas.

No estaría mal – como dice también Punset -, aprender a desprogramarse; poner empeño en hacer lo creemos que tenemos que hacer, sin que costumbres ancestrales, nos limiten o confundan; ni siquiera, si los que se creen en poder de la ortodoxia, nos recomienden con miradas reprobatorias o palabras discordantes, el desistimiento. Después de una larga encalmada, la llegada de viento bonancible, sin las velas desplegadas, nos resultará absolutamente estéril.

Soñar despierto y tratar de atrapar el sueño, como si fuéramos niños, es la clave. La ilusión es la fortaleza, la duda no es el camino. Querer y empeñarse en conseguirlo, es la ruta. La mirada y el pensamiento siempre hacia adelante… si miramos hacia atrás, hagámoslo solo para tomar fuerza e impulso, nunca para acumular limitaciones o desistimientos. Seamos lo que queremos ser o conformémonos con lo que somos… sin remordimientos.

martes, 16 de marzo de 2010

Rivales y amigos


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “El humanismo imposible”: “El hombre entre nosotros, al renunciar a la instancia elemental de su convivencia, de su altruidad, queda solo... Más que en ningún otro momento, grandes sectores de nuestra sociedad, parecen haber renunciado a la comunicación y la confiabilidad, para quedar inmersos, todo lo más, al mas estricto circuito de la familia. No es que de pronto se hayan descubierto los ,máximos valores que la dedicación a la vida familiar supone. Se trata de una dedicación reactiva, secundaria a la decepción que de los otros hemos, una y otra vez, experimentado. Lo que esta retracción supone es la crisis en la fiabilidad del prójimo, la conciencia de que, tarde o temprano, si los intereses están en juego, nos exponemos a ser sacrificados. Así, la amistad misma sabemos que hay que tomarla y vivirla, epidérmicamente, a conciencia de la peligrosidad que una ingenua comunicación puede llevar consigo en el futuro, cuando este amigo de hoy se nos torne nuestro rival; a conciencia de que la amistad misma no es criterio suficiente para verificar la entrega que sería requerible y a la que nos sentimos instados”.

Relaciones superficiales, cada vez con menos profundidad o interés, que no sea el sentimiento espurio del seudo-cotilleo. Vivimos la comunicación con prevención, siempre exentos de confianza y con excesivas precauciones, si algo hemos aprendido, es que las relaciones – salvo las provinentes de la infancia – son efímeras, vienen y van al albur de las “redes” de intereses cruzados, de los que se nutre nuestra sociedad actual con carácter general.

La espontaneidad, confianza y credibilidad, se han perdido, son como personajes en busca de autor de Piradello, son atributos fuera de uso o más bien en desuso. Todos mayoritariamente basamos nuestras relaciones en el interés, la motivación de compartir y enriquecerse espiritualmente, va quedando en un segundo lugar y de ahí el empobrecimiento de nuestros contactos sociales.

Esa práctica inconsciente, hace que nos produzca desazón e incluso frustración, comprobar que los demás no son como querríamos nosotros que fueran, como si las personas tuvieran que ser “clones” acomodaticios a nuestros criterios. No en vano resulta esa superficialidad en el contacto; querer cambiar a los demás, para que su comportamiento se aproxime al máximo a nuestros criterios, es un esfuerzo absolutamente estéril y tendrá escaso éxito; pero si así no fuera y consiguiéramos nuestro objetivo teórico, les habríamos hecho un flaco servicio, pues transformaríamos una singularidad enriquecedora, en una monótona uniformidad… que nada nos aportará.

Revindicar nuestro espacio, exento de influencias mediatizantes, está muy bien, tenemos derecho y debemos luchar por ello; pero con el mismo empeño, debemos animar a los que nos rodean, a que se manifiesten con transparencia; porque nuestra posición es comprender y no criticar o censurar. Seguro que cambiaría el estado y la intensidad de la relación con los demás y se fortalecerá la confianza. Respetar que cada uno – también los demás – tenemos derecho a vivir de la manera que estimemos conveniente, es el primer paso para propiciar el intercambio y la sinceridad en el mismo.

No se puede aseverar que solo hay un modo correcto de resolver las cosas, ni siquiera hay un solo modo de pensarlas y enjuiciarlas. La mayoría – sobre todo los que ya tenemos algunos años – no vamos a cambiar, a estas alturas del “partido”, hemos echado hasta raíces y no vamos a movernos ni un ápice. Pero eso no infiere en que necesariamente vivamos en solitario, como ascetas decepcionados por los derroteros que toman nuestros allegados. Sin embargo ese desperdicio mayúsculo que representa esa actitud individualista, poseedora de la “verdad absoluta”; debería de ser neutralizada, con lo que representa el pensamiento tolerante y sincero, palancas del fortalecimiento relacional. No hay que dudar, que la proximidad aún en la diferencia, es más efectiva que el alejamiento censurador. Si queremos propiciar el camino del cambio, hagámoslo con nosotros mismos, ya que tan fácil lo suponemos para los demás.

Vaya aburrimiento, si todos fuéramos iguales… Si nos sacrifican por interés, es que no valían la pena, cuanto mas pronto lo hagan, mejor… La amistad es uno de los asideros más deseables, aunque sea desde la diferencia… Rivales y amigos no es incompatible, solo depende del nivel de ambición y dominio que se tenga… Seamos como los pétalos de la flor de la foto, cerca pero separados… empeñados en difundir belleza.


Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com


domingo, 14 de marzo de 2010

¿Adversidad u Oportunidad?


Dice Luis Rojas Marcos, en su libro “Superar la adversidad”: “Aceptar el hecho de que la vida humana está moldeada por imponderables y sigue reglas tan imperfectas e impredecibles como la trayectoria de una hoja al caer del árbol, nos ayuda a sopesar con realismo o distanciamiento emocional los efectos de las desgracias y, por tanto, a no estancarnos en elucubraciones paralizantes pesimistas. La aceptación saludable a la que me refiero no es el conformismo pasivo que anula el sentido del control, la curiosidad y la creatividad, sino el reconocimiento objetivo de que algunas desgracias son inevitables. Esto no implica contentarnos con la miseria y no hacer nada por liberarnos de nuestra desafortunada situación, sino entender la adversidad desde la óptica más amplia, menos personal, que fortifique nuestra motivación para hacer frente a los malos tiempos y luchar pos superarlos.”

“Hacer frente a los malos tiempos y luchar por superarlos”… ¡que fácil!, sobre todo enunciarlo. Siempre pensamos que la situación en la que nos encontramos es especial, y evidencia nuestra poca fortuna. No creemos, que se hayan dado circunstancias parecidas en quienes logran remontar la corriente – como los salmones – y acaban superando sus dificultades; más aún, tendemos a imaginar, que son gentes de mucha suerte. Dejemos esa visión tan personal e impropia y pongamos mas empeño en salir del “bache”, cueste lo que cueste. Casi siempre se puede; venciendo u olvidando; pero en ningún caso dejándonos atenazar.

No es la naturaleza de la “desgracia” lo que impide superarla; es la falta de compromiso y empeño, lo que no permite vencerla. Si vencerla… hay que empeñarse. Si no nos ponemos a prueba, no sabremos nunca el verdadero alcance de nuestras facultades; esas que permanecen latentes, esperando ser requeridas para actuar. Podemos mas de lo que creemos y somos mucho mas fuertes de lo que estamos acostumbrados a “rumiar”.

No es del lamento, de donde sale la fuerza para seguir, no, no es de ahí. Para seguir hay que creer en uno mismo y no dudar de que quien se “compromete” llega. No es de esos pensamientos agoreros, reticentes y recalcitrantes, de donde se obtiene “moral”, es todo lo contrario, ellos lo impiden y nos anclan. Por más que nos empeñemos en compadecernos, no lograremos salir de las circunstancias adversas, sin poner valor y empeño, para lograr que ellas no acaben con nuestra forma de ser o vivir. No esperemos varitas mágicas, ni ayudas externas milagrosas.

Desear una vida placentera de modo permanente y amilanarnos a las primeras de cambio es ceder. Es no reconocer, que solo se alcanza la verdadera felicidad, afrontando retos – que tengan significado – y superándolos. Buscar una vida “plana” en el valle, es rechazar la enorme satisfacción que supone coronar la cima de las montañas que nos rodean; seguro que la vista desde allí nos dará mucho más amplitud de miras, que la visión sesgada de nuestra posición conformista habitual. Intentar, fortalece; conformarse, debilita.

No hay que delegar en nadie nuestra posibilidad de no acertar, ni hay que temer al fallo. Cometiendo errores, que en ocasiones nos provoquen insatisfacción y desasosiego, es el único modo de avanzar. Solo se progresa equivocándose. El progreso no es un camino placentero, vedado solo para unos cuantos elegidos. No, esos que creemos que tienen una gran fortuna, por como aparentemente viven, no están o han estado en todo tiempo exentos de dificultades, nos diferenciamos de ellos, en nuestra pasividad y autocompasión . Ellos no se han quedado en el lamento, ellos han interiorizado que esas circunstancias desfavorables son esperables y han puesto empeño y tesón, para salir del bache. Las han considerado una oportunidad para adquirir fortaleza.

No esperemos que nos saquen, tengamos firme pensamiento en que hemos de salir con nuestra fuerza, que siempre es mucho mas de la que pensamos. Quienes miran con intensidad y reiteración a su ombligo acaban tornándose bizcos… y ese planteamiento tiene escaso futuro. Detenerse, solo para restaurar fuerzas… nada más.

Sin esa firme voluntad, el montículo de la foto, sería hace muchos años arena de playa... y ahí sigue.

Foto: cedida por Nuria de su Blog http://nuria-vagalume.blogspot.com


lunes, 22 de febrero de 2010

Remontar


Tenemos tendencia a pensar, sobre todo cuando hay problemas, que los que nos rodean han tenido mucha más suerte que nosotros, acumulan menos dificultades y se desenvuelven con más facilidad. Lo que nos pasa a nosotros es lo peor y sobre todo muy difícil de remontar. Todo se ha conjurado para amargarnos y son demasiadas las dificultades, que tenemos que superar. Solo lo que tiene un amplio porcentaje de probabilidad de no poder ser conseguido, colmaría nuestras expectativas y nos devolvería cierto equilibrio.

No hay nada tan corrosivo como la envidia, si ya lo se, nosotros no tenemos de casi nada ni nadie, pero sin embargo, diariamente somos capaces de observar a nuestro alrededor y encontrar una multitud de cualidades, beneficios, posesiones y amigos, que tienen los demás y nosotros no. Sin límite ni concierto, enumeramos sin cesar todas estas circunstancias, al mismo tiempo que nos afligimos, tratamos de conformar parte de la justificación de las cosas no logradas, tanto materiales como inmateriales.

Nuestra vida es la que es y desde luego no gana nada con comparaciones espurias y sesgadas. Seguro que los demás, los que nos contemplan desde alguna distancia, piensan que con lo que tenemos debemos ser muy felices. Todo el tiempo que invertimos en contrastes críticos, sobre nuestra posición con respecto a los demás, aflorando la evidencia del desequilibrio en nuestra parte, es un desperdicio de tiempo y energía; es como ponerse unas gafas obscuras al salir a la calle y decir casi inmediatamente: “con el sol que hace y la poca luz que tiene el día”… pero si le impedimos penetrar nosotros… ¿no?

Un amigo mío, en tiempo de universidad, decía, que cuando había un examen, los ocho días anteriores, se concentraba intensamente, imaginando que era irremediable suspender, que aquel pensamiento repetitivo, lo colocaba en una situación estresante y angustiosa, que incluso no le permitía dormir bien; pero cuando pasado el examen y aprobaba con nota (era muy buen estudiante), sentía una inmensa satisfacción, tanta como cuanta tribulación había padecido. La anticipación mental de los sucesos desfavorables, no los mejora en absoluto, muy al contrario, nos hace vivirlos varias veces innecesariamente.

Pasar mas tiempo destacando las cosas buenas de los que nos rodean, minorando así, el tiempo extenso que pasamos colgados en la crítica, seguro que nos ayudara a transformar estos pensamientos tan negativos sobre nuestra suerte. Una de las formas más fáciles de sentirnos mejor, es agradecer sin remilgos lo que los demás hacen por nosotros. Seguro que también nos facilitará adquirir satisfacción interior por lo que disfrutamos. Según algunos estudios, en la media, solo el 20% de lo que nos sucede es negativo.

Todo el tiempo empleado en compararse con los demás, es tiempo perdido. Cuanto mas disfrutemos con lo que tenemos, menos posibilidades tendremos de lamentarnos. Envidiar es la antesala de odiar y para eso no debemos estar nunca. Si las flores dudasen de su futura belleza, al compararse con las que están a su alrededor ya abiertas, nunca se decidirían a hacerlo y nos privarían, para nuestro pesar, del gratificante espectáculo que podemos observar en la foto del encabezamiento… vaya flaco favor, que nos harían.


Foto: cedida por Nuria de su Blog nuria-vagalume.blogspot.com

lunes, 15 de febrero de 2010

lo superfluo



Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La culpa”: “El fariseísmo de nuestra pautas sociales –políticas, religiosas, sociales en sentido estricto – ha puesto la ética al servicio de nuestro status, pues no otra cosa puede decirse del servicio que viene rindiendo la inducción de “nuestros” valores, como si fueran valores absolutos, en forma de coacción interna, de autocensura, que impida toda modificación de “nuestra” realidad ya dada. No se inducen tales valores porque se les crea objetivamente buenos, sino porque de no ser transgredidos por la persona, ésta no constituirá para nosotros peligro alguno en orden a la subversión… No le importa tanto que el valor sugerido sea bueno; lo que importa es que sea internalizado por ese sujeto de manera tal que ya sea, ahora y siempre, uno de los nuestros…”

Pretender ser poseedores de principios inmutables, firmes y férreos, para construir unas relaciones estables y someterse a ellos, por encima de cualquier raciocinio lógico, es sin duda, garantía de insatisfacción y desasosiego.

Privarnos de nuestra independencia en palabra y acción espontánea, es una de las acciones mas corrosivas que puedan imponernos, lo sabemos, seguro; pero sin embargo no tenemos ningún inconveniente en aceptar “corsés”, que no es ni mas ni menos, lo que representan las leyes sociales no escritas, que nos convierten – con la aceptación exenta de crítica – en personas “normales”.

Pareciera como si en la “normalidad estandarizada”, estuviera la meta. Pesa mas la aceptación social, que nuestra voluntad de hacer o decir lo que pensamos en realidad, sin ofender ni dañar a nadie. Cada vez alejamos mas la palabra del pensamiento, somos prisioneros de las formas y vamos menos al fondo. Lo superficial está de moda y seguir la moda, sin espíritu crítico, aunque homogeneice; no es siempre lo mas conveniente, desde el punto de vista personal.

La singularidad, no está de moda. Aceptar el planteamiento mayoritario es una de las condiciones -sine qua non-, para relacionarse con fluidez y aceptación de los demás. No importa cuantas “plumas” se pierdan en el camino, lo que verdaderamente pesa es el corporativismo, que representa integrarse en una sociedad, cada vez mas democrática, pero menos solidaria. Bastan unos pocos signos externos no convencionales, para que seamos cada vez peor vistos, por los ortodoxos.

También es cierto, que en una sociedad tan globalizada, no es buen planteamiento convertirse en un eremita; siempre que haya posibilidad, hay que situarse en posiciones inteligentes y para ello no hay que dejarse arrastrar por la comodidad, que representa, dejarse llevar. Conviene ser buen evaluador y saber acomodar aquello que es relevante y vital, de las innumerables cosas que no son imprescindibles, aunque sean de uso mayoritario y nos uniformicen. Saber discernir, lo no necesario y tener el acierto de no empeñarnos en acapararlo, para no estar equivocadamente “out”. La seudo felicidad que nos puede producir, será efímera, aunque nos empeñemos en difundirlo de modo explícito. Algunas cosas, si no las pudiéramos exhibir, no las tendríamos.

No son los signos externos los que fraguan nuestro equilibrio. Las necesidades superfluas, que nos inculcan los usos sociales - ni aún satisfaciéndolas todas -, nos transmitirán esa paz que buscamos; porque siempre hay mas y mas, ese camino no tiene fin. No es poseer lo que calma, lo que verdaderamente equilibra es compartir; los bienes materiales, que en ocasiones nos transmiten confortabilidad, no deben ser el objetivo, ni siquiera paliarán nuestros problemas
cotidianos.




domingo, 7 de febrero de 2010

Resolver II


Dice un amigo comentando la foto del post anterior: “1. Si miras tu propia sombra falseas el resultado. 2. El niño tropezaría. 3. Saltar, siempre saltar hacia delante…”

Le agradezco que lo haya compartido, porque me ha dado “tecla”. No se si miramos la sombra para falsear el resultado de modo consciente o no, porque en realidad, podría ser que la impresión de nuestra verdadera imagen – ya que nosotros, si que la conocemos - es tan poco favorable, que acabamos ocultándonos, tras nuestra propia sombra, pretendiendo que esa obscuridad propia de la misma, haga menos perceptible a los demás la imagen verdadera.

Creo que lo que nos diferencia sustancialmente de los niños, que hemos sido, es que entonces, no necesitábamos las sombras, más que para jugar con ellas. Aún no habíamos aprendido, que sirven también para ocultarse y transmitir imágenes virtuales a los demás. La perspectiva desde la sombra, que vamos interiorizando a posterioridad, es diferente; en un principio, no es compatible con los deseos irrefrenables de saber y comunicarse más y más; al final acaba con nuestra espontaneidad, preludio de convertirnos en “personajes”, para acomodarnos a la propia imagen sesgada.

Ir hacia delante, parar solo para coger mas impulso, sin temor a lo que hay mas allá; porque en realidad para eso nos formamos, para constatar día a día, que por mucho que hayamos hecho o vivido, queda mucho mas trecho por descubrir.

Ser muy imprudentes nos coloca en claras posibilidades de riesgos futuros, que no somos capaces de evaluar en el presente evasivo que vivimos; pero por el contrario, pasarse en prudencia de modo excesivo, es limitarse mucho y nos colocará, en algunas ocasiones, en “caminos” intermedios poco relevantes o inconclusos, que acabarán pasándonos factura o transmitiéndonos desazón. Toda esa incertidumbre, como consecuencia de nuestra tendencia a no comportarnos tal cual somos.

Difícil situación, si nos dejamos llevar por perjuicios condicionantes para decidir, esperemos pocos aciertos. Saber lo que uno quiere hacer con su vida y aplicar empeño, trabajo y constancia a ello, es lo único que nos sacará de las “sombras”. Dudar, como si pudiéramos hacer “moviola” de nuestros actos y repetir de nuevo, es perder muy buenas oportunidades y limitarnos de modo relevante. Las cosas o, se hacen en su momento o, puede ser que ya no podamos nunca.

Saltar, siempre saltar hacia delante… esa es la postura acertada… He leído en algún sitio, que no recuerdo ahora: “La vida no se mide por las veces que respiras, sino por aquellas que te cortan la respiración”… Pues a ello.



Foto: cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios)


miércoles, 3 de febrero de 2010

Resolver


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La culpa”: “Hay que contar con el pensamiento como un elemento de realidad, al margen de que tal pensamiento sea verdadero o falso. Para la lógica, el pensamiento falso no cuenta; para la psicología, sí, por cuanto importan las razones que lo motivaron y que hicieron que persistiera a pesar de su falsedad; y que se utilizara, incluso a pesar de su inoperancia”.

Es nuestro comportamiento, quien crea nuestro destino, aunque tendemos a verlo desde la parte opuesta y somos más proclives a pensar lo contrario. La mayoría de los problemas que tenemos, los provocamos nosotros; aunque nos empeñemos en encontrar una “alianza” de innumerables actos ajenos negativos, que nos dificultan la vida.

Seguramente que hay quien no colabora a que seamos mas felices, antes bien, parece que ejerce de “gafe”; pero por el contrario, no es el resultado de sus acciones, lo que determina al final, nuestro estado de ánimo, muy al contrario, somos nosotros, quienes con la actitud que adoptamos y/o la atención que prestamos, forjamos el resultado final y el efecto definitivo que tendrán esos actos “negativos” en nuestra vida.

Las cosas y los hechos tienen, la importancia que nosotros les damos; tenemos la capacidad de dar relevancia o no a las manifestaciones ó acciones de los demás. Lo insoportable, de lo que nos pasa hoy, no es fruto del pasado inmediato, ha sido conformado a través de las decisiones o rechazos de un pasado más lejano. Busquemos algo más allá. La decisión de almacenar problemas y actos negativos, es nuestra, solo nuestra; tenemos una enorme capacidad para magnificar y engrandecer las circunstancias insignificantes. Zanjar es un acto difícil, pero necesario. Apartar de nuestras vidas lo negativo, es una acción complicada, pero hay que ejercerla, sea quien sea la persona, que lo provoca.

Aunque todos sabemos, que es más fácil cargar con esos pesos y rememorarlos una y otra vez, puesto que con ello no hay que enfrentarse, solo hay que dejarse llevar. A largo plazo nos resultará muy nocivo. La negación de la realidad, nunca ha sido la solución a nuestros problemas, no conseguiremos con ello vivir mejor. Solo se rectifica cuando se actúa, hay que “escapar”, nunca dejarse atrapar.

Hasta que no dejamos de pensar, que la culpa de lo que nos pasa, la tienen los demás, no controlaremos nuestras acciones y viviremos limitados; como si fuéramos prisioneros de un destino anclado en la fatalidad. Debemos de ser responsables, cuando nos lamentamos del atasco en el que estamos metidos en una carretera o en una calle, no nos damos cuenta, que hemos sido nosotros mismos conduciendo, quienes nos hemos metido en él, pareciera como si los demás se hubieran aliado para interponerse en nuestra ruta, tratando de impedir que alcancemos nuestro destino original.

Aguantar sí, pero repartir también… para caminar mas ligero, la primera premisa es soltar lastre… la resolución de un problema, no depende de la habilidad para cambiar el enunciado... Dejemos de ser nuestras sombras, de una vez...
Foto: cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios)

lunes, 18 de enero de 2010

Sólo silencio...


La tónica habitual de cada día, es colocar el mayor número de palabras posibles. Vivimos en una carrera tan desenfrenada por el intercambio verbal, que nos resulta muy difícil quedarnos callados y porque no, quietos (verbalmente hablando). Aunque hayamos abandonado el coloquio habitual, nuestro cerebro tiene tanto ruido dentro, que no sabe ya, como se frena la actividad y se reposa; en definitiva ha perdido la capacidad de imponer silencio y desconoce como restituirlo.

Silencio, esta palabra, cada vez más extraña para la mayoría; casi siempre la solemos asociar con soledad; esa mala “publicidad” hace, que al encontrarnos con alguien en esa posición, nos cuestionemos con carácter inmediato, sobre que problemas le afectan; asociando inmediatamente la falta de salud, como motivadora de su postura de recogimiento.

El recogimiento voluntario y los actos que lo provocan, ya no es un atributo que evidencia un estado de excelente equilibrio mental; más bien, nos hace suponer, de modo mayoritario, que esa falta de actividad verborréica es fruto de alguna anormalidad. Como si nos nutriéramos internamente con efluvios imparables de palabras y palabras, exentas de sentido y llenas de trivialidad e hilvanadas y pronunciadas, para satisfacer una “cortesía” social impropia.

Es la apariencia y no la realidad la que nos fascina. Pensamos de forma inconsciente, que una intachable exposición verbal, tornará los hechos de nuestra casi desbordada imaginación, en verdades. Huimos de la cotidianeidad, porque nos parece poco relevante y pretendemos vender una realidad inexistente.

Sentimos con fuerza la necesidad de lo extraordinario y aun siendo real, somos incapaces de vivirlo, sin divulgarlo a todo el lo que lo quiera o no, escuchar. Como si pudiéramos estar más satisfechos contándolo a los demás, que disfrutándolo con intensidad y parsimonia. Hemos perdido, casi totalmente, la capacidad de "mirar y ver lo esencial".

Convendría recobrar el interior perdido y no valorar tanto la apariencia externa. Liberarnos de ruido y llenarnos de silencios… Silencio es lo que queda cuando sobran las palabras. Silencio profundo es una foto que no necesita pie...


Foto: Cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios).

domingo, 10 de enero de 2010

Hablar o escuchar.


Dice Marc Oraison en su libro “Psicología de nuestros conflictos con los demás”: “Cuando se inicia una conversación, sería necesario desconectarse al máximo, intentar comprender lo que dice el interlocutor, y esperar cuidadosamente a que haya terminado de expresar su idea antes de tomar uno mismo la palabra. En una segunda fase, habría que repetirle en algunas palabras el modo como se le ha comprendido lo que quería decir. Y sólo tras su acuerdo global cabría responder a nuestra vez a sus argumentos. Cuando se trabaja por fomentar al máximo esta actitud, no se tarda en caer en la cuenta hasta qué punto una conversación resulta fácil aun cuando se trate de una discusión o de una controversia. Consiste, en suma, en entrenarse simplemente en escuchar al otro, procurando desprenderse al máximo de los reflejos de defensa o de resistencia que evocamos en el momento”.

Este hombre de nombre raro, vaya lo que dice… escuchar, ¡puf!; pero si lo nuestro es la verborrea insaciable, si no callamos aunque nos tapen la boca. Es curioso, estamos permanentemente entrenándonos en tomar la palabra y no soltarla; pero si lo nuestro es exponer y exponer, sobre cualquier tema; si nuestra sociedad no recibe bien los silencios, porque los interpreta como ignorancia y eso, desde luego, no nos gusta.

Tomar la palabra es el objetivo primario y el secundario es no cederla; baste ver una reunión y observar, como la tertulia, sea quien sea el que habla, no conseguirá mantenerse unitaria; con gran rapidez, se establecerán conversaciones paralelas, incluso sobre el mismo tema, pero en absoluto, uno hablando y los demás escuchando y esperando pacientemente a tener información suficiente de la opinión del “otro”, para introducir la nuestra, complementado o enriqueciendo lo dicho, incluso desde la discrepancia.

La realidad es que, nada más comenzar a exponer nuestro interlocutor sus fundamentos, sea cual sea el tema, nos percatamos inmediatamente que somos expertos; para que escuchar entonces, si en realidad nosotros ya sabemos mucho más, sobre el tema. Lo inmediato es intentar tomar la palabra y si no nos la ceden de modo voluntario ir elevando el tono de voz, hasta superponerse a quien la tiene y si no podemos tampoco hacernos con las riendas verbales, y somos varios, tratar de colocarle nuestro “rollo” al más inmediato y prescindir totalmente de quien expone.

Pero eso sí, nos molesta intensamente cuando nos lo hacen a nosotros, pero somos, en general, incapaces de contenernos y escuchar atentamente a los demás. La dificultad en establecer conversaciones gratificantes para todos, no depende solo, de que los temas escogidos sean convergentes, no, no es por eso. La dificultad máxima se presenta, por no ejercitar la escucha activa; como vamos a enriquecernos, si no atendemos, si nuestro propósito es exponer lo que sabemos. Aunque haya divergencia en las opiniones, cuando uno atiende con interés al otro y trata de aproximarse a él, aunque no se produzca al finalizar la conversación, nos hemos enriquecido; muy al contrario de lo que pasa, cuando oídas las primeras palabras, nos desconectamos, porque no están alineadas con nuestros criterios; o peor todavía, cuando nos sumergimos en una conversación estéril, enrocándonos en nuestros principios, sin un átomo de intento empatizante.

Las palabras justas, se ocultan mas que las esmeraldas. Perder nuestro tiempo resaltando las divergencias o identificando cuantas cosas nos separan, además de no servir de nada, es revestirnos de un comportamiento absolutamente inconsciente… lo pagaremos caro.
Foto: La construcción de la Torre de Babel. Peter Brueghel el Viejo. Siglo XVI.

viernes, 1 de enero de 2010

Calidad... y no cantidad


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La Incomunicación”: “Lo que define nuestro modo de ser en nuestra comunidad es nuestro modo de hacer (tímido, reservado, osado pero ocultante, etc.) inespontáneo. Si todos fuéramos espontáneos, porque las condiciones objetivas no hubieran hecho imprescindible el aprendizaje de la acción en la inespontaneidad, evidentemente seríamos otros. Somos como tenemos que ser y se nos define en gracia a la índole de nuestra coartación en la acción que verificamos. Somos cualquier cosa menos espontáneos. Esto es, no se sabe – ni sabemos – como somos. Si lo supiéramos – la afirmación anterior puede parecer exagerada – no habríamos precisado antes del confesor, ahora del analista, en alguna ocasión del amigo íntimo. La represión obligada en nuestras pautas sociales se traduce no en la carencia de acción – esto no es la regla – sino en hacer coartado, inespontáneo… No se puede decir lo que se piensa ni se puede hacer como se quiere, porque ello implica que los demás sabrán de nosotros en alguna medida, y nos ofreceremos desnudos frente a sus posibles ulteriores ataques”.

Esto podría ser la causa principal de la mayoría de los conflictos interpersonales, que tenemos ya que es francamente difícil mantener a lo largo del tiempo, el personaje que nos imponemos. La naturalidad y la sinceridad en las relaciones, neutralizan en los primeros embates los posibles “roces” premonitorios de “brechas” futuras mas intensas, de tal modo que todo se desvanece. No hay nada que agradezcamos mas de los que nos rodean, que un comportamiento “legal”. La falsedad no tiene mucho recorrido y cuando se identifica pone al descubierto la inconsistencia de la relación, sea al nivel que sea.

La sociedad que todo lo controla, pretende fortalecerse con comportamientos homogéneos de las personas que la componen; no se percata que en la medida que impone restricciones a los comportamientos espontáneos, se debilita de modo importante, por la propia insatisfacción que acumulan quienes se ven obligados a aceptarlas. No es limitando, como se cohesionan los grupos, muy al contrario, la fortaleza se adquiere de la absoluta sinceridad en comportamiento y acción.

Lástima que no seamos capaces de interiorizar y transmitir la tolerancia como pauta de comportamiento; nos cargamos de mecanismos y costumbres exentas, en muchas ocasiones, de sencillez y lógica; preferimos el “boato” sin espontaneidad y cargado de matices poco conciliadores. No hay nada tan efectivo en nuestro contacto con los demás, que mostrar en todo momento a la persona que somos y no al personaje que acabamos intentando ser, para complacer, no sabemos ni a quien.

Vaya, pues por delante mi deseo para todos en 2010: dejemos de ser un conjunto o conglomerado y seamos de verdad una sociedad; evitemos los “papeles de teatro”, los reparta quien los reparta y presentemos de una vez por todas nuestro “guión”; no nos preocupemos solo por “hacer”, sino más bien por el “modo” como lo hacemos; busquemos insistentemente el “fondo” y despreocupémonos mas de las “formas”… Procuremos no extrañarnos, ya sabemos que no vale la pena…

Un fuerte abrazo para todos a través de este medio tan extraño, que permite que “gentes” que no se conocen, se hablen como si se conocieran mucho y sin recatos estériles.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...