lunes, 1 de marzo de 2021

Discordia.


 


Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido” (2013: “Y para convivir tendremos que reconocer lo que son las primeras letras en nuestro abecedario nunca aprendido de la democracia, no solo que el otro existe y tiene derecho pleno a su posición y no puede ser suprimido o borrado sino que además resulta que tenemos en común con él más cosas de las que nos gustaría aceptar…Es urgente medir nuestras palabras para que lo que digamos no añada ni una brizna más a la confusión ni agrave innecesariamente el clima turbio de la discordia”.


De que nos sirve creernos en posesión de la razón, si esa inútil obcecación nos aleja de los demás. Siempre he sido partidario de los “colores grises” para interpretar las cosas que suceden diariamente, nunca he visto con convencimiento esas posiciones férreas en la interpretación de los acontecimientos cotidianos,  que conducen a que sean percibidos como “blanco o negro”.


Tal vez hablando en términos relativos y aceptando a priori la posibilidad de completar nuestra opinión con los argumentos que podemos percibir de  nuestros interlocutores – sí escuchamos con atención -, conseguiríamos aproximar criterios robustos y firmes, que nos permitieran enfocar soluciones que nos agrupen en un esfuerzo común. No hay nada tan formativo, como aceptar el error propio o ajeno y tratar de corregirlo con un razonamiento cargados de argumentos sinceros y exentos de posiciones “enrocadas”.


No podemos aceptar, que las soluciones sean unívocas, antes más, debemos sin dilaciones, incorporar a nuestra dinámica cotidiana, el convencimiento de que solo podemos remontar las dificultades haciendo todo lo necesario para conseguir convergencia en la acción. Estar esperando siempre, conocer la argumentación de nuestros antagonistas, para sin detenernos a pensar un solo minuto en sus razonamientos, rechazarlos de plano y descalificarlos - aunque sea lo habitual -, no es lo conveniente.


Si no aprendemos ahora, que las circunstancias nos piden más que nunca, aproximarnos a soluciones globales y colaborar todos con nuestro pequeño esfuerzo a conseguir el “objetivo”; ya no lo haremos nunca. Y no estamos en tiempos de dejarse llevar por la corriente, hay que remar, con las fuerzas que uno tenga, pero remar hacia el objetivo común.


Como dice Muñoz Molina: “Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras”.


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