lunes, 12 de abril de 2021

Palabras estériles

 



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido” (2013): “La pedrería verbal que ha tenido tanto éxito estos últimos años es otro de los lujos que ya no podemos permitirnos. Es urgente medir nuestras palabras para que lo que digamos no añada ni una brizna más a la confusión ni agrave innecesariamente el clima turbio de la discordia. Y es urgente medir también las palabras que nos digan, como se comprueba la calidad de un metal o la de un billete de banco, para saber si quien las dice está mintiendo o no o si sus palabras se corresponden con sus actos”.


Vivimos una época de especial dificultad, el pasado reciente nos queda muy lejano y su placentera forma de vida ya no nos la podemos permitir, unido a una gran incertidumbre para el futuro. Se han desvanecido las “estructuras” racionales de convivencia social y debemos relacionarnos con un especial cuidado en el contacto personal. Esto hace que sin ninguna intención asceta, nos hayamos retirado a nuestro “castillo” y hayamos minimizado al máximo, por seguridad, el contacto físico en nuestras relaciones.


Difícil tesitura para mantener el cuerpo social de convivencia mínimo indispensable para cualquier conjunto de relaciones que mantuviéramos en el pasado. Se impone la necesidad de medir lo que decimos, porque ahora ha cobrado una trascendencia incrementada y más aún deben de hacerlo, quienes tienen especial audiencia dada su condición. Usar nuestras argumentaciones para insultar, despreciar, desprestigiar o anular a nuestros antagónicos, toma en estos tiempos un especial riesgo destructivo, nada desdeñable.


Nada justifica el improperio, la crítica se puede ejercer con respecto y exenta de palabras “agrías” y con ello podemos ser igual de contundentes. Quienes no saben o no quieren dialogar, son muy proclives a descalificar, sin entrar nunca en el fondo de las cuestiones y con esa actitud impiden la conformación de cualquier proyecto futuro de estabilidad, parece como si su intención fuera exclusivamente “destruir” los puentes de la convivencia y con eso no gana nadie.


Como dice Muñoz Molina: “Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras. Las palabras son gratis, y su sonido no varía si se están usando para mentir o para decir la verdad”.  Ojala actuemos con sensatez y sobre todo con mesura.    


lunes, 1 de marzo de 2021

Discordia.


 


Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido” (2013: “Y para convivir tendremos que reconocer lo que son las primeras letras en nuestro abecedario nunca aprendido de la democracia, no solo que el otro existe y tiene derecho pleno a su posición y no puede ser suprimido o borrado sino que además resulta que tenemos en común con él más cosas de las que nos gustaría aceptar…Es urgente medir nuestras palabras para que lo que digamos no añada ni una brizna más a la confusión ni agrave innecesariamente el clima turbio de la discordia”.


De que nos sirve creernos en posesión de la razón, si esa inútil obcecación nos aleja de los demás. Siempre he sido partidario de los “colores grises” para interpretar las cosas que suceden diariamente, nunca he visto con convencimiento esas posiciones férreas en la interpretación de los acontecimientos cotidianos,  que conducen a que sean percibidos como “blanco o negro”.


Tal vez hablando en términos relativos y aceptando a priori la posibilidad de completar nuestra opinión con los argumentos que podemos percibir de  nuestros interlocutores – sí escuchamos con atención -, conseguiríamos aproximar criterios robustos y firmes, que nos permitieran enfocar soluciones que nos agrupen en un esfuerzo común. No hay nada tan formativo, como aceptar el error propio o ajeno y tratar de corregirlo con un razonamiento cargados de argumentos sinceros y exentos de posiciones “enrocadas”.


No podemos aceptar, que las soluciones sean unívocas, antes más, debemos sin dilaciones, incorporar a nuestra dinámica cotidiana, el convencimiento de que solo podemos remontar las dificultades haciendo todo lo necesario para conseguir convergencia en la acción. Estar esperando siempre, conocer la argumentación de nuestros antagonistas, para sin detenernos a pensar un solo minuto en sus razonamientos, rechazarlos de plano y descalificarlos - aunque sea lo habitual -, no es lo conveniente.


Si no aprendemos ahora, que las circunstancias nos piden más que nunca, aproximarnos a soluciones globales y colaborar todos con nuestro pequeño esfuerzo a conseguir el “objetivo”; ya no lo haremos nunca. Y no estamos en tiempos de dejarse llevar por la corriente, hay que remar, con las fuerzas que uno tenga, pero remar hacia el objetivo común.


Como dice Muñoz Molina: “Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras”.


sábado, 20 de febrero de 2021

El respeto...

 


Dice Victoria Camps en su libro “Virtudes Públicas” (1990): “La tolerancia es la virtud indiscutible de la democracia. El respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad ni la razón absolutas, son el fundamento de esa apertura y generosidad que supone ser tolerante. Sin la virtud de la tolerancia, la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo”.


 Si no tenemos como premisa, la predisposición a escuchar con atención los argumentos que expone otro, sobre los temas en  debate; si damos por impropio cualquier razonamiento, que no se ajuste a nuestros principios; si nos sentimos imbuidos de la verdad absoluta, es decir, si solo nos miramos al ombligo…nos hacemos un flaco favor y no potenciamos una convivencia libre y ordenada en una sociedad, que ya está bastante desorientada y confusa.


Vivimos tiempos inestables e inciertos. Nuestra responsabilidad individual, lo queramos o no, pasa por ayudar a cimentar un futuro más amable y sólido. No es, por tanto, nuestro tradicional egoísmo quien ayudará en este cometido; tendremos que modificar pautas de conducta inapropiadas y reconocer explícitamente, que sin esfuerzo conjunto, ningún “proyecto” es viable.


A esta tarea no nos ayudarán, ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación. Unos empeñados en atender antes el interés partidista, que el social y los otros imbuidos por la premisa de que el enfrentamiento “vende” más que el consenso. Así las cosas, nuestra tarea es doble, trabajar por un proyecto de sociedad para todos, exento de enfrentamientos estériles y hacer “oídos sordos” a quienes por intereses espurios, nos quieren hacer ver una realidad inexistente.


Como dice Victoria Camps: “Tal vez no sepamos con certeza hacia dónde hay que ir, pero si sabemos qué es lo que no nos gusta y lo que no debería tolerarse ni permitirse”. Si no queremos colaborar, al menos no lo obstaculicemos… 


martes, 9 de febrero de 2021

Consenso...



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “El eje de la política española no es el debate educado en las formas y riguroso en las ideas sino el mitin político, en el que las formas son ásperas y con frecuencia brutales y las ideas no existen, o quedan reducidas a consignas y exabruptos, y el adversario al guiñapo de una caricatura”,

Tengo un buen amigo, de la época universitaria, es decir, de cuando las amistades eran transparentes, ya que no era necesario aparentar nada; que dice con cierto énfasis: “tú que siempre has sido, suave en el modo y la palabra, te has endurecido en tus escritos de ahora, suenan a desahogo…”


Tiene razón, es verdad; uno no se da cuenta, hasta que alguien se lo señala.  Puede que haya dureza; pero “cebada” por la indignación y aderezada por un elevado nivel  de hartazgo, unido al sabor amargo de la gran desilusión, que produce el devenir de los acontecimientos. Es decir, sí, hay intento de desahogo.


Que en la época que vivimos - con diferencia la más floreciente en descubrimientos, que facilitan la comunicación (ejemplo este medio) -; nuestro mayor empeño comunicativo, se centra en distanciarnos. Malogramos la magnífica oportunidad, que nos brinda la tecnología, para evidenciar todo lo que nos une y minimizar por tanto, el bagaje pírrico que nos separa. Es decir: empatizar.


Criticar sí; pues sin crítica y/o autocrítica no hay progreso; pero con palabras exentas de improperios; con actitud firme, pero no beligerante. Ni la descalificación global, ni el acantonamiento empecinado, han conducido a nada más, que no sea la sensación de un enorme vacío.


¿Será que queremos emular a nuestros políticos? o que ¿nos han calado tan profundamente sus discursos, que ya solo sabemos refugiarnos en nuestro “castillo”, con el pleno convencimiento de que la razón está de nuestro lado y por el contrario, los que piensan diferente, viven en el error permanente?. Es decir, aislarnos, poner distancia y eludir el consenso. 


Y esto en una época, que como decía en 2013 Muñoz Molina: “Ahora el porvenir de dentro de unos días o semanas es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos”.


Quizás me haya repetido… 


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