miércoles, 30 de septiembre de 2020

Noticias falsas

 



Dice Marilyn Vos Savant en su libro “El poder del pensamiento lógico” (1966): ”Los seres humanos tendemos a creer lo que nos dicen a menos que nos tomemos el trabajo de descubrir lo contrario, pero pocos de nosotros sentimos esa inclinación o tenemos tiempo e incluso medios para llevar adelante esa investigación…Nos inclinamos a elegir a la gente que dice lo que deseamos escuchar, colocando en las posiciones líderes a individuos que buscan votos como un medio de obtener el poder, en vez de elegir a quienes son de gran valía”.


Creo que no es inadecuado confiar en lo que nos dicen los demás, pensar que nos están transmitiendo una información veraz es bueno para mantener unas relaciones fluidas; mucho más recomendable, que sospechar con frecuencia, que los mensajes recibidos son un engaño.


Las circunstancias actuales, por el contrario, han devenido en una gran confusión, en algunas ocasiones, quien nos transmite una noticia “falsa” no está pretendiendo confundirnos, ya que él previamente ha sido sorprendido en su buena voluntad, haciéndose eco de una referencia “contaminada”. Estos hechos, cada vez más frecuentes, crean una inseguridad manifiesta en las relaciones, lo manifestado por una persona, de total crédito, ya no es una información “segura”, ya que puede estar manipulada en la fuente de origen.


Además, las cadenas de transmisión replicando las informaciones recibidas, se han tornado extraordinariamente potentes, con un solo “clic” se puede reenviar dicho “bulo” a muchas personas, que también confiarán en nosotros y podrán replicarlo de nuevo; creando con ello en pocas horas, un potente crecimiento exponencial divulgativo del contenido dado por cierto, pero que en realidad está torticeramente diseñado.


Las redes sociales, que nacieron para potenciar la comunicación fluida, han devenido también; debido al uso espurio que hacen algunos de las mismas; en una plataforma de difusión de noticias no ajustadas a los hechos reales, con la intención de  encumbrar o denigrar a organizaciones y/o personas, según el interés mediático del divulgador. Serio revés a la transparencia y ataque perverso a la transmisión fluida de los acontecimientos. Tan es así, que han  logrado en muy poco tiempo, que lo que parece verdad sea mentira y viceversa; esta circunstancia está  produciendo una extraordinaria desazón entre los lectores / replicadores.


La situación aconseja ser extremadamente cautelosos con aquellas informaciones no obtenidas de fuentes de absoluta confianza. Evitemos ser correa de transmisión de quienes utilizan nuestra buena disposición, para usarnos como colaboradores involuntarios  de la consolidación de sus objetivos falaces. 


domingo, 27 de septiembre de 2020

Torre de Babel

 


Dice Antonio Muñoz Molina: “La política española es tan destructiva como el virus. Contra el virus llegará una vacuna, e irán mejorando los tratamientos paliativos; contra el veneno español de la baja política no parece que haya remedio… La clase política española, los partidos, los medios que airean sus peleas y sus bravatas, viven en una especie de burbuja en la que no hay más actitud que la jactancia agresora y el impulso de hacer daño, y el uso de un vocabulario infecto que sirve sobre todo para envenenar aún más la atmósfera colectiva, para eludir responsabilidades y buscar chivos expiatorios, enemigos a los que atribuir las culpas de todos los errores… A pesar de un clima político destructivo y estéril, de una clase política en la que sin la menor duda habrá personas honradas y capaces, pero que en su conjunto, en la realidad cotidiana de su funcionamiento, se ha convertido en un obstáculo no ya para la convivencia civilizada, sino para la sostenibilidad misma del país, para la supervivencia de las instituciones y las normas de la democracia”.


Las palabras pronunciadas con odio, imprecación y/o descalificación, solo generan más de lo mismo, aunque quien las pronuncia tuviera razón en su argumento, se descalifica a sí mismo con esa reprobable actitud. Conciliar, requiere una gran dosis de humildad y sobre todo una voluntad firme de unir esfuerzos y no distanciar. Criticar o no estar de acuerdo con el adversario, puede ser puesto de manifiesto, sin necesidad de ningunearlo con lengua afilada y llena de ironía, cargada de palabras inapropiadas, que a nada conducen, salvo a encrespar los ánimos.


Nos enfrentamos a una crisis sanitaria que no sabe de ideologías y que afecta a todos por igual. Para afrontarla deberíamos aparcar nuestras diferencias políticas y tratar de pensar la mejor solución a instrumentar, sin perder ni un solo minuto en identificar responsables y/o culpables, ya se dirimirán a posteriori, cuando todo esté superado.


Los ciudadanos asistimos atónitos a esas evidentes diferencias en la interpretación e instrumentación de las acciones a tomar para paliar sus efectos. Y esa sensación de improvisación que produce, nos va sumiendo en mayor incertidumbre y desasosiego, debilitando nuestra voluntad de afrontar los sacrificios necesarios, dado que recibimos mensajes diametralmente contradictorios cada día. Parece como si la estuviéramos afrontando sin rumbo definido, aunque así no fuera.


Sobre todo, porque el debate no solo se dirime con la palabra y la información de los medios de comunicación tradicionales; tiene su brazo divulgador  impropio en las redes sociales, donde una cohorte de “voces” interpretan y comentan, con acierto o sin él, sus opiniones al respecto. “Reinos de Taifas” que tratan de imponer criterio interesado y poco neutral, contando con el efecto amplificador  de sus seguidores.

 

Como acaba diciendo Muñoz Molina: “No sé, sinceramente, qué podemos hacer los ciudadanos normales, los no contagiados de odio, los que quisiéramos ver la vida política regida por los mismos principios de pragmatismo y concordia por los que casi todo el mundo se guía en la vida diaria. Nos ponemos la mascarilla, guardamos distancias, salimos poco, nos lavamos las manos, hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos. Si no hacemos algo más esta gente va a hundirnos a todos”.


miércoles, 23 de septiembre de 2020

Narcisismo


 

Dice Marilyn Vos Savant en su libro “El poder del pensamiento lógico” (1996): “Después de todo, el narcisismo tiene un enorme valor para la supervivencia del individuo, y éste puede ser el mecanismo que explica por qué el ser humano se siente emocionalmente incómodo cuando comete el más pequeño de los errores”.


Abandonarse a la autocomplacencia pretendiendo estar en posesión de la verdad siempre, nos ancla férreamente en el inmovilismo, que representa no asumir ninguna corrección a lo que pensamos y/o hacemos. Por el contrario, reconocer con cierta humildad nuestros errores, no es en absoluto un signo de debilidad, antes bien, es el mejor indicador de fortaleza interior y firme deseo de evolucionar a mejor.


Después de haberlos expuesto, somos esclavos de nuestros argumentos; nos convertimos en unos defensores acérrimos de su contenido, aunque  el desarrollo de los acontecimientos vaya poniendo de manifiesto lo contrario. No lo hacemos porque no hayamos evidenciado internamente dichas circunstancias divergentes; pesa mucho más en nuestro empecinamiento, el no exteriorizar expresamente nuestro error de interpretación, como si hacerlo fuera un reprobable demerito personal. Preferimos “enrocarnos” en nuestra posición, aunque para mantenerla tengamos que esgrimir argumentos espurios, que lo único que hacen es confundir y confundirnos.


El error actual asumido con sinceridad y prontitud, es simplemente, la antesala del éxito futuro. No es en sí mismo una derrota; depende de cual sea nuestra postura para rectificar y asumirlo; tan es así, que puede convertirse en una buena plataforma de progreso personal. No se aprende, sin equivocarse y no hay aprendizaje exento de errores. Solo se requiere ser coherentes y reconocer que no somos infalibles, seguro que los demás reconocerán positivamente nuestra actitud y apreciarán esa sinceridad como fortaleza y no como debilidad.


Esta innata tendencia a pretender “acertar” siempre, hace que en muchas ocasiones soslayemos abordar proyectos o expresar opiniones, por el temor de incurrir en fallos; aquí vendría bien recordar de nuevo a Séneca: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”


viernes, 18 de septiembre de 2020

Pensamiento propio

 


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos tópico”: “Esta vocación de secuaces adopta en la vida pública múltiples facetas. Por de pronto, ofrece el más accesible sucedáneo de la reflexión. En su lugar basta con repetir en cada caso lo dictado por la autoridad en quien delegamos nuestro propio pensamiento; aún más fácil, basta con proclamar lo contrario de lo que sostiene el contrario. Funciona como santo y seña de pertenencia al grupo de elegidos, como guiño de complicidad con los del propio bando. La consigna sería <todo por la secta y para la secta>. Sin ella el sectario apenas se atrevería a expresar nada en público; la propia secta, sus sumos sacerdotes y pregoneros son los eficaces proveedores de sus respuestas automáticas”.


 Crearse una opinión propia sobre los asuntos relevantes y de actualidad, es hoy en día, casi una misión imposible. Discernir con nuestro propio criterio sobre lo verdadero y lo falaz, se torna cada vez más difícil y no solo porque en ocasiones podemos no manejar los datos suficientes al respecto, sino porque, algunas de las fuentes, que utilicemos para completar nuestra propia información puede resultar una Fake news  (noticias falsas).


Por eso, la práctica de los partidos, cada vez más extendida, de facilitar como un vademécum, donde van reflejadas las justificaciones, motivaciones y opiniones sobre los asuntos políticos y de actualidad, se acepta con tanta intensidad. Lo hacen para homogeneizar las respuestas de sus afiliados, de modo, que casi se genere el ideal de “un pensamiento único”. Pretenden con ello, lanzar señales a los oponentes de fortaleza y robustez. Los militantes o simpatizantes tienen una fuente “irrefutable” donde acudir para “informarse” y ser coherentes con los de su mismo grupo; con ello  repiten todos una  misma “cantinela”; que se transforma con el transcurso del tiempo en una “sólida verdad”.


Esta práctica promueve el “adoctrinamiento” del grupo, en el sentido que interesa a la organización, siendo no solo una fuente esclarecedora de los hechos, sino una plataforma para poder dirigir el pensamiento y por tanto la palabra de los afines. La consecuencia es una desnaturalización de  los temas, reduciéndolos a la versión interesada del “ideólogo” de turno. Se pierde poco a poco la objetividad, dando paso a una creciente “deformación” de la realidad, que resulta cada vez más preocupante.


Tener una ideología, no debería de ser en ningún caso, coincidir exactamente en la interpretación de los asuntos con los afines, máxime si ésta ha sido prefabricada por procedimientos espurios. La diversidad enriquece, la homogeneidad, además de ser un imposible, estrecha la mente y nos limita en nuestros propios razonamientos, nos instala en la pereza mental. La coherencia con la organización es recomendable, pero nunca como un blindaje férreo, que nos impida desenvolvernos según nuestros propios criterios.


Perder la identidad no es bueno nunca, pero perderla por identificarse con el resto de miembros de una organización para sentirnos más seguros o protegidos, es un salto al vacío, que no se sabe bien, a dónde nos conducirá.  La uniformidad no puede ser nunca sinónimo de progreso. Ser singulares no es una rareza reprobable, es una forma de enriquecer el grupo al que pertenecemos. Sumar singularidades es un gran avance y convivir con ellas es un logro social de incalculable valor, facilitando un desarrollo armónico personal y colectivo, que solo nos reportará satisfacciones y nos fortalecerá como personas más íntegras.


Como dice Séneca: “Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida”.


sábado, 12 de septiembre de 2020

Gestión transparente II

 



Dice también sobre la corrupción Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos, tópicos”: “Pero hay inmoralidad pública también —y quizá más considerable, por más ramificada— en el prolongado consentimiento de tales conductas ilícitas por parte de quienes las conocían. Hay así, desde luego, un silencio cómplice en los partidos que les  mantenían  en sus puestos. Recuérdese  además  que no hay corruptos sin corruptores, ni unos ni otros sin encubridores  de la corrupción. Y que estos tres géneros de personajes florecen tanto o más en nuestra ensalzada sociedad civil que en la escarnecida clase política que dirige el Estado. Ninguno de los grandes escándalos políticos de este tenor ha sido posible sin la pasividad o cooperación de muchos que permanecen en la sombra… Al contribuir  a   desvelar   estos   escándalos,   los   medios   de comunicación cumplen un alto servicio ciudadano. Ahora bien, tanto el momento particular en que se publican, como los comentarios que los adornan, dejan en el ciudadano el regusto de que ahí anidan unos móviles partidistas inconfesables. En resumidas cuentas, de que tal información se ha guiado menos por el propósito de restablecer la verdad o depurar la vida pública que por el de propinar un navajazo al partido del adversario”.


No es factible, que en una organización, algún miembro de la misma, practique reiteradamente conductas impropias, sin que en su alrededor nadie se percate; más todavía si dichas acciones afectan a la “caja”. Quienes miran hacia otro lado, aun habiéndose dado cuenta de lo que está sucediendo, son “colaboradores” indirectos necesarios para que estas acciones fraudulentas, se perpetúen en el tiempo.


Este comportamiento los hace también responsables de las consecuencias que se produzcan en el futuro, cuando dichos desmanes sean evidenciados y en esto las organizaciones que deseen no ver repetidos los hechos delictivos, deberían de ser inflexibles cortando de raíz las actuaciones “consentidoras”; dado que quien las ha practicado, ha sido absolutamente  desleal con la propia organización por no denunciar el fraude y también debe de ser sancionado, aunque no tenga responsabilidad civil/penal.


La participación de los medios de comunicación suele ser imprescindible para evidenciar estas acciones deshonestas, poniendo en conocimiento de los ciudadanos las “tramas corruptas” que estaban operando con toda impunidad. Y así  ha sido históricamente, bien por la colaboración de algún “arrepentido” o por su propio seguimiento e investigación. Pero es cierto lo que dice Arteta, se percibe cierto trato diferenciado si el partido involucrado en la trama, tiene afinidad con el medio de comunicación o no.


El restablecimiento de la verdad no es siempre lo que prima; en algunas ocasiones la forma de explicarlo si el partido es afín, trata de minimizar el hecho, cuando no, busca la similitud con acciones reprobables anteriores de otras organizaciones políticas, como si tuviéramos que asumirlo como un “mal menor”. El fraude no pierde su naturaleza reprobable, aunque ya otros partidos oponentes lo hubieran practicado. Unos y otros deben de ser condenados por igual, sin ningún paliativo, con obligación de reponer las cantidades “distraídas” y la asunción de responsabilidades del partido político, si hubiere lugar.


Además, como dice Arteta: “Aquel mismo Kant ya nos  advirtió de  que,  si  la honradez  es  exigible a  cualquiera, valorar como admirable el comportamiento meramente honrado de alguien, es señal segura de la deshonestidad general”.



jueves, 10 de septiembre de 2020

Gestión transparente.

 



Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos, tópicos”: “Lo más grave de la corrupción política, con todo, no es la aireada corrupción de ciertos políticos, sino la más oculta e insidiosa corrupción de la política democrática misma. Aquella otra es particular y ésta general; una es tan solo un efecto, la otra su causa o al menos su ocasión. Lo que importa no es tanto la conducta irregular de algunos, como el hecho de que el sistema que en principio nos representa a todos anime, ampare o deje sin sanción aquellas conductas .La mayor corrupción política sería que la sociedad civil no haga mucho por acabar con los corruptos y las corruptelas. Bastante desorientado, el ciudadano ordinario suele irritarle mucho más conocer que un político se lleve dinero público al bolsillo que enterarse de que ese dinero vaya a parar a las arcas del partido. Deja entonces de percibir que aquel delincuente no le mancha con su delito, mientras que el partido que se apropia de ese dinero para una campaña electoral mancha el sistema político entero y atenta contra el principio de igualdad política y de representación. Por una u otra vía ese ciudadano, sorprendido o asqueado por la porquería que aflora a la superficie, tiende a reafirmarse en su miserable perjuicio de que así es la política y que de los propósitos de los políticos solo cabe la más torcida interpretación”.


Poco cabe añadir a lo que Arteta plantea. Estamos inmersos en una encrucijada lamentable, con una deriva insospechada; toda vez que los ciudadanos que asistimos atónitos a los desmanes que surgen con tan inusitada frecuencia; observamos cómo se prolongan - injustificadamente - en el tiempo y no llega la aplicación de las sanciones que correspondan, dada la propia lentitud de las instrucciones de los sumarios y las dilaciones que provocan los “artilugios” legales para demorar o impedir algunas de las pruebas o comparecencias, dilatando con ello las conclusiones. La intención es, que caiga mayoritariamente en el olvido de los ciudadanos, tal como si no hubiera sucedido.


Cunde por tanto una insatisfacción mayor. La sensación de impunidad para los autores de tales desmanes y por tanto el aliento indirecto a quienes tengan intenciones de repetir estas acciones impropias, dada la poca ejemplaridad y lentitud de las sanciones/penas, que les corresponda. Mientras tanto asistiremos a un “y tú más”  de los partidos políticos, como si el hecho de que otros hayan “caído” en los mismos abusos, fuera una eximente real para los propios. Notamos a faltar un pacto de Estado en donde todos pongan “voluntad” para impedir, con medios efectivos, la repetición de este tipo de acciones deleznables, siendo los partidos, mediante una investigación interna rápida, los primeros en depurar responsabilidades con contundencia.


Como dice Arteta. “Precisamente por ser público, o sea, por gestionar los asuntos de todos, el poder político debe de ser publicado, es decir, quedar a la vista de todos”



miércoles, 2 de septiembre de 2020

Consenso

 



Dice Fernando Savater en su libro “Política para Amador”: “Algo tenemos todos democráticamente en común: la posibilidad de romper con las fatalidades de nuestros orígenes y de optar por nuevas alianzas, nuevos ritos y nuevos mitos… En una democracia moderna debe darse una base única y sobre ella numerosas realidades plurales. La base única la forman las leyes —es decir, el elemento abstracto, convencional, pactado, revolucionario incluso— que han de ser iguales para todos y que deben resguardar los derechos humanos y determinar los correspondientes deberes. Te aclaro que las decisiones democráticas se toman por mayoría pero que la democracia no es sólo la ley de las mayorías…. Además de ser un método para tomar decisiones, la democracia tiene también unos contenidos de principio irrevocables: el respeto a las minorías, a la autonomía personal, a la dignidad y la existencia de cada individuo”.


No digo que deba ser este texto en concreto, pero su “espíritu” harían bien nuestros políticos de tenerlo presente. La cuestión no se acaba cuando se han reunido suficientes votos para aprobar una determinada Ley, eso es una victoria pírrica; la cuestión se acaba, cuando una mayoría más amplía que la que la ha aprobado, la “reconoce”, es decir se identifica con una gran parte de su contenido. No estar de acuerdo, no debería equivaler a una posición radicalmente contraria; sería muy conveniente que en todos los asuntos destacados, existiesen  puntos coincidentes y escenarios de encuentro, para todos, pactados previamente.


Lo principal no es legislar al amparo de la mayoría, lo más relevante es hacerlo procurando un consenso más amplio que el que se deriva de los votos favorables, toda vez que el objeto legislado será aplicado a toda la sociedad en general, sin distinción de ideologías. Pero sin embargo la dinámica actual, no es proclive a este planteamiento, en primer lugar las mayorías no son “fáciles” de conjuntar y en segundo lugar los partidos están más por la labor de resaltar con énfasis las carencias del contrario; utilizando modos ásperos y palabras excluyentes, tanto en la tramitación como en la aprobación; anticipando en muchas ocasiones los “no partidarios”, que cuando detenten el poder, seguramente trataran de derogar lo aprobado. Lo que produce una evidente inestabilidad y confusión en los ciudadanos.


¿Tanto cuesta consensuar?, ¿somos tan diferentes, que carecemos de puntos de encuentro?, ¿todo es blanco o negro?, ¿no hay grises? Creo que es un error de planteamiento evidente, que está incidiendo sobre el prestigio de la clase política, en modo creciente. Nos harían un gran favor los partidos políticos y mejorarían mucho nuestra calidad de vida; si dejasen de ser cajas herméticas donde el slogan que impera es: “cuando no  estás conmigo, estás contra mí”.

 

Parece que avanzamos hacia un futuro incierto y cargado de dificultades, en donde ganaríamos mucho si evitáramos los desencuentros ideológicos y tratásemos de encontrar zonas de confluencia razonable, para afrontar los avatares desfavorables, al menos, con conciencia de “suma” y no de “resta”. Tal vez así, nuestra visión sobre el futuro inmediato, sería menos pesimista y por tanto nuestro presente más llevadero. Para aunar esfuerzos se requiere: humildad, voluntad proclive al acuerdo y mucha generosidad.


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