domingo, 29 de noviembre de 2009

Conducirse



Dice José Luis L. Aranguren, en su libro “De ética y moral”: “Cada individuo adviene al mundo no solidariamente, sino en el seno de un grupo social poseedor de una cultura y de una estratificación social, por someras que éstas sean. La cultura, desde el punto de vista que aquí nos importa, consiste en un repertorio de pautas de comportamiento aprobado, de un código moral que dicta que clase de actos son buenos y cuales malos, y de unos patrones de existencia… todo lo cual se articula o estructura en lo que hemos llamado una forma de vida o way of life".

Esta puede ser la razón, para que ubicados en un determinado entorno, acabemos siendo fieles seguidores, de incluso aquello, que no compartimos de modo absoluto. Puede mucho mas, el seguidismo que la voluntad de afirmarnos en nuestros criterios, tenemos un elevado temor a la soledad del “diferente”, aunque ésta sea la posición más “ideal” y enriquecedora.

Es la sociedad que nos rodea (incluso nosotros mismos, como miembro de ella), quien pone en nuestro camino todo tipo de mensajes subliminales, que tienen mas poder que un discurso en defensa de las razones que lo avalan. La propuesta es muy lacónica, pero evidentemente clara: estar dentro es seguir las pautas; sin ello se esta fuera y esto último no es deseable.

La mayoría de nosotros, no somos lo que queremos ser, somos lo que nos dejan ser los demás, más que nos pese. Ser fuerte y constante para seguir siendo como nos hemos definido, con nuestro libre albedrío; provoca multitud de retos en la vida, plantea incomodidades. A nosotros mayoritariamente, nos gusta dejarnos llevar por la mansedad del río en el valle y no involucrarnos con firmeza en el torrente que era aguas arriba.

Cesión tras cesión, de nuestra intrínseca personalidad, solo queda a lo largo de los años una foto en negativo, que es parecida al original, pero en absoluto auténtica. Dado el primer paso atrás, los demás son mas fáciles, las “supuestas recompensas” son tan gratificantes, que es francamente difícil renunciar.

La cadena se ha puesto en marcha, nosotros somos continuadores y lo transmitiremos con nuestro comportamiento. Fruto de ello, será esa especie de insatisfacción, por las iniciativas no tomadas o por los deseos no satisfechos. Hablamos claro está en el ámbito real de nuestras posibilidades, para hacer o no hacer.

Como sigue diciendo Aranguren: “el individuo deja de conducirse a sí mismo y es guiado por el grupo al que pertenece y el inconformismo frente al ideal moral del perfecto ajustamiento a la sociedad toma cada vez mayores proporciones entre los jóvenes".

Bueno… menos mal… lo mismo pueden…

domingo, 15 de noviembre de 2009

Verborrea

Dice Arthur Shopenhauer, en su libro Parerga y Paralipómena, escritos filosóficos menores: “Si guardo silencio sobre mi secreto, éste es mi prisionero; si dejo que salga por mi boca, su prisionero soy yo. Del árbol del silencio cuelgan los frutos de la paz”.

Vaya, vaya… y nosotros presos de esa verborrea inicipiente, que no nos deja tiempo ni para respirar. Somos enlazadores de palabras, como si fuera un tornillo sin fin, no importa el tema, la posición es: “dame la palabra, que ya no te la devolveré”.

Pasamos la mayoría de nuestro tiempo hablando de forma convulsiva, somos un torrente de locuacidad, imparable y debastador, con el que arrollamos sin pudor a todo el que se presenta. Nuestra necesidad de hablar mucho y escuchar poco o nada, es irrefrenable. Yo creo en el fondo, que es una forma que aplicamos para clasificar a nuestras amistades, es evaluando lo que nos escuchan (siendo mas apreciados los que mas lo hacen… claro).

No estaría mal, si en esa carrera sin fin, no contásemos lo que interesa y lo que no; no pusiéramos de manifiesto aquello que tiene relevancia y lo que es superfluo; en definitiva no perdiéramos el control, en el fragor imparable de nuestra retórica y acabáramos pronunciado la frase que nos traerá irremediablemente muchos problemas, a la sazón: Te voy a contar una cosa si me prometes, que no se lo contarás a nadie…, como la respuesta mas frecuente es: tranquilo, de mi boca no saldrá…siempre erramos.

Ya hemos plantado la semilla del árbol de los problemas, ya nos hemos constituido en rehenes de nuestras palabras, pero además, de forma voluntaria. Y es que nos pierde el “palique”. Callar cuando la injusticia es evidente, es consolidarla, pero hablar y hablar y en el fragor de esa “batalla”, contar y contar lo que es impropio de una comunicación equilibrada, es un buen comienzo para sentirnos mal en breve.

Es muy saludable comunicarse, incluso necesario para fortalecer el equilibrio; compartir es francamente reconfortante, pero “machacar” a nuestras amistades con un “bombardeo” imparable de frases retóricas y con una arrolladora intención de colocar el mayor número de palabras, cuando no todas; es una falta de respeto, que está fuera de lugar.

No nos lamentemos de que no nos escuchan los demás, de que revelan nuestros “secretos”, de que no se dejan conocer bien; no nos lamentemos; somos nosotros quienes lo propiciamos, no les dejamos espacio ni tiempo. Que desperdicio de fuerzas, lo pagaremos caro sin duda.

No saber hablar con la mirada, no practicar el enriquecimiento que aporta la escucha atenta e interesada, no ser generoso buscando siempre ser el epicentro; cansa, separa y no suma… solo resta.
N.B.: Foto de Arthur Schopenhauer, con el cabello erizado, después de vernos hablando.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...