lunes, 22 de febrero de 2010

Remontar


Tenemos tendencia a pensar, sobre todo cuando hay problemas, que los que nos rodean han tenido mucha más suerte que nosotros, acumulan menos dificultades y se desenvuelven con más facilidad. Lo que nos pasa a nosotros es lo peor y sobre todo muy difícil de remontar. Todo se ha conjurado para amargarnos y son demasiadas las dificultades, que tenemos que superar. Solo lo que tiene un amplio porcentaje de probabilidad de no poder ser conseguido, colmaría nuestras expectativas y nos devolvería cierto equilibrio.

No hay nada tan corrosivo como la envidia, si ya lo se, nosotros no tenemos de casi nada ni nadie, pero sin embargo, diariamente somos capaces de observar a nuestro alrededor y encontrar una multitud de cualidades, beneficios, posesiones y amigos, que tienen los demás y nosotros no. Sin límite ni concierto, enumeramos sin cesar todas estas circunstancias, al mismo tiempo que nos afligimos, tratamos de conformar parte de la justificación de las cosas no logradas, tanto materiales como inmateriales.

Nuestra vida es la que es y desde luego no gana nada con comparaciones espurias y sesgadas. Seguro que los demás, los que nos contemplan desde alguna distancia, piensan que con lo que tenemos debemos ser muy felices. Todo el tiempo que invertimos en contrastes críticos, sobre nuestra posición con respecto a los demás, aflorando la evidencia del desequilibrio en nuestra parte, es un desperdicio de tiempo y energía; es como ponerse unas gafas obscuras al salir a la calle y decir casi inmediatamente: “con el sol que hace y la poca luz que tiene el día”… pero si le impedimos penetrar nosotros… ¿no?

Un amigo mío, en tiempo de universidad, decía, que cuando había un examen, los ocho días anteriores, se concentraba intensamente, imaginando que era irremediable suspender, que aquel pensamiento repetitivo, lo colocaba en una situación estresante y angustiosa, que incluso no le permitía dormir bien; pero cuando pasado el examen y aprobaba con nota (era muy buen estudiante), sentía una inmensa satisfacción, tanta como cuanta tribulación había padecido. La anticipación mental de los sucesos desfavorables, no los mejora en absoluto, muy al contrario, nos hace vivirlos varias veces innecesariamente.

Pasar mas tiempo destacando las cosas buenas de los que nos rodean, minorando así, el tiempo extenso que pasamos colgados en la crítica, seguro que nos ayudara a transformar estos pensamientos tan negativos sobre nuestra suerte. Una de las formas más fáciles de sentirnos mejor, es agradecer sin remilgos lo que los demás hacen por nosotros. Seguro que también nos facilitará adquirir satisfacción interior por lo que disfrutamos. Según algunos estudios, en la media, solo el 20% de lo que nos sucede es negativo.

Todo el tiempo empleado en compararse con los demás, es tiempo perdido. Cuanto mas disfrutemos con lo que tenemos, menos posibilidades tendremos de lamentarnos. Envidiar es la antesala de odiar y para eso no debemos estar nunca. Si las flores dudasen de su futura belleza, al compararse con las que están a su alrededor ya abiertas, nunca se decidirían a hacerlo y nos privarían, para nuestro pesar, del gratificante espectáculo que podemos observar en la foto del encabezamiento… vaya flaco favor, que nos harían.


Foto: cedida por Nuria de su Blog nuria-vagalume.blogspot.com

lunes, 15 de febrero de 2010

lo superfluo



Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La culpa”: “El fariseísmo de nuestra pautas sociales –políticas, religiosas, sociales en sentido estricto – ha puesto la ética al servicio de nuestro status, pues no otra cosa puede decirse del servicio que viene rindiendo la inducción de “nuestros” valores, como si fueran valores absolutos, en forma de coacción interna, de autocensura, que impida toda modificación de “nuestra” realidad ya dada. No se inducen tales valores porque se les crea objetivamente buenos, sino porque de no ser transgredidos por la persona, ésta no constituirá para nosotros peligro alguno en orden a la subversión… No le importa tanto que el valor sugerido sea bueno; lo que importa es que sea internalizado por ese sujeto de manera tal que ya sea, ahora y siempre, uno de los nuestros…”

Pretender ser poseedores de principios inmutables, firmes y férreos, para construir unas relaciones estables y someterse a ellos, por encima de cualquier raciocinio lógico, es sin duda, garantía de insatisfacción y desasosiego.

Privarnos de nuestra independencia en palabra y acción espontánea, es una de las acciones mas corrosivas que puedan imponernos, lo sabemos, seguro; pero sin embargo no tenemos ningún inconveniente en aceptar “corsés”, que no es ni mas ni menos, lo que representan las leyes sociales no escritas, que nos convierten – con la aceptación exenta de crítica – en personas “normales”.

Pareciera como si en la “normalidad estandarizada”, estuviera la meta. Pesa mas la aceptación social, que nuestra voluntad de hacer o decir lo que pensamos en realidad, sin ofender ni dañar a nadie. Cada vez alejamos mas la palabra del pensamiento, somos prisioneros de las formas y vamos menos al fondo. Lo superficial está de moda y seguir la moda, sin espíritu crítico, aunque homogeneice; no es siempre lo mas conveniente, desde el punto de vista personal.

La singularidad, no está de moda. Aceptar el planteamiento mayoritario es una de las condiciones -sine qua non-, para relacionarse con fluidez y aceptación de los demás. No importa cuantas “plumas” se pierdan en el camino, lo que verdaderamente pesa es el corporativismo, que representa integrarse en una sociedad, cada vez mas democrática, pero menos solidaria. Bastan unos pocos signos externos no convencionales, para que seamos cada vez peor vistos, por los ortodoxos.

También es cierto, que en una sociedad tan globalizada, no es buen planteamiento convertirse en un eremita; siempre que haya posibilidad, hay que situarse en posiciones inteligentes y para ello no hay que dejarse arrastrar por la comodidad, que representa, dejarse llevar. Conviene ser buen evaluador y saber acomodar aquello que es relevante y vital, de las innumerables cosas que no son imprescindibles, aunque sean de uso mayoritario y nos uniformicen. Saber discernir, lo no necesario y tener el acierto de no empeñarnos en acapararlo, para no estar equivocadamente “out”. La seudo felicidad que nos puede producir, será efímera, aunque nos empeñemos en difundirlo de modo explícito. Algunas cosas, si no las pudiéramos exhibir, no las tendríamos.

No son los signos externos los que fraguan nuestro equilibrio. Las necesidades superfluas, que nos inculcan los usos sociales - ni aún satisfaciéndolas todas -, nos transmitirán esa paz que buscamos; porque siempre hay mas y mas, ese camino no tiene fin. No es poseer lo que calma, lo que verdaderamente equilibra es compartir; los bienes materiales, que en ocasiones nos transmiten confortabilidad, no deben ser el objetivo, ni siquiera paliarán nuestros problemas
cotidianos.




domingo, 7 de febrero de 2010

Resolver II


Dice un amigo comentando la foto del post anterior: “1. Si miras tu propia sombra falseas el resultado. 2. El niño tropezaría. 3. Saltar, siempre saltar hacia delante…”

Le agradezco que lo haya compartido, porque me ha dado “tecla”. No se si miramos la sombra para falsear el resultado de modo consciente o no, porque en realidad, podría ser que la impresión de nuestra verdadera imagen – ya que nosotros, si que la conocemos - es tan poco favorable, que acabamos ocultándonos, tras nuestra propia sombra, pretendiendo que esa obscuridad propia de la misma, haga menos perceptible a los demás la imagen verdadera.

Creo que lo que nos diferencia sustancialmente de los niños, que hemos sido, es que entonces, no necesitábamos las sombras, más que para jugar con ellas. Aún no habíamos aprendido, que sirven también para ocultarse y transmitir imágenes virtuales a los demás. La perspectiva desde la sombra, que vamos interiorizando a posterioridad, es diferente; en un principio, no es compatible con los deseos irrefrenables de saber y comunicarse más y más; al final acaba con nuestra espontaneidad, preludio de convertirnos en “personajes”, para acomodarnos a la propia imagen sesgada.

Ir hacia delante, parar solo para coger mas impulso, sin temor a lo que hay mas allá; porque en realidad para eso nos formamos, para constatar día a día, que por mucho que hayamos hecho o vivido, queda mucho mas trecho por descubrir.

Ser muy imprudentes nos coloca en claras posibilidades de riesgos futuros, que no somos capaces de evaluar en el presente evasivo que vivimos; pero por el contrario, pasarse en prudencia de modo excesivo, es limitarse mucho y nos colocará, en algunas ocasiones, en “caminos” intermedios poco relevantes o inconclusos, que acabarán pasándonos factura o transmitiéndonos desazón. Toda esa incertidumbre, como consecuencia de nuestra tendencia a no comportarnos tal cual somos.

Difícil situación, si nos dejamos llevar por perjuicios condicionantes para decidir, esperemos pocos aciertos. Saber lo que uno quiere hacer con su vida y aplicar empeño, trabajo y constancia a ello, es lo único que nos sacará de las “sombras”. Dudar, como si pudiéramos hacer “moviola” de nuestros actos y repetir de nuevo, es perder muy buenas oportunidades y limitarnos de modo relevante. Las cosas o, se hacen en su momento o, puede ser que ya no podamos nunca.

Saltar, siempre saltar hacia delante… esa es la postura acertada… He leído en algún sitio, que no recuerdo ahora: “La vida no se mide por las veces que respiras, sino por aquellas que te cortan la respiración”… Pues a ello.



Foto: cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios)


miércoles, 3 de febrero de 2010

Resolver


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La culpa”: “Hay que contar con el pensamiento como un elemento de realidad, al margen de que tal pensamiento sea verdadero o falso. Para la lógica, el pensamiento falso no cuenta; para la psicología, sí, por cuanto importan las razones que lo motivaron y que hicieron que persistiera a pesar de su falsedad; y que se utilizara, incluso a pesar de su inoperancia”.

Es nuestro comportamiento, quien crea nuestro destino, aunque tendemos a verlo desde la parte opuesta y somos más proclives a pensar lo contrario. La mayoría de los problemas que tenemos, los provocamos nosotros; aunque nos empeñemos en encontrar una “alianza” de innumerables actos ajenos negativos, que nos dificultan la vida.

Seguramente que hay quien no colabora a que seamos mas felices, antes bien, parece que ejerce de “gafe”; pero por el contrario, no es el resultado de sus acciones, lo que determina al final, nuestro estado de ánimo, muy al contrario, somos nosotros, quienes con la actitud que adoptamos y/o la atención que prestamos, forjamos el resultado final y el efecto definitivo que tendrán esos actos “negativos” en nuestra vida.

Las cosas y los hechos tienen, la importancia que nosotros les damos; tenemos la capacidad de dar relevancia o no a las manifestaciones ó acciones de los demás. Lo insoportable, de lo que nos pasa hoy, no es fruto del pasado inmediato, ha sido conformado a través de las decisiones o rechazos de un pasado más lejano. Busquemos algo más allá. La decisión de almacenar problemas y actos negativos, es nuestra, solo nuestra; tenemos una enorme capacidad para magnificar y engrandecer las circunstancias insignificantes. Zanjar es un acto difícil, pero necesario. Apartar de nuestras vidas lo negativo, es una acción complicada, pero hay que ejercerla, sea quien sea la persona, que lo provoca.

Aunque todos sabemos, que es más fácil cargar con esos pesos y rememorarlos una y otra vez, puesto que con ello no hay que enfrentarse, solo hay que dejarse llevar. A largo plazo nos resultará muy nocivo. La negación de la realidad, nunca ha sido la solución a nuestros problemas, no conseguiremos con ello vivir mejor. Solo se rectifica cuando se actúa, hay que “escapar”, nunca dejarse atrapar.

Hasta que no dejamos de pensar, que la culpa de lo que nos pasa, la tienen los demás, no controlaremos nuestras acciones y viviremos limitados; como si fuéramos prisioneros de un destino anclado en la fatalidad. Debemos de ser responsables, cuando nos lamentamos del atasco en el que estamos metidos en una carretera o en una calle, no nos damos cuenta, que hemos sido nosotros mismos conduciendo, quienes nos hemos metido en él, pareciera como si los demás se hubieran aliado para interponerse en nuestra ruta, tratando de impedir que alcancemos nuestro destino original.

Aguantar sí, pero repartir también… para caminar mas ligero, la primera premisa es soltar lastre… la resolución de un problema, no depende de la habilidad para cambiar el enunciado... Dejemos de ser nuestras sombras, de una vez...
Foto: cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios)
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