miércoles, 29 de febrero de 2012

Tópicos


Dice Aurelio Arteta, en su libro: Tantos tontos tópicos”: “Vivimos del tópico como del aire que respiramos, pero recibimos de mejor grado la noticia de la contaminación atmosférica que la de la intoxicación de nuestras letanías más usuales. Poner en solfa tan arraigadas mulilla sería como quitarnos nuestras andaderas: nos vendríamos al suelo. Son estos comodines del lenguaje ordinario los que nos aportan la seguridad de que no estamos solos. Contribuyen desde luego al gregarismo, tal como lo expreso Orwell: < Mi lema es “grita siempre con los demás”. Es el único modo de estar seguro >. Tal es la función primera de los tópicos: acomodarnos al grupo, arroparnos con < lo que se lleva >, vestimos a la moda verbal del momento a fin de llegar a “ser de los nuestros”. En una palabra, volvernos “normales”…Porque el tópico acostumbra ser hijo de la pereza intelectual y hermano del prejuicio”.

Es indudable que cuando uno “dice” lo que la costumbre del lugar aconseja, no hace mucho esfuerzo intelectual, pero es extraordinariamente eficiente para intensificar las relaciones; el grupo lo reconoce y lo aprecia. A fuerza de practicar este ejercicio habitualmente, nuestros pensamientos, preludio de nuestras opiniones, son cada vez menos. ¿Para qué queremos pensar y/o razonar, si la opinión ya está enmarcada?.

Creo que lo he dicho en otras ocasiones en este Blog, pero me repito. Vivimos en un entorno, que le molesta extraordinariamente la singularidad, en vez de acogerlo como un indubitado enriquecimiento y fomentarlo, lo neutraliza y lo aísla. La visión grupal es: ¿Cómo alguien apuesta por separarse de la “norma” y hacer por su cuenta lo “anormal”?.

Cuando uno propone o comenta temas, lo mejor para su fluidez relacional, es que sea lo que se trata mayoritariamente en el “grupo”, conviene recordar, que lo mejor es siempre monocolor. Separarse de estas pautas de conducta no escritas, pero evidentes, solo puede acarrear soledad. Aunque dadas las circunstancias no se si es mejor o peor, que sentirse solo en medio del “grupo”. Es decir, participar pero no sentir.

Nuestro destino inevitable de éxito social – si es lo que buscamos – conlleva la aceptación de las “normas”, que son: hablar y repetir siempre lo mismo, todos. Porque sin lugar a dudas acabará siendo la realidad oficial y cuando ya sea así, como nos vamos a negar a la evidencia. Discrepar, aunque sea en el tono mas respetuoso, produce en nuestro entorno una sensación agridulce con tendencia a la acidez. En muchas ocasiones no solo porque no es lo “oficial”, sino también porque no cohesiona al grupo e incluso puede indirectamente cuestionar “lo que se dice y como se dice”.

Las frases tópicas claramente gustan; son neutras y de una gran sencillez, corroboran sin argumentos y siguen en la dirección mayoritariamente deseada. Hablar uno mismo, con lo que siente y piensa, se sale de la norma, si se quiere estar socialmente “in”, conviene hacerlo solo en la intimidad y ceder a la “presión” social del entorno con comentarios concordantes y socialmente válidos.

Lo tópico es trivial, lo trivial es sencillo pero superficial, la superficialidad no es la mejor forma de abordar los asuntos importantes, los asuntos importantes requieren pensar bien lo que se dice, pensar bien es las antípodas de lo tópico.

martes, 28 de febrero de 2012

Triunfar o fracasar






Dice Erich Fromm, en su libro “La condición humana”:”Nuestro sistema económico se centra en la función del mercado como determinante del valor de todo bien de consumo y como regulador de la participación de cada uno en el producto social. Ni la fuerza ni la tradición, tal como en períodos previos de la historia, ni tampoco el fraude ni las trampas, rigen las actividades económicas del hombre. Tiene libertad para producir y para vender; el día de mercado es el día del juicio para valorar sus esfuerzos. En el mercado no solo se ofrecen y venden bienes de consumo; el trabajo humano ha llegado a ser un bien de consumo, vendido en el mercado laboral en igualdad de condiciones de comercio recíproco. Pero el sistema mercantil se ha extendido hasta sobrepasar la esfera de bienes de consumo y trabajo. El hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo, y siente su vida como un capital que debe ser invertido provechosamente; si lo logra, habrá “triunfado” y su vida tendrá sentido; de lo contrario será un “fracasado”. Su “valor” reside en el precio que puede obtener por sus servicios, no en sus cualidades de amor o razón ni en su capacidad artística”.

Triunfar o fracasar, vaya dicotomía, sobre todo porque parece una opinión de los que nos rodean, no una sensación interna de plenitud y de satisfacción con los logros obtenidos y con las proyecciones futuras. No, por mucha plenitud que sintamos, si los demás no lo reconocen, nuestras sensaciones internas son estériles.

Hacer lo que uno quiere, tenerlo como norma de vida y aplicarse a ello, no es suficiente; para validarlo, debe ser reconocido socialmente como lo más adecuado, o expresado de otro modo, debe estar acorde con lo que los demás esperan de nosotros. Estamos cautivos de nuestras relaciones, pues no nos complementan, muy al contrario, en muchos casos nos limitan y encasillan.

Dice fromm, que el hombre debe invertirse provechosamente y que puede ser más útil para nosotros, que abordar aquellos asuntos que nos hacen felices. Parece también como si nuestro nivel de felicidad dependiera en gran parte, de percibir indubitados juicios ajenos de aprobación, tácitos o expresos. Aquellas actividades que nos satisfacen, las conocemos nosotros y a lo mejor los demás, si se lo hemos hecho saber; por tanto es impropio esperar la aprobación “social”, para gozar en plenitud.

El mercado nos ha mercantilizado en exceso, la unidad de medida mas común, que es el dinero, nos ha absorbido nuestro raciocinio natural, en términos económicos lo mas rentable para nosotros, puede no ser lo mejor para nuestra vida; porque somos personas no empresas, administrar nuestra vida como si de un negocio mas se tratase, puede ser muy lucrativo, pero también puede ir alejándonos de la sensación de plenitud y felicidad.

La vocación no es un capricho; un capricho no es equiparable a una necesidad; una necesidad - si es posible - debe satisfacerse; estar satisfecho es aplicarse a lo que uno cree bueno para su vida; una vida plena es llegar a la edad madura, habiendo desarrollado la vocación de la juventud.

Comprar



Dice José Luis Aranguren en su libro “De ética y de moral. Lo que sabemos de moral. Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa”: “La felicidad parece estar ahí, a la vuela de un año, cuando al fin podamos adquirir el cochecito, la casa propia o el aumento de sueldo; la felicidad parece así haberse puesto al alcance de todas las fortunas espirituales, a poco que crezcan los ingresos materiales. Claro está que luego la cosa resulta más complicada y, cuando ya hemos logrado aquello en que ilusoriamente, poníamos la felicidad, ésta vuelve a alejarse; ahora ya no basta con el cochecito, para ser feliz hace falta un automóvil suntuoso, nuestra vivienda necesita ser una lujosa villa y tampoco nos parece ya la felicidad ser cuestión sólo de dinero, sino también de status: ¡ si pudiéramos llegar a ser directores de la empresa en que trabajamos, si pudiésemos llegar a ser ministros!...La agridulce verdad es que, a medida que parece que nos acercamos a la felicidad, ella se aleja…

Desde un punto de vista no estrictamente ético, sino simplemente descriptivo, es menester reconocer que en el proyecto vital de la mayor parte de los hombres, los imperativos éticos, cuando se aceptan por sí mismos, ocupan un lugar subordinado o al menos puesto al servicio de la felicidad”.

Lo mejor es poseer cuanto mas mejor, objetos en ocasiones de dudosa utilidad práctica pero de elevado cariz social. Símbolos del éxito, abalorios de gloria. Vivimos una época, donde algunos de los utensilios que utilizamos, no se hacen viejos, son simplemente repuestos, por la necesidad de tener otros mas avanzados; llenos de características que posiblemente nunca usaremos, pero que con gran fruición mostraremos a los que quieran escucharnos o evidencien asombro. Somos esclavos de lo superfluo y amantes de lo “último”, como si lo último fuera el final, sin darnos cuenta que transcurrido un corto espacio de tiempo, en el mundo actual, lo último se torna viejo.

Tal banal concepción de nuestra vida, nos deja sumidos en una eterna melancolía, propiciada por apreciar como relevantes, lo que únicamente son banalidades. No es la carencia de lo necesario, lo que nos entristece. En la era de la tecnología, tenemos avidez por disfrutarla, lo malo es que ponemos el mismo ahínco en los utensilios evidentemente necesarios y en aquellos de los que podemos prescindir claramente; porque la satisfacción solo la proporciona la posesión y el “nirvana” es, que los demás sepan que la tenemos.

Los acontecimientos nos desbordan, ya hemos conseguido aquello tan imprescindible, cuando el mercado ya nos ofrece un sustituto con mayores utilidades. No sabemos parar, pensar si nos hace falta verdaderamente y rechazar en caso contrario; no estamos preparados para soportar la pregunta ¿tu no tienes….?, nos supera, nos bloquea; queremos responder a toda costa ¡si lo tengo!, como si con ello nuestro status se consolidara entre los que están “in”. Solo el pensamiento de quedarnos aparentemente “out” socialmente, nos inquieta mucho.

Esta faceta de elegir lo necesario, en función del efecto social que provoca su posesión es muy inquietante; somos acaparadores de objetos inútiles, pero imprescindibles desde el punto de vista mayoritario de la sociedad en la que estamos inmersos. Hemos perdido la voluntad y la firmeza, para resistirnos a la publicidad engañosa que nos bombardea de modo directo e indirecto. Sucumbimos a nuestros “caprichos”, pero mas que por satisfacernos, para que los demás sepan que poseemos. Poseer es la clave y no disfrutar lo poseído.

Resistirse a comprar, no es necesariamente perder status; perder status interno es acumular superficialidades, superficiales son las cosas que no nos aportarán satisfacción interna a lo largo del tiempo; lo que no aporta satisfacción a lo largo del tiempo, hay que resistirse a comprarlo.

martes, 21 de febrero de 2012

Utopías


Dice Herbert Marcuse en su libro “El final de la Utopía”: “El concepto de utopía es un concepto histórico. Se refiere a los proyectos de transformación social que se consideran imposibles. ¿Por qué razones imposibles. En la corriente discusión de la utopía, la imposibilidad de la realización del proyecto de una nueva sociedad se afirma, primero, porque los factores subjetivos y objetivos de una determinada situación social se oponen a la transformación; se habla entonces de inmadurez de la situación social… En segundo lugar, el proyecto de una transformación social se puede considerar irrealizable porque esté en contradicción con determinadas leyes científicamente comprobadas, leyes biológicas, o físicas, etc… Creo que sólo podemos hablar de utopía en este segundo sentido, o sea, cuando un proyecto de transformación social entra realmente en contradicción con leyes científicas comprobables y comprobadas. Sólo un proyecto así es utópico en sentido estricto, o sea, extrahistórico”.

No atender iniciativas pacíficas, por el solo hecho de que representan variaciones relevantes en los usos sociales mayoritarios, tachando a quienes las proponen como “utópicos”, en la acepción de ajenos a la realidad; como vemos por el párrafo anterior no es un planteamiento sólido. Las sociedades que recurrentemente aíslan o anulan a los colectivos, que se alejan de las “normas” establecidas, - siempre que este distanciamiento no signifique violencia, exclusión o actos arbitrarios -; nos hacen un flaco servicio a todos, porque nos encuadran en una posición inmovilista y nos impiden avanzar con su empecinamiento.

El temor de las estructuras sociales a ser removidas a través de propuestas innovadoras, no es de la propia sociedad en sí misma; es más bien la transmisión de las opiniones influyentes que hay dentro de las mismas. Lo que mas temen los que mandan o manejan, es perder el poder, porque aunque lo disfrazan de servicio a los demás, en realidad es el sentimiento arrebatador, que provoca la sensación de disponer. Si este además se adereza con un cierto “mesianismo”, el peligro es francamente sobrecogedor, pues intentaran perpetuarse lo más posible.

Porque una vez encumbrados, la mayoría olvidan sus promesas e ignoran su punto de partida; creen que quienes no están de acuerdo con ellos, viene en el error y se alejan de modo intenso de la realidad, o mejor dicho, viven una realidad contada por sus allegados, que ejercen un círculo aislador-protector, transmitiéndole una seudorealidad muy alejada de la verdadera. Pero no son solo guardianes, son también defensores de su propio status, que tratan de perpetuar al precio que sea y que saben que depende de la permanencia del “seudolíder”.

Quienes desde otro nivel intuyen nuevos modos e intentan exponerlos y promoverlos, son vistos como “utópicos”, pero no porque están pretendiendo conculcar leyes científicas, que imposibilitan el logro de esas aspiraciones; no, más bien son bloqueados por esos resortes sociales, investidos de lenguajes extraños y palabra vacías, pero dotados del control de todos los medios publicitarios, para crear opiniones y consolidar seudoargumentos, de apariencia muy convincentes, pero en el fondo vacíos. Quieren perpetuarse y por tanto no pueden dejar que se rompa el equilibrio de fuerzas.

De aquí, que el intento principal, sea siempre, desprestigiar a quienes los promueven, aliarlos con personajes exentos de crédito, tacharlos de excluyentes y convencer a los demás de que no les guía un propósito “noble”, con la intención de conseguir una reprobación social. Repetido de modo insistente este planteamiento, pronto se tornará inviable la nueva propuesta, porque la mayoría social acabara creyendo estos argumentos y neutralizará los nuevos planteamientos. No lo hacen por preservarnos de influencias extrañas, no, lo hacen para continuar ejerciendo el poder y consolidarse como “grandes hombres”.

No escuchar a quienes protestan pacíficamente, por el desarrollo de los acontecimientos, evitar el dialogo, creer que no tienen fundamento o que están influenciados por personas malintencionadas, representa no resolver nada, en todo caso empeorar la situación.

En los manuales de Gestión de Empresas, está muy de actualidad la frase “escuchar la voz del cliente”, como paradigma del buen hacer empresarial. ¿Por qué en la “cosa pública” la voz de los ciudadanos casi siempre es “perniciosa” si se hace en grupo y absolutamente estéril si se hace de modo individual.

martes, 14 de febrero de 2012

Andar despacio





Dice Descartes en su libro “Discurso del Método”: “El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que tiene tan buena provisión de él; que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino mas bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual a todos los hombres; y, por tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien. Las almas mas grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores virtudes; y las que andan muy despacio pueden llegar mucho mas lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se apartan de él”

Preguntaba Groucho , mientras caminaba, a uno de sus hermanos (no recuerdo a cual), ¿a dónde va este camino? y le respondía el Otro, no lo se… Y entonces Groucho apostillaba, pues caminemos deprisa y terminemos pronto el recorrido. Una astracanada mas de estos cómicos geniales, que eran premonitorios en muchas cosas.

Parece como si estuvieran entre nosotros y se percatasen, que lo relevante es hacer muchas cosas cada día, deprisa y sumidos en una enorme tensión, sin importar la relevancia o el interés de los asuntos. Nos hemos convertido en ejecutores de una maraña de enredos, en bastantes ocasiones inútiles o de resultado poco efectivo. Sin darnos cuenta vamos perdiendo la sensibilidad por lo importante, para dejarnos subyugar por multitud de cosas claramente prescindibles.


Si nuestra vida actual queremos caracterizarla con algo significativo, algo que identifique con bastante fidelidad el ambiente en que vivimos y para ello queremos utilizar una sola palabra, creo que tendría que ser “DEPRISA”. No nos damos cuenta, pero todo lo necesitamos en este mismo instante y somos incapaces de esperar con paciencia el desarrollo de los acontecimientos, nos parece que si lo hacemos de este modo, lo que nos ocurrirá es que los acontecimientos nos “arrollarán”.

Debemos resolver ya, pero además nos creemos en condiciones de hacerlo, porque nos arrogamos un sentido común fuera de lo común, pasaporte para el acierto y visado contra el error. No tenemos necesidad de meditar sobre los asuntos, ni siquiera podemos perder el tiempo de solicitar otras opiniones, como si de un tren que está saliendo a cada instante de una estación, llenamos nuestras horas de zozobra y ansiedad.

Mi abuelo, que era labrador, cuando desde Valencia nos íbamos a Viver, en un tren que era mas lento que los caballos de los malos (nunca alcanzan a los buenos); nos hacía estar en el asiento del tren a las siete y cuarto de la mañana, cuando el tren salía a las ocho; en una ocasión le pregunté: “¿Abuelo, si el tren debe salir a las ocho, por qué nosotros ya estamos en el asiento del vagón a las siete y cuarto?”, me miró y dijo escuetamente: “nosotros podemos esperar, pero el tren no espera a nadie”.

Vaya, vaya, como han cambiado las cosas, actualmente no podemos esperar, ni a nada, ni a nadie; todo hay que resolverlo ya, a gran velocidad y sin tiempo para pensar lo que se hace.

Hacer muchas cosas y deprisa, no es sinónimo de ser mas eficiente. Para ser verdaderamente eficiente hay que planificar. Planificar presupone analizar lo bueno y lo malo de cada posible acción. El análisis requiere tiempo y sosiego y es incompatible con hacer muchas cosas y deprisa…

Seguir el camino adecuado y terminar los asuntos comenzados, no es cuestión de velocidad, antes más, ésta desbocada, es sinónimo de fracaso.

jueves, 9 de febrero de 2012

Estado del Bienestar III



Dice John Kenneth Galbraith en su libro “Breve historia de la euforia financiera”: “Permítasenos subrayarlo una vez más, y en especial para quien estuviera inclinado a un escepticismo personalmente gratificador: a efectos prácticos, la memoria es asuntos financieros debería considerarse que dura, como máximo 20 años. Éste es el el tiempo que suele precisarse para que los frutos de un desastre queden borrados, y para que alguna variante de la demencia anterior rebrote a fin de cautivar la mente de los financieros. Suele ser el tiempo generalmente requerido para que una nueva generación irrumpa en escena impresionada, como ocurrió con sus predecesores, por su propio genio innovador. In poder sustraerse a esta impresión, es arrastrada por otras influencias que operan que operan en el mundo financiero, muy seductoras y que conducen al error. La primera, como se ha señalado suficientemente, es la facilidad con que un individuo, al prosperar, atribuye su buena fortuna a su superior perspicacia. Y cuenta asimismo la tendencia, que acompaña a la anterior y que protagonizan las muchas personas que viven más modestamente, de atribuir una aptitud mental excepcional a quienes, por lo demás con imprecisión, se identifican como ricos. Sólo en el mundo financiero se da un designio tan eficaz para encubrir lo que, con el paso del tiempo se revelará como un engaño a uno mismo y a todos en general”.


Así que genio innovador, vaya, vaya; iluminados y sorbedores de “coco”, que con esa enorme energía negativa de la que son portadores, nos complican la vida, haciéndonos “paganos” de sus devaneos con los fondos públicos, haciéndonos ver lo que no tiene ninguna lógica; gastando como si nos sobrase, para poner en funcionamiento o no funcionamiento, estructuras grandilocuentes de escasa utilidad práctica, evidenciadoras de nuestro “desaforado” progreso, con la única intención de sentirse “grandes” y engañarnos con apariencias falsas.


Quien no teniendo, gasta y vive como rico, acaba siendo paupérrimo. Pero así es la vida, quienes arrogándose una potestad que no les hemos transferido con nuestro voto; utilizan el presupuesto para sentirse como “faraones modernos”, nos hacen mucho la “pascua”, a quienes de casa al trabajo y del trabajo a casa, pasamos nuestros días, tratando de organizarnos una vida, lo más confortable posible. No sabemos o descubrimos tarde, que hay otros, que “curro lo que se dice curro” poquito o nada, en mesas de despachos rimbombantes decidieron hacer y deshacer, para que cuando el desaguisado estuviera servido, entre todos nosotros (no ellos), nos ajustásemos el cinturón y pechásemos con las consecuencias de sus despilfarros.


Que bien se dispone de los fondos de todos. Si hubiesen administrado con la filosofía de “un honrado comerciante”, otro gallo nos cantaría (bueno ojo, no lo digamos muy fuerte, no vaya a ser que un inspector de la Sociedad de Autores vaya de madrugada donde esta el gallo, e intente comprobar si su canto imita a algún cantante al uso y le puede cobrar algún pingüe derecho de autor a su dueño); pero no ha sido así, nos han administrado con otra filosofía, si tengo ingresos en el presupuesto los gasto y si no tengo pido presado y también lo gasto.


Si al menos fuese para mejor educación, sanidad, servicios públicos, etc., buena cosa hubiera sido, pero no, nos hacían falta eventos singulares, que nos pusieran en el mapa, nos identificasen y nos forjasen una carta de presentación, llena de buenos augurios; cada euro gastado se iba a multiplicar, con un retorno a través del gasto de los visitantes, muy rentable, pero que muy rentable.


Menos mal, debemos suponer que se ha producido así y digo que debemos suponerlo, porque hay tasas e impuestos que aun no pagamos (os acordáis de Gila y la tasa de desgaste de patio en la factura del colegio de su hijo)… o días por venir, futuro y ya los pagaremos, ya.


Lo he dicho otras veces, pero me repito, mi abuelo que era labrador decía: “si quieres saber quien es Migelico, dale un carguito”.


Galbraith escribió este libro en 1990, traducido al español en 1991

viernes, 3 de febrero de 2012

Estado del Bienestar II

Dice Fernando Savater en su libro “La tarea del héroe”: “Y es que el progreso ya no es una esperanza, sino un hábito: se ha desgastado por el uso. Perdida su primera ilusión, nos ha dejado sólo sensibilidad ante sus incomodidades, insuficiencias e injusticias. Sobre todo, nos ha inoculado un virus que ayer fue motor y hoy es intolerable agobio: la impaciencia… Aunque algunos, pese a estos vientos adversos, no quisiéramos renunciar del todo a un cierto progresismo de raíz ilustrada, que celebra lo conseguido sin autosatisfacción inmovilista y continúa creyendo que merece la pena esforzarse en lograr mejoras y corregir errores.

La vida humana es breve, insuficiente para alcanzar la perfección y el paraíso inmaculado: nacemos rodeados de males y moriremos rodeados también de males, eso es seguro. Lo único que podemos intentar es que los primeros no sean idénticos a los últimos…”

Pero no somos solo nosotros; quienes nos gobiernan, para comprometernos con el voto de modo permanente (como si fuéramos un contrato de teléfono móvil), nos han vendido cosas, cositas y cosazas, desprovistas de verdadera utilidad y pertrechadas de una gran carga superficial. Preferentemente para que pareciéramos lo que no somos y nos creyéramos ciudadanos del país de jauja.

El mal menor habría sido que lo hubieran hecho con los caudales públicos que tenían, pero no, lo han hecho también con lo que no tenían, lo han hecho también con recursos prestados, es decir, han vivido muy por encima de sus posibilidades, con actos grandilocuentes, para satisfacer su desmedida vanidad de reyes Midas y creerse grandes magnates, antes que, poner los pies en el suelo, dejando de levitar, para aplicar lo mejor posible los recursos existentes y vivir a tenor de lo que se dispone, aunque ello nos hubiese situado en una realidad menos rimbombante

Ahora parece, que quienes prestaban y prestaban, se han cansado de hacerlo. Se han dado cuenta que los límites de solvencia, habían traspasado todo lo imaginable y han decidido que no pueden seguir satisfaciendo las necesidades institucionales de créditos, desbocadas por imaginaciones grandilocuentes, exentas de todo criterio racional, sin pretender ni por un instante, mejorar verdaderamente el “habitat” de los ciudadanos. Hay que volver a la cordura. Sin embargo, las acciones que se toman para ello, viéndolas desde un punto de vista menos “ilustrado”, parezcan un desvarío de mayor calibre.

Quienes más saben, es decir, los responsables de la situación en la que estamos; dicen con boca grande, que “hay que apretarse el cinturón” y que ellos no pueden porque están entrados en grasas. Es decir, los excesos, despilfarros y suntuosidades, puestas en funcionamiento; acciones cargadas de poca utilidad práctica pero sí de mucha vanidad institucional; tenemos que “pagarlas” entre todos, es decir en lenguaje real, nosotros… los “curritos”… los de siempre…

Y mutis por el foro, hay que sacrificarse, ahorrar y gastar solo lo necesario, no vaya a ser que nos falte para todo el recorrido. Si esto es el progreso, casi prefiero estar menos “progresado”. Si la transformación llamada progreso no mejora la vida de la mayoría, es mejor dejar las cosas como están. Porque si por parecer unos años que somos ricos, hay que vivir en los siguientes como si fuéramos pobres de solemnidad, es mejor no emprender el viaje.

Quienes de forma desbocada indujeron una situación impropia, promoviendo suntuosidades para sentirse mas “grandes”, ahora se ponen de perfil, para ver si nadie se percata de donde estaban cuando todo esto se fraguaba. Y con gran descaro, acaparan salarios de mas del doble de cinco cifras, mientras piden con boca grande, que otros incrementen su jornada, limiten sus salarios, mermen sus derechos… y otras lindezas, para paliar el desaguisado que han provocado. Siguen mandando y disponiendo porque a ellos si que les va bien la fiesta. Van calle a bajo, mientras que los demás subimos cuestas. Francamente muy educativo… y alentador, pero francamente ¡que desverguenza!.

N.B.: Fernando Savater publicó el libro en 1981.


Estado del Bienestar


Dice Fernando Savater en su libro “La tarea del héroe”: La antigua definición de progreso tenía dos componentes: por una parte, la transformación casi irresistible de estructuras y mentalidades sociales; por otra, confianza en que dicha transformación implicaba mejoras en la vida colectiva, aumento de la conciencia compartida y avances en la autonomía personal y su responsabilidad. Actualmente sigue presente la certidumbre de las transformaciones vertiginosas del mundo, pero desprovistas de la antigua confianza en que fueran para mejor. Jean-Paul Willaime sostiene que hemos pasado de la visión del progreso de las Luces como “movimiento mas certidumbre” a una actitud posmoderna de “movimiento mas incertidumbre” que no sabemos donde en cada caso puede desembocar. El diagnóstico de Zygmunt Barman es claramente alarmante: “El progreso, en otros tiempos la manifestación más extrema de optimismo radical y promesa de felicidad duradera universalmente compartida, está ahora ubicado en el polo diametralmente opuesto, diatópico y fatalista de las expectativas; hoy encarna la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos augurar paz y alivio, no hace mas que presagiar una crisis y una tensión continua que no dejará un momento para el respiro…En lugar de grandes expectativas y dulces sueños, el progreso evoca noches de insomnio repletas de pesadillas en la que nos acosa la sensación de “quedarnos rezagados”, de peder el tren o de caernos por la ventanilla de un vehículo en marcha que no deja de acelerar””.

No es una circunstancia que haya sobrevenido de modo espontáneo, somos nosotros con nuestra recalcitrante impaciencia, quienes la hemos inducido en buena parte, porque no hemos podido “esperar” a que los acontecimientos hubieran evolucionado., Nosotros con nuestra insatisfacción y de modo desordenado, hemos forzando la velocidad de los mismos, intentando con atajos y otra serie de artilugios mentales, forzar el ritmo y anticipar resultados poco maduros para su puesta en marcha.

La desazón que nos invade día a día, no es tan solo consecuencia de las circunstancias que nos rodean, buena parte corresponde también a nuestro deseo desmedido de alcanzar metas y obtener resultados con rapidez. Antes de tener bien pensadas las acciones, ya queremos implementarlas y estar planificando segundas etapas; cuando en realidad ni siquiera las primeras se han cubierto adecuadamente.

Pero no somos solo nosotros quienes actuamos de este modo tan irreflexivo; son también las instituciones quienes nos han trasladado esa sensación de huida hacia delante, nos han lanzado a una carrera por el llamado “estado del bienestar”, transmitiéndonos una tremenda ansiedad por el disfrute y posesión de bienes, que nada tiene que ver realmente con ese bienestar. Como si de tener mas y mas dependiera en definitiva nuestra felicidad. Sin poner en evidencia que por mucho que tengamos o disfrutemos, siempre hay mucho mas que no tenemos. Depende de lo imaginativos que seamos y lo insatisfechos que queramos sentirnos. No apreciando todo aquello que poseemos y deseando con intensidad todo lo que nos falta; de un modo tan vehemente, que logra sumirnos en un grado de insatisfacción muy superior a nuestras circunstancias reales.

Por si fuera poco, se nos ha venido inculcando, que en caso de no disponer de suficientes recursos, para obtener todas esas “seudocosas” que nos harán inmensamente felices; podemos acceder a alguien que nos los anticipará para que no perdamos ni un solo día del “seudodisfrute” y comencemos inmediatamente. Con tanta facilidad y tanto reclamo, que quienes no sucumbían a estos mensajes, acababan siendo “raros o raritos” en su entorno.

Hemos caído en una trampa saducea, lo hemos querido todo o casi todo, ¡pero ya!, en fin hemos hipotecado - no solo nuestra casa- hemos hipotecado nuestra persona, nos hemos convertido en marionetas movidas por el sistema en una carrera sin fin. Caminamos siempre sin saber muy bien hacia adonde, pero lo hacemos velozmente. Y ahora no sabemos como salir de esta enojosa situación, querríamos volver al inicio a los momentos sencillos pero intensos y evitar las alharacas y las caretas grotescas; querríamos volver a ser, tal como éramos…un poco tarde, la verdad.

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