sábado, 25 de enero de 2014

Extravagancia (II)


Dice Esperanza Guisán en su escrito “La ética como extravagancia”, recogido en el capítulo seis del libro “La extravagancia”, compilación de Carlos Castilla del Pino: “No toda extravagancia es ética pero, indudablemente, toda vida éticamente valiosa se presenta como “extravagante” e incluso exhuberante, excesiva, como un insulto a la mediocridad conformista que se toma su revancha condenando al ostracismo a quienes se atreven a extra-viarse, a extralimitarse.
Vivir apasionadamente una vida éticamente bella es una excentricidad difícilmente soportable o resistible para las mayorías que viven habitualmente en la convencionalidad. Sócrates, por ejemplo, como es bien sabido, importunó y exasperó a sus conciudadanos hasta el punto que decidieron eliminarlo mediante el sistema más expeditivo disponible.
Por supuesto que no todo el que importuna y exaspera a sus conciudadanos es un héroe o una persona éticamente excelente. La mediocridad, la chabacanería, también enervan y exasperan, aunque no llevan en ellas ningún germen de virtud, de “areté” o de belleza”.

El conformismo es una de las raíces que mas arraigan en el mundo actual, sobre todo si ese conformismo, genera “réditos” para quien lo práctica, propiciados por los que consideran que la aceptación del Status debe de ser premiado y reconocido. Lo contrario que le suele sucederle a quien por convicción,  de que la aceptación a rajatabla de todas las normas establecidas, por muy mayoritarias que sean, no es el camino más adecuado y enriquecedor,  adoptando una posición no acorde con los cánones. Heterodoxia que en algunas ocasiones no le será favorable.

La mediocridad, que arraiga cada vez más en las grandes urbes, propiciada por esa vida “anónima” y cargada de soledad de sus moradores; tampoco es la mejor postura, para abordar la vida que nos toca; esa actitud – tan exenta de compromiso -, no conduce más que a una profunda frustración, a poco análisis interior que uno haga. Permite acoplarse de puntillas – sin hacer ruido – pero esa acomodación espuria, vacía a la persona y no la completa en el largo plazo.

Ser “éticamente excelente” como dice la autora, es tarea difícil y en ocasiones imposible. En el entramado de intereses en el que nos desenvolvemos, es casi imposible o está reservado a unos pocos, caminar y actuar día a día, con el dictamen de nuestra conciencia y no con el de la mayoría. Además, conforme uno crece en años, decrece en actitud crítica hacia la sociedad que le rodea. La edad parece un “bálsamo” acomodaticio para la mayoría; aunque es bien sabido que hay ejemplos en la actualidad, de a quien la edad no lo ha abatido.

Y todo esto sin relumbrón, ni deseos de protagonismo efímero, es decir, sin publicidad. El peso de la “autenticidad” produce dudas y es un camino difícil, se necesita mucha fortaleza, seguridad y perseverancia en lo que se hace. Dudar o temer, suele ser sinónimo de no hacer, es decir, seguir la plácida corriente de la comodidad. Como dice  la autora de la cita: “La extravagancia que caracteriza al desarrollo ético consiste en entregarse a una causa no excesivamente llamativa, sino más bien aparentemente oscura, que no goza habitualmente de sanciones sociales positivas”

(*) areté: Excelencia.

martes, 14 de enero de 2014

Clase Media


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “La clase media en nuestra sociedad occidental compone ideológicamente un grupo que se adapta al llamado por Riesman “dirigido desde dentro”. Quiérese decir con esto que las normas por las cuales se rigen son internalizadas precozmente, a través de la insuflación de tales normas por los padres a los hijos… La clase media se caracteriza no por la estabilidad, sino por su movilidad y por su tendencia al ascenso. Desde el punto de vista familiar, el hijo es para el padre aquel que debe coronar o mantener el status conseguido. Para ello se le imbuyen normas de conformidad, merced a las cuales existe implícita aceptación autoritaria. El resultado de ello es que, a la larga, cada cual viene a representar un rol determinado en el ejercicio de sus funciones sociales. Pero este “papel” que es obligado a representar transforma a la persona en personaje.”

No es fácil estructurar la convivencia social, con nuestro propio proyecto de vida. Habitualmente el conflicto se salda con una “batería” de renuncias personales y un alejamiento del modelo compuesto por nuestra mente, para devenir en una imagen virtual, no alejada de la original, pero sí, impostada. Renunciar poco a poco hace que no sea expresamente doloroso y en muchas ocasiones ni siquiera se percibe. Solo el transcurso del tiempo y la visión retrospectiva, nos permite observar, si aun conservamos la capacidad de hacerlo con punto de vista crítico; que la distancia del objetivo es grande; la brecha que supone esa desviación, la denominaríamos en un presupuesto económico: Significativa.

Esta calificación – significativa – indica que deben tomarse medidas, para tratar de reconducir el camino hacia el objetivo original. Con una trampa saducea; cuando tenemos serenidad y tiempo, para ese análisis, ya han pasado muchos años; ya hemos acomodado una conducta, sin la que no sabríamos vivir y más todavía, seguramente lo alcanzado socialmente nos deje satisfechos y por tanto acalle con cierta presteza, cualquier vestigio crítico.

Nos hemos dejado llevar, como se nos ha sugerido socialmente de forma tácita y ahora buscamos en el fondo del “saco” esa imagen forjada, cuando la mirada aún era limpia y las palabras de un solo sentido. ¿Qué esperábamos encontrar?. Es imposible pensar, que cuando nos hemos gobernado con “normas” socialmente convenientes a la mayoría, hayamos coincidido con aquellos postulados utópicos y llenos, porqué no, de ingenuidad, que nos visualizaba una vida en constante “idilio social”.

Convivir en sociedad es muy complicado, estar en completa armonía con las pautas de conducta generalmente admitidas es dificultoso; pero pretender desarrollarse profesionalmente en ese entorno, sin aceptar renuncias propias, es del todo imposible.
Representar unos determinados valores de grupo, con la acción o el silencio; acaba definiendo muy bien, cual es el arquetipo social de “personaje” que debemos aceptar e interiorizar. Lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones, el llamado éxito, está más de la mano del personaje bien representado, que de la persona. Para seguir hay que aceptar “lo que hay”.


Como dice Castilla del Pino: El número de vencidos en esta sociedad, en la que el “principio de realidad” a que debemos acomodarnos, es al decir de Marcuse, “principio de rendimiento”, es decir, éxito (económico), es extraordinariamente grande. Porque no solo hay que incluir como tales vencidos a los que este tipo de éxito no alcanzó, sino, precisamente a los muchos que por alcanzar este tipo de éxito dejaron de ser aquel que han podido y habrían debido ser”. 

sábado, 11 de enero de 2014

Intelectual


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro, “Dialéctica de la Persona, dialéctica de la situación”: “Todo el mundo depende de la realidad de su situación.  Pero se puede operar en ella  sin preguntarse el porqué de ella misma. Quienes por el contrario, verifican esta pregunta, y dan respuesta, son intelectuales. Lo que distingue al intelectual de cualquiera otra forma profesional, pues, es el tomar la realidad como problema y hacerla objeto de interpretación… Porque es cierto que todo hombre piensa. Pero mientras los más piensan para hacer, hay alguno, muy pocos, cuya preocupación es la realidad misma, el que las cosas sean así, el que puedan ser de otro modo, el como deberían ser, etc. En una palabra, no solo operan en la realidad sino con la realidad”.

Éste es el primer libro que leí de Castilla del Pino, es una edición de 1968, aunque yo lo conocí en 1971. Me gustó mucho, aunque me costó algún esfuerzo leerlo. Es un libro al que he acudido varias veces, para leer los subrayados; es decir, me ha dejado huella.

El intelectual descrito de este modo hace un trabajo de discernimiento y criba, que luego expone a los demás a modo de conclusión. Para ello abre el foco de su mirada y la proyecta mucho más allá de su realidad próxima, toma una perspectiva amplia de conjunto y trata de exponerla a los que le circundan. No es, por tanto, el trabajo intelectual, un quehacer de “solitarios”; que se preservan de la contaminación nociva de la realidad, al contrario, deben sumergirse en el ambiente social y tratar de interpretarlo.

Vivir aislado, alegando trabajo intelectual, es una posición equivocada. No es la soledad la que nos  transmite la esencia de cómo son las cosas, muy al contrario, es el contacto cotidiano con los hechos, quien nos puede dar pautas interpretativas de lo que sucede y porqué sucede. El intelectual, debe de ser por tanto, una persona  de calle. Dar la espalda a la realidad, es dejar de ser intelectual. No es ganar, es perder. Observarla e interpretarla es el trabajo. Explicarla es el progreso.

Las cosas que uno dice, solo son verdaderamente útiles, si están próximas al prójimo; propuestas que solo tengan validez para uno mismo, que sean fruto de sesgados razonamientos desde plataformas distanciadas de la realidad, tiene escaso valor, por muy elaboradas que estén y no contribuyen a la mejora de la realidad. Los intelectuales que hablan con unos argumentos y palabras que no son las nuestras, cargadas de distancia y buscando con ello su propia exaltación, mas que el entendimiento mayoritario; nos hacen un flaco favor y además sus esfuerzos son estériles.


Como dice Castilla del Pino: “La misión del intelectual fue siempre descubrir a los demás la realidad a través del previo discernimiento en si mismo. Descubrirla a los que viven, por razones de sus quehacer, apegados a una parcela de ella, sin apercibirse de la significación y perspectiva del conjunto”.  

jueves, 2 de enero de 2014

El poder de Dirigir.


Dice John Kenneth Galbraith en su libro “La Cultura de la Satisfacción” (1992): “Hace mucho que se ha aceptado que el poder efectivo pasa en su caso, con firme inevitabilidad, de los propietarios o accionistas a la dirección. Los accionistas son numerosos y dispersos; los votos individuales cuentan poco o, con mayor frecuencia, nada. El accionista carece de los conocimientos requeridos para intervenir en los diversos y complejos asuntos de la empresa; es la dirección la que, en la afirmación más clara de dónde reside la autoridad, selecciona a los miembros del consejo de administración, que representan luego, ostensiblemente, a los accionistas. La eutanasia del poder del accionista y el predominio del poder gerencial fueron descritos ya en la década de los treinta y cuarenta por distinguidos representantes del mundo académico, entre ellos un conservador militante*.” 

El autor hace referencia a la sociedad americana y se refiere a empresas grandes. Curiosamente con una lectura aséptica, podría aplicarse claramente a las empresas grandes de nuestro País, incluidas las financieras y es posiblemente en éstas últimas, donde hemos visto recientemente acontecimientos sorprendentes de la utilización del “poder” en la dirección para acomodarse privilegios en el momento de ocupar el cargo y salvaguardar el futuro de modo, cuanto menos, espectacular y desproporcionado al riesgo asumido en el desempeño de funciones. 

No estoy en desacuerdo con las retribuciones elevadas, para quienes asumen con su función directiva, tantas responsabilidades. Creo que deben ser adecuadamente compensados en tareas, que en ocasiones no tienen horario, ni familia, ni vida privada; el “todo por la empresa” es un slogan interiorizado de modo intenso en los años previos a la ocupación del cargo; ya que es exigido por quienes le preceden y deben de ser sus mentores en el momento adecuado. 

Soy más crítico con una postura que olvida, con frecuencia, el mandato otorgado por los “dispersos” accionistas; que esperan ante todo, una administración leal que permita maximizar el beneficio de la empresa (objetivo principal de las sociedades). El beneficio real, no solo es necesario, sino que a todas luces se torna imprescindible para poder crecer, en un mundo empresarial, en el que el negocio que no crece, languidece y puede que muera; puesto que los competidores también cuentan.

Si estoy en contra de las manipulaciones - al filo de la normativa - de las magnitudes que conforman los balances y las cuentas de resultados, para tornarlas “opacas” y sustraer a los que tienen que ejercer el “control y conformidad” de las mismas, información relevante para evaluar con certeza adecuada la verdadera situación patrimonial. Práctica que retrasa la puesta en marcha de acciones que palien o incluso corrijan el “desaguisado”.

Mientras tanto, el poder se encumbra a si mismo. Las loas ajenas por la excelente gestión, hacen que el “mandamás” acabe creyendo su propia falta de transparencia en la rendición de cuentas y se atribuya una genialidad gestora inusitada, abocando a la sociedad que dirige a negocios cada vez menos comprensibles desde una visión ponderada y solo viables desde esa atalaya de omnipotencia recalcitrante, ayudada por los “corifeos”; que quieren, mas ración de la tarta para sí, que buen negocio para la empresa.

El objetivo principal de la gestión: “maximizar el beneficio”, acaba confundiéndose con una implacable necesidad de obtener prebendas crecientes, presentes y futuras para el estamento directivo. 

Describe Galbraith algunos de los beneficios aplicados a directores: “Lo han hecho en forma de salarios y opciones sobre las acciones; beneficios de jubilación, utilización personal de los activos empresariales excepcionalmente caros y diversos, con cierto énfasis especial en los aviones; cuentas de gastos y retribución en especie; paracaídas dorados que protejan de una pérdida de poder; y otras compensaciones financieras”. De rabiosa actualidad hoy en España… La historia se repite no solo en el tiempo, sino también en la geografía. 

 (*) James Burnham (1905-1987)
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