sábado, 31 de mayo de 2014

Votos insólitos...



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “Individuos dotados de saberes gaseosos y cualificaciones quiméricas obtenían subsidios millonarios con la finalidad de gestionar la administración de la nada, previamente envuelta en grandes castillos de palabras, tan consistentes como los castillos de fuegos artificiales cada vez más lujosos que se quemaban en los colofones de fiestas: castillos de aire, castillos de España.
Había un país real, más bien austero, habitado por gente dedicada a trabajar lo mejor que podía, a cuidar enfermos, a criar niños y educarlos, a construir cosas sólidas, a perseguir a delincuentes, a juzgar delitos, a investigar en laboratorios, a cultivar la tierra, a ordenar libros en las bibliotecas, a ganar dinero ideando y vendiendo bienes necesarios. Pero por encima de ese país y mucho más visible estuvo desde muy pronto el otro país de los simulacros y los espejismos, el de las candidaturas olímpicas y las exposiciones universales, el de las obras ingentes destinadas no a ningún uso real sino al exhibicionismo de los políticos que las inauguraban y al halago paleto de los ciudadanos que se sentían prestigiados por ellas, el de los canales autóctonos de televisión destinados a la plena desvergüenza y despilfarro sin límite a la propaganda sectaria y a la exaltación de la más baja vulgaridad transmutada en orgullo colectivo.”

Cómo no nos dimos cuenta. Cómo nos dejamos envolver en el celofán de lo superfluo. Por qué dejamos aletargar nuestro fino sentido de la lógica y no fuimos capaces de interiorizar, que quien gasta lo que no tiene, está condenado a la infelicidad. Por qué nos dejamos sorber el “coco” tan fácilmente y no rechazamos de plano a estos “faraones” del siglo XX y XXI, que por una mala interpretada satisfacción personal, acometían sin pudor opciones tan llenas de vanagloria como de inutilidad práctica.

Me siento absolutamente desbordado por la historia reciente de despilfarro. No logro entender en aras a que argumentos espurios respondían tales desmanes, cuando aún faltaba mucho de lo imprescindible por hacer, los políticos estaban focalizados a lo superfluo. Que espiral de enajenación los llevaba a continuar con más de lo mismo – cada vez a mayor coste – para opciones  sociales completamente prescindibles y absolutamente innecesarias para la vida de los ciudadanos. Querer ser grandes a base de talonario, pero de una cuenta tan escuálida como la de los ciudadanos. Querer sin poder y demostrar una absoluta falta de criterio racional para seleccionar proyectos necesarios.

No me extraña que ante la emergencia en las elecciones europeas, de una formación política que concurriendo con escaso medios y casi con improvisación, haya conseguido 1.245.948 votos (el 30,6% del partido más votado); haya generado tanto estupor e inquietud. Sigo absolutamente convencido de que este hecho, se trata de un envite a una enmienda a todo nuestro pasado reciente, cargado de despilfarros y casi vacío de contenido.

Si me extraña más, que la mejor respuesta a esta circunstancia insólita, sea la descalificación global, aplicándole todo tipo de apelativos peyorativos, para tratar de minimizar el “daño”, arremetiendo con virulencia con argumentos de “bajo calado” ya que en la lid normal han demostrado que un porcentaje relevante de los ciudadanos la prefieren y con ello intentan criticar con mayúscula las acciones de las mayorías, que suelen gobernar alternativamente en nuestro país. Sin darse cuenta, que cuando vituperan a dicha formación política, arremeten indirectamente también, contra más de 1,2 millones de españoles.

No he sido votante de esta formación, pero reconozco la relevancia del resultado y creo que es una llamada de atención cierta, que debería ser analizada con inteligencia para tomar decisiones que faciliten el cambio de rumbo de la política actual. Ignorarla o tratar de ridiculizarla es un mal camino y constatar la intención de continuar con  “más de lo mismo”. Conviene que pensemos lo que decimos, antes que seamos prisioneros de nuestras palabras, con carácter poco reversible. Deberíamos tener presente lo que dice Somerset Maugham, “Pasa algo curioso en la vida: cuando uno se niega  a aceptar nada que no sea lo mejor, muy a menudo lo consigue”. 

miércoles, 28 de mayo de 2014

El mensaje de los votos...



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro  “Todo lo que era sólido”: “Necesitamos que la actividad política esté sujeta de verdad a los controles simultáneos de la legalidad y de la crítica. La austeridad y la transparencia son tan necesarias como el rigor en la información y la libertad sin coacciones visibles o invisibles en los debates públicos. La vida de la inmensa mayoría será peor si acabamos perdiendo los logros fundamentales del estado del bienestar, pero para que haya alguna esperanza de conservarlos en un mundo cada vez más hostil a ellos hará falta un doble esfuerzo colectivo de vigilancia reivindicativa y de responsabilidad, de activismo público y honestidad privada, porque no hay nada que ya  podamos dar por supuesto y porque para salvar lo imprescindible puede que tengamos que renunciar a algo más que lo superfluo”.

Todo un conjunto de afirmaciones, que en realidad si se escucha a lo representantes políticos, que han intervenido en los mítines de las elecciones al Parlamento Europeo; son los oponentes los que carecen de estos principios, porque “ellos” son fieles defensores de las mejores prácticas en la gestión pública, para poner a disposición a los ciudadanos todo lo mejor, para hacer su vida más auténtica y feliz.

Vemos cada día, como la información, resulta tan dispar y distante, según el medio de comunicación al que uno atienda. Observamos también el sentimiento de descalificación del adversario de modo total; sin tener ninguna reserva en hacerlo, incluso en el plano personal, aunque no tenga relación con el debate en cuestión. Como si fuera posible la dicotomía de estar en posesión de la verdad siempre y los demás sumidos en el error absoluto.

Lo relevante es anular la opinión disidente, lo relevante es ocultar con artimañas poco  democráticas los argumentos discrepantes, buscando avales en la satisfacción de los corifeos de informadores, que en tertulias y otro tipo de “debates”, jalean lo propio y rechazan de plano lo ajeno y de paso, incluyen en el mismo “saco” a todos los que tienen argumentos u opiniones del mismo tenor, para luego reprobarlos de modo absoluto.

No es de extrañar, que una sociedad, que vive cotidianamente esta situación deplorable; al ejercitar su derecho a opinar, haya depositado un número de votos tan sorprendentes en alternativas no “previstas”; ni siquiera por aproximación remota, ninguno de los medios de anticipación de opinión instrumentados al respecto había intuido tal circunstancia. Sorpresa y asombro.

Es indudable que el debate electoral habitual, está preparado para el cambio de la significación de voto, que permite alternar con mayorías  más o menos cualificadas; pero no sabe digerir la fijación de voto en opciones “desconocidas”  y es lógico, porque esto lo que significa es un “órdago a la grande”. Independientemente de otras interpretaciones mucho más profundas, en principio es una “enmienda a la totalidad”.

Pero la costumbre arraiga como hábito de comportamiento recurrente y ni siquiera esta circunstancia insólita ha cambiado sustancialmente los discursos, más focalizados a evaluar quien ha ganado más o menos entre los adversarios y querer justificar, que ese “rechazo” a lo establecido no va con ellos en particular. Sin descartar la posibilidad de ningunear a quienes se han hecho acreedores de tal confianza de los electores. Para acto seguido, tomar la bandera de querer justificar lo improcedente del resultado, sin leer entre líneas y asumir el mensaje de  que hay algunos discursos, que parte de la sociedad no quiere escuchar, hay cansancio de “más de lo mismo”.  Hemos llegado a un punto de inflexión, las palabras deben guardar silencio y dar paso a la acción… sin rimbombancias, claro. 

Como dice Antonio Muñoz Molina: No hay sitio ya para la autoindulgencia, la conformidad, el halago”.  

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Innovar o vegetar?



Dice Patricio Morcillo en su libro “Competitividad Empresarial por arte de birlibirloque”: “Las empresas deben, de forma imperativa, almacenar nuevos e innovadores modos de generar ventajas competitivas porque está en juego su continuidad. Tal como recogen las leyes de la mecánica, todo lo que es estático está condenado a desaparecer y, en este aspecto, las empresas deben de ser dinámicas e inteligentes para aclimatarse a entornos cambiantes.
La empresa no puede ser una organización entregada al pasado, debe trabajar en el presente y tener la mirada puesta en el futuro prestando una atención especial a la innovación. Aquella empresa que no desee complicarse la existencia y no sea capaz de proyectarse hacia delante se verá, muy pronto, apartada del mercado por la competencia. El no aprehender el futuro como si fuera un reto motivador y quedarse anclado en el pasado supone cerrar las puertas a la esperanza”.

Estoy de acuerdo con el contenido de la cita, pero creo que no solo es aplicable en las empresas, sino también en las personas. En épocas de bonanza solo el flujo que producen los acontecimientos positivos y dejándose llevar, seguro que alcanzamos un buen destino. Son las épocas de “crisis”, como la actual, las que revindican una imaginación mucho más elaborada; con conformismo y poco talante innovador, poco se puede hacer en estos casos-

El fracaso habitualmente no es un acontecimiento súbito; es más bien un devenir lento pero inexorable en el inicio y muy veloz en las fases finales, que aboca a una situación irremediable. Cuando no se hace caso a los síntomas, acaba uno teniendo una dolencia o peor aún cronificando la sintomatología, que pasa a incorporarse en nuestra vida cotidiana, como algo que hay que soportar. Tratar de escudarse solo en la mala suerte o en infundados contubernios ajenos, es una forma fácil para soslayar nuestra verdadera responsabilidad en la canalización de los acontecimientos negativos.

Las situaciones difíciles, no se resuelven con más de lo mismo. Las acciones imaginativas para los problemas nuevos o antiguos, no están exentas de riesgos; muy al contrario, suponen una exposición a la incertidumbre, estado que no nos gusta a casi nadie. Parece, que es mejor permanecer como hasta ahora, en el refugio de lo anodino y cotidiano y esperar el reflujo de una buena corriente renovadora impulsada por otros. No nos damos cuenta que el verdadero cambio solo viene de nosotros mismos y no puede ejecutarse en el plano personal, sin nuestra colaboración y disposición positiva al cambio.

Sin complicarse la vida, es indudable  que se puede seguir caminando, pero cuando los acontecimientos llevan un ritmo vertiginoso, caminar acomodaticiamente, casi con desgana; es hacer bien poco por progresar, porque los que se amoldan al ritmo más  veloz que impelen todos los cambios, nos sobrepasan y nos van dejando muy atrás. Ni siquiera para permanecer donde estamos es buena la falta de acción. Quienes tienen la información o intuyen el cambio; sino actúan es como si lo ignorasen.

Una vida sin compromiso, es muy poco. La existencia sin tomar decisiones de riesgo en las encrucijadas, acaba tornándose en un devenir monótono. Como dice Patricio Morcillo en su libro: “Hay que transformar lo ordinario en extraordinario y lo cotidiano en insólito”.   

viernes, 16 de mayo de 2014

Democracia



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel… Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el centro del mundo es natural como creer que la tierra ocupa el centro del universo y que el sol gira alrededor de ella. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo...Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y la demagogia.”

Seguramente lo contrario de lo que llevamos haciendo años y años. Tanto tiempo gritando repitiendo de modo insistente, demandas sociales con palabras grandilocuentes, que hemos acabado por interiorizar, que todos somos unos contumaces demócratas. Todos respetamos; todos oímos y escuchamos; todos tenemos una gran empatía con el adversario. En fin, son los otros quienes de modo contumaz adoptan posiciones intransigentes, cargadas de errores e impiden que la verdad emerja… si, son los otros; nosotros no. Nosotros somos demócratas… muy demócratas.

Ceder, en lugar de “estirar la cuerda” es dificultar el entendimiento y tratar de imponer el criterio propio de modo absolutamente espurio. No buscar el acercamiento, aunque no se de ningún paso atrás, es alejarse. Creer que la verdad solo tiene un camino es no darse cuenta, que lo que nosotros tildamos de verdad, no es más que nuestro especial modo de ver las cosas y no reconocer, que puede haber otros puntos de vista igualmente válidos, ignorando que   precisamente del contraste y debate civilizado es de donde deriva  el enriquecimiento democrático global.

Democracia, como casi todas las palabras de tan largo alance, vive en nuestros días – a mi parecer – un peregrinaje parecido al de las naves sin rumbo en mar desconocido, que no encuentran más que acantilados y por tanto no aciertan a dirigir el timón a  esa “suave playa social” para instalarse. Su invocación, por los políticos suele ser un arma arrojadiza y tiene generalmente carácter excluyente…

Vivimos estos días una campaña para las elecciones europeas, para elegir el cuadro de nuestros representantes en ese “conglomerado” - no unión- de naciones. En su seno se gestarán las directrices de los próximos años, para que seamos felices. No será necesario esperar al término del  mandato, para saber que quienes elegiremos, de lo único que se han preocupado en los mítines, es de identificar todas las grandes diferencias y errores de sus adversarios y han dedicado, poco tiempo o casi nada, para decirnos que piensan de “lo nuestro”. Y no es casual este planteamiento, porque en realidad contamos poco. Lo que verdaderamente cuenta, en el fondo, es el “poder” y no el ejercicio disciplinado del mismo, para la concreción de proyectos, que mejoren el bienestar general -no porque no lo deseen-, sino porque pierden tanto tiempo en “politiquillas”, que no les queda para “Políticas”.

Como dice Muñoz Molina: “La única manera de predicar la democracia es con el ejemplo.”

lunes, 12 de mayo de 2014

Envidia



Dice Eduardo Punset en su libro “La España impertinente”: “Los estudiosos del comportamiento de los españoles se han fijado tradicionalmente en la envidia que corroe a las instituciones y a las personas, que obliga a cambios constantes del organigrama en las empresas, a reformas políticas cuyo único móvil parecería ser el de desacreditar a los que precedieron en el cargo.
En España, al mercado de las ideas y del conocimiento le ocurre como al mercado monetario: ni es transparente ni flexible ni profundo. La fama, el reconocimiento de igualdad de oportunidades, solo está verdaderamente reconocido en la lotería nacional. La riqueza está peor distribuida que en el resto de Europa; el trabajo está todavía peor repartido que la riqueza, y la facultad de decidir, más injustamente compartida que el trabajo.
El significativo papel, jugado por la envidia en la toma de decisiones no es, sin embargo, una característica específica de la psicología colectiva, sino el resultado del retraso con  que llega a España la revolución industrial y posterior mejora de los niveles el bienestar”.

Generalmente la vida ideal es un referente, que no es la nuestra. Con nuestro particular prisma de ver las cosas, adjudicamos mucha mas satisfacción a otros que a nosotros. Pensamos que casi toda las cosas buenas o los signos externos de  tenerlas, están en manos de amigos, vecinos y conocidos. Con gran facilidad asociamos nuestra felicidad a aquellas cosas, que de antemano, sabemos que no podemos conseguir y por tanto su carencia nos va sumiendo en monótona tristeza.

Pero esa sensación de compensación injusta a nuestros trabajos y esmeros, hurtándonos una “retribución” equilibrada a los esfuerzos y por el contrario la sensación de que otros, con menos merecimientos, la tienen, es precisamente la simiente de nuestra incipiente envidia. Una vez hecha la siembra irá creciendo y acrecentando nuestra rara sensación de desigualdad, sin que tengamos la posibilidad de detenerla y/o desterrarla.

La facilidad con que analizamos la vida de los demás, dándoles ventajas sobre la nuestra, es una forma espuria de juzgar lo que no conocemos, es una trampa que nos tendemos, para justificar nuestra insatisfacción. No hay peor forma de complicarse la vida, que compararla con la de los demás, otorgándoles una plenitud a los otros, que seguramente solo una visión tan superficial puede propiciar. Cada uno tiene sus problemas y las apariencias, siempre engañan.

La envidia, pronto se torna una carga pesada, que nos obliga a esfuerzos mentales adicionales y nos proporciona un suave, pero constante desgaste para nada. No nos damos cuenta, que las cosas o atributos que envidiamos y que desearíamos con mucha fuerza tener, son solo fruto del desarrollo imaginativo desproporcionado y posiblemente no ajustado a una estricta realidad. Seguramente, nosotros que nos sentimos infelices, somos para otros –también por envidia- un paradigma de suerte y logros importantes, profesionales y personales. Curioso panorama…

N.B. Punset publicó este libro en 1986.

domingo, 11 de mayo de 2014

¿Satisfacer necesidades?



Dice Ernie J. Zelinski en su libro “101 cosas que ya sabes, pero siempre olvidas. El Arte de vivir en un mundo complicado”: En el juego llamado vida, hay cosas que son importantes y cosas que no lo son, y es esencial que sepa como distinguirlas. El no ser capaz de hacerlo le ocasionará toda clase de agonías y desilusión. Gastar energía en adquirir lo que no se necesita es sacarla de aquello que se necesita realmente para experimentar más felicidad y satisfacción.
Con todo el oropel y la publicidad que hay por ahí, jamás tendrá bastante de aquello que no necesita o quiere en realidad. Los anunciantes lo saben mejor que nadie. Es así como hacen que usted siga comprando más cosas a pesar de que no ha tenido tiempo o motivación para disfrutar lo que ya tiene”.

No solo es la publicidad la que nos “invita” a comprar cosas. Son en mayor medida los usos sociales, quienes van atribuyendo una serie de signos externos (materializados en objetos), que le confieren a quien los posee de un determinado status social. Pero sorprendentemente, éstos no tienen límite, pareciera como si al haber satisfecho uno de ellos, inmediatamente emergiera otro de mayor relevancia y también imprescindible.

El consumo o el ansía de consumir, hace de nuestra vida cotidiana una especie de insatisfacción-satisfacción permanente; nos repone alternativas y cada vez en un campo más sofisticado. Somos objeto-dependientes y aunque lo disimulemos, esta forma de hacer nos quita nuestra tranquilidad y serenidad. Hoy en día son los signos externos y su ostentación, quienes nos definen y nos integran en el grupo social al que pertenecemos.

Vivir pendiente de lo “mayoritariamente nuevo”, promueve una carrera hacia el vacío. No es la necesidad la que cubrimos, no,  es la apariencia de necesidad impuesta por nuestro entorno. Somos capaces de sacrificar algunas cosas necesarias, en aras de algunas superfluas. Hay que sorprender a los demás con la rapidez en la posesión de nuevos “atributos”, que no alcanzan mayor satisfacción, que evidenciar  a los demás que somos poseedores de dichos signos externos tan singulares, exponiéndolos explícitamente para causar asombro y por qué no, también cierta envidia.

Vivir con lo necesario si, complacerse con caprichos mesurados que “endulcen” nuestra existencia también; pero estar pendiente cada día, de lo nuevo-superfluo, claramente no. Ya se que las prioridades cada persona las tiene desarrolladas de un determinado modo, pero aún así, suele ser evidente, cuando la posesión es innecesaria o poco útil. Es más, se observa como solo produce un segundo de satisfacción, para introducir  rápidamente el “más de lo último…”, porque en realidad lo que acabamos de comprar, hacía ya unos segundos, que lo habíamos superado.

Como dice Zelinski: “A medida que vaya siendo consciente de que anhelos son los suyos y cuales le condicionaron para que los aceptara, estará mejor preparado para ir en busca de sus intereses genuinos. Un aspecto de la libertad es el permitirse abandonar aquellas cosas de la vida que no le hacen feliz”.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Decisión y Acción.



Dice Fernando Savater en su libro “El valor de elegir”: “… en lo alto del alambre donde hacemos equilibrios sin red o en el mar de corrientes traicioneras en que intentamos mantenernos a flote vienen bien la experiencia acumulada  y el recuerdo de los mejores maestros…, pero seguimos dependiendo del buen tino de nuestro ánimo, porque estamos solos”.

Estar solos… pero si vivimos en compañía casi las veinticuatro horas del día. Si vivimos rodeados de amigos, conocidos, familiares, vecinos…, etc. Nunca se han socializado tanto las relaciones, nunca se ha sentido tanta necesidad del grupo; bien sea para reafírmanos o para apoyarnos en momentos de incertidumbre. La característica esencial de la sociedad actual es la proliferación de la seudo-comunicación; las posibilidades de información son casi ilimitadas. Son de tal tenor, que es imposible tener acceso a todo lo que se publica o difunde, ni siquiera para completar el conocimiento en temas relativamente cercanos.

No es precisamente el estar rodeado de gente, la característica que identifica con claridad la comunicación; falla en muchas ocasiones el ambiente, que impide la conversación serena sobre los temas de referencia y sobre todo la carencia del tiempo necesaria para la buena comunicación.  El tono de sinceridad en la exposición, no es sinónimo de veracidad; priman las apariencias y sobresalen las pautas “educadas” de comportamiento, poco proclives a facilitar un “vaciamiento” interior. El foro de las reuniones sociales ha devenido poco a poco en el “intercambio” de las banalidades; esperar otra cosa es un alarde de ingenuidad.

En este marco, al final estamos en la posición que describe el autor de la cita; tenemos que decidir y actuar en consecuencia y para eso si que somos claramente dubitativos e inseguros. Creemos, que con el pronunciamiento mayoritario de los que nos  rodean, tenemos prácticamente resuelta la disyuntiva; sin darnos cuenta de que al final, quienes tenemos que instrumentar la estrategia, aplicarla y controlarla; somos nosotros y no los demás. Buscamos esa mayoría como certificado de éxito y nos equivocamos.

El éxito lo propicia nuestro empeño y constancia en la acción, para aplicar la planificación diseñada; el consenso con los demás, a estos efectos, es estéril. Tiene el mismo efecto, ignorar, que saber y no actuar. La pasividad y la inacción, en los asuntos relevantes, es la peor postura. Confiar en que el transcurso del tiempo, resuelve; es una inconsciencia, no exenta de riesgo. Cuando uno deja de actuar, por complicada que sea la encrucijada; por miedo al error o despreocupación inconsciente; se coloca en la peor posición posible, para hacer frente a las circunstancias de la vida. Decidir, siempre es mejor, que sumergirse en la duda para excusarse mentalmente de la pasividad.

Como dice Savater: “La acción no es una capacidad optativa de los humanos, sino una necesidad esencial de la que depende nuestra supervivencia como individuos y como especie. Se puede elegir cómo y cuándo actuar; pero es forzoso actuar: ahí no hay elección posible”

lunes, 5 de mayo de 2014

Tempus fugit



Dice Bernabé Tierno en su libro “Si puedes volar, por qué gatear”: “Ocuparse en vivir y estar al mando de uno mismo eligiendo con prudencia las propias reacciones y actitudes, es, sin duda, uno de los logros y proyectos más ambiciosos que cualquier persona puede emprender. En lugar de ocuparnos gratamente en vivir la vida que nos ha tocado, nos preocupamos por todo, nos estresamos y nos agobiamos, y permitimos que un autodestructor y letal estrés anticipatorio nos controle, un estrés que está en el origen de buena parte de las enfermedades que nos aquejan”.

Los acontecimientos son como son y no como nosotros los imaginamos. Imbuidos casi siempre por una tendencia a la “extrapolación”, colocamos hechos poco relevantes en lugares prioritarios y les damos el rango de importantes; tan es así, que mantenemos una atención expectante y nos dejamos “atrapar” por la sensación de desasosiego en espera de su resolución. Hemos montado con nuestra mente un mundo, en base a indicios no reales, construidos con nuestro pensamiento “circular”, que no nos atrapa y no nos permite salirnos  de él.

Tal es así, que acabamos dando la misma categoría a lo importante y a lo accesorio, puesto que con nuestra mente cosas sin importancia, pueden convertirse en esenciales. El problema que ello suscita, es el esfuerzo que aplicamos a planificar la resolución de asuntos banales, en detrimento de aquello que si tiene urgencia o relevancia. Acabamos habitualmente nuestro día con un especial cansancio, pero no por lo mucho que hemos trabajado en resolver asuntos, más bien, por el tiempo que hemos perdido en cuestiones secundarias y peor aún sin haber entrado, casi nunca,  en lo fundamental.

Sentir deseos de ocuparse en resolver, es un acicate imprescindible para gestionar nuestros temas; pero sumirse en el agobio de la acumulación de urgencias provocadas por nuestro propio pensamiento, es una forma inadecuada de comportamiento, que lo único que hace es restarnos facultades para ocuparnos en lo esencial. Tratar de atender al mismo tiempo varios cometidos, es un esfuerzo estéril y posiblemente lo único que se conseguirá es resolverlos mal, o no resolverlos y acumular tensión. No es la sensación de “prisa” la que soluciona con diligencia, es la concentración metódica la que lo facilita. Correr, no siempre es sinónimo de ganar tiempo, sobre todo cuando se corre por un camino, que uno ignora en realidad a dónde conduce.

Como dice Bernabé tierno: “Cada nuevo día que amanece te regala una incomparable oportunidad, sean cuales sean las circunstancias y la forma en que comienza ese día, por lo que es necesario que centres tu mente en el pensamiento fundamental que representa ese día”. Dejar pasar la oportunidad de vivir el presente, anticipando con nuestra potente imaginación un futuro incierto y lamentar nuestro pasado soportando la carga de nuestras decepciones, es “despreciar” lo único que verdaderamente tenemos a nuestro alcance: este minuto, este instante, este momento… ¡ahora!; perderlo si que es un derroche de tiempo, sin paliativos… ¿Cuándo aprenderemos a vivir?... mañana es demasiado tarde.

sábado, 3 de mayo de 2014

Política y Sociedad



Dice Fernando Savater en su libro, “El valor de elegir”: Elegir la política es aspirar a ser sujeto de las normas sociales por las que se rige nuestra comunidad, no simple objeto de ellas. En una palabra, tomarse conscientemente en serio la dimensión colectiva de nuestra libertad individual. La sociedad no es el decorado irremediable de nuestra vida, como la naturaleza, sino un drama en el que podemos ser protagonistas y no sólo comparsas. Mutilarnos de nuestra posible actividad política innovadora es renunciar a una de las fuentes de sentido de la existencia humana. Vivir entre seres libres, no meramente resignados ni ciegamente desesperados, es un enriquecimiento subjetivo y objetivo de nuestra condición”.

La acción política siempre es antagónica, pero en realidad, ese antagonismo puede ser extraordinariamente enriquecedor si se ejercita bajo la premisa del respeto; sin embargo, se torna altamente frustrante si es preponderante la intención de descalificar al oponente, no en función del acierto o no en la exposición de motivos sobre el asunto sometido a debate, sino con carácter general y excluyente.

Tal modo de actuar ha sumido a los que ejercen la política en un desprestigio creciente, los ciudadanos de “a pie”, asistimos atónitos al espectáculo bochornoso que día a día nos sirven. Los argumentos y la razón han perdido todo su valor, lo relevante es neutralizar al adversario, no exponer los criterios sobre el asunto debatido. En este juego del “todo  vale” y/o “tu más” en que se han sumido, no se salva nadie. Descalificar “ad personam” es un recurso de oradores de pacotilla, que lo único que saben es polemizar, buscando su razón y no la verdad.

Por fortuna, salvo en alguna tertulias de “entendidos” de todo asunto; no ha traspasado al tejido social, que sigue impasible su pesado día a día y que ha interiorizado que no debe esperar nada, de quienes con una falta de sensibilidad manifiesta, ignoran la realidad y tratar de sumergirnos en una realidad virtual, donde no caben más que los que dicen que han venido a la política  a servir, pero en realidad se comportan como si fueran “mandamases”.

Alejados de la realidad cotidiana - consciente o inconscientemente - viven la vida que marca la “consigna” del partido y tienen la voluntad de arremeter, como “guardia pretoriana” a cualquiera que evidencie la mas mínima disidencia. Lo que vale es el “recetario” sobre cualquier tema, elaborado por el partido para sus militantes, no tiene ninguna importancia, la proximidad al asunto discutido, ni el conocimiento propio, si es divergente. La razón - parece ser -, que en los tiempos actuales se consigue, repitiendo machaconamente lo mismo. La razón, en si misma, está en desuso.

Como dice Savater, “aunque la vida en democracia sea siempre polémica, pueden evitarse los perores riesgos del antagonismo social, su dimensión más destructora”. Esperemos que así sea, hasta ahora la tendencia es la contraría y eso nos preocupa a quienes miramos atónitos el desenvolvimiento de los asuntos públicos y el comportamiento de quienes los gestionan. 
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