Para encontrar algo, primero hay que perderlo. Que fácil de enunciar y que complicado de entender, sobre todo para casi todos nosotros, que casi siempre estamos buscando algo, que curiosamente no hemos perdido. En muchas ocasiones no sabemos ni siquiera qué, pero esperamos, buscamos y anhelamos.
Saber estar satisfecho con lo que uno tiene es uno de los mejores antídotos contra la ansiedad. Esa potente apetencia por poseer, siempre tiene un mas allá, nunca alcanza el límite, nuestra sociedad nos induce con mensajes subliminales de más y más. No importa el límite alcanzado, siempre hay una cota mayor.
Como corroboración de ese fenómeno, en clase siempre suelo preguntar en algún momento adecuado, que viene a cuento: primero cuantos alumnos no tienen teléfono móvil, siempre con respuesta negativa, es decir todos tienen; luego pregunto, cuantos de los presentes, es el primer móvil que tienen, nadie, todos han tenido otro antes; con posterioridad digo, que si es posible identifique, quien lo cambió, que tipo de avería tenía, nueva sorpresa, no estaba estropeado; por el contrario, hay muchos y diversos motivos, casi todos fútiles, pero nadie que lo hizo para reponer un utensilio “roto”.
Somos un conjunto de personas, despilfarrando continuamente, cuando no, lamentándonos de nuestra “mala suerte”, porque carecemos de…, es como nuestro sino, tengamos lo que tengamos, siempre nos falta. Ésta es una de las claves de los comportamientos impropios, este es el fundamento de nuestra intranquilidad.
¿Cómo podemos tener esta avidez por poseer?, no por utilidad o necesidad, casi siempre por snobismo, no hay volumen de objetos obtenidos, que nos calme; muy al contrario, es como una “droga”, nos pide cada vez, sin límite ni concierto. Con lo fácil que sería hacer un breve análisis y percatarnos con rapidez, que no nos tornará a mejor la nueva posesión. Ni siquiera aunque sea el atributo necesario, para integrarnos en algún grupo o despertar “cierta envidia” ajena.
Los objetos no nos hacen mejor, seguimos siendo los mismos, aunque nos parezca que con ellos adquiriremos alguna cuota de “prestigio” mayor. Así es nuestra confusión mental, ni nos cambian ni cambiamos; muy al contrario, si no cubren una necesidad real, sobrevendrá el vacío y después…, la tristeza. La satisfacción no está en la sofisticación. Lo sencillo y natural, muchas veces es gratis.
Saber estar satisfecho con lo que uno tiene es uno de los mejores antídotos contra la ansiedad. Esa potente apetencia por poseer, siempre tiene un mas allá, nunca alcanza el límite, nuestra sociedad nos induce con mensajes subliminales de más y más. No importa el límite alcanzado, siempre hay una cota mayor.
Como corroboración de ese fenómeno, en clase siempre suelo preguntar en algún momento adecuado, que viene a cuento: primero cuantos alumnos no tienen teléfono móvil, siempre con respuesta negativa, es decir todos tienen; luego pregunto, cuantos de los presentes, es el primer móvil que tienen, nadie, todos han tenido otro antes; con posterioridad digo, que si es posible identifique, quien lo cambió, que tipo de avería tenía, nueva sorpresa, no estaba estropeado; por el contrario, hay muchos y diversos motivos, casi todos fútiles, pero nadie que lo hizo para reponer un utensilio “roto”.
Somos un conjunto de personas, despilfarrando continuamente, cuando no, lamentándonos de nuestra “mala suerte”, porque carecemos de…, es como nuestro sino, tengamos lo que tengamos, siempre nos falta. Ésta es una de las claves de los comportamientos impropios, este es el fundamento de nuestra intranquilidad.
¿Cómo podemos tener esta avidez por poseer?, no por utilidad o necesidad, casi siempre por snobismo, no hay volumen de objetos obtenidos, que nos calme; muy al contrario, es como una “droga”, nos pide cada vez, sin límite ni concierto. Con lo fácil que sería hacer un breve análisis y percatarnos con rapidez, que no nos tornará a mejor la nueva posesión. Ni siquiera aunque sea el atributo necesario, para integrarnos en algún grupo o despertar “cierta envidia” ajena.
Los objetos no nos hacen mejor, seguimos siendo los mismos, aunque nos parezca que con ellos adquiriremos alguna cuota de “prestigio” mayor. Así es nuestra confusión mental, ni nos cambian ni cambiamos; muy al contrario, si no cubren una necesidad real, sobrevendrá el vacío y después…, la tristeza. La satisfacción no está en la sofisticación. Lo sencillo y natural, muchas veces es gratis.