jueves, 26 de diciembre de 2013

Dialogar o "abuchear"


Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “Han pasado treinta años y una de las razones de que la libertad de expresión siga siendo difícil de ejercer en España es que ni a un lado ni a otro se ha practicado la crítica hacia los propios orígenes y los propios errores, y porque las iniciativas de concordia que permitieron entonces el establecimiento de la democracia ahora han desaparecido en un repliegue hacia la intransigencia, en el que los impulsos sectarios de la clase política han sido alentados y hasta jaleados por una parte de la clase periodística, por la parte más visible de la clase intelectual…
Que posibilidades puede haber de verdadero pluralismo en una país donde el parlamento, que debería ser por naturaleza el escenario privilegiado de los debates públicos, el lugar donde se manifiesta a la vista de todos la variedad de posturas y las opiniones legítimas, de la disidencia radical y también de la capacidad de acuerdo, ofrece a diario el espectáculo entre grotesco y degradante de la obediencia en bloque a las directrices de partido, el aplauso cerrado al líder, el insulto soez al contrario. La forma del hemiciclo subraya la semejanza con una plaza de toros agitada por las feroces diferencias binarias españolas: sol y sombra, izquierda y derecha, palmas y bronca, energumenismo amparado en la masa. Las transmisiones de televisión captan la monotonía disciplinaria, pero no la greca como de escolares zánganos con que muchos de sus señorías saludan las intervenciones de alguien del partido contrario.”     

Cuando las posiciones hay que defenderlas, con gritos, exclusiones, “trampas” para que no se escuche la voz del contrario; mal van las cosas. Si uno atiende a los argumentos que otro ha elaborado, no está obligado a seguirlos y siempre es mucho mejor – incluso para uno mismo - que impedirle exponerlos. Esto es válido en cualquier tipo de foro; pero en un parlamento es obligatorio; o si no que le cambien el nombre y le pongan “abucheamiento”.

La falta de respeto, no ha sido nunca buena compañera. La falta de respeto, ha sido más bien cualidad de personas con cortedad de miras e inteligencia corta; por muy congresista o senador que sea. Los que no estamos en estas cámaras y solo asistimos a los espectáculos bochornosos que retransmite la TV, cuando muestra algunos debates importantes; quedamos – al menos yo – absolutamente atónitos por tanta falta de educación y sorprendidos que algunas acciones de evidente falta de respeto al orador de turno, sean incluso “reídas y aplaudidas” por sus colegas de partido.

Quien no quiere permitir que un contrario hable, aparentemente, no ésta muy convencido de su “verdad”. Quien como argumento utiliza la descalificación, el improperio o cualquier otra forma coactiva que impida expresarse libremente, no se percata del flaco favor que le está haciendo a nuestra democracia y contribuye a la poca sintonía entre los ciudadanos y los políticos, muy creciente en los últimos tiempos. Si pensase solo un momento dejaría de actuar con estas pautas espurias y no contribuiría a esa desafección.


No espero ninguna modificación de la conducta en este sentido, los parlamentarios se han dejado caer por lo fácil, servir la anécdota más grotesca que jocosa y evitar así que los asuntos se diriman en profundidad; lamentablemente no les interesa, no sea que nos demos cuenta de su clara falta de competencia. Como dice Antonio Muñoz Molina: “La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de las inclinaciones más arraigadas en los seres humanos… lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos para uno mismo”. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Extravagancia


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro compilación “La extravagancia”: “Todo miembro de un grupo ha de pagar un precio por su aceptación como elemento integrante del mismo en una determinada posición y con una determinada función. Ese precio se traduce en ser y hacer de acuerdo a las expectativas de los demás para con él. El extravagante también paga su precio al grupo en el que se le permite estar y actuar de esta manera: ha de hacer permanentemente de extravagante, constituirse en “el” extravagante del grupo, para cumplir a perpetuidad el cometido de divertir, imaginar”.

Es decir, el extravagante adquiere una licencia para poder actuar en su papel y ser tolerado sin haberse acoplado a las “normas” no escritas de comportamiento social generalmente admitido. Pero esa misma sociedad, le impone ese comportamiento fuera de la norma, con carácter permanente. Supone por tanto, que si se quiere dejar el estándar, mediante la extravagancia, no se puede hacer por un tiempo, para ser asumido su deriva por la sociedad a la que pertenece, su elección no tiene retorno fácil, debe instalarse en esa conducta por vida.

Pareciera como si la sociedad admitiese, como signo exótico, comportamientos de este estilo, que siempre son en realidad motivo de comentario jocoso; pero además esperase que lo asumiesen como su rol repetido, toda vez que es muy minoritario y por tanto no pone en peligro la estructura vertebral principal. Siempre, claro esta, que esta conducta que está representada por los percentiles más extremos de la distribución de la población, no sea en ningún caso un seudo-ejemplo a imitar, que pudiera desequilibrar de forma creciente el conjunto “armónico” mayoritario.

Se necesita valentía, para instalarse en esta posición y no pensemos siempre, que es por carencias; en muchas ocasiones algunas personas “pasadas” de inteligencia, lo hacen de modo deliberado, para poder decir o hacer lo que quieren, con una forma de comportarse, que no altera para nada la seguridad del grupo mayoritario, toda vez que casi siempre causan cierta hilaridad en quienes los escuchan, que suelen comentar entre ellos, esas salidas de tono como propio del personaje “raro” que representa quien las promueve y en ningún caso se ven ofendidos o molestos; aunque las diferencias expuestas sean relevantes, las achacan a que son fruto de ese particular  comportamiento.

No hace falta mas que repasar la historia para percatarse de cómo se han ido abriendo su propio espacio, personajes de este talante, que no han sido considerados en toda su trascendencia, ya que la propia sociedad que los acogía los había clasificado fuera de la norma por su extravagancia y por tanto poco nocivos para la estructura monolítica mayoritaria. Revestidos de ese barniz han podido desenvolverse en la frontera de la impertinencia, con la palabra o la indumentaria, sin que hayan sido excluidos, socialmente hablando, antes más, han sido acogidos como singularidades que hacen gracia.


Como dicen Salvador Giner y Manuel Pérez Yruela, en el mismo libro: “Frente a hipócritas y fariseos, un raro, pero sobre todo un extravagante, ejerce una crítica esencialmente tolerable del mundo convencional con su propia presencia. La crítica intolerable es aquella que no puede descartarse alegando que proviene de un extravagante inocuo. Los atenienses pudieron ignorar a su más eminente raro, Sócrates, y reírse un poco de él mientras parecía solo un excéntrico, pero tuvieron que tomárselo en serio, y condenarlo, cuando empezó a ser una auténtica amenaza para bastantes de ellos…”.     

sábado, 30 de noviembre de 2013

Conveniencia



Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “… en lugar de aceptar para norma de lo nuclear de la persona aquello que es verdad, con todas sus consecuencias, elegimos aquella visión del mundo y de las cosas que conviene, que nos obliga a renunciaciones, la que nos permite seguir donde estábamos o donde habíamos querido llegar. El plano ético de nuestra persona aparece, en una palabra, impurificado por el de nuestros intereses”.

La pregunta ¿Qué quieres ser de mayor?, tan frecuentemente planteada en nuestra infancia, nos ha calado muy hondo. Todos hemos interiorizado, que hay que ser “algo” y generalmente nos hemos fijado metas alejadas de la realidad, como si estuviéramos “espoleados” por una fuerza extraña; ese deseo se ha transformado en lucha para conseguirlo y luego en esclavitud para mantenerlo. Nos hemos impuesto un comportamiento acoplado a las necesidades de otros y hemos, en el fondo, domesticado nuestros verdaderos sentimientos.

No estoy en desacuerdo de imponerse metas ambiciosas y empeñarse con tesón y constancia en lograrlas, no; mi duda se plantea cuando para esos hitos, es necesario utilizar toda una serie de subterfugios impropios. No hablo solo de dejar por el camino a otros que también deseaban la misma meta y que hemos tenido de algún modo que “puentear”, en ocasiones a cualquier coste; no, no hablo solo de eso; hablo de esa acomodación paulatina que vamos conformado en nuestra forma de ser y actuar, para parecer lo que no somos en verdad, pero que conviene a la imagen esperada, en ese cometido, por otros. Nos convertimos en puros imitadores de una realidad virtual.

Cuanto miedo a ese “no ser algo”, cuantas renuncias para allanarse a la “normalidad” necesaria al puesto. Acabamos siendo autores de un personaje impostado y lleno de apariencias. Nuestro destino es la soledad. Esforzarse por llegar más “alto” cada vez, sin recordar que ciertas alturas producen, en el fondo, vértigo. La vida placentera, no es desasosiego y ambición desmedida, la vida placentera es equilibrio de miras y satisfacción con lo logrado, exentos de más allá, que nos produzcan insatisfacción; en definitiva satisfacción con lo que somos y despreocupación de la imagen de lo que quieren que seamos.

Lo aprendemos tarde o nunca, nos dejamos cautivar por glorías efímeras y renunciamos a satisfacciones, quizás mas pequeñas, pero sin duda mas auténticas; fijamos nuestros destinos en posiciones inadecuadas, dejamos de ser dueños de nosotros mismos y nos hipotecamos - lamentablemente a un alto coste – comprometiendo nuestra paz interna y nuestra satisfacción personal real. Descubrimos cuando ya es demasiado tarde, que comenzada la andadura hay que llegar al final, por duro que sea; o abandonar, asumiendo el fracaso que socialmente representa. La renuncia, por tanto, acaba siendo cosa de valientes, no de pusilánimes.

Como dice Castilla del Pino citando a Herbert Marcuse: “… en la sociedad actual, montada sobre un sentido brutal de la competencia, inoculamos en el niño esta forma de vida. Pero, al mismo tiempo, la enmascaramos suministrando unos principios éticos, que no son prácticos, y, por tanto, no son practicados en el fondo. El niño se torna más tarde, de adolescente, en el consciente o inconsciente descubridor de nuestra duplicidad”.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Hablar sin decir



Dice Eduardo Punset en su libro “Por qué somos como somos”: “El habla, que es el aire transformado en ondas sonoras, esconde los secretos de esa paradoja que es el cerebro humano, algo muy complejo. Cuando hace tiempo el hombre primitivo pasó de proferir gritos e interjecciones a la comunicación verbal, esta capacidad de comunicación le sirvió para sobrevivir y se convirtió en una cualidad que muchos consideran única a su especie, en algo que le distinguiría del resto de los animales más evolucionados con los que comparte otras habilidades. A pesar de las numerosas investigaciones que se han llevado a cabo, no sabemos con certeza cómo y cuándo surgió el lenguaje, pero sí que está relacionado con la evolución del cerebro porque, para entenderse, para comunicarse entre sí, los hombres necesitamos poseer un cerebro muy complejo. Por eso cuando hablamos del lenguaje estamos hablando también del origen del cerebro humano”.

Es decir, que conforme ha ido evolucionando el lenguaje, nuestro cerebro ha aumentado de tamaño y además la comunicación verbal a nuestros antepasados, les sirvió para sobrevivir. Francamente lo tenemos mal, comunicarse, lo que se dice comunicarse, poco o nada; tal como van desarrollándose las cosas, cada vez, la comunicación es más monólogo apabullante y cargado de soberbia. Parece que lo que ha costado tantos miles años de instrumentarse, nos hemos empeñado en reducirlo a la nada, da la impresión de que no está lejano el día, que la comunicación irá de miradas y gestos unido a algún “gruñido” parecido al sonido de las palabras sin vocales de los “sms”.

Cuanta desfachatez y que poca practicidad de vida; que prefiere utilizar las palabras para confundir, o al menos tener esa intención al pronunciarlas. Quienes por razón de su cargo tienen la potestad de dirigirse a mucha gente, emitiendo mensajes sobre asuntos – relevantes o no – han interiorizado un lenguaje, vacío de contenido y lleno de hipérboles - difíciles de entender -, incluso para ellos. Nada hay tan incongruente como tomar la palabra para “no decir”, porque ya se sabe que Decir compromete y no están los días para compromisos serios.

Con lo fácil que sería utilizar el lenguaje para compartir, es decir, para sumar. Pero no, la consigna más frecuente, es “yo tengo la razón y el discernimiento justo” y o estás conmigo o contra mi. Cuanta energía perdida en el juego de la sinrazón, cuanto tiempo vacío de contenido y lleno de incongruencias, eso sí, pertrechado con un lenguaje rimbombante y poco inteligible, cuanto más, mejor.

Dadas las circunstancias, no entender ese lenguaje, casi es mejor. Parece, que no entender, ni seguir ese lenguaje es casi liberador de la alienación, que se acaba padeciendo, si uno interioriza lo que le dicen desde las tribunas de “decir”, aunque sienta en el fondo, que algo le ocultan los “oradores” o peor aun, atisbe de modo incipiente, que tratan de “mentalizarlo” con argumentos espurios y carentes de contenido real.

Pero aun desentendiéndose de estos contenidos absurdos; de la cita de Punset, me invade una preocupación, que es: “Si cuando hablamos del lenguaje estamos identificando también del origen del cerebro humano”, dados los tiempos aciagos que corren en este aspecto, ¿nos estamos descerebrando? 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Actitud dialógica



Dice Carlos Castilla del Pino, en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “… la actitud dialógica no es algo que se tiene, sino algo que se alcanza merced a toda suerte de renunciamientos íntimos y gracias al movimiento dialéctico intrapersonal surgido entre las motivaciones emocionales y las motivaciones racionales que cada cual contiene. Posponer el yo a la verdad es, al propio tiempo, índice del grado de madurez de la persona, y muestra la adquisición del sentido de lo real que caracteriza a la persona verdaderamente adulta.”

Así que la tendencia al diálogo, no es algo que se tiene, es algo que se aprende. Se aprende además, con una previa renuncia a todos nuestros rígidos pronunciamientos; se aprende en base a estar abierto a cualquier otra opinión respetuosa y discrepante;  e incluso se aprende a incorporarla como postulado propio, por muy lejano que se estuviese al comenzar el tema debatido.

Casi nada; pero si lo que “priva” es apabullar con argumentos a nuestro interlocutor, - sean o no de razón -,  tratando de colocarle frases, a través del imperioso tono de voz que usamos y no dejándole “colocar” ni uno solo de sus razonamientos. La moda es tomar la palabra para no soltarla y esgrimir argumentos – con razón o sin ella – e hilvanar un argumento y repetirlo machaconamente para que cale hondo en los demás, que a fuerza de oírlo, acabarán por hacerlo propio.

¿Cómo nos va a permitir nuestro Ego, posponerlo?; con lo que nos ha costado aferrarnos a él, con lo excluyentes que somos, con lo ávidos de vencer dialécticamente que estamos – tengamos o no razón -; creo que el listón se coloca muy alto. Nuestro trabajo dialéctico consiste mayoritariamente en “recitar” argumentos, la mayoría de ellos espurios, que no hacen más que dificultar el advenimiento de la verdad. Parece como si todos temiéramos reconocer, que no es el único argumento el nuestro, que otros ajenos y desconocidos hasta ahora para nosotros, pueden ser también legítimos e incluso más adecuados que los nuestros.

La verdad, debe de prevalecer siempre sobre “nuestra verdad” y no al contrario. Tratar de ser adulto cada día, asumiendo que solo con actitudes de diálogo, se pertrecha un futuro mejor para todos. Perder “nuestra razón” en aras del sentido cierto de las cosas, es una lección de humildad, que conlleva una mejor posición dialéctica para todos. Cimentar nuestra posición  estrictamente, por el número que decimos representar; o por tono elevado de voz; o por el ejercicio repetitivo de los argumentos. No abandonar esa posición férrea y determinista, significará siempre un “equipaje” muy pesado, pero liviano en contenidos.

Porque como dice Castilla del Pino: Hay en el diálogo auténtico un olvido de la persona, una continua superación de impulsos narcisistas o de agresión, en pro de la comprensión del tema mismo sobre el cual se dialoga”.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Comparsas...



Dice Fernando Savater en su libro “Ética de urgencia”: “Durante buena parte del día vivimos como si nos hubieran dado cuerda: nos levantamos, hacemos cosas porque se las hemos visto hacer a los demás, porque nos lo enseñaron así, porque eso es lo que se espera de nosotros. No hay demasiados momentos conscientes en nuestro día a día, pero de vez en cuando, algo ocurre e interrumpe nuestra somnolencia, nos obliga a pensar: “Y ahora qué hago? ¿Le digo que sí o le digo que no? ¿Voy o no voy?”. Estas preguntas señalan distintas opciones éticas, nos exigen una preparación mental, nos interpelan para que razonemos hasta alcanzar una respuesta deliberada. Tenemos que estar preparados para ser protagonistas de nuestra vida y no comparsas”.

Comparsa en el teatro o en el cine, es una persona que figura pero no habla; casi, casi son como un decorado. Ser protagonista de nuestros actos implica: compromiso,  responsabilidad y claridad de pensamiento; no es nada fácil, el protagonismo genera, en si mismo, “exposición”. Sin duda es mucho mejor el “seguidismo”, no hay responsabilidad, puede tener uno, en el fondo, una excusa - porque no decidió nada - si la cuestión no fue de éxito y sobre todo, esa posición propicia a la imitación, le facilita no  pensar, solo tiene que hacer, su función solo es acompañar.

No hay nada que no se consiga sin arriesgar y no hablo solo de “dinero”, hablo de otros riesgos personales no evaluables con moneda, sin duda mucho más onerosos. Tratar de alcanzar metas pensadas y empeñarse en ello, no es tarea fácil, en un mundo donde a uno todo se lo dan “enlatado” es decir ordenado y dispuesto para digerir – si uno tiene buen estómago -, a veces ser nadie, pensando que se es algo, tiene una frontera tan débil, que es muy complicado de apreciar a simple vista, en cual de las dos tesituras nos encontramos.

Hemos acabado por estar tan metidos en nuestro “papel” de  actuar de modo parecido a la mayoría, que ahora descubrimos, a poco que nos paremos pensar,  que no sabríamos que hacer si tuviéramos, que “inventar” nuestra vida desde el primer minuto del día, somos fieles repetidores de gestos y acciones, porque en el fondo la función de “marioneta” la hemos interiorizado y nos resulta cómoda. Hacer sin preguntar, pensar que si lo hacen todos es bueno y evadir nuestra conciencia crítica para sentirnos cómodos o cuanto menos evadidos de la realidad cotidiana.

Nos quejamos, en muchas ocasiones, de la monotonía reiterada de nuestra existencia, pero no dedicamos ni un solo minuto a preguntarnos  lo que escribe Savater al principio. Nos resultaría muy desazonador tener respuestas. Nos desmontaría nuestro día a día y ya sabemos que no tenemos capacidad para organizar otro tipo de vida, porque han sido tantas las renuncias internas, para llegar hasta el momento actual, que ni siquiera hemos conservado ese pensamiento crítico e incómodo en ocasiones de quienes no quieren  hacer sin pensar, ni actuar por imitación, casi anulando nuestra propia voluntad.

Como dice Savater: “Los hombres venimos al mundo con un buen hardware, del que nos ha provisto la naturaleza, pero no tenemos el programa establecido, tenemos que procurarnos un software para orientar nuestras acciones sociales, los proyectos creativos, nuestras aventuras intelectuales”.    

sábado, 9 de noviembre de 2013

Carrera política



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era Sólido”: “Durante mucho tiempo pareció que no importaba nada y ahora importa todo, y todo lo que hicimos y lo que dejamos de hacer y lo que hicimos mal ahora nos pasa una factura exorbitante. Pareció que no importaba ser mediocre o ignorante o venal para hacer carrera política, y ahora necesitamos desesperadamente dirigentes políticos que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de tomar decisiones y llegar a acuerdos, nos encontramos gobernados por toscos segundones que no sirven más que para la menuda intriga partidista gracias a la cual ascendieron, todos ellos, mucho más arriba de lo que se correspondía con sus capacidades”

Contraste curioso de una realidad de la que no estamos exentos ninguno, porque aunque no hayamos sido partícipes en la gestión, hemos ejercido con claro desacierto o peor aún, con inefable “pasotismo”, el ejercicio de nuestra obligación electoral. Confiando más en las siglas, que en las personas. No es la ideología quien gestiona, son las personas que están en la papeleta del voto, amparados por esa ideología.

Sabemos poco o casi nada de quienes están incluidos en la lista electoral, tan es así que seríamos casi incapaces de nombrar a más de dos o tres de los que estaban en ella.  Confiamos en los “aparatos” de los partidos, que son quienes los han colocado como candidatos y han determinado el orden. Nos preocupamos poco o nada de quienes son los que dispondrán del presupuesto, para hacer y deshacer según su criterio, que a tenor de los acontecimientos, no parece que sea muy acertado.

Parece que prosperar en política, requiere unas altas dosis de “seguidismo” y una inefable voluntad de defender una razón imaginada, que no real. El militante debe asumir los argumentos del “aparato”, tal como se los transmiten y debe de estar exento de cualquier crítica o comentario reprobatorio; aunque su pensamiento esté muy lejano de la opinión “oficial”. Esta circunstancia se acrecienta en la medida que uno escala posiciones dentro del entramado de cualquier partido, es sorprendente, como quienes no tienen una estructura democrática en su organización, hablan de democracia con la “boca llena” y acusan a todo adversario de posiciones totalitarias.

La actitud conformista del pasado, nos ha traído esta “agria” realidad, nos parecía que vivíamos en el país de “jauja” y que los “perros se ataban con longanizas”, dada la abundancia en la que aparentemente nos desenvolvíamos. Nos hicieron creer en un mundo feliz y nos dejamos arrastrar por esa suave  corriente receptora, que se deja llevar, mucho más por indolencia que por convencimiento de que  la realidad se ajuste al modelo que nos “venden”. No fuimos engañados, más bien, nos dejamos engañar por conveniencia. Preferimos entornar los ojos a abrirlos. Elegimos no razonar y pusimos el énfasis de nuestras vidas en lo superfluo; nos dejamos absorber por la espiral de los signos externos y al final logramos confundir nuestra propia realidad, asumiendo como verdadera una imagen virtual. Nos hemos ganado a pulso una parte de la “sanción” que soportamos en la actualidad.

Como muy bien dice Muñoz Molina: “Vivimos en este mundo, no en otro. Lo que tenemos es mucho más singular y frágil de lo que creíamos…No hay sitio ya para la autoindulgencia, la conformidad, el halago”.

Ojala tengamos memoria… 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Personalidad particular




Dice Fernando Savater en su libro “Ética de URGENCIA”: “Una sociedad funciona cuando se permite a cada individuo ser él mismo y desarrollar su personalidad siempre que cumpla con aquello con lo que tenemos que cumplir todos para que la sociedad no se colapse. Uno puede ser él mismo siempre que asuma que hay una serie de deberes y responsabilidades que son para todos, nos gusten más o nos gusten menos. Sobre esta base compartida por todos los ciudadanos cada uno puede ir construyendo una personalidad particular”.

¿Personalidad particular?...difícil cometido en los tiempos en los que vivimos. En donde la originalidad es un síntoma claro de “rareza” para los demás. O el otro extremo, donde queremos justificar todas las acciones, incluso, aquellas que son francamente mejorables, por esa seudo-originalidad que acaba siendo un paraguas, donde cabe todo. Ser original, si; tener criterio propio, si; saber discernir y clasificar lo que sucede a nuestro alrededor, si; buscar incansablemente nuestra propia identidad, si;… pero no objetar, para respaldar comportamientos inadecuados, nuestra propia originalidad;  justificando con ello acciones egoístas, exentas de contenido racional.

En una sociedad como la actual, en clara “decadencia”; donde se ha instalado con carácter cotidiano la inseguridad; propiciada por una crisis económica, que ha trocado los valores esenciales de la solidaridad, por otros de rasgos eminentemente “materialistas”, para hacer recaer los sufrimientos del ajuste, en quienes ya están cargados de “carencias”; se ha instalado un lenguaje vacío de contenido y lleno de subterfugios, para tratar de justificar acciones y omisiones,  que cada vez – con mayor insistencia -  constatan la incompetencia a corto plazo de quienes “mandan”, para mantener el bienestar social colectivo, conseguido a lo largo de los años.

Descrito el escenario, la personalidad particular  se evidencia, con cierta frecuencia, en puro y simple egoísmo. Los ciudadanos que han venido trabajando toda su vida, gastando con prudencia y viviendo con justeza, miran atónitos como esas “singularidades” cargadas de irresponsabilidad, de quienes han venido detentando el poder político, han devenido en despilfarros, carentes de todo sentido; salvo el contenido “faraónico”  y la falta de sensibilidad administrativa, que les ha hecho confundir los actos fastuosos y rimbombantes, con la satisfacción de las necesidades ciudadanas. Cubran ustedes lo básico y en otrora tiempo de holgura, ya vendrán los fastos y devaneos suntuosos, para que se sientan satisfechos, aunque sean fatuos.

Déjennos ser “nosotros”, ya que no molestamos a nadie y sigan a lo suyo, es decir, a rifirrafes vacíos de contenido, descalificaciones, faltas de respeto y palabras confusas, unidas a definiciones imprecisas. Sigan en lo suyo, hagan de la sinrazón su labor cotidiana, pero - por favor - a quienes no queremos participar en esa carrera hacia la “nada”; porque no la comprendemos, ni la necesitamos para ser “mejores”; déjennos vivir a “nuestro aire”. Vayan todos los días a sentirse henchidos con sus inútiles obras, como faraones del siglo XX y XXI y encántense en la contemplación; pero por favor, déjennos a quienes no necesitamos todos esos excesos; que desenvolvamos nuestra existencia en una vida racional, cotidiana y solidaria, eso si, exenta de rimbombancia; porque nosotros, ¿saben?…, queremos seguir siendo “sencillos y de pueblo”.

En la obra de teatro de Paul Valery, el personaje Fausto dice: "Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad"... claramente era premonitorio de la actualidad cotididiana.

(*) La foto corresponde al Palacio de las Artes Reina Sofía. 37.000 m2 y una altura máxima de 70 metros. Cuatro salas, la principal con mas de 1700 plazas. Foso para coro, segundo más grande del mundo. 77.000 m3 de hormigón y 30 Tm de acero estructural.

sábado, 3 de agosto de 2013

Clase política.



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “Necesitamos discutir abiertamente, rigurosamente y sin miedo, y sin mirar de soslayo a ver si cae bien a los nuestros lo que tenemos que decir. Necesitamos información veraz sobre las cosas para sostener sobre ellas opiniones racionales y para saber qué errores hace falta corregir y en que aciertos podemos apoyarnos para buscar salidas en esta emergencia. La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgate de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios. Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”.

Exactamente lo contrario de la realidad que nos traslada el día a día. La llamada clase política tiene mucho más interés en evidenciar los motivos de desacuerdo, que en tratar de limar las distancias y acometer objetivos comunes. Parece como si los votos vienen más de resaltar los defectos o desaciertos  ajenos, que de publicitar los propios logros en la gestión. Triste planteamiento; pero lo peor es que ahora cuando las cosas son lo que son y no lo que parecía, se nota a faltar la dirección inamovible de remar todos  hacia el mismo “norte”.  No hay destino accesible cuando cada remero hace muy bien lo suyo, pero completamente descoordinado de los demás, lo normal en este planteamiento, es una pertinaz zozobra.

Se muy bien que las ideologías plantean diferentes puntos de vista en la gestión y también en las prioridades. No comprendo, por qué calan tan profundamente, que impiden llegar a acuerdos a largo plazo y sentar precedentes estables, en materias como: la salud, la educación y el empleo. Defender a ultranza reformas o cambios, pura  simplemente para distanciarse de su opositor, no es lo que mejor resultado práctico proporciona a los ciudadanos. La estabilidad y robustez en los acuerdos y su mantenimiento a lo largo del tiempo son, en si mismo, garantías de éxito.

Pareciera sin embargo, que lo relevante es discrepar, descalificar y jugar con las palabras, hasta que estas pierden su sentido y sean utilizadas de forma espuria, no para explicar, sino para confundir. Tampoco se, si esto tiene rédito electoral; a tenor de los actos cotidianos, parece que los que están en ello, si lo piensan. Descartar la posibilidad de llegar a acuerdos, que garanticen la estabilidad de algunas de nuestras normas esenciales, es exactamente igual como no regularlas.

Los ciudadanos que asistimos atónitos a este espectáculo cotidiano, no sabemos muy bien cuales son las discrepancias de fondo, porque nadie nos las explica. Sabemos eso si, todo lo que han hecho mal (preferentemente) los contrarios a quienes explican - tanto sea en la oposición como en el gobierno -, pero no tenemos modo efectivo de que nos aclaren las bondades de los planteamientos reformistas y cuales son las causas que los promueven. Parece un juego de despropósitos en donde lo que más importa es la mayoría necesaria para aprobar o denegar, pero no el asentimiento ciudadano de compartirlo.

Quizás sea nuestra tradición cultural, cargada de intolerancias y maximalismos, que en nada benefician y tanto perjudican. La razón es la razón y no puede ser mediatizada con medias palabras o subterfugios ingeniosos del lenguaje, para tejer una maniobra de la confusión, que a todos perjudica. La cordura no se impone, se instala por si misma, por muchos esfuerzos que se emplee en ocultarla. La verdad hay que asumirla, aunque solo sea para poder modificar comportamientos, si evidencia errores.

sábado, 20 de julio de 2013

Verdadera información



Dice Pascual Serrano en su libro “Desinformación. Como los medios ocultan el mundo”, citando a Chesterton: “Hasta nuestros días se ha confiado en los periódicos como portavoces de la opinión pública. Pero muy recientemente, algunos nos hemos convencido, y de un modo súbito, que no gradual, de que no son en absoluto tales. Son, por su misma naturaleza, los juguetes de unos pocos hombres ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado del mundo. Ya no hace falta que nadie se oponga a la censura de la prensa. No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se diga (Gilbert Keith Chesterton)

Ha llovido mucho desde 1917, que es el año de la cita. Pero sin embargo, casi 100 años después, la podríamos recuperar como ejemplo de lo que sucede en la actualidad; debe de ser, porque la verdad sobre los acontecimientos que suceden en la vida cotidiana, importa poco o nada; importa mucho más, la “seudo-verdad” que debemos manejar los ciudadanos de  “a pie”, para que vivamos conociendo los asuntos a medias y completamente segados, por la tendencia de quienes lo cuentan.

Los periódicos y también puede hacerse extensivo al resto de medios de comunicación, viven una atribulada vida, subidos en un filo de la navaja, haciendo equilibrios impensables con el objeto de satisfacer los intereses de quienes los dominan económicamente; es, lamentablemente,  el marchamo de continuidad del medio. He expresado la frase con los periódicos y los medios, porque entiendo que hay periodistas singulares, que mantienen su independencia e incluso sacrifican su propio futuro, por ser coherentes con el concepto de información con mayúscula, es decir, libre de toda mediatización.

En un momento en donde los medios potenciales son casi infinitos, tenemos que lamentar con mucha resignación, que la independencia individual – salvando excepciones – sea mínima. Los grandes medios, es decir, los más controlados; enfocan los temas, para defenderlos o atacarlos, no en base a la objetividad necesaria para poder informar con garantías, no, lo hacen según la línea editorial imperante y rechazan por falsa cualquier otra interpretación divergente, aduciendo, curiosamente,  clara falta de objetividad y mediatización manifiesta de su opuesto.

Triste panorama futuro, que no tiene perspectiva de solución;  como constata  la  vigencia de una frase escrita hace tanto tiempo. Perdemos todos y no gana en absoluto la información y con el tiempo se producirá – como en la política – una evidente desafección de los ciudadanos; cansados de ser tomados por marionetas a quienes se les puede contar las cosas “a medias”, para tratar de crear una corriente de opinión determinada e interesada y distante de la realidad.

Como dice Ignacio Ramonet en el prólogo del libro: “…en democracia, la censura funciona por asfixia, por atragantamiento, por atasco. Nos ofrecen tanta información y consumimos tanta información, que ya no nos damos cuenta de que alguna (precisamente la que más me haría falta) no está. 

viernes, 12 de julio de 2013

Imaginación



Dice el Dr. Alfonso López Caballero, en su libro “El arte de no complicarse la vida”: “Existen tres leyes que rigen el funcionamiento de la sugestión.
La primera es la Ley del efecto contrario: Cuando el abordaje mental a una tarea cualquiera se formula en términos dubitativos, cuanto más me esfuerce en conseguirla menos capacitado estaré para ello.
La segunda es la Ley del predominio de la imaginación: Cuando la voluntad y la imaginación están en conflicto, siempre vence la imaginación.
La tercera es la Ley del esfuerzo dominante: Una emoción fuerte contrarresta siempre otra emoción débil”.

Cada día conocemos más de los sentimientos, de los estados de ánimo y de la posición que adoptamos frente a los acontecimientos cotidianos; con ello y nuestra propia experiencia, vamos tratando de remodelar nuestro comportamiento, para que nos ofrezca posibilidades de remontar la adversidad o nos ayude a no “indigestarnos” con el éxito. Conocer que nuestra posición mental ante un determinado asunto, facilita o dificulta la resolución, tiene efectos claramente positivos sobre nuestro comportamiento y es la antesala de una mejor vida.

Vencer las dificultades, poner empeño en resolver y tratar de no complicarnos la vida en exceso, no es fácil de instalar en nuestras pautas de conducta, para facilitarnos la mayor ventaja en los asuntos que nos toca dirimir. No hay logro sin esfuerzo, pero además ahora sabemos, que tampoco alcanzaremos metas deseadas, sin poner la imaginación a nuestro servicio, de modo que la voluntad en conseguirlo, sea precedida por una visión del éxito, acorde a nuestros deseos. Representar mentalmente y con anticipación nuestros objetivos, tenerlos al alcance de la mano (con la imaginación, claro), es un buen síntoma de éxito.

Intentar eliminar los pensamientos negativos, por el simple hecho de tratar de ignorarlos o minimizarlos, produce una fijación tal, en ellos, que lo único que hace es acrecentarlos. Las emociones solo se pueden contrarrestar, como dice López Caballero, con pensamientos positivos de mayor intensidad; el dilema se plantea a nivel cotidiano, en como interiorizar el desvío hacia asuntos gratificantes e instrumentarlos de modo que sean alcanzados con nuestra mente y por tanto nos predispongan positivamente para lograrlos en el día a día.

Nuestra vida no puede estar en permanente desazón, nuestros deseos deben de ser prioritarios, porque desconectar de lo negativo y pensar que podemos desenvolvernos sin su perniciosa influencia, ya es un logro que nos predispondrá para alcanzar objetivos con mayor facilidad. La respuesta de nuestra naturaleza a situaciones imaginadas es casi de la misma intensidad que la que se produce en situaciones reales. Por tanto predispongamos el ánimo y concentremos las fuerzas, que si queremos, seguro que podemos.

martes, 9 de julio de 2013

Debate



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “…el dominio de los partidos políticos sobre cada esfera de la vida española es tan absoluto que son los partidos mismos los que imponen la información que se da sobre ellos, los pasajes exactos de los discursos de sus oradores que transmitirán la televisión y la radio.
De esa complicidad humillante son responsables los que la imponen, pero también los que la aceptan. Entre unos y otros han reducido la libertad de expresión a un intercambio de improperios. Probablemente no hay un país en el que se discuta y se escriba tanto de política y en el que sin embargo sea tan raro el debate: el contraste argumentado y civilizado de ideas en el que cada uno se expresa con libertad y está dispuesto a aceptar que el otro tenga una parte de razón  y hasta cambiar de postura si se le ofrecen motivos o datos que desconocía y que puedan  persuadirle; la convicción de que, por debajo de las divergencias, incluso las más tajantes, hay una base sólida de acuerdo, y por tanto la posibilidad de encontrar un terreno intermedio, de ceder en algo para ganar en algo.”

Estoy absolutamente de acuerdo con el planteamiento, pero creo que el “mal” es endémico, para cambiar los planteamientos seguramente hará falta una sustitución generacional, dar entrada a  personas o personajes menos rígidos y con convencimiento claro de lo que enriquece es la diversidad. Siempre que a lo largo de la historia se ha intentado homogeneizar, lo único que se han perdido son libertades individuales, nunca se han ganado. En un debate, tener una visión diametralmente opuesta a la de la otra parte, no propicia en absoluto, que el único argumento sea la descalificación personal, incluso llegando en ocasiones a esgrimir argumentos de la vida del contrario, que en nada tienen que ver con el asunto sometido a debate.

Respetar a los demás es el principio básico de la buena ecuación. No menospreciar es un marchamo de calidad dialéctica. Entender que el argumento debe de ser expuesto en un tono de voz elevado, jaleado por los del mismo partido, para contrarrestar el abucheo de los contrarios, es una vergonzosa forma de evidenciar la falta de “categoría” personal; quien solo encuentra argumentos descalificadotes de su oponente, se hace un flaco favor y además menosprecia la inteligencia de todos. Gritar más, no es en ningún  caso, tener más razón; muy al contrario, el tono mesurado, la palabra justa y exenta de improperios avalan un orador lleno de argumentos sólidos

Pero como los castigos nunca vienen solos, hay una continuidad en ese comportamiento reprobable; los medios de comunicación, tertulianos, programas de debate, etc., se pronuncian con la misma norma, la tónica es: no dejar exponer los argumentos de quien está en uso de la palabra, meter cuñas disuasorias con intención de desanimar al que expone,  no moverse ni un ápice de la postura preconcebida y buscar siempre errores manifiestamente semejantes en los opositores. Y a mi no me sirve de “consuelo”, que estas malas formas solo son a lo largo del debate, porque en realidad, existe buen “rollo” en privado, según dicen.

Con este panorama, no es extraña la incipiente desafección hacía los políticos y la política. Qué esperaban, cerrados aplausos y vítores; no, lo que hay son “pitos” y reprobación. A los ciudadanos nos ha invadido un tedio galopante, que hemos tenido la serenidad de neutralizar, porque si en nuestra vida nos manifestáramos, de modo parecido, salir de casa entrañaría riesgo. A pesar del  mal ejemplo, ese comportamiento claramente  impropio no ha arraigado de forma mayoritaria.

 Como dice Séneca: “La sensatez no se toma prestada ni se compra; y creo que, si estuviera en venta, no tendría comprador. La insensatez, sin embargo, se compra cada día.”

domingo, 7 de julio de 2013

El argumentario



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”, refiriéndose a los  políticos y sus partidos: “Antes de adoptar cualquier posición hay que asegurarse no de su racionalidad o su justeza sino de que se distingue bien claramente de la del adversario. En el periodismo los hechos en sí son mucho menos relevantes que las opiniones, las cuales suelen corresponderse meticulosamente a las directrices de los partidos. Llegar a un mínimo acuerdo operativo sobre la naturaleza de la realidad es tan imposible como encontrar posibilidades de colaboración  para corregirla o mejorarla. Preferir siempre las diferencias a las similitudes y la discordia al apaciguamiento son hábitos cardinales de la clase política española, igual que echar leña al fuego y sal a las heridas. La escenificación estridente de sus disputas partidarias es la cortina de humo que encubre la similitud de sus intereses corporativos, la magnitud formidable de su incompetencia, la toxicidad de su parasitismo sobre el cuerpo social, la devastadora codicia con la que  muchos de ellos, en todos los partidos, se han dejado comprar, o han comprado a otros.”

Muchos de nosotros asistimos atónitos a esa dialéctica destructiva, que lo único que pretende es la descalificación del adversario y no el contraste de opiniones. Lamentablemente no interesan los hechos, ni siquiera de aquellas circunstancias que preocupan intensamente a los ciudadanos, lo verdaderamente relevante es esgrimir una agresividad verbal sin límite, para evitar que sea escuchado la voz del contrario y el contenido de sus argumentos. Dejar un mensaje de descalificación es lo más habitual, “enredar” con argumentos exentos de rigor y emplear medias palabras, para no afrontar la realidad, es el mensaje cotidiano.

Pero como esta posición debe de ser monolítica, nadie se sale un milímetro del guión, aunque en privado y con gente de confianza, acabe reconociendo la precariedad con la que ha hilvanado su discurso. Salirse del “argumentarlo” oficial es exponerse a una severa reprimenda, a través de lo que se viene llamando “la disciplina”, especialmente evidente en aquellas votaciones, donde el parlamentario debe de obedecer ciegamente la consigna gestual recibida.

La política es un campo abonado para llegar tan lejos como se desee, no importando mucho la capacidad ni la formación, porque en realidad lo que  puntuará con mucha más fuerza en su currículum será, sin lugar a dudas, la “docilidad”. Flaco favor para el enriquecimiento cultural común; cuando la opinión sobre los asuntos públicos debe de ser homogénea, no cabe más elección que el “seguidismo”, si se quiere medrar en estas organizaciones tan coercitivas. La verdad no es lo relevante, lo importante es la “verdad oficial interna”, que a fuerza de repetirla desde muchos foros y con machacona insistencia, acabará calando en el cuerpo social, como esa lluvia fina que no se nota pero también moja y a veces mucho.

Extraña profesión, perder internamente, para ganar externamente. Quienes no dedicamos nuestros esfuerzos a estos cometidos – sin duda por falta de capacidad – no tenemos otra solución que “desconectarnos”, oír pero no escuchar. Las palabras se tornan ruido y el ruido no debemos instalarlo en nosotros, más bien debemos evitarlo, aunque solo sea, para preservar el oído de esa machacona intoxicación argumental. Sea como ellos quieren, pero cuéntenselo en sus foros y déjennos en la ignorancia, que a veces es preferible al conocimiento espurio de los asuntos públicos.

Como dice Muñoz Molina: “No hay mérito que no quede reforzado por la comparación con los defectos de los otros…”
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