lunes, 21 de diciembre de 2020

Las verdades...

 


Dice Antonio Muñoz Molina, en su libro “Todo lo que era sólido”: “Necesitamos discutir abiertamente, rigurosamente y sin miedo y sin mirar de soslayo a ver si cae bien a los nuestros lo que tenemos que decir. Necesitamos información veraz sobre las cosas para sostener sobre ellas opiniones racionales y para saber que errores hace falta corregir y en que aciertos podemos apoyarnos para buscar salida en esta emergencia. La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el disgusto de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios. Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”.


La verdad absoluta no existe, salvo en el resultado de las operaciones matemáticas. Cada uno de nosotros construye mentalmente nuestra verdad, en base a la información disponible y nuestra educación. Son verdades que se aproximan mucho, cuando no median otros intereses  espurios en su interpretación. Resolver esos matices y conformar una “verdad común”, que permita planificar acciones consensuadas para la solución de los problemas,  solo es cuestión de voluntad y generosidad. 


Empeñarnos en encontrar los matices que nos separan, resaltándolos como si fueran dificultades insalvables, conduce a un “callejón sin salida”, donde reina la inseguridad, el desasosiego y la confusión. Tal vez, si quienes nos empecinamos en esta actitud negativa, nos percatásemos de sus consecuencias; tendríamos más empeño en conciliar, que en enconar; aunque con ello tuviéramos que reconocer, en parte,  propuestas de nuestros antagónicos. Ceder, no es perder, cuando se “apalanca” un futuro sólido para todos; muy al contrario, es ganar mucho. El éxito no está, nunca,  en imponer “nuestra verdad” y obstaculizar férreamente la del oponente; eso es precisamente el fracaso.


Quienes vivimos preocupados por ese futuro, que se está tornando muy incierto; incrementamos nuestra desazón, cuando observamos unos partidos políticos, preocupados mucho más en resaltar las “carencias”; que en propiciar acuerdos que fortalezcan las acciones y transmitan tranquilidad a los ciudadanos, en unos momentos donde cunde el desánimo y porque no, el “miedo”. Resolver los actuales problemas de salud, sin el empeño conjunto de todos, es una tarea muy difícil, o mejor dicho, imposible. Y esa falta de consenso acrecienta, en una gran mayoría de los ciudadanos, la incertidumbre y la laxitud en el cumplimiento de las normas propuestas.


Como dice Muñoz Molina: “Aceptarnos no es claudicar de nuestros ideales, sino aceptar la realidad, y por tanto renunciar al delirio”. 


miércoles, 16 de diciembre de 2020

El Poder

 



Dice Moisés Naím en su libro “El fin del poder” (2013): “La esencia de la política es el poder; la esencia del poder es la política. Y desde la antigüedad, el camino tradicional hacia el poder ha sido la dedicación a la política. En realidad, el poder es a los políticos lo que la luz del sol a las plantas: tienden naturalmente a buscarlo.

Lo que hacen los políticos con el poder varía; pero la aspiración a poseerlo es el rasgo fundamental que tienen en común. Como dijo Max Weber hace casi un siglo: < el que se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines, ideales o egoístas, o bien para alcanzar el “poder por el poder”, es decir para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere>.

Pero ese sentimiento de prestigio es una emoción frágil. Y en estos tiempos, es cada vez más efímero.”


Creo que Naím tiene mucha razón, un político busca interiormente el poder, aunque externamente lo presente con aplicación de trabajo y esfuerzo para  mejorar la sociedad en la que vivimos. Si no fuese así, no habría ese enconamiento permanente entre los partidos políticos, cuyo fundamento es descalificar globalmente al oponente de modo, que abra el camino o lo cierre, para alcanzar el poder.


La opinión de los  ciudadanos está siendo cada vez menos relevante. Aunque somos quienes con nuestra decisión en el voto acabamos eligiendo nuestros representantes. Pero tenemos memoria frágil y no hemos encontrado caminos robustos para exigir el cumplimiento de las “promesas” recogidas y divulgadas en las campañas electorales. Nos vemos atrapados en prácticas parlamentarias, cada vez más alejadas de lo “mollar” y más centradas en cuestiones no relevantes para el asunto debatido, que no facilitan despejar la mejor solución común para todos.


De este modo, quien acaba logrando el poder, tiene una firme tendencia de permanecer en él, cuanto más tiempo mejor, tomando las decisiones que más le ayuden a continuar. Pero al mismo tiempo, quienes están en la oposición tienen el firme deseo de desalojarlos y para ello adoptan una posición extremadamente crítica, en la creencia de que deben transmitir a los ciudadanos-votantes la sensación, de que se gobierna muy mal y con ello acrecentar las posiciones de éxito, para las próximas elecciones.


En esta situación cabe recordar lo que dice Naím: “Vivimos una época en la que, por paradójico que parezca, conocemos y comprendemos los problemas mejor que nunca, pero parecemos incapaces de afrontarlos de manera decisiva y eficaz”. Tal vez haga falta que nos escuchemos más unos a otros… 


viernes, 4 de diciembre de 2020

Tolerancia.

 




Dicen Valentín Fuster, José Luis Sampedro con Olga Lucas, en su libro “La ciencia y la vida”: “No necesito que mis amigos piensen como yo. Mientras se pueda razonar, estoy a gusto. Con el que no me siento confortable es con el arrogante, con el que quiere venderte algo. El que tiene la verdad en el bolsillo”.


En los años de estudio en la Universidad, forjamos un fuerte vínculo de amistad, tres compañeros y yo. Aunque éramos de diferente ideología política e incluso la sensibilidad religiosa no era homogénea. Hablábamos y debatíamos todos los temas, cada uno desde su punto de vista, sin pretensión de forjar un criterio único. Creo que habíamos descubierto internamente, que esa heterogeneidad nos enriquecía a todos, no nos limitaba.


Quizás por eso, lo que hacíamos inconscientemente, era seguir un curso de “tolerancia”, en el que profesor y alumnos éramos todos. Descubrir, que aunque mi interlocutor, aun no siendo partidario de lo que uno dice, lo escucha con respeto y no hace aspavientos, es cuanto menos un gran avance; aunque  en el fondo es una “lección” de convivencia. 


No es homogeneizando el pensamiento, como se enriquecen intelectualmente las sociedades actuales; la uniformidad no puede ser considerada un signo de progreso. Quienes piensan de modo diferente, tienen el mismo derecho que nosotros a expresarse en el marco del respeto mutuo y deben de ser tolerados sin más. Gritar más, sobreponer la palabra, proferir improperios para impedir que los demás hablen, no da la razón, muy al contrario, la quita.


Quizás convendría que fuéramos aprendiendo a  convivir y respetarnos más, con ello ganaremos futuro; porque como dice Antonio Muñoz Molina: “Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”. Toca ser humildes y consensuar en el presente, para cimentar un futuro sólido y mejor. Y a eso hemos de colaborar todos, con el silencio y la palabra.


viernes, 20 de noviembre de 2020

Disenso pertinaz

 



Dice Alexis de Tocqueville en su libro “La democracia en América” (1835-1840): “¿Se han parecido, pues, todos los siglos al nuestro? ¿El hombre ha tenido siempre ante los ojos, como en nuestros días, un mundo donde nada concuerda, donde la virtud carece de genio y el genio de honor; donde el amor al orden se confunde con el amor a los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio hacia las leyes; donde la conciencia no arroja más que un dudosa claridad sobre las acciones humanas; donde nada parece ya prohibido, ni permitido; ni honrado, ni vergonzoso; ni verdadero, ni falso?”

 

Creo que  no ha perdido actualidad y a poco que miremos alrededor reconoceremos vigentes algunas de sus frases. También podríamos, por tanto,  preguntarnos si se parecen todos los siglos al nuestro en los albores del siglo XXI.


Vivimos un ambiente colectivo de gran confusión, los políticos han perdido credibilidad ante los ciudadanos, toda vez que sus discursos se pronuncian mucho más en clave de los  intereses de partido y desgaste del oponente de turno; que de la propia lógica de identificación de los problemas y la aplicación de acciones para resolverlos.

 

Basta con que la iniciativa sea promovida por otro partido político, para pronunciarse en contra y resaltar los innumerables problemas que nos traerá aplicar esa solución. En nuestra sociedad cunde la impresión de que no estamos mejor que en el pasado inmediato y que vamos a peor. Los parámetros de bienestar de los que disfrutábamos, se van desvaneciendo y no hay acciones conjuntas para restablecerlos, ni se esperan acuerdos que las propicien.


Por si esta situación no fuera ya muy preocupante, nos ha invadido una crisis de salud mundial y muchas dificultades para frenarla. Pues bien, ésta debería de tener unos parámetros de solución ajenos a la ideología política, pero no es así; cada día asistimos a la vorágine de la plasmación de las diferencias de interpretación y de instrumentación. Son incapaces de acordar pautas de comportamiento comunes, que den confianza a los ciudadanos de a pie sobre las medidas necesarias. Con este proceder de los partidos políticos solo se consigue: una enorme insatisfacción, desconfianza y una falta de motivación para abordar los sacrificios necesarios a implementar. Mal vamos.


Como dice Valentín Fuster y José Luis Sampedro con Olga Lucas, en su libro “La ciencia y la vida”: “…No podemos hacer nada respecto al instinto de supervivencia, si podemos modelar el aspecto cognitivo de la persona, que le proporciona fuerza, entusiasmo, energía, en fin: la motivación y el impulso vital”. Yo lo llamaría confianza en las personas responsables que deciden y creo que para ello, deberíamos de abandonar la descalificación y dedicarnos  a unir nuestro esfuerzo propiciando  el consenso. ¡Por el bien de todos!


domingo, 8 de noviembre de 2020

Democracia

 

Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “Nadie nace demócrata, sino que,  más bien se hace demócrata. Y a esto no se llega de modo inconsciente y por simple contagio, o a base de adecuarse a los usos de una sociedad, sino gracias a una preparación consciente y meditada. La democracia no arranca de un instinto arraigado en nuestra dotación genética… La democracia es el régimen político más artificial. Por eso, lo mismo que nadie es demócrata desde siempre, tampoco lo es de una vez por todas y para siempre…El buen ciudadano se halla en estado de maduración democrática permanente”.


La Constitución española de 1978 no nos dio el “título de demócratas”, por mucho que abriese un camino de normalización. Ser demócrata, es decir, anteponer la tolerancia entre otros atributos en nuestro comportamiento cotidiano, no es una tarea fácil, está lleno de obstáculos y hay que ganarla día a día. No es sencillo, practicar la participación cívica con la intención de cooperar a la mejora de la sociedad en que vivimos, evitando la descalificación de los que opinan de modo diferente y admitiendo que el diálogo transparente es el único medio de conseguirlo.


A nivel global, los partidos políticos practican una autocracia, que no propicia un discurso parlamentario constructivo y enriquecedor para todos. Los comportamientos en los debates se tornan impropios y en ningún modo nos transmiten la sensación, de que en nuestros representantes la voluntad para alcanzar acuerdos, que posibiliten la mejora mayoritaria de las condiciones de vida de los ciudadanos es prioritaria; por el contrario son más frecuente las formas desabridas y la descalificación del oponente, que el análisis profundo del tema sometido a debate. No importan los argumentos serenos, priman, por el contrario, las palabras “gruesas” y los improperios, que en nada facilitan la mejor solución de los asuntos. Eso  no es un ejemplo de ejercicio práctico acorde con juego democrático y debería de ser erradicado.


En los Estados occidentales, como indica Arteta, el panorama es poco alentador a este respecto, señala como características no deseables: “creciente influjo político de instancias no políticas, apatía ciudadana, confusión de poderes, negociación en lugar de debate parlamentario, manipulación de la opinión pública, autocracia de los partidos, etc.”.


Convendría reflexionar individualmente y dirigir nuestros esfuerzos a conciliar, en la creencia de que es mucho más lo que nos une, que lo que nos separa y nuestro incierto futuro, se tornaría mucho más sólido, si lo abordamos todos juntos…. ¿no?. 


domingo, 1 de noviembre de 2020

Política de Gestos.

Podría ser...dado lo que se ve a diario...podría ser...(El Roto siempre es muy agudo)



jueves, 29 de octubre de 2020

Despotismo

Mafalda, como siempre sabe lo que necesita para protegerse. Pero en este caso debería de haber pedido "ración doble"...Hace falta, pero que mucha falta...




martes, 27 de octubre de 2020

sábado, 24 de octubre de 2020

Unión y consenso.

 



Dice Victoria Camps en su libro “Virtudes Publicas” (1993): “Nos sentimos de vuelta de muchas cosas, pero estamos confusos y desorientados, y nos sacude la urgencia y la obligación de emprender algún proyecto común que de sentido al presente y oriente el futuro. Hemos conquistado el refugio de la privacidad y unos derechos individuales, pero echamos de menos una vida pública más aceptable y digna de crédito”.


No logramos consensuar acciones comunes, que nos vinculen a todos para enfrentarnos a la crisis de salud a la que nos enfrentamos. Seguimos pensando que algunas de las recomendaciones no van con nosotros, las miramos con cierta distancia e incluso dudamos de su efectividad. Contribuye a ello, en gran medida, estas diferencias que observamos existen entre los diferentes territorios y no acertamos a identificar, si son verdaderas cuestiones de fondo las que las producen o por el contrario prima la posición política de los interlocutores y eso nos produce extrema desazón.


Difícil seguir las recomendaciones, si observamos que no hay consentimiento global para ellas. No hay nada que nos produzca más fortaleza que el sentimiento de pertenecer a un grupo cohesionado y robusto con fuerte decisión de encarar los problemas en una misma dirección, todos tirando de la “cuerda” con el convencimiento de que ese es el camino. Pero del mismo modo, se produce una enorme laxitud en el cumplimiento de la normas, cuando los mensajes que recibimos de quienes tienen la autoridad y la palabra, son confusos, ambiguos e incluso contradictorios.


¿Somos tan complejos, que no tenemos capacidad de hablar, consensuar y planificar las acciones?, pero en común, claro. Albert Einstein decía: “La formulación de un problema es más importante que su solución”. Lo comparto y creo en el fondo que es lo que nos está sucediendo, no somos capaces de formular con claridad y sin fracturas lo que nos pasa, hay diferentes opiniones y en ocasiones muy distantes. Con esos mimbres nunca seremos capaces de “componer la cesta”, o peor, la cesta será poco robusta y no aguantará la carga.


El camino que seguimos, es evidente que no es el bueno. Nos esforzamos más en identificar lo que nos separa, que lo que nos une y así pocos resultados positivos se consiguen. Como dice Muñoz Molina:” Es urgente medir nuestras palabras para que lo que digamos no añada ni una brizna más a la confusión ni agrave innecesariamente el clima turbio de la discordia”  


sábado, 17 de octubre de 2020

miércoles, 14 de octubre de 2020

Convergencia

 


Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido” (2013): “El eje de la vida política española no es el debate educado en las formas y riguroso en las ideas sino el mitin político, en el que las formas son ásperas y con frecuencia brutales y las ideas no existen, o quedan reducidas a consignas y exabruptos, y el adversario al guiñapo de la caricatura… El dominio de los partidos políticos sobre cada esfera de la vida española es tan absoluto que son los partidos mismos los que imponen la información que se da sobre ellos, los pasajes exactos de los discursos de sus oradores que transmitirán la televisión y la radio. De esta complicidad humillante son responsables los que la imponen, pero también los que la aceptan. Entre unos y otros han reducido la libertad de expresión a un intercambio de improperios”.


Estoy absolutamente de acurdo con Muñoz Molina y aunque el libro lo escribe en 2013, si lo trasladamos al momento actual, sus palabras pueden ser compatibles en su totalidad. El transcurso del tiempo no ha hecho más que empeorar estas acciones impropias e incompatibles con  el sosiego y equilibrio que debería presidir cualquier debate. Es imposible lograr conclusiones vinculantes o propiciar convergencia en las diferentes sensibilidades, como consecuencia de la diatriba en la que se ha convertido el intercambio de argumentos, no solo en la calle, sino lo que es mucho peor, también en el parlamento.


Tan arraigadas están estas formas de actuar, que ni siquiera cuando de lo que se está decidiendo es la SALUD, se soslayan y se producen posiciones proclives al entendimiento. Los espectáculos que estamos viendo son francamente deplorables, responsables de diferentes administraciones discutiendo no del fondo, sino de las formas y constatando una absoluta incapacidad para llegar a acuerdos robustos y vinculantes.


Para poder “doblegar” las situaciones adversas – y esta lo es en grado muy elevado – hace falta voluntad de encuentro y deseo de resolver conjuntamente.  Exponer mensajes contradictorios a los ciudadanos, tiene malas consecuencias, ya que lo único que produce es confusión y sensación de incertidumbre; unido a una posición poco comprometida con los sacrificios a soportar en base a las medidas propuestas; máxime si se difunden opiniones contradictorias, con especial énfasis en la falta de idoneidad y/o necesidad.


Toda esta desagradable situación aboga a darle la razón a Muñoz Molina, cuando dice: “Ahora el provenir de dentro de unos días o semanas es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos”.


domingo, 11 de octubre de 2020

Escuchar y ceder


Dice Fernando Savater en su libro “Ética de urgencia”: “El problema no es que tengamos opiniones diferentes, sino averiguar qué opinión se acerca más a la vedad, porque la verdad nos conviene a todos…La buena convivencia está hecha de transacciones: el lubricante de las relaciones sociales es la capacidad de escuchar y ceder. Las personas que siempre tratan de imponerse y no ceden nunca, o viven solos o tienen esclavos, pero es imposible que participen en la convivencia”.


El nudo gordiano de siempre, “escuchar y ceder”, en una mayoría de las ocasiones nunca vamos a tener oportunidad de ceder, porque hemos soslayado lo primero: “escuchar”. Reconozcamos nuestra falta de voluntad predispuesta a escuchar sosegadamente lo que dicen los demás. Cuando apreciamos que no está en consonancia lo que nos dicen, con lo que pensamos, jamás sabremos quien está acertado, porque rechazamos de plano la argumentación, por el solo motivo de que no converge con nuestros postulados.


Revestidos de esta estructura, caminamos por la vida de un modo muy rígido. Hemos estructurado nuestra mente para que únicamente tome con interés las palabras que tienen consonancia con nuestra posición sobre el  tema debatido. De tal modo hemos arraigado este comportamiento, que dejamos de escuchar  las opiniones divergentes y por tanto perdemos una oportunidad de oro de “enriquecernos” personalmente, considerando otras posiciones diferentes sobre los temas y que podrían acabar teniendo tanto fundamento o más que las nuestras.


Y es cierto, para progresar,  nos interesa la verdad y no nuestra “verdad”. Comportándonos con más humildad facilitaríamos las cosas, pero lamentablemente aceptar lo que dicen los demás, en contra de lo pensamos, lo consideramos una abdicación y somos poco proclives a ello. Preferimos agarrarnos férreamente a nuestros postulados y lamentar simultáneamente, el profundo error en el que están sumidos los otros.


De estos comportamientos individuales, no es de extrañar lo que sucede en esta sociedad que vivimos. Hasta en asuntos principalísimos, como es la salud, llegar a un consenso colectivo y “remar” todos hacia ese rumbo se torna imposible. Consumimos más energías en discutir y señalar las diferencias que nos separan, que en escuchar sosegadamente a los demás y consensuar la posición que “se acerca más a la verdad”; ya que es en definitiva lo que nos interesa identificar, para logar los objetivos y salvar la delicada situación por la que atravesamos, con éxito. Los personalismos exacerbados solo consolidan la fragmentación y no ayudan a resolver.


Como dice Savater: “Tenemos que estar preparados para ser protagonistas de nuestra vida y no comparsas”. ¡Es el momento de escuchar!, dejemos la dialéctica y pongámonos a la “tarea”.

 

sábado, 3 de octubre de 2020

Acordar

 


Dice Eduardo Punset en su libro “Excusas para no pensar”: “Científicamente se ha demostrado que son necesarios cinco cumplidos seguidos para borrar las huellas perversas de un insulto. De esta manera, los que tienen la manía de contradecir siempre al que está delante muchas veces no gozan de tiempo suficiente para paliar el efecto perverso de su ánimo contradictor…El efecto de la palabra desabrida es más perverso que la propia sucesión de hechos. El impacto del lenguaje es sumamente duradero…Siendo eso así, resulta inevitable preguntarse por los efectos sociales de que la mitad de la población esté siempre imputando al resto razones infundadas, taimadas, perversas, interesadas, para explicar su comportamiento. Será muy difícil no sacar la conclusión de que esas palabras calan hondo en la mente colectiva y acaban dividiendo en dos partes irreconciliables a la sociedad”.


Plantea Punset una perspectiva poco halagüeña, ya que describe una situación altamente frecuente, nuestro irrefrenable deseo de contradecir. La falta de neutralidad, que suponemos, en las palabras de nuestro interlocutor y la sensación de que todos sus planteamientos son interesados y por el contrario los nuestros no.

En los asuntos relevantes y la salud es uno de ellos; pueden haber, sin lugar a dudas, diferencias en los criterios, planteamientos y acciones; pero expuestos adecuadamente, es decir, con respeto; deben de ser escuchados con atención todos los argumentos de los diferentes interlocutores y debatidos con lealtad y deseo de aportar soluciones, no de incrementar los problemas. Ser antagónicos en política, no puede significar en ningún caso, impedimento para llegar a consensos estables y sólidos en temas de salud. Reunirse para aunar criterios es un ejercicio que debería de ser cotidiano. No demorar con excusas o cualquier otro mecanismo dilatorio, la toma de decisiones que nos vinculen a todos; es reforzar la solución y fortalecer la voluntad de los ciudadanos para asumir los sacrificios necesarios que conlleve su implementación.


Asistir cotidianamente al “espectáculo” desabrido de las declaraciones de los diferentes oponentes políticos, acusándose respectivamente, de la incapacidad para conformar acciones idóneas a las circunstancias; no aporta ninguna solución, ante más; aleja cada vez más a unos de otros y lo que es peor, polariza a la sociedad, que vive ajena a esos entresijos y que sigue esperando que se apliquen acciones adecuadas para todos; instrumentadas por quien corresponda, pero con el respaldo firme del resto. La salud ciudadana es cuestión preferente y por consiguiente deben ser proclives todos los  partidos para resolver e instrumentar soluciones, por activa y por pasiva,  evidentemente sin subterfugios.


Dar por terminada una reunión, que debe adoptar acuerdos y proponer soluciones; para que asistamos los ciudadanos con posterioridad a escenificaciones poco conciliadoras; cargadas de palabras excluyentes y argumentos peyorativos, como explicación de lo sucedido en el seno de dicho foro; es hacer la crónica de un fracaso conjunto y evidenciar la falta de voluntad de todas las partes implicadas para abandonar de una vez, los “dimes y diretes” e ir al “grano”, sin más dilaciones. Nos jugamos, mucho, pero mucho, todos.


Como dice Punset: “El lenguaje es muy importante para entendernos, pero también para confundir a los demás”.  Seamos proclives a entendernos, ganaremos.


miércoles, 30 de septiembre de 2020

Noticias falsas

 



Dice Marilyn Vos Savant en su libro “El poder del pensamiento lógico” (1966): ”Los seres humanos tendemos a creer lo que nos dicen a menos que nos tomemos el trabajo de descubrir lo contrario, pero pocos de nosotros sentimos esa inclinación o tenemos tiempo e incluso medios para llevar adelante esa investigación…Nos inclinamos a elegir a la gente que dice lo que deseamos escuchar, colocando en las posiciones líderes a individuos que buscan votos como un medio de obtener el poder, en vez de elegir a quienes son de gran valía”.


Creo que no es inadecuado confiar en lo que nos dicen los demás, pensar que nos están transmitiendo una información veraz es bueno para mantener unas relaciones fluidas; mucho más recomendable, que sospechar con frecuencia, que los mensajes recibidos son un engaño.


Las circunstancias actuales, por el contrario, han devenido en una gran confusión, en algunas ocasiones, quien nos transmite una noticia “falsa” no está pretendiendo confundirnos, ya que él previamente ha sido sorprendido en su buena voluntad, haciéndose eco de una referencia “contaminada”. Estos hechos, cada vez más frecuentes, crean una inseguridad manifiesta en las relaciones, lo manifestado por una persona, de total crédito, ya no es una información “segura”, ya que puede estar manipulada en la fuente de origen.


Además, las cadenas de transmisión replicando las informaciones recibidas, se han tornado extraordinariamente potentes, con un solo “clic” se puede reenviar dicho “bulo” a muchas personas, que también confiarán en nosotros y podrán replicarlo de nuevo; creando con ello en pocas horas, un potente crecimiento exponencial divulgativo del contenido dado por cierto, pero que en realidad está torticeramente diseñado.


Las redes sociales, que nacieron para potenciar la comunicación fluida, han devenido también; debido al uso espurio que hacen algunos de las mismas; en una plataforma de difusión de noticias no ajustadas a los hechos reales, con la intención de  encumbrar o denigrar a organizaciones y/o personas, según el interés mediático del divulgador. Serio revés a la transparencia y ataque perverso a la transmisión fluida de los acontecimientos. Tan es así, que han  logrado en muy poco tiempo, que lo que parece verdad sea mentira y viceversa; esta circunstancia está  produciendo una extraordinaria desazón entre los lectores / replicadores.


La situación aconseja ser extremadamente cautelosos con aquellas informaciones no obtenidas de fuentes de absoluta confianza. Evitemos ser correa de transmisión de quienes utilizan nuestra buena disposición, para usarnos como colaboradores involuntarios  de la consolidación de sus objetivos falaces. 


domingo, 27 de septiembre de 2020

Torre de Babel

 


Dice Antonio Muñoz Molina: “La política española es tan destructiva como el virus. Contra el virus llegará una vacuna, e irán mejorando los tratamientos paliativos; contra el veneno español de la baja política no parece que haya remedio… La clase política española, los partidos, los medios que airean sus peleas y sus bravatas, viven en una especie de burbuja en la que no hay más actitud que la jactancia agresora y el impulso de hacer daño, y el uso de un vocabulario infecto que sirve sobre todo para envenenar aún más la atmósfera colectiva, para eludir responsabilidades y buscar chivos expiatorios, enemigos a los que atribuir las culpas de todos los errores… A pesar de un clima político destructivo y estéril, de una clase política en la que sin la menor duda habrá personas honradas y capaces, pero que en su conjunto, en la realidad cotidiana de su funcionamiento, se ha convertido en un obstáculo no ya para la convivencia civilizada, sino para la sostenibilidad misma del país, para la supervivencia de las instituciones y las normas de la democracia”.


Las palabras pronunciadas con odio, imprecación y/o descalificación, solo generan más de lo mismo, aunque quien las pronuncia tuviera razón en su argumento, se descalifica a sí mismo con esa reprobable actitud. Conciliar, requiere una gran dosis de humildad y sobre todo una voluntad firme de unir esfuerzos y no distanciar. Criticar o no estar de acuerdo con el adversario, puede ser puesto de manifiesto, sin necesidad de ningunearlo con lengua afilada y llena de ironía, cargada de palabras inapropiadas, que a nada conducen, salvo a encrespar los ánimos.


Nos enfrentamos a una crisis sanitaria que no sabe de ideologías y que afecta a todos por igual. Para afrontarla deberíamos aparcar nuestras diferencias políticas y tratar de pensar la mejor solución a instrumentar, sin perder ni un solo minuto en identificar responsables y/o culpables, ya se dirimirán a posteriori, cuando todo esté superado.


Los ciudadanos asistimos atónitos a esas evidentes diferencias en la interpretación e instrumentación de las acciones a tomar para paliar sus efectos. Y esa sensación de improvisación que produce, nos va sumiendo en mayor incertidumbre y desasosiego, debilitando nuestra voluntad de afrontar los sacrificios necesarios, dado que recibimos mensajes diametralmente contradictorios cada día. Parece como si la estuviéramos afrontando sin rumbo definido, aunque así no fuera.


Sobre todo, porque el debate no solo se dirime con la palabra y la información de los medios de comunicación tradicionales; tiene su brazo divulgador  impropio en las redes sociales, donde una cohorte de “voces” interpretan y comentan, con acierto o sin él, sus opiniones al respecto. “Reinos de Taifas” que tratan de imponer criterio interesado y poco neutral, contando con el efecto amplificador  de sus seguidores.

 

Como acaba diciendo Muñoz Molina: “No sé, sinceramente, qué podemos hacer los ciudadanos normales, los no contagiados de odio, los que quisiéramos ver la vida política regida por los mismos principios de pragmatismo y concordia por los que casi todo el mundo se guía en la vida diaria. Nos ponemos la mascarilla, guardamos distancias, salimos poco, nos lavamos las manos, hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos. Si no hacemos algo más esta gente va a hundirnos a todos”.


miércoles, 23 de septiembre de 2020

Narcisismo


 

Dice Marilyn Vos Savant en su libro “El poder del pensamiento lógico” (1996): “Después de todo, el narcisismo tiene un enorme valor para la supervivencia del individuo, y éste puede ser el mecanismo que explica por qué el ser humano se siente emocionalmente incómodo cuando comete el más pequeño de los errores”.


Abandonarse a la autocomplacencia pretendiendo estar en posesión de la verdad siempre, nos ancla férreamente en el inmovilismo, que representa no asumir ninguna corrección a lo que pensamos y/o hacemos. Por el contrario, reconocer con cierta humildad nuestros errores, no es en absoluto un signo de debilidad, antes bien, es el mejor indicador de fortaleza interior y firme deseo de evolucionar a mejor.


Después de haberlos expuesto, somos esclavos de nuestros argumentos; nos convertimos en unos defensores acérrimos de su contenido, aunque  el desarrollo de los acontecimientos vaya poniendo de manifiesto lo contrario. No lo hacemos porque no hayamos evidenciado internamente dichas circunstancias divergentes; pesa mucho más en nuestro empecinamiento, el no exteriorizar expresamente nuestro error de interpretación, como si hacerlo fuera un reprobable demerito personal. Preferimos “enrocarnos” en nuestra posición, aunque para mantenerla tengamos que esgrimir argumentos espurios, que lo único que hacen es confundir y confundirnos.


El error actual asumido con sinceridad y prontitud, es simplemente, la antesala del éxito futuro. No es en sí mismo una derrota; depende de cual sea nuestra postura para rectificar y asumirlo; tan es así, que puede convertirse en una buena plataforma de progreso personal. No se aprende, sin equivocarse y no hay aprendizaje exento de errores. Solo se requiere ser coherentes y reconocer que no somos infalibles, seguro que los demás reconocerán positivamente nuestra actitud y apreciarán esa sinceridad como fortaleza y no como debilidad.


Esta innata tendencia a pretender “acertar” siempre, hace que en muchas ocasiones soslayemos abordar proyectos o expresar opiniones, por el temor de incurrir en fallos; aquí vendría bien recordar de nuevo a Séneca: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”


viernes, 18 de septiembre de 2020

Pensamiento propio

 


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos tópico”: “Esta vocación de secuaces adopta en la vida pública múltiples facetas. Por de pronto, ofrece el más accesible sucedáneo de la reflexión. En su lugar basta con repetir en cada caso lo dictado por la autoridad en quien delegamos nuestro propio pensamiento; aún más fácil, basta con proclamar lo contrario de lo que sostiene el contrario. Funciona como santo y seña de pertenencia al grupo de elegidos, como guiño de complicidad con los del propio bando. La consigna sería <todo por la secta y para la secta>. Sin ella el sectario apenas se atrevería a expresar nada en público; la propia secta, sus sumos sacerdotes y pregoneros son los eficaces proveedores de sus respuestas automáticas”.


 Crearse una opinión propia sobre los asuntos relevantes y de actualidad, es hoy en día, casi una misión imposible. Discernir con nuestro propio criterio sobre lo verdadero y lo falaz, se torna cada vez más difícil y no solo porque en ocasiones podemos no manejar los datos suficientes al respecto, sino porque, algunas de las fuentes, que utilicemos para completar nuestra propia información puede resultar una Fake news  (noticias falsas).


Por eso, la práctica de los partidos, cada vez más extendida, de facilitar como un vademécum, donde van reflejadas las justificaciones, motivaciones y opiniones sobre los asuntos políticos y de actualidad, se acepta con tanta intensidad. Lo hacen para homogeneizar las respuestas de sus afiliados, de modo, que casi se genere el ideal de “un pensamiento único”. Pretenden con ello, lanzar señales a los oponentes de fortaleza y robustez. Los militantes o simpatizantes tienen una fuente “irrefutable” donde acudir para “informarse” y ser coherentes con los de su mismo grupo; con ello  repiten todos una  misma “cantinela”; que se transforma con el transcurso del tiempo en una “sólida verdad”.


Esta práctica promueve el “adoctrinamiento” del grupo, en el sentido que interesa a la organización, siendo no solo una fuente esclarecedora de los hechos, sino una plataforma para poder dirigir el pensamiento y por tanto la palabra de los afines. La consecuencia es una desnaturalización de  los temas, reduciéndolos a la versión interesada del “ideólogo” de turno. Se pierde poco a poco la objetividad, dando paso a una creciente “deformación” de la realidad, que resulta cada vez más preocupante.


Tener una ideología, no debería de ser en ningún caso, coincidir exactamente en la interpretación de los asuntos con los afines, máxime si ésta ha sido prefabricada por procedimientos espurios. La diversidad enriquece, la homogeneidad, además de ser un imposible, estrecha la mente y nos limita en nuestros propios razonamientos, nos instala en la pereza mental. La coherencia con la organización es recomendable, pero nunca como un blindaje férreo, que nos impida desenvolvernos según nuestros propios criterios.


Perder la identidad no es bueno nunca, pero perderla por identificarse con el resto de miembros de una organización para sentirnos más seguros o protegidos, es un salto al vacío, que no se sabe bien, a dónde nos conducirá.  La uniformidad no puede ser nunca sinónimo de progreso. Ser singulares no es una rareza reprobable, es una forma de enriquecer el grupo al que pertenecemos. Sumar singularidades es un gran avance y convivir con ellas es un logro social de incalculable valor, facilitando un desarrollo armónico personal y colectivo, que solo nos reportará satisfacciones y nos fortalecerá como personas más íntegras.


Como dice Séneca: “Decir lo que sentimos. Sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida”.


sábado, 12 de septiembre de 2020

Gestión transparente II

 



Dice también sobre la corrupción Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos, tópicos”: “Pero hay inmoralidad pública también —y quizá más considerable, por más ramificada— en el prolongado consentimiento de tales conductas ilícitas por parte de quienes las conocían. Hay así, desde luego, un silencio cómplice en los partidos que les  mantenían  en sus puestos. Recuérdese  además  que no hay corruptos sin corruptores, ni unos ni otros sin encubridores  de la corrupción. Y que estos tres géneros de personajes florecen tanto o más en nuestra ensalzada sociedad civil que en la escarnecida clase política que dirige el Estado. Ninguno de los grandes escándalos políticos de este tenor ha sido posible sin la pasividad o cooperación de muchos que permanecen en la sombra… Al contribuir  a   desvelar   estos   escándalos,   los   medios   de comunicación cumplen un alto servicio ciudadano. Ahora bien, tanto el momento particular en que se publican, como los comentarios que los adornan, dejan en el ciudadano el regusto de que ahí anidan unos móviles partidistas inconfesables. En resumidas cuentas, de que tal información se ha guiado menos por el propósito de restablecer la verdad o depurar la vida pública que por el de propinar un navajazo al partido del adversario”.


No es factible, que en una organización, algún miembro de la misma, practique reiteradamente conductas impropias, sin que en su alrededor nadie se percate; más todavía si dichas acciones afectan a la “caja”. Quienes miran hacia otro lado, aun habiéndose dado cuenta de lo que está sucediendo, son “colaboradores” indirectos necesarios para que estas acciones fraudulentas, se perpetúen en el tiempo.


Este comportamiento los hace también responsables de las consecuencias que se produzcan en el futuro, cuando dichos desmanes sean evidenciados y en esto las organizaciones que deseen no ver repetidos los hechos delictivos, deberían de ser inflexibles cortando de raíz las actuaciones “consentidoras”; dado que quien las ha practicado, ha sido absolutamente  desleal con la propia organización por no denunciar el fraude y también debe de ser sancionado, aunque no tenga responsabilidad civil/penal.


La participación de los medios de comunicación suele ser imprescindible para evidenciar estas acciones deshonestas, poniendo en conocimiento de los ciudadanos las “tramas corruptas” que estaban operando con toda impunidad. Y así  ha sido históricamente, bien por la colaboración de algún “arrepentido” o por su propio seguimiento e investigación. Pero es cierto lo que dice Arteta, se percibe cierto trato diferenciado si el partido involucrado en la trama, tiene afinidad con el medio de comunicación o no.


El restablecimiento de la verdad no es siempre lo que prima; en algunas ocasiones la forma de explicarlo si el partido es afín, trata de minimizar el hecho, cuando no, busca la similitud con acciones reprobables anteriores de otras organizaciones políticas, como si tuviéramos que asumirlo como un “mal menor”. El fraude no pierde su naturaleza reprobable, aunque ya otros partidos oponentes lo hubieran practicado. Unos y otros deben de ser condenados por igual, sin ningún paliativo, con obligación de reponer las cantidades “distraídas” y la asunción de responsabilidades del partido político, si hubiere lugar.


Además, como dice Arteta: “Aquel mismo Kant ya nos  advirtió de  que,  si  la honradez  es  exigible a  cualquiera, valorar como admirable el comportamiento meramente honrado de alguien, es señal segura de la deshonestidad general”.



jueves, 10 de septiembre de 2020

Gestión transparente.

 



Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos, tópicos”: “Lo más grave de la corrupción política, con todo, no es la aireada corrupción de ciertos políticos, sino la más oculta e insidiosa corrupción de la política democrática misma. Aquella otra es particular y ésta general; una es tan solo un efecto, la otra su causa o al menos su ocasión. Lo que importa no es tanto la conducta irregular de algunos, como el hecho de que el sistema que en principio nos representa a todos anime, ampare o deje sin sanción aquellas conductas .La mayor corrupción política sería que la sociedad civil no haga mucho por acabar con los corruptos y las corruptelas. Bastante desorientado, el ciudadano ordinario suele irritarle mucho más conocer que un político se lleve dinero público al bolsillo que enterarse de que ese dinero vaya a parar a las arcas del partido. Deja entonces de percibir que aquel delincuente no le mancha con su delito, mientras que el partido que se apropia de ese dinero para una campaña electoral mancha el sistema político entero y atenta contra el principio de igualdad política y de representación. Por una u otra vía ese ciudadano, sorprendido o asqueado por la porquería que aflora a la superficie, tiende a reafirmarse en su miserable perjuicio de que así es la política y que de los propósitos de los políticos solo cabe la más torcida interpretación”.


Poco cabe añadir a lo que Arteta plantea. Estamos inmersos en una encrucijada lamentable, con una deriva insospechada; toda vez que los ciudadanos que asistimos atónitos a los desmanes que surgen con tan inusitada frecuencia; observamos cómo se prolongan - injustificadamente - en el tiempo y no llega la aplicación de las sanciones que correspondan, dada la propia lentitud de las instrucciones de los sumarios y las dilaciones que provocan los “artilugios” legales para demorar o impedir algunas de las pruebas o comparecencias, dilatando con ello las conclusiones. La intención es, que caiga mayoritariamente en el olvido de los ciudadanos, tal como si no hubiera sucedido.


Cunde por tanto una insatisfacción mayor. La sensación de impunidad para los autores de tales desmanes y por tanto el aliento indirecto a quienes tengan intenciones de repetir estas acciones impropias, dada la poca ejemplaridad y lentitud de las sanciones/penas, que les corresponda. Mientras tanto asistiremos a un “y tú más”  de los partidos políticos, como si el hecho de que otros hayan “caído” en los mismos abusos, fuera una eximente real para los propios. Notamos a faltar un pacto de Estado en donde todos pongan “voluntad” para impedir, con medios efectivos, la repetición de este tipo de acciones deleznables, siendo los partidos, mediante una investigación interna rápida, los primeros en depurar responsabilidades con contundencia.


Como dice Arteta. “Precisamente por ser público, o sea, por gestionar los asuntos de todos, el poder político debe de ser publicado, es decir, quedar a la vista de todos”



miércoles, 2 de septiembre de 2020

Consenso

 



Dice Fernando Savater en su libro “Política para Amador”: “Algo tenemos todos democráticamente en común: la posibilidad de romper con las fatalidades de nuestros orígenes y de optar por nuevas alianzas, nuevos ritos y nuevos mitos… En una democracia moderna debe darse una base única y sobre ella numerosas realidades plurales. La base única la forman las leyes —es decir, el elemento abstracto, convencional, pactado, revolucionario incluso— que han de ser iguales para todos y que deben resguardar los derechos humanos y determinar los correspondientes deberes. Te aclaro que las decisiones democráticas se toman por mayoría pero que la democracia no es sólo la ley de las mayorías…. Además de ser un método para tomar decisiones, la democracia tiene también unos contenidos de principio irrevocables: el respeto a las minorías, a la autonomía personal, a la dignidad y la existencia de cada individuo”.


No digo que deba ser este texto en concreto, pero su “espíritu” harían bien nuestros políticos de tenerlo presente. La cuestión no se acaba cuando se han reunido suficientes votos para aprobar una determinada Ley, eso es una victoria pírrica; la cuestión se acaba, cuando una mayoría más amplía que la que la ha aprobado, la “reconoce”, es decir se identifica con una gran parte de su contenido. No estar de acuerdo, no debería equivaler a una posición radicalmente contraria; sería muy conveniente que en todos los asuntos destacados, existiesen  puntos coincidentes y escenarios de encuentro, para todos, pactados previamente.


Lo principal no es legislar al amparo de la mayoría, lo más relevante es hacerlo procurando un consenso más amplio que el que se deriva de los votos favorables, toda vez que el objeto legislado será aplicado a toda la sociedad en general, sin distinción de ideologías. Pero sin embargo la dinámica actual, no es proclive a este planteamiento, en primer lugar las mayorías no son “fáciles” de conjuntar y en segundo lugar los partidos están más por la labor de resaltar con énfasis las carencias del contrario; utilizando modos ásperos y palabras excluyentes, tanto en la tramitación como en la aprobación; anticipando en muchas ocasiones los “no partidarios”, que cuando detenten el poder, seguramente trataran de derogar lo aprobado. Lo que produce una evidente inestabilidad y confusión en los ciudadanos.


¿Tanto cuesta consensuar?, ¿somos tan diferentes, que carecemos de puntos de encuentro?, ¿todo es blanco o negro?, ¿no hay grises? Creo que es un error de planteamiento evidente, que está incidiendo sobre el prestigio de la clase política, en modo creciente. Nos harían un gran favor los partidos políticos y mejorarían mucho nuestra calidad de vida; si dejasen de ser cajas herméticas donde el slogan que impera es: “cuando no  estás conmigo, estás contra mí”.

 

Parece que avanzamos hacia un futuro incierto y cargado de dificultades, en donde ganaríamos mucho si evitáramos los desencuentros ideológicos y tratásemos de encontrar zonas de confluencia razonable, para afrontar los avatares desfavorables, al menos, con conciencia de “suma” y no de “resta”. Tal vez así, nuestra visión sobre el futuro inmediato, sería menos pesimista y por tanto nuestro presente más llevadero. Para aunar esfuerzos se requiere: humildad, voluntad proclive al acuerdo y mucha generosidad.


domingo, 30 de agosto de 2020

El silencio

 




Dice Bernabé Tierno en su libro “Si puedes volar, por qué gatear”: “Saber discernir y saber cuándo es tiempo de hablar y cuándo lo es de callar es determinante para caminar con buen pie en esta vida. La virtud de saber callar y tener en cuenta los extraordinarios y productivos beneficios del silencio lo ponen en práctica unos pocos sabios que tienen el privilegio de haber descubierto que con su actitud consciente, sosegada, serena, tranquila, observador, en silencio y en paz consigo mismos es como verdaderamente crecen  como personas y se superan a sí mismos cada día que amanecen”.


Guardar silencio. Difícil tesitura para ponerla en práctica; nosotros estamos identificados con el uso de la palabra de modo cotidiano, necesitamos transmitir todo lo que pensamos, dando pocas posibilidades a nuestros interlocutores para exponer sus opiniones, salvo que sean concordantes.  Hemos interiorizado, que el silencio, culturalmente suele ser interpretado como ignorancia o falta de sociabilidad. Quien más habla, más sabe.


Saber recogerse en silencio, para pensar sobre nuestros asuntos. Escuchar atentamente a nuestros interlocutores interiorizando sus propuestas sin interrumpirlos y participando serenamente en el diálogo, en una búsqueda permanente de convergencia mutua; es un rasgo que define a las personas que desean potenciarse cada día, sin vivir en una burbuja anclados en sus propias creencias y con intención de evitar - por equivocadas -  las opiniones divergentes.


Guardar silencio, ayuda mucho en los momentos de tensión verbal. En lugar de elevar el tono de voz para responder y tratar de superponer lo que decimos sobre los demás interlocutores, que no conduce más que a incrementar la “escalada”; recogerse y hacer “mutis”, ayuda a calmar  la situación y seguramente facilitará poder retomar posteriormente el debate, con mayores posibilidades de éxito para todos. Callar, en muchas ocasiones, es mucho más útil que hablar.


Como dice Bernabé tierno: “Cuánta razón tenía Lacordaire cuando afirmaba que < el silencio es, después de la palabra, el segundo poder del mundo >”. Recordemos que siempre gana el que sabe callar a tiempo….


domingo, 23 de agosto de 2020

Libertad

 



Dice Fernando Savater en su libro “Ética para Amador” (1991): “No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de otro o de otros.  Por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad... a la libertad misma... La aparente contradicción que encierra ese «haz lo que quieras» no es sino un reflejo del problema esencial de la libertad misma: a saber, que no somos libres de no ser libres, que no tenemos más remedio que serlo”. 

 

Buen reto, preguntarnos a nosotros, que debemos hacer con nuestras vidas. Con lo cómodo que nos resulta imitar o seguir lo que dicen otros, bien sea por costumbre o pereza para hacer un análisis en profundidad y concluir si merecen esa fidelidad. El seguidismo se ha impuesto en nuestra sociedad y es el impulso que más motiva nuestras relaciones y/o acciones. Sucede con frecuencia, que a poco que profundicemos en el análisis de nuestros referentes, ellos no siguen un comportamiento social acorde con lo que promueven. Solo son pura apariencia, con toda la intención de confundirnos.


Hacemos dejación de nuestras posibilidades reales, cuando de modo firme, asumimos los postulados que nos plantean otros y los aplicamos para definir las pautas de nuestro comportamiento cotidiano. Es una táctica fácil, porque nos libera de la responsabilidad de decidir. Con esa arraigada costumbre y el transcurso del tiempo,  dejamos de ser nosotros mismos, para convertirnos en una simple copia, algo que en el fondo es una impostura.


“Hacer lo que quieras”, nos pone en una tesitura complicada; debemos fijar nuestro “rumbo”, pero cuando lo hacemos, no podemos responsabilizar a nadie de los planteamientos equivocados. Somos nosotros quienes deberemos asumir todas las consecuencias y eso nos produce “vértigo”. Cuando son otros los inductores, dejamos siempre a salvo nuestro propio “yo” y si se producen errores de planteamiento o ejecución, descargamos sobre ellos, sintiendo una seudo-liberación espuria, pues en el fondo lo que pretendemos es quedar "ficticiamente" incólumes. Queremos aplicar el inútil esconder la cabeza bajo el ala (táctica de avestruz).


Como dice Savater:"Actuamos solidariamente o complacientemente con los demás, pero  no fundidos con los demás, confundidos y perdidos en ellos, soldados de ellos...". Pensemos que, cuando alguien - organizaciones o personas - tratan de influir en nuestras pautas de comportamiento, es en su propio beneficio o en el de sus organizaciones, no en el nuestro; aunque en sus discursos digan lo contrario. Seamos al menos internamente libres, según nuestro criterio.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...