jueves, 29 de diciembre de 2011

Apariencia


Dice Robert Greene en su libro “Las 48 Leyes del Poder”: “La gente de nuestro alrededor, incluso nuestro mejores amigos, siempre será, hasta cierto punto, misteriosa e insondable. Sus personalidades tienen recodos secretos que nunca revelan. La parte incomprensible de los demás sería muy inquietante si lo pensáramos detenidamente, ya que haría que fuera imposible juzgar a otras personas. Así que preferimos ignorar ese hecho y juzgar a la gente por su apariencia, por lo que es más visible a nuestros ojos – la ropa, los gestos, las palabras, las acciones - . En el ámbito social, son el barómetro de casi todos nuestros juicios y no debemos dejarnos convencer de que no sea así. Un paso en falso, un cambio extraño o repentino en la apariencia puede resultar desastroso.

Por este motivo es de vital importancia construir y mantener una reputación propia. Esa reputación hace protección en el peligroso juego de las apariencias, distrae a los ojos inquisitivos de los demás de descubrir cómo somos en realidad, y de cierto control sobre el modo en que el mundo nos juzga – una postura poderosa -. La reputación tiene un poder como la magia: con un toque de varita puede redoblar la fuerza”.

La apariencia es la clave que permite facilitar las relaciones sociales. En cualquier grupo son esos “tics”, que nos da la ropa, las maneras de comportamiento, los atributos que confieren determinados signos externos, etc., quienes realmente potencian o limitan, nuestra pertenencia a un determinado colectivo. No somos intrínsecamente nosotros, es lo que parecemos que somos, lo que nos abre y/o cierra “puertas”. Nuestras relaciones, en realidad, son mayoritariamente un intrincado laberinto de simulaciones, mas que un conjunto de realidades y/o sinceridades.

Las relaciones sociales – mayoritariamente – no están respaldadas por conocimientos profundos de las personas, es más, éstos en muchas ocasiones las limitan, cuando no las dificultan. Los tratos exquisitos y educados hacia los demás, están preferentemente cargados de superficialidad, como si las relaciones “aparentes” tratasen de suplantar a las reales Cuando se cumplen los requisitos formales de apariencia, que un determinado grupo social, impone de forma tácita o explícita para pertenecer a él; sus miembros no necesitan, ni exigen nada más.

Ésta es precisamente la fortaleza de esa cohesión tan férrea, a saber, pasar de “puntillas” con gestos y acciones amables, pero sin raíz. No es un acto de cinismo, es una necesidad. Nuestra vida no permite el conocimiento amplio de los que forman parte de nuestro entorno; tenemos siempre poco tiempo y a la vez mucha prisa; en multitud de ocasiones casi siempre estamos llegando tarde a algo, es nuestro sino. Lamentablemente en estas circunstancias no estamos para profundidades, lo hemos solventado con superficialidad avalada por signos externos acordes con la norma, si esto se cumple lo demás lo damos por cierto.

Lo importante en la vida no es tener, es ser. Para ser, hay que estar en armonía con uno mismo. La armonía con uno mismo requiere decencia y empatía. Sentir a los demás, es la felicidad misma. Esa felicidad es la plataforma necesaria, para ser…

domingo, 25 de diciembre de 2011

Sueño vital





Dice Fernando Savater en su libro “La tarea del héroe”: “La ética considera al hombre en cuanto ser activo, que proyecta y realiza un determinado sueño vital; que fracasa, que se arrepiente o que celebra su victoria; que puede decidirse en un instante contra todo lo que fue conducta pasada o preferir confirmarla pese a las adversas circunstancias. Pero la ética no se dedica a inventariar y describir los comportamientos: los valora. Su presupuesto básico se desdobla en dos afirmaciones coordinadas: en primer lugar, el hombre puede elegir su empresa, no se ve absolutamente compelido a ella, no es simple correa de transmisión de la fatalidad o del azar; en segundo lugar, hay ciertas acciones que deben ser hechas y otras que deben de ser evitadas y es posible justificar racionalmente tal deber”.

En la vida es mucho más fácil decir “si” que decir “no”. Para decir “no” generalmente, hay que tener un temple muy arraigado, fortalecido por nuestra decisión firme de ser fieles a nuestros pensamientos singulares. Hay que tener la valentía de disentir, aunque en ocasiones sea frente a una mayoría. En definitiva seguir nuestros postulados de conducta y no dejarse interferir por grupos sociales dominantes y estar dispuesto a caminar por la vida más en solitario.

La ética al valorar los comportamientos hace de fiel balanza para permitirnos identificar de nuestra acciones cuales están ajustadas a nuestros convencimientos. Deja a parte cualquier tentación de asumir postulados de otros, que acaban dejándonos muy insatisfechos y llenos de inseguridades, cuando en ocasiones hemos dicho “si”, teniendo muchísimas ganas de decir “no”, por complacer o eludir conflictos relacionales, sin darnos cuenta de que la mejor forma de establecer lazos fuertes es la sinceridad, aunque nuestra opinión sea discrepante.

La seguridad de que en la vida podemos elegir, produce una cierta sensación de “alivio”. El pensamiento reiterado fijando que nuestras acciones, sean cuales fueren, no cambiaría nuestras circunstancias, nos conduce directamente al fatalismo; que en realidad es una postura cómoda, porque permite la inacción exenta de remordimiento. Cuando no se hace nada, es difícil que se “coseche” algo y desde luego en muchos temas relevantes, los demás no pueden “hacer” por nosotros, aunque tengan disposición para ello.

Sin compromiso no hay acción, sin acción no hay cambio, sin cambio no hay progreso, sin progreso la vida se torna monótona, la monotonía soslaya siempre el compromiso.


Si buscamos una vida que tenga sentido, evitemos el conformismo o peor el “seguidismo”. Dejarse llevar es cómodo, pero tiene al final, escasos resultados prácticos.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Reflexionar


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona Dialéctica de la situación”: “El hombre – y en esto conserva un nexo con la pura animalidad – es mucho más un ser que hace, que un ser que piensa en el sentido estricto de esta palabra. No es que yo afirme que el hombre no piensa en lo que hace, pero sí que piensa en lo que hace, hizo o va hacer, mucho más que en el por qué hace, hizo o va hacer, determinada cosa. Hay dos acepciones distintas –y desde luego jerárquicamente diversas – del término pensar: hay un pensar como proyecto de la acción, un pensar aquello que inmediatamente va a convertirse en acto, por ejemplo, en este caso, pensar en levantarme y andar, y hay también un pensar en los motivos del acto y en el acto mismo. A estas dos últimas tareas se les llama reflexión. Y es, precisamente, atendiendo a esta última acepción del término pensar como puedo decir, según creo sin gran inexactitud, que el hombre es un ser que piensa estrictamente lo indispensable para hacer, mucho más que un ser que reflexiona”.

Entonces, esto que hacemos de rememorar de forma machacona e insistente, determinados hechos, repasándolos hasta el último detalle, conformándolos de nuevo e incluso reproduciendo diálogos, que nunca fueron estrictamente así, pero que nosotros nos empeñamos en discernir que hubiera sucedido, si éstos hubieran suplido a los reales, como si pretendiéramos conformar una “moviola” estructurada a nuestra comodidad, con la intención de corroborar nuestra “razón” o la sesgada incomprensión ajena.

La palabra “reflexión”, derivada del latín re-flectus, identifica la acción de doblar, curvar. Primer tropiezo; pero si nosotros en la acción descrita en el párrafo anterior, pretendemos casi exclusivamente consolidar nuestros criterios y tranquilizar nuestra conciencia constatando que hicimos o dijimos lo correcto. Fueron los demás, quienes no entendieron estas nobles intenciones, tergiversando y por tanto alterando su contenido en favor propio.

Si todo fue tan correcto, no es necesario reconsiderar con nuestro pensamiento sereno el resultado. Pero en la mayoría de los casos no es así. Nuestro subconsciente nos lleva a la reflexión, advirtiéndonos de forma subliminal, que nos haremos un gran favor, si nos “doblegamos” e intentamos identificar de cara al futuro, que modificaciones podemos aplicar en nuestra conducta y nuestras relaciones, para obtener mas y mejores satisfacciones. Es una cuestión de modestia y humildad, llevada a la práctica.

Para reflexionar, hay que sentirse otro. Para sentirse otro hay que apearse de rigideces. No ser rígido es un acto de generosidad con los “otros”. La generosidad obliga a pensar preferentemente en los demás. Pensar en los demás es plantearse un modo de vida “fértil”.

Como dice Castilla del Pino, Hay que tener “conciencia de la identidad de uno mismo”… fácil ¿no?.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Saltar con red


Dice Renato Descartes en su libro “Discurso del método”: “Mi tercera máxima consistía en tratar de vencerme a mí mismo y no a la fortuna; cambiar mis deseos y no el orden del mundo, y acostumbrarme a creer que sólo somos dueños de nuestros pensamientos de forma que, cuando hemos hecho todo lo posible con respecto a cosas que nos son ajenas, si salen mal es que eran completamente inasibles para nosotros.

Sólo esto me parecía suficiente para impedirme desear en el porvenir nada que no pudiese adquirir y, sin embargo, estar contento; pues no deseando nuestra voluntad más que aquello que el entendimiento presenta como posible, es evidente que si consideramos igualmente lejanos de nuestro poder todos los bienes que están fuera de nosotros, no nos causará mayor pena vernos privados de los que parecían correspondernos por nuestro origen….”.

Son nuestros deseos, quienes nos colocan en situaciones complicadas. No son en sí mismas las circunstancias y/o los objetos; al contrario somos nosotros quienes con nuestra avidez insaciable, nos ponemos metas poco asequibles o fijamos objetivos absolutamente desproporcionados a nuestras cualidades. Por mucho que nuestro agravio comparativo nos lleve a la conclusión, de que los demás son gente con suerte y nosotros no.

Dominar nuestros impulsos, conjugando lo posible con lo deseable, produce una gran satisfacción, no tanto por ese equilibrio intrínseco, sino más bien por la carencia de desasosiegos que provocarán los proyectos no logrados. Renunciar voluntariamente y por convencimiento a las materialidades superfluas, solo nos aportará satisfacción y equilibrio, es decir ganaremos en calidad de vida y constataremos de modo fehaciente, que éstas eran insustanciales.

Estar contento no es tenerlo todo, basta con estar satisfechos con lo mucho que se posee. No ser rehén de las consecuencias negativas que provocan las necesidades fútiles provocadas por las costumbres sociales, es el primer paso para vivir en armonía con uno mismo. Nada produce tanta satisfacción como alcanzar una meta – material o inmaterial - , cuando el logro ha sido posible por la aplicación proporcionada de cualidades y esfuerzos propios.

Medir la distancia es vital para no errar el salto. Saltar siempre comporta un grado de riesgo. El riesgo debe de ser asumido siempre de acuerdo con nuestras posibilidades. Nuestras posibilidades deben de regir - en equilibrio -, la conformación de nuestros deseos. Lograr nuestro deseos equilibrados, se asemeja a saltar con red.

Sólo somos dueños de nuestros pensamientos….

martes, 6 de diciembre de 2011

Dicotomía



Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “Todo hombre encierra dentro de sí mismo dos tendencias o grupos de tendencias que se oponen: una de ellas, busca la satisfacción y gratificación de impulsos instintivoafectivos egocéntricos, en virtud de los cuales tiende a posponer al otro – es decir, a los otros, a la sociedad – frente a sí. Otra mediante la cual está dispuesto a posponerse a sí mismo, con tal que encuentren satisfacción impulsos afectivos nacidos de la convivencia con sus semejantes: esto es, sacrifica su conciencia de sí en virtud de la satisfacción de su conciencia social….


El desarrollo pleno de la persona sólo se lleva a cabo si previamente ha tenido lugar la superación de la contradicción preexistente. Si esta superación no se obtiene, el hombre queda fijado en una etapa inmadura, y el conflicto personal –su contradicción interna su “neurosis” – se transforma en objeto y en fin y no en mera etapa de su evolución. El hombre en este sentido no es libre frente a sí mismo”.


Casi no me atrevo a comentar, el autor es tan preciso que deja pocos recovecos. Cualquier comentario parecerá un parche. Pero bueno al menos sabemos que esa contradicción la llevamos con nosotros, salvo que hayamos madurado o nos hayamos “sometido” a los usos y costumbres sociales, en detrimento de nuestra propia singularidad.


No me parece mal que nos empeñemos en la convivencia ordena da y pacífica con los que nos rodean, creo por el contrario que sin ella nuestra existencia estará muy empobrecida; pero otra cosa diferente es, que con la excusa de esa convivencia, cedamos al entorno social toda nuestra independencia, para convertirnos en fieles seguidores de principios de conducta arraigados para satisfacer no sabemos muy bien que, pero sin los cuales nuestro entorno no nos admite “como socios de pleno derecho”.


Tan rigurosos que somos juzgando el comportamiento de los demás y tan laxos para evaluar el nuestro. Tenemos toda una serie de argumentos muy convincentes, para asumir que nuestras pautas de conducta están motivadas por argumentos sólidos y llenos de significado, incluso cuando en realidad actuamos como no pensamos o conformamos nuestro pensamiento con el resultado de nuestras acciones, para tratar de “calmar” nuestra dicotomía interna.


Las sociedades, que coartan con tan machacona insistencia, las voluntades individuales para “domesticarlas” y convertirlas en el estándar determinado como “normal”, quedan frenadas en su evolución y mas todavía se tornan en sociedades poco libres. Quien individualmente no es capaz de mantenerse firme en sus convicciones, sacrificándolas en aras de una aceptación mayoritaria, vive permanentemente en una antinomia, que no le facilitará el equilibrio.


domingo, 4 de diciembre de 2011

Educar.

Dice Fernando Savater en su libro “El valor de educar”: “El profesor no solo, ni quizá principalmente, enseña con sus meros conocimientos científicos, sino con el arte persuasivo de su ascendiente sobre quienes le atienden: debe de ser capaz de seducir sin hipnotizar… Quizás la excesiva personalidad del maestro pueda dificultar o aun pervertir su función de mediador social ante los jóvenes, pero tengo por indudable que sin una cierta personalidad el maestro deja de serlo y se convierte en desganado gramófono o en policía ocasional. Es el momento de recordar que la pedagogía tiene mucho mas de arte que de ciencia, es decir que admite consejos y técnicas pero que nunca se domina más que por el ejercicio mismo de cada día, que tanto debe en los casos más afortunados a la intuición”

Este planteamiento, esta muy lejos de quienes entienden, que lo primero que hay que establecer es una distancia adecuada, que permita identificar con claridad, quien es el que sabe y quienes los que aprenden ( a corregir esto, la tarima no ayuda…) y para ello, toman la alternativa de exponer con cierto engolamiento displicente los conocimientos que quieren transmitir, como si con ello adquiriesen mayor rango o relevancia.

Es precisamente esta circunstancia la que en ocasiones transforma una determinada disciplina en un “hueso” difícil de roer y acumula alumnos curso a curso, dado que independientemente de los que no logran superarla, el mayor número que la engrosan, son aquellos que a mitad del curso lectivo ya ha decidido que no se presentarán. Porque no presentarse – cuando uno se ha esforzado – es un gesto claro de poca madurez y posiblemente el mayor fracaso de la tarea del profesor, quien no se presenta es que no está suficientemente motivado en el aprendizaje.

Estoy absolutamente de acuerdo, que quienes pretenden enseñar con exposiciones magistrales exentas de compromiso personal del profesor y realizadas de modo mecánico, por mucho rigor que tengan, son claramente poco útiles. Sin motivar no hay resultados, sin llegar a los presentes con la entrega absoluta de quienes les apasiona la labor que realizan, es muy difícil obtener resultados positivos, aunque la excusa posterior ante el fracaso masivo, sea la creencia en el desinterés general y la falta de dedicación y/o esfuerzo de los alumnos.

Quienes entienden la tarea como una acción diaria para ganarse la confianza y el respeto, por el trabajo realizado en la labor de acercamiento de los conocimientos, de modo riguroso pero sencillo y atractivo, sea cual sea la materia; “cosechan” muy buenos resultados y acaban el curso con el buen sabor de boca de haber completado un quehacer complicado, que han vencido con su entrega. Sin compromiso… pocas cosas se logran.

La educación implica cierta tiranía. De los profesores depende el grado. Sin recibir educación, no hay verdadera libertad. Ser libre es vencer a la ignorancia. La ignorancia, casi siempre le impide al hombre ser él mismo.

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