Dice Eduardo Punset en su libro “Excusas para no pensar”: “Gran parte de las decisiones que tomamos todos los días son el resultado de haber querido justificarnos a nosotros mismos como sea; lo que no quiere decir que mintamos o que tratemos de excusarnos. Se nos repite desde pequeños que tendríamos que aprender de nuestros errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?”
Éste es, en mi opinión, el nudo gordiano de nuestro quehacer diario, justificarnos. Nuestra conducta nos pesa mucho. No estamos preparados para vivir en desacuerdo entre lo que hacemos y lo que pensamos; de ahí, que en muchas ocasiones necesitemos obtener evidencia positiva de nuestras acciones; aunque para ello, hagamos un análisis sesgado de la realidad y nos quedemos en la superficie, es decir, con lo que creemos que son los acontecimientos y evitemos un análisis profundo, que revelaría lo que verdaderamente son; pero en este caso aflorarían, sin duda, algunos de nuestros errores.
Hemos interiorizado un modo espurio de análisis, pero no es ajeno a nuestro devenir cultural. Cuando estudiábamos el error significaba suspenso, aunque estuviéramos muy preparados y tuviéramos un conocimiento profundo de la materia. En esta visión “cortoplacista” preferíamos aprobar, aun sin tener suficiente pericia; como si la meta final fuera únicamente superar la disciplina, soslayando que el verdadero objetivo era “aprender”. Planteamiento equivocado, que descubríamos con posterioridad, cuando nos “adentrábamos” en el mundo del trabajo.
En la empresa (al menos la que yo conozco), los aciertos determinaban nuevas responsabilidades, prestigio, ascensos, mayor salario, etc. Por el contrario los errores podían llegar a sumirnos en el ostracismo, si eran repetitivos y en el caso de ser muy frecuentes, abocarnos al fracaso.
Con este bagaje, preferimos hacer una finta al error. Procurar encontrar circunstancias ajenas que lo suavicen e incluso implicar a terceros para diluir la responsabilidad. Somos remisos en acometer un proceso de: asunción, análisis y nuevo planteamiento en la acción para no repetirlo. Esto es lo que verdaderamente nos aporta experiencia y nuevas capacidades, consolidando al mismo tiempo nuestra propia estabilidad emocional.
Para mayor abundamiento, como dice Punset: “Por no mencionar los beneficios de dejar de lado el codazo y la competición, por la empatía y la cooperación a la hora de resolver problemas, ya sean de matemáticas o de la vida”. En ese escenario, asumir y analizar el error, sería muy fácil y muy útil… cimentaríamos el futuro, en lugar de anclarnos férreamente al pasado. Pensemos que, quienes no comenten errores, seguramente es, porque no intentan nada nuevo.