domingo, 7 de junio de 2015

Ciencia Política.



Dice Eduardo Punset en su libro (1986) “La España impertinente”: “Los políticos tendrán que reflexionar tarde o temprano ante la creciente paradoja de unos avances científicos  y tecnológicos que alteran drásticamente la manera de nacer, vivir y morir de los españoles, y el atraso de la ciencia política  para organizar armoniosamente la convivencia social. En el mejor de los casos, esa convivencia se regula mediante esquemas liberales diseñados en el siglo XVIII y, en el peor de los casos – que son mayoría -, en virtud de dogmas predemocráticos que suponen un atropello intolerable de la libertad y de la dignidad humana”.

Sorprendente, porque han pasado casi treinta años y seguramente sigue en absoluto vigor el planteamiento de Punset.

Es claro que la Ciencia Política ha avanzado muy poco para pertrechar una convivencia social “actual”. Sus postulados son, cuanto menos, antiguos y basados en estructuras sociales menos desarrolladas, que a su vez planteaban menos necesidades vitales. La gestión pública demanda imaginación para organizar los servicios de modo que satisfagan las necesidades de los ciudadanos y para ello el político debe escuchar y hablar lo mínimo posible.
Es indudable que el planteamiento es diametralmente opuesto, el político siempre está en disposición de hablar; pero en muy pocas ocasiones, sobre temas que interesen mayoritariamente a los ciudadanos. Su objetivo es justificar las acciones tomadas, evidenciar que resuelven problemas, que no habían sido capaces de solucionar los opositores y demandar paciencia para aquellas que están pendientes de instrumentar.

Nunca se hace uso de  la palabra para informar sobre la imposibilidad de lograr determinados objetivos relevantes o incluso explicar errores cometidos en el planteamiento y/o la ejecución. Desconocen que la primera regla para resolver un problema es analizar en profundidad los errores y aprender de ellos y no ocultarlos o “endosarlos” a circunstancias espurias tratando de justificar el retraso en su resolución.

No hay tampoco vocación de consenso en los temas importantes; más bien se toman como perfectas plataformas para criticar decisiones pasadas, que han comprometido de modo relevante la posición actual y dificultan su resolución. La intención  es justificar el retraso en la ejecución, en mayor medida si las mismas fueron tomadas por otros partidos.

Mientras las decisiones se instrumenten en atención a réditos electorales futuros y no para colmar las necesidades ciudadanas, mal nos irá; centrarse en lo esencial, aunque no sea lo más rentable, políticamente hablando, es hacer futuro; buscar lo accesorio y transformarlo en principal mediante el argumento retórico repetido, es una posición cortoplacista que acaba siempre, pasando factura.

Como dice Punset en su libro: “Tanto los economistas, que confían exclusivamente en las fuerzas del mercado, como los filósofos, que sólo confían en el poder de la imaginación, enarbolan la bandera de la “libertad”. Los unos se refieren a Adam Smith; los otros, a Diderot. Ambos han heredado fragmentos del pensamiento del Siglo de las Luces…”  
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