domingo, 29 de julio de 2012

I + i



Dice Eduardo Punset en su libro “La España impertinente”: “en España, al mercado de ideas y del conocimiento le ocurre como al mercado monetario: ni es transparente, ni es flexible, ni profundo. La fama, el reconocimiento de igualdad de oportunidades, sólo está verdaderamente reconocida en la Lotería Nacional. La riqueza está peor distribuida que en el resto de Europa; el trabajo está todavía peor repartido que la riqueza, y la facultad de decidir, más injustamente compartida que el trabajo.
El significativo papel jugado por la envidia en la toma de decisiones no es, sin embargo, una característica específica de la psicología colectiva, sino el resultado del retraso con que llegan a España la revolución industrial y posterior mejora de los niveles de bienestar…
El comportamiento envidioso no es más que el reflejo ineluctable de ese desfase de desarrollo económico. La incidencia de la envidia en la toma de decisiones hay que vincularla con lo que Galbraith llamaba los comportamientos inherentes al círculo cerrado  de la pobreza. En una situación en la que la sociedad no ha sido capaz de garantizar  el mínimo material que asegure la supervivencia física de las personas no cabe progreso técnico porque la innovación es el resultado de asumir riesgos… Ninguna persona razonable puede asumir los  riesgos inherentes a la innovación cuando el objetivo prioritario sigue siendo el de la simple supervivencia física…”

Punset publica este libro en 1985, con una realidad marcada por un desarrollo industrial retardado con respecto al resto de Europa y con una sociedad pacata y envidiosa; con estas premisas, difícil pensar en canales de innovación, toda vez que hay que unir a estas circunstancias, cierta desventaja en el uso de las nuevas tecnologías de tratamiento de la información y por tanto tomando decisiones sesgadas por falta de consideración  objetiva de todos los datos disponibles.

Han pasado 27 años y algunas de esas circunstancias, no han sido debidamente superadas, o mejor dicho, han sido superadas solo por ciertas capas sociales, que acaban detentando el poder y que incluso utilizan su posición de privilegio, para perpetuarse en él. El concepto y visión de su cometido no está especialmente focalizado en propiciar proyectar la realidad hacia posiciones modernas y de innovación, toda vez que ello significaría, en el fondo, perder cuota de  poder.

Nada hay tan lesivo para las iniciativas innovadoras,  como la envidia; tradicionalmente muy arraigada en nuestra sociedad; parece siempre como si las posiciones tradicionales  fuesen el norte de nuestras aspiraciones, estamos en posesión de la verdad y no queremos considerar ningún otro enfoque; reaccionamos con cierto escepticismo y tenemos comentarios absolutamente agoreros hacia otras realidades nuevas emergentes. Parece como si el “que inventen ellos” hubiese calado profundamente en nuestras conciencias, bloqueando nuestro entendimiento.

No es de extrañar por tanto, que nuestros políticos, cuando tienen que ajustar el gasto, carguen la tijera de podar sobre los gastos de innovación e investigación, ya que bajo una conisderación cortoplacista tienen escasa rentabilidad;  pero con ello, proyectan un efecto absolutamente demoledor sobre nuestras posibilidades de recuperación. Haciendo más de lo mismo ya sabemos a que puerto llegamos y sin explorar nuevas perspectivas difícilmente se consigue un cambio.

Faltando la iniciativa pública, no es de esperar que la iniciativa privada tome el testigo, entre otras cosas porque se encuentra próxima al círculo que describe Galbraith. Con este planteamiento, perderemos de nuevo otro tren y con toda seguridad tardaremos muchos años en recuperarnos del retraso, una vez instalado el “miedo económico” en un país, salvaguardar la posición actual se convierte en el objetivo primordial.

No investigar e innovar, no es quedarse donde se está, es mucho peor, es retroceder.  

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