lunes, 18 de enero de 2010

Sólo silencio...


La tónica habitual de cada día, es colocar el mayor número de palabras posibles. Vivimos en una carrera tan desenfrenada por el intercambio verbal, que nos resulta muy difícil quedarnos callados y porque no, quietos (verbalmente hablando). Aunque hayamos abandonado el coloquio habitual, nuestro cerebro tiene tanto ruido dentro, que no sabe ya, como se frena la actividad y se reposa; en definitiva ha perdido la capacidad de imponer silencio y desconoce como restituirlo.

Silencio, esta palabra, cada vez más extraña para la mayoría; casi siempre la solemos asociar con soledad; esa mala “publicidad” hace, que al encontrarnos con alguien en esa posición, nos cuestionemos con carácter inmediato, sobre que problemas le afectan; asociando inmediatamente la falta de salud, como motivadora de su postura de recogimiento.

El recogimiento voluntario y los actos que lo provocan, ya no es un atributo que evidencia un estado de excelente equilibrio mental; más bien, nos hace suponer, de modo mayoritario, que esa falta de actividad verborréica es fruto de alguna anormalidad. Como si nos nutriéramos internamente con efluvios imparables de palabras y palabras, exentas de sentido y llenas de trivialidad e hilvanadas y pronunciadas, para satisfacer una “cortesía” social impropia.

Es la apariencia y no la realidad la que nos fascina. Pensamos de forma inconsciente, que una intachable exposición verbal, tornará los hechos de nuestra casi desbordada imaginación, en verdades. Huimos de la cotidianeidad, porque nos parece poco relevante y pretendemos vender una realidad inexistente.

Sentimos con fuerza la necesidad de lo extraordinario y aun siendo real, somos incapaces de vivirlo, sin divulgarlo a todo el lo que lo quiera o no, escuchar. Como si pudiéramos estar más satisfechos contándolo a los demás, que disfrutándolo con intensidad y parsimonia. Hemos perdido, casi totalmente, la capacidad de "mirar y ver lo esencial".

Convendría recobrar el interior perdido y no valorar tanto la apariencia externa. Liberarnos de ruido y llenarnos de silencios… Silencio es lo que queda cuando sobran las palabras. Silencio profundo es una foto que no necesita pie...


Foto: Cedida por Joan Antoni Vicent, de su exposición "Castelló silencis" (Castellón silencios).

domingo, 10 de enero de 2010

Hablar o escuchar.


Dice Marc Oraison en su libro “Psicología de nuestros conflictos con los demás”: “Cuando se inicia una conversación, sería necesario desconectarse al máximo, intentar comprender lo que dice el interlocutor, y esperar cuidadosamente a que haya terminado de expresar su idea antes de tomar uno mismo la palabra. En una segunda fase, habría que repetirle en algunas palabras el modo como se le ha comprendido lo que quería decir. Y sólo tras su acuerdo global cabría responder a nuestra vez a sus argumentos. Cuando se trabaja por fomentar al máximo esta actitud, no se tarda en caer en la cuenta hasta qué punto una conversación resulta fácil aun cuando se trate de una discusión o de una controversia. Consiste, en suma, en entrenarse simplemente en escuchar al otro, procurando desprenderse al máximo de los reflejos de defensa o de resistencia que evocamos en el momento”.

Este hombre de nombre raro, vaya lo que dice… escuchar, ¡puf!; pero si lo nuestro es la verborrea insaciable, si no callamos aunque nos tapen la boca. Es curioso, estamos permanentemente entrenándonos en tomar la palabra y no soltarla; pero si lo nuestro es exponer y exponer, sobre cualquier tema; si nuestra sociedad no recibe bien los silencios, porque los interpreta como ignorancia y eso, desde luego, no nos gusta.

Tomar la palabra es el objetivo primario y el secundario es no cederla; baste ver una reunión y observar, como la tertulia, sea quien sea el que habla, no conseguirá mantenerse unitaria; con gran rapidez, se establecerán conversaciones paralelas, incluso sobre el mismo tema, pero en absoluto, uno hablando y los demás escuchando y esperando pacientemente a tener información suficiente de la opinión del “otro”, para introducir la nuestra, complementado o enriqueciendo lo dicho, incluso desde la discrepancia.

La realidad es que, nada más comenzar a exponer nuestro interlocutor sus fundamentos, sea cual sea el tema, nos percatamos inmediatamente que somos expertos; para que escuchar entonces, si en realidad nosotros ya sabemos mucho más, sobre el tema. Lo inmediato es intentar tomar la palabra y si no nos la ceden de modo voluntario ir elevando el tono de voz, hasta superponerse a quien la tiene y si no podemos tampoco hacernos con las riendas verbales, y somos varios, tratar de colocarle nuestro “rollo” al más inmediato y prescindir totalmente de quien expone.

Pero eso sí, nos molesta intensamente cuando nos lo hacen a nosotros, pero somos, en general, incapaces de contenernos y escuchar atentamente a los demás. La dificultad en establecer conversaciones gratificantes para todos, no depende solo, de que los temas escogidos sean convergentes, no, no es por eso. La dificultad máxima se presenta, por no ejercitar la escucha activa; como vamos a enriquecernos, si no atendemos, si nuestro propósito es exponer lo que sabemos. Aunque haya divergencia en las opiniones, cuando uno atiende con interés al otro y trata de aproximarse a él, aunque no se produzca al finalizar la conversación, nos hemos enriquecido; muy al contrario de lo que pasa, cuando oídas las primeras palabras, nos desconectamos, porque no están alineadas con nuestros criterios; o peor todavía, cuando nos sumergimos en una conversación estéril, enrocándonos en nuestros principios, sin un átomo de intento empatizante.

Las palabras justas, se ocultan mas que las esmeraldas. Perder nuestro tiempo resaltando las divergencias o identificando cuantas cosas nos separan, además de no servir de nada, es revestirnos de un comportamiento absolutamente inconsciente… lo pagaremos caro.
Foto: La construcción de la Torre de Babel. Peter Brueghel el Viejo. Siglo XVI.

viernes, 1 de enero de 2010

Calidad... y no cantidad


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “La Incomunicación”: “Lo que define nuestro modo de ser en nuestra comunidad es nuestro modo de hacer (tímido, reservado, osado pero ocultante, etc.) inespontáneo. Si todos fuéramos espontáneos, porque las condiciones objetivas no hubieran hecho imprescindible el aprendizaje de la acción en la inespontaneidad, evidentemente seríamos otros. Somos como tenemos que ser y se nos define en gracia a la índole de nuestra coartación en la acción que verificamos. Somos cualquier cosa menos espontáneos. Esto es, no se sabe – ni sabemos – como somos. Si lo supiéramos – la afirmación anterior puede parecer exagerada – no habríamos precisado antes del confesor, ahora del analista, en alguna ocasión del amigo íntimo. La represión obligada en nuestras pautas sociales se traduce no en la carencia de acción – esto no es la regla – sino en hacer coartado, inespontáneo… No se puede decir lo que se piensa ni se puede hacer como se quiere, porque ello implica que los demás sabrán de nosotros en alguna medida, y nos ofreceremos desnudos frente a sus posibles ulteriores ataques”.

Esto podría ser la causa principal de la mayoría de los conflictos interpersonales, que tenemos ya que es francamente difícil mantener a lo largo del tiempo, el personaje que nos imponemos. La naturalidad y la sinceridad en las relaciones, neutralizan en los primeros embates los posibles “roces” premonitorios de “brechas” futuras mas intensas, de tal modo que todo se desvanece. No hay nada que agradezcamos mas de los que nos rodean, que un comportamiento “legal”. La falsedad no tiene mucho recorrido y cuando se identifica pone al descubierto la inconsistencia de la relación, sea al nivel que sea.

La sociedad que todo lo controla, pretende fortalecerse con comportamientos homogéneos de las personas que la componen; no se percata que en la medida que impone restricciones a los comportamientos espontáneos, se debilita de modo importante, por la propia insatisfacción que acumulan quienes se ven obligados a aceptarlas. No es limitando, como se cohesionan los grupos, muy al contrario, la fortaleza se adquiere de la absoluta sinceridad en comportamiento y acción.

Lástima que no seamos capaces de interiorizar y transmitir la tolerancia como pauta de comportamiento; nos cargamos de mecanismos y costumbres exentas, en muchas ocasiones, de sencillez y lógica; preferimos el “boato” sin espontaneidad y cargado de matices poco conciliadores. No hay nada tan efectivo en nuestro contacto con los demás, que mostrar en todo momento a la persona que somos y no al personaje que acabamos intentando ser, para complacer, no sabemos ni a quien.

Vaya, pues por delante mi deseo para todos en 2010: dejemos de ser un conjunto o conglomerado y seamos de verdad una sociedad; evitemos los “papeles de teatro”, los reparta quien los reparta y presentemos de una vez por todas nuestro “guión”; no nos preocupemos solo por “hacer”, sino más bien por el “modo” como lo hacemos; busquemos insistentemente el “fondo” y despreocupémonos mas de las “formas”… Procuremos no extrañarnos, ya sabemos que no vale la pena…

Un fuerte abrazo para todos a través de este medio tan extraño, que permite que “gentes” que no se conocen, se hablen como si se conocieran mucho y sin recatos estériles.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...