sábado, 31 de marzo de 2012

Errores subsanables


Dice Luis Rojas Marcos en su libro “Convivir”: “Las buenas relaciones exigen motivación, flexibilidad, planificación y esfuerzo para escuchar, comprender, perdonar, y para armonizar las necesidades contrapuestas de dependencia y autonomía… Las personas que explican con estilo optimista los sucesos que les afectan, tienden a gozar de relaciones mas estables y duraderas que quienes aplican el modelo explicativo pesimista. La interpretación optimista, esboza originalmente el psicólogo estadounidense Martin E.P. Seligman, se caracteriza en primer lugar, por juzgar el suceso en cuestión como infortunio pasajero o un contratiempo transitorio. En segundo lugar, limita o encapsula los efectos de los desacuerdos o enfrentamientos y evita establecer generalizaciones fatalistas sin salida. Y en tercer lugar, la persona de estilo optimista no se sobrecarga de culpa por lo ocurrido, sino que sopesa su grado de responsabilidad junto con la contribución al problema de otros. En definitiva, cataloga los reveses como fruto de algún error subsanable que, a la vez, le sirve de aprendizaje. Por el contrario, la interpretación del tipo pesimista considera que los efectos del problema son irreversibles y los daños generalmente permanentes”

Para aprender con consistencia, hay que equivocarse, solo quienes tienen la facultad de analizar con cierto énfasis el fundamento de sus errores y tomar decisiones para aplicar en el futuro, son capaces de transformar un hecho socialmente negativo – el error – en una fortaleza de incalculable valor para remodelar sus pautas y dirigir sus actuaciones con acierto y efectividad.

Tener intención de rectificar, ya es un paso adelante cualitativamente muy importante. Quienes piensan que “están en posesión de la verdad” y ante cualquier dificultad en la vida, identifican las causas de los desencuentros, en acciones u omisiones de los demás, no solo dificultan la resolución de los conflictos, sino que provocan el “enquistamiento” estéril de los mismos, con el resultado práctico de demorar, cuando no impedir, el mantenimiento nuevos contactos.

En muchas ocasiones somos de naturaleza pesimista - en los términos que plantea el Profesor Rojas Marcos -, y de este modo, lo pequeño, lo hacemos grande y lo grande enorme; sobre todo cuando el asunto acarrea connotaciones negativas y dificulta la relación asidua y cordial. Nuestra tendencia es proclive a ver “maldad” ajena y buena intención propia, como si en un desencuentro, solo una parte tuviera la responsabilidad.

Por eso plantearse si nuestra interpretación de los conflictos es pesimista u optimista, puede ser la llave para minimizarlos e incluso erradicarlos. El contraste de opiniones, es proclive a crear fricciones, sobre todo cuando los temas tratados son muy sensibles a interpretaciones contrapuestas, pero de ahí a evaluar que la discrepancia desde el respeto, es la antesala del distanciamiento o la reprobación, hay un trecho muy largo… que además no hay que recorrer nunca.

El análisis abierto de los errores, nos ayuda a ser flexibles. La flexibilidad requiere un ejercicio de planificación cotidiano. La planificación, es en muchas ocasiones, una autocrítica formal. La autocrítica es una plataforma excelente para comprender a los demás. Para comprender a los demás es indispensable, un análisis desapasionado de errores.

Como dice Rojas Marcos: “la mayoría de las personas más que esclavos dependientes del destino, son realmente sus forjadores”.

viernes, 30 de marzo de 2012

Cleptocracia


Dice Fernando Savater en su libro “Diccionario filosófico”: ”La individualización de los deberes en el sistema democrático exige para no fracasar un considerable refuerzo del sentido personal de “responsabilidad” (lo que señaló Montesquieu sobre la virtud como eje mayor del funcionamiento republicano va en esa dirección); la individualización de los placeres, por otra parte, impone mas que nunca la oportunidad de desarrollar la “templanza”, es decir, el arte de saber hasta dónde se puede ir demasiado lejos en el delicioso terreno de los goces dentro del contexto social en el que las tentaciones son explícitas y las represiones simuladas. Dos de los males más destacados que hoy aquejan a las democracias desarrolladas provienen de la pérdida o desvarío de virtudes tan necesarias. La decadencia de la responsabilidad personal (subrogando ésta en ocasiones al interés del partido político o del propio grupo, renunciando a ella otras veces con argumento de que “la culpa es del sistema” y “todo el mundo actúa igual” ha desembocado en episodios bien conocidos de corrupción política, lo que algunos consideran el paso de la democracia a la “cleptocracia”. Es evidente que hay medidas legales que pueden, no remediar directamente los deslices de la frágil naturaleza humana, pero al menos acabar con la impunidad política: el control riguroso de los medios de financiación de partidos políticos, la separación tajante entre los gestores de la cosa pública y los empresarios privados, la fiscalización de los llamados fondos reservados (que pueden ser controlados sin dejar de ser reservados), la transparencia financiera de los cargos electivos por altos que sean, etc., ayudarán sin duda a fomentar conductas democráticament responsables…”

Las conductas impropias de quienes detentan el poder y la facultad de manejar fondos públicos, utilizando los mismos, para el enriquecimiento personal o para favorecer los intereses espurios de otros, se hace cotidiana; cada día la sorpresa es mayor y el conocimiento de nuevas actuaciones “seudo-fraudulentas”, tapa a las anteriores. La lentitud en la investigación y esclarecimiento de los hechos, unido al paso excesivamente “parsiomonioso” al que nos tiene acostumbrados nuestra justicia, hace que los responsables de tales desmanes, demoren la resolución de los mismos, con artilugios legales y recursos dilatorios.

Que cada uno utilice en su defensa todos los medios a su alcance, no es criticable en absoluto, porque aunque sirva de amparo impropio a quienes utilizan los innumerables recovecos legales, para entorpecer el esclarecimiento de los hechos; es cierto también, que garantizan la seguridad jurídica a quienes fueron injustamente acusados, salvo que estos últimos, en apariencia, son los que menos rendimiento legal suelen obtener.

No discuto esta alternativa, es legal y por tanto hay que acatarla. Sin embargo si que soy eminentemente crítico, con quienes no se deben a plazos burocráticos, ni están constreñidos por aplicación de ordenamientos jurídicos - sus propios partidos – que habitualmente tienen mas interés en tapar que en esclarecer. Ésta si que es una posición absolutamente impropia de quienes intentan alcanzar el poder o ya lo detentan, porque nos dicen cada día que buscan lo mejor para todos. Y lo mejor nunca puede ser que unos pocos utilicen los caudales públicos impúdicamente para acciones privadas y otros muchos paguemos a “escote” sus desmanes.

Tampoco comprendo muy bien, que quienes nombraron a estos “depredadores del siglo XXI”, se pongan de perfil para ver si se desvanecen pronto los acontecimientos o afloran otros de mayor envergadura y/o actualidad, y salen de “rositas” del entuerto en que los han colocado, aquellos a quienes les delegaron poder y confianza.

Nadie debe de responder de las acciones inadecuadas ejecutadas por otros, salvo que su cometido principal fuera el control de la aplicación pertinente de los recursos a sus fines; porque en este caso deben asumir su falta de celo o competencia para evitar de modo rápido actuaciones, que cuando salen a “luz” llevan años perpetrándose; pero tampoco, hasta hoy también miran hacia otro lado, como si con ellos no fuera la cosa.

Lo lamentable es que la mayoría que no manejamos, nombramos, mandamos y/o disponemos, no podemos ponernos de perfil, ni desviar la vista hacía horizontes ignotos; no, nosotros debemos disponernos con presteza a restringir nuestras prestaciones, contribuir con mayor intensidad al erario público y “congelar” nuestros salarios; porque hay quienes cogieron lo que no les correspondía, malgastaron para su mayor gloria, favorecieron de modo impropio a “amigos, amiguitos y amigotes” y jugaron a ser ricos, no a su costa, sino a costa de los demás.

Triste alcance para una sociedad que vivió con alborozo la llegada de la democracia y depositó sus ilusiones en las urnas, pensando que quienes pregonaban toda una serie de bonanzas, lo hacían de buena fe y no empleaban subterfugios, con la única intención de alcanzar el poder y perpetuarse en él a un a costa de “amparar” a quienes engañan. Sin asumir los errores, aunque supongan pérdida de votos y tratando de achacar males mayores a sus oponentes, como si esto resolviera algo.

El descubrimiento de mayores felonías, nunca ha sido una forma de paliar las actuales, al menos para las personas llamadas “formales” que las contemplaran todas con la misma mirada crítica.

jueves, 29 de marzo de 2012

Isonomía


Dice Fernando Savater en su libro “Diccionario filosófico”: “…la democracia no es una mera forma de participación política, sino que tiene también un contenido radical: crear una sociedad tal que todos sus miembros tengan igual posibilidad de realizar sus capacidades. El demócrata no puede limitarse tan sólo a defender la autonomía política de cada cual y todos, sino que tiene también que instrumentar medidas oportunas que corrijan las desigualdades de fortuna producto del nacimiento, la habilidad o la desdicha, de modo que cualquiera pueda ver desarrollado y cumplido lo mejor de sí mismo. Las decisiones democráticas, tomadas desde la isonomía política, han de ir necesariamente configurando una igualación más completa y profunda de las condiciones sociales”.

Considerar a la democracia como un mero instrumento de participación política es cuanto menos, reducir mucho su ámbito y alcance. Que la toma de decisiones, para los que gobiernan, responda a la opinión mayoritaria y se ejecute sin menoscabar los derechos de las minorías, es una culminación de la legitimidad obtenida en las diferentes votaciones electorales.

Si solo fuera éste el objetivo alcanzado, aun con ser mucho, sería insuficiente. Si las decisiones políticas, ejercidas desde la “titularidad” que otorga la mayoría, no siguen las pautas necesarias, para paliar y corregir las desigualdades estructurales y permitir con el tiempo favorecer y mejorar la vida de quienes tienen mas dificultades por nacimiento y/o condición, no se habrían dirigido los esfuerzos en la dirección correcta o al menos no se habría focalizado la acción política-democrática en lo primordial.

No hay duda que el siglo XX ha sido con mucha diferencia, el horizonte temporal que más logros ha obtenido en la afirmación, enunciación e implantación de derechos civiles, políticos y sociales. Pero el mero reconocimiento, no es en absoluto, condición suficiente, para que lodos los ciudadanos los disfruten, quienes por nacimiento, habilidad o desdicha; ostenta una posición en la escala social, especialmente desfavorecida, carecen de la posibilidad de ejercerlos.

Si los poderes democráticos no logran crear mecanismos efectivos para tratar de “nivelar” adecuadamente estas desigualdades, no habrán cumplido con eficiencia el desarrollo de su potestad de gobernar. Cuando el acceso a las necesidades básicas en materias como: educación, cultura, sanidad, alimentación y vivienda; son una utopía para miembros de nuestra sociedad, algo muy relevante se está quebrando.

Pero cuando los que vivimos en esa sociedad, hacemos “oídos” sordos o “miramos hacía otro lado” para ignorar estas desigualdades tan evidentes, ponemos en tela de juicio, de modo claro, nuestro talante democrático. Votar si, pero es condición necesaria, para poner en marcha el proceso, pero no suficiente. Para legitimar verdaderamente este voto, debemos ser – quienes no estamos tan desfavorecidos – demandantes de acciones correctoras efectivas, aunque con ello perdamos “alguna pluma” y/o privilegio.

Quienes tienen derechos, pero por su condición social no los pueden ejercer, es casi lo mismo que no tenerlos. Las sociedades que no consiguen favorecer a quienes más lo necesitan, por muchos logros de bienestar que alcancen, se olvidan del principal.

jueves, 22 de marzo de 2012

Satisfacer "no-necesidades"


Dice Luis García San Miguel en su libro “La sociedad autogestionada: Una utopía democrática”: “Hemos dicho que el hombre de la sociedad industrial, cualquiera que sea la estructura política de la misma, es un consumidor. Esto significa que pone en primer plano la satisfacción privada de sus necesidades materiales; es decir, que quiere apropiarse objetos de uso individual o, cuando más, familiar. En los lugares colectivos está de vez en cuando, pero no le gustan demasiado. Sus objetivos son el coche, la nevera, la lavadora, el piso. Que haya un buen sistema de transportes públicos, le interesa menos que tener un “utilitario”; que haya buenas escuelas, menos que el profesor “particular” para sus hijos… Es un hombre despolitizado. Aunque muchas veces presiente oscuramente que la política condiciona su vida personal, no está dispuesto a hacer ni arriesgar casi nada (de su consumo individual, se entiende) para intervenir en ella. La verdad es que la estructura política en que vive tampoco le brida muchas oportunidades…Es decir, que el consumidor es de ocho de la mañana a seis de la tarde un autómata, y de seis a diez un televidente apacible. Y esto es natural, pues el trabajo fatiga, y no es fácil ejercitar la imaginación ni la crítica cuando se llega a casa cansado de hacer números”.

Nada que nos produzca extrañeza actualmente (el autor escribe el libro en 1972), ha llovido mucho pero las cosas siguen parecidas, serían completamente iguales, sino fuera porque la cantidad de los objetos a poseer, ha progresado exponencialmente; actualmente hay muchas mas cosas a nuestra disposición, incitándonos permanentemente a comprarlas, con el auto engaño, de que con ellas seremos mucho más felices.

La paradoja se produce cuando realizamos el hecho material de la adquisición. La “gloria” es efímera, porque de modo simultáneo, evidenciamos nuestras carencias y percibimos nuevos estímulos provocadores, para hacernos fijar nuestra atención en objetos “imprescindibles” llenos de propiedades insospechadas, que nos traerán una “felicidad” más intensa. Somos prisioneros de nuestra propia ambición de consumo, preferimos vivir, con esa ansiedad contenida fijada en la carencia de cosas superfluas, que observar con satisfacción todo lo que ya poseemos.

No disfrutamos con el uso, nuestra satisfacción llega al “climax” en el mismo momento de la adquisición. Somos incapaces de interiorizar, que las modas no son más que artilugios espurios promovidos por quienes prefieren, que estemos concentrados en cosas superfluas y no nos preocupemos en investigar, cual es la realidad de nuestro entorno cotidiano. La vida va reduciéndose a una concatenación de hechos absurdos basados en la propiedad de bienes, más para la exhibición externa, que para el disfrute.

Satisfacer necesidades es un logro de la sociedad actual, bien orientada la persona en este asunto, consigue toda una fuente de bienestar importante. Satisfacer “no-necesidades”, es un acto absurdo y a la vez perverso, porque nos transmite desazón por lo no poseído y no nos reconforta con lo que tenemos. Es un juego banal, solo produce plenitud la “carrera” por la adquisición, nos deja de interesar el objeto en el minuto siguiente y solo puede motivar satisfacción, cuando despierta curiosidad o envidia en los que nos rodean.

Las necesidades materiales se satisfacen con bienes; los bienes deben de ser enteramente útiles, para cumplir su objetivo; el objetivo nunca debe ser la cantidad; cantidad sin utilidad, nunca satisface las necesidades materiales.

García San Miguel dice: “hay que renunciar a muchas cosas para poder ser libre”….

martes, 20 de marzo de 2012

Responsabilidad directiva


Dice Reinhard Mohn en su libro “El triunfo del factor humano”: “Hoy ya no basta con dar instrucciones basadas en la autoridad conferida. Antes bien, un superior tiene que ser capaz de convencer a sus trabajadores con su autoridad profesional y humana. Su estilo de gestión y su comportamiento cooperativo ejercen una poderosa influencia…

En nuestro tiempo la propiedad ya no puede legitimar la gestión. La responsabilidad directiva sólo en raras ocasiones es un asunto privado. De igual modo, la persona de edad avanzada que tiene el poder tampoco pude garantizar ya personalmente su continuidad. Las leyes y los testamentos deberían ser previsores y regular estos asuntos. En efecto, la gestión no solo alberga el componente más importante del éxito, sino también, como demuestra la historia, el mayor potencial de riesgo. Es preciso reflexionar sobre estas cuestiones. La responsabilidad directiva, todavía insatisfactoriamente regulada, afecta a demasiados destinos”.

Ser familia directa de los propietarios de una determinada empresa, no siempre es el mejor aval para gobernarla adecuadamente. Y del gobierno, como muy bien dice el autor, depende no solo el éxito, sino también el fracaso. No puede uno alegar el título de la propiedad, para gestionar con decisiones exentas de eficiencia, pero cimentadas en el hecho de que el patrimonio es de quien las toma y por tanto le asiste la razón de disponer “de lo suyo”, libremente.

En una organización empresarial trabajan muchas personas, que con su esfuerzo, entrega y empeño diario, llevan adelante con éxito la misión para la que fue creada. Confían en su quehacer diario, en que las personas que tienen la capacidad de dirigir, plantear estrategias y decidir negocios, tienen capacidad suficiente para hacerlo con diligencia y acierto. Cuando dicha responsabilidad ha recaído por “herencia” en persona vinculada familiarmente con la propiedad, esta premisa no siempre está garantizada.

Pero la verdad es que aún siendo evidente el cúmulo de desaciertos, esta dirección se mantiene y generalmente “empuja” a la empresa a un declive continuado. Es precisamente la resistencia a removerlos de sus puestos y ocuparlos en funciones consultivas – propias de la propiedad -, pero no ejecutivas, uno de los principales problemas que tienen las empresas familiares, cuando esta circunstancia concurre.

Achacar al mercado la responsabilidad de una mala gestión, no hace mas que evitar detectar las causas y consolidar la impotencia para resolverlas. Las empresas actuales, necesitan gestores profesionales identificados con la cultura empresarial y dispuestos a aplicar lo mejor de sus esfuerzos y conocimientos en promover y llevar a cabo las estrategias de negocio necesarias. Exentos de tanta soberbia y prepotencia.

De la dirección de una empresa, depende su crecimiento. Del crecimiento depende la consolidación y la continuidad en el tiempo. La continuidad en el tiempo potencia empleo y riqueza en su entorno. Empleo y riqueza son signos evidentes de progreso económico y bienestar social. Una buena parte del progreso económico lo consolidan las empresas con una eficaz dirección.

Como dice Reinhard Mohn, “Si las personas se identifican con los objetivos de su organización y la conducta de la dirección, su productividad se multiplica”. Lástima que muchos no lo entiendan y se empeñen con esa obcecada actitud en potenciar la “debacle” y ni siquiera se justifica su empecinamiento, por el hecho de que pierdan su patrimonio, porque directamente lesionan también, el de muchos.

viernes, 16 de marzo de 2012

Tolerancia


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “La tolerancia es la virtud - central en sociedades plurales como la nuestra – por la que nos abstenemos de impedir o entorpecer la manifestación de creencias o conductas que nos disgustan y nos resultan objetables. Tenemos razones contra lo tolerado y alguna capacidad para no soportarlo, pero contamos también con otras razones de índole superior (epistémicas, políticas y finalmente morales) que nos obligan a aceptar el derecho del otro a vivir conforme a su costumbre o a expresar una opinión que íntimamente rechazamos. Claro que no hay tolerancia sin límites y no cabe tolerar al intolerante, es decir, a quien niega el respeto que todos debemos. Siendo una actitud de entraña moral, sus servicios más conspicuos la consagran como virtud civil; hoy, más aún, con la virtud democrática por antonomasia”.

Es decir, lo contrario que hacen nuestros políticos, predican la tolerancia para sí, cuando no están dispuestos a otorgarla a los demás. Todos los que opinan de modo diferente, viven en el error, quien no está en mi partido, siempre tiene malas intenciones y cuando se equivoca en la toma de decisiones, no es de modo involuntario. Que oficio tan extraño, creo que para “ganar” hay que perder; porque cuando un partido ocupa el poder y lo mantiene, adopta una posición mesiánica, mas intensa cuanto mayor sea el número de años que lo detenta.

El juego político no permite descanso – tolerancia -, siempre hay que estar con la guardia subida, porque los “contrarios” están acechando con intenciones perversas. Esta forma de razonar, solo propicia palabras malsonantes y argumentos exentos de razón, pero pronunciados en voz muy alta.

Creo que ignoran, que el juego democrático en si mismo es la aceptación de todos en el gobierno. Las mayorías tienen interés, porque las provoca la voluntad de los ciudadanos y porque agilizan la toma de decisiones. Pero eso no es en ningún caso inferir, que quienes están en minoría, tienen opiniones absolutamente equivocadas. Esa minoría también representa a otro grupo de ciudadanos, que no por ser menos numerosos, tienen visiones de las cosas exentas de razón. La razón se representa a si misma, sea cual sea el número que así la entienden.

En muchas ocasiones, no es la lógica quien induce las decisiones; son posiciones enconadas o de respuesta, las que en definitiva conforman una parte de las acciones en el ejercicio del poder obtenido. Cuantos más cambios de rumbo se preconicen y se ejerzan, más se pone en evidencia la futilidad de las decisiones de los que precedieron en el poder. Una de las directrices más frecuentes es, cambiar las pautas y achacar a los anteriores gestores, la responsabilidad de aquellas decisiones que entrañen poca popularidad; haciendo ver que deben de ser aplicadas para corregir deterioros inesperados, resultantes de decisiones erróneas de los anteriores gobernantes.

Nuestros políticos seguro que han leído a Voltaire, pero seguro también, que no entendieron su frase: “no comprendo lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” y claramente así nos va…

martes, 13 de marzo de 2012

engaño, manipulación, seducción...


Dice Robert Green en su libro “Las 48 leyes del poder”: “El poder es un juego social. Para aprender a jugar y jugar bien, hay que estudiar y entender a la gente. Como escribió el pensador y cortesano del siglo XVII Baltasar Gracián:”Mucha gente pasa el tiempo estudiando las propiedades de los animales y de las hierbas; ¡sería mucho mas importante estudiar las de las personas con quien debemos vivir o morir!”. Para ser un maestro del juego también hay que ser un maestro de la psicología. Hay que reconocer las motivaciones y ver a través de la nube de polvo con la que la gente tapa sus acciones. Entender los motivos ocultos que mueven a la gente es la información más importante que se puede tener para adquirir el poder. Abre posibilidades infinitas para el engaño, la seducción y la manipulación…

Por último, es fundamental aprender a tomar el camino indirecto para el poder. Hay que disfrazar la astucia. Igual que una bola de billar que da varias vueltas antes de golpear el objetivo, hay que planear y desarrollar cada movimiento de la forma menos obvia. El que logra entrenarse para ser indirecto, triunfará en la corte moderna, apareciendo como el paradigma de la decencia, cuando en realidad es un manipulador consumado”

Tres palabras clave, a saber: engaño, manipulación y seducción… ¿pero los que detentan el poder – políticos - no venían a servir?. Perpetuarse en el “mando”, es un ejercicio permanente de ocultación y ensalzamiento. Lo primero para los errores y lo segundo para los aciertos. Nunca es la sinceridad la que preside el desarrollo y explicación de las cosas públicas; como si los ciudadanos tuviéramos siempre que vivir ignorantes de la realidad que nos circunda.

Con esa trilogía, se pretende actuar y perpetuarse en el ejercicio de los gobiernos, lo lamentable es que algo de razón debe tener Green, porque describe la realidad actual casi con entera exactitud. Tan es así que uno acaba pensando, que ejercer el poder es simplemente engañar. Baste mirar a nuestro alrededor y constatar, la impunidad con la que han podido comportarse toda una serie de “personajes”, para tapar la verdadera realidad y hacernos creer durante años, que eran “los mejores”.

Pero generalmente esta maniobra de distracción, no era solo de diversión, escondía algo mucho mas profundo, pretendía desviar fondos públicos a “bolsillos” privados. Los suyos claro. Y es curioso ver, como quienes los designaron para estos puestos relevantes, miran hacia otra lado o esconden la cabeza cual avestruces, tratando de pasar desapercibidos y procurando salir del paso exentos de toda responsabilidad.

Manipular es el signo de nuestros días, esta es la palabra que mejor define esta época; en donde un día se sobrepone al anterior, con un “desmán” más difícil todavía – como en el circo -, pero exento de candidez y gracia. Asistimos a una saturación de nuestra capacidad de asombro, tan es así que casi estamos interiorizando estas felonías, como cotidianas y no como extraordinarias. ¿Tan vulnerables e ineficientes son los resortes del control de las administraciones públicas, que de modos tan poco sofisticados, se expolia a organismos y empresas durante años, sin que nadie se entere?.

Administrar bien, no es solo gastar lo justo y adecuado. Administrar bien, es también controlar con eficacia, a quienes tienen la potestad de disponer de fondos públicos. Quienes por dejación de funciones o cualquier otra causa, no detectan conductas anómalas, son tan malos administradores, como quienes utilizan la “caja” para fines espurios y por tanto, deben ser removidos junto con los responsables de estos desmanes.

Engaño, manipulación y seducción… ¿Hasta cuándo?.

lunes, 12 de marzo de 2012

Disonancia


Dice Eduardo Punset en su libro “El viaje al poder de la mente”: “No querer cambiar de opinión, a pesar de disponer de todos requisitos mentales para hacerlo, tiene que ver con algunos de los grandes descubrimientos neurológicos de los últimos años, sobre cuyo impacto social o conductal no se ha abundado todavía lo suficiente. Estamos apuntando, en primer lugar, al poder avasallador de las convicciones propias, frente a la percepción real de los sentidos… Muchas personas toman decisiones no en función de lo que ven, de lo que consideran bueno o malo, sino en función de lo que creen, de sus convicciones, de lo que el biólogo evolutivo y etólogo británico Richard Dawkins, tildaba de “código de los muertos”: pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes.

En segundo lugar, las convicciones heredadas no sólo nos impiden comprender lo que vemos, sino algo más inesperado: no podemos predecir el futuro porque únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el pasado…O para ponerlo en términos más realistas, nuestra predisposición a pensar el futuro sólo en términos de pasado… Los humanos también pueden cambiar de opinión, pero odian tener que hacerlo… Se considera que cambiar de opinión es una frivolidad. Y lo contrario, una señal de cordura y lealtad. El cerebro detesta, sencillamente, alterar sus costumbres porque en ello se juega la superviviencia”.

Al menos tranquiliza, no somos sólo nosotros, los que a pesar de tener evidencias suficientes para variar nuestros criterios, seguimos manteniéndolos de modo inmutable, parece ser, al decir del autor, que es un “mal” general. Debe ser así y de ello deben de tener puntual conocimiento los políticos, que saben, como lo importante es crear una costumbre determinada, porque establecida esta, hagan lo que hagan, tienen un elevado margen de no ser removidos. Puede siempre, mucho más la costumbre, que los hechos.

Esta seudo “patente de corso”, que concedemos por nuestro teórico temor al cambio, hace que en muchas ocasiones, sea un apretado corsé que nos aplicamos; que solemos aliviar, pensando que quizás otros lo harían mucho peor y con ello nos desvinculamos.

Queremos vivir tan cómodamente, que nos preocupamos o mejor dicho, le dedicamos poco tiempo a la “cosa pública”; no me refiero a las anécdotas, que nos sirven a diario nuestros representantes, no, me refiero a las cosas de enjundia, a los temas que son decisivos y que marcan o marcaran las pautas de nuestra vida. Damos por sentado, que los gestores tienen buen “tino” y se preocupan por ejecutar todo lo que mejor vida dará a los ciudadanos.

Tan es así, que juzgamos las acciones, mas por los signos externos de suntuosidad, que por la esencia o utilidad de las mismas. Únicamente nos removemos cuando de modo inesperado, alguien nos recuerda que deberemos de pagar más impuestos o recibir menos servicios, porque el “mana” parece que toca su fin. Entonces si, nos revelamos y pretendemos que todo cambie en poco tiempo. Lo que viene gestándose en años – sin enterarnos, por cierto - , que se resuelva en meses y que no nos toquen lo “nuestro”.

No nos habíamos percatado de que nuestros gobernantes aplicaban en los presupuestos partidas como si estuviéramos en el reino de “jauja” y no en una sociedad con recursos limitados o limitadísimos. Tarde…las cosas son las que son, se han ido elaborando delante de “nuestras narices”, pero como vivimos tan ajetreados, no nos hemos detenido ni un minuto a sopesar, si esa era el mejor destino de los recursos. Porque el dinero público parece que no lo paga nadie, como si saliera de una máquina y no de los impuestos.

El bienestar no necesariamente coincide con la suntuosidad; lo suntuoso y estéril es un gran derroche; el derroche es la tarjeta de presentación, que suelen aplicar los nuevos ricos; querer ser nuevos ricos cuando los recursos son limitados y escasos, tarde o temprano compromete el bienestar.

Cuando los envoltorios valen mas que la sustancia, o las formas más que el contenido, malísima aplicación se ha hecho… por mucho rendimiento futuro que se haya previsto.

viernes, 9 de marzo de 2012

Éxito






Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación: “El número de vencidos en esta sociedad, en la que el "principio de realidad" a que debemos acomodarnos es, al decir de Marcuse, "principio de rendimiento", es decir, éxito (económico), es extraordinariamente grande. Porque no sólo hay que incluir como tales vencidos a los que este tipo de éxito no alcanzó, sino, precisamente, a los muchos que por alcanzar este tipo de éxito dejaron de ser aquel que han podido y habrían debido ser”.

El espíritu de competitividad, que nos va transmitiendo la vida, nos envuelve de un modo absolutamente férreo; anula nuestro discernimiento y nos convierte en fieles seguidores de los parámetros sociales del triunfo. Como si fuéramos, personajes en busca de autor. A fuerza de dejarnos llevar, por lo que se debe hacer, atendiendo poco o nada a lo que verdaderamente querríamos ser, nos embarcamos en una espiral vertiginosa, en busca del “prestigio” social.

Casi sin darnos cuenta, cada vez nos comprometemos mas con aquello que nos van proponiendo y simultáneamente distanciándonos de nuestra propia vocación, que tratamos de silenciar, con todos signos de “status” obtenidos, que nos va inculcando nuestro propio entorno social y que acabamos interiorizando como propios.

Poco a poco, nuestra conciencia se adormece y se cansa de mandarnos mensajes de alarma para recordarnos, que la felicidad no esta basada nunca en la cantidad de objetos; que la felicidad es aquello que nos hace sentirnos bien y cómodo con nuestra posición real, no con la que nos otorga por nuestro entorno.

Cada escalón representa un compromiso mayor y simultáneamente alguna renuncia – familia, amigos, ciudad, etc. -, pero ya hace muchos años que hemos borrado de nuestro lenguaje el “no” y solo sabemos callar o decir que “si”, aunque por dentro tengamos unos grandes deseos de renunciar. Seguimos y seguimos, porque para haber ganado, verdaderamente en nuestra vida, jamás deberíamos haber comenzado.

Pero tal como lo hemos ido aceptando, seguimos progresando en cargos y responsabilidades y llegamos sin darnos cuenta a posiciones de admiración externa, pero sin embargo lo que experimentamos no es felicidad; no, es soledad, pero de la profunda. Hemos ido muy lejos, a fuerza de esfuerzo y de renuncia y ahora resulta, que lo conseguido, no estamos seguros de si compensa el esfuerzo y equilibra el valor de todas las “plumas” perdidas por el camino.

Pero ya es tarde. Para parar hay que ir disminuyendo la velocidad poco a poco y nosotros llevamos una marcha y en un terreno tan resbaladizo, que si intentásemos frenar, seguramente volcaríamos. Ya estamos donde nos hemos dejado llevar y sin embargo el sabor es agridulce, cada vez somos menos nosotros mismos y mucho más lo que quieren otros. Descubrimos también que solo nos aprecian en función de lo que seamos capaces de aguantar y aceptar. Pero eso sí, nos hacen ver con cierta insistencia, que si seguimos renunciando a lo nuestro y siguiendo con lo suyo, al final llegaremos a la “tierra prometida”, adornada de éxito económico.

El objetivo debería regirse por ser siempre lo que uno quiere ser; la felicidad está muy de la mano de lo que uno hace; lo que uno hace debe de fundamentarse en lo que uno desea hacer; lo que uno desea hacer, siempre es un escenario mejor, que lo que los demás desean que hagamos; la satisfacción plena debería ser siempre el objetivo.

Difícil balance, lo que ganamos es mayoritariamente material y/o dinero para comprarlo; lo que perdemos es inmaterial siempre….Y ya sabemos, lo mas complicado, es valorar en términos económicos lo intangible…

jueves, 8 de marzo de 2012

Diálogo




Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación”: “Estoy convencido cada día más de que el diálogo es en si mismo fecundo. El diálogo es la expresión más ostensible de la dialéctica de las relaciones en general, es decir, de esa contraposición que entre los distintos elementos de la realidad se verifica, tras la cual surge una nueva situación, algo que ya no es lo mismo que era antes. En el diálogo se verifica el encuentro de dos – sean éstos dos personas en su singularidad o dos grupos en su pluralidad – ante u objeto, es decir, ante aquello que se dialoga. Un diálogo es efectivamente diálogo cuando se posponen las posiciones particulares, personales, de cada cual, a favor de la dilucidación del objeto sobre el que se dialoga. Si ustedes y yo dialogamos sobre una cuestión, lo importante es ahora, no si ustedes o yo tenemos la razón, sino dónde está la razón misma, cuál es la razón, es decir, cuál es la verdad – por muy relativamente histórica que ésta sea – sobre la cuestión misma”.

Bueno, bueno y bueno… creo que lo podía haber dicho más claro, simplemente con que hubiera definido diálogo, como lo contrario de lo que hacen habitualmente los partidos políticos, era suficiente y expeditivo. Vuelvo a mis posts anteriores, la posición se consolida de modo más firme, tanto en postulados, como en opiniones, proporcionalmente al nivel de representación mayoritaria que ostentan.

Si a los políticos – en una virtualidad impensable – les arrebatasen el país, es decir la realidad pública, sin que ellos estuvieran enterados; surgiría en mi opinión, una circunstancia claramente desconcertante, y es que, seguirían trabajando muy intensamente en lo de siempre, es decir: en la descalificación, el improperio, el seudo insulto, la “cerrazón”, la defensa a ultranza de sus opiniones; en fin, para que relacionar más; en lo superfluo e inútil, descuidando lo esencial.

La pertenencia a un partido político, educa la mente para asumir sin rechistar, cualquier acción u omisión de sus compañeros de ideología y criticar, menospreciar y anular, cualquier acción de los otros. Tan es así, que si se les interpelase sobre cualquier tema, aislándolos, del conocimiento de la postura institucional propia, se quedarían traspuestos, sería poco probable obtener respuesta. Basar la acción política en la descalificación o el aplauso enfervorizada, en función de quien venga – ajeno o propio – es de una cortedad de miras muy relevante.

Lo malo es que se transmite un encono elevado, en una sociedad, que en absoluto está en esas circunstancias. Parece como si todos viviéramos permanentemente enfrentados unos contra otros. Lo que se refleja en los arcos parlamentarios, no tiene nada que ver con los ciudadanos, ni el tacto para tratar los temas, ni el tono, ni la forma. Es pura y simplemente una escenificación por malos actores, de lo que no debería ser nunca un Parlamento.

No les importa la verdad sobre los temas, les importa en mucha mayor medida, defender a ultranza “su verdad”, incluso cuando las evidencias reales la cuestionan; cuando esto sucede, se puede cambiar bruscamente el discurso y comenzar a transmitir la idea, de que el contrario tiene errores mayores en el mismo ámbito y con esto uno ya no debe subsanar los propios, pura y simplemente, porque otros lo hacen peor. No hay que buscar la excelencia, hay que preocuparse de la “mediocridad” menos mala, con esto parece suficiente.

Hemos llegado a un punto en el que todo vale, y vale mas, cuanto peor sean las formas y los modos. Las normas de respeto mutuo, se han perdido. No basta resaltar las accione u omisiones - en fin los errores de los contrarios -, con orden y sosiego; no, no se hace así; lo mejor es emplear un lenguaje “barriobajero”, cargado de incomprensión, porque derribar es lo importante y todo ello sobreponiéndose el que está en uso de la palabra, al griterío, también lleno de improperios, que suelen practicar los partidos contrarios u opositores en el hemiciclo.

Descalificar no es tener más razón; la razón no se impone; imponer es un atentado a la libertad individual; la libertad individual y respetuosa es en sí misma un gran logro; para lograr algo, no es necesario descalificar.

lunes, 5 de marzo de 2012

Fanático



Dice Fernando Savater en su libro “El valor de elegir”: “Ser tolerante es convivir con lo que uno desaprueba… ¡y con los que desaprueban a uno!... Hay que educar para prevenir tanto el fanatismo como el relativismo (llamado a veces “multiculturalismo” por algunos posmoderno despistados). En lo tocante al fanatismo, digamos que en modo alguno se trata de una forma de firmeza en las convecciones sino más bien de todo lo contrario, de pánico ante el contagio posible de lo distinto. Fanático es quien no soporta vivir con los que piensan de modo distinto por miedo a descubrir que él tampoco está tan seguro como parece de lo que dice creer. Por eso Nietzsche, en uno de sus destellos de maestría psicológica, estableció que el fanatismo es la única fuerza de voluntad de los débiles”.

Tolerancia una palabra grandilocuente que cada vez se demanda mas, pero que no se esta dispuesto a conceder. Claro está, porque los que están equivocados en opinión y/o acción son los que nos rodean. Se han investido de una actitud arrogante y poco reflexiva y por tanto ellos mismos han superado los límites de nuestra tolerancia, nos han exasperado de un modo pertinaz.

Este suele ser el razonamiento resumido de los grupos sociales, sobre las actuaciones de los otros; con mucha mayor firmeza, si se sienten mayoritarios, amparados por cualquiera de los procedimientos, que nos da la democracia para dirimir quienes deben de ejercer el poder. Lo primero que interiorizan – más, cuanto más mayoritario – es a comportarse con arrogancia e intolerancia. Entrever que cualquier opinión discrepante es fruto de malvadas tentativas para emponzoñar las decisiones y tratar de socavar los cimientos de la estructura.

También es verdad, que en ocasiones quienes cuestionan la forma de hacer de las mayorías, pueden tener un elevado grado de intolerancia, motivada por la falta de éxito en sus planteamientos y el poco apoyo social acumulado. Como alternativa, intentan evidenciar errores con la intención de “desmitificar” a los mayoritarios.

Sea como fuere estas actitudes enfrentadas, exentas de razonamiento sereno, propiciadoras de palabras y argumentos descalificadotes, nos están montando el entramado de una “falla”, donde los observadores pasivos, solo ven acciones impropias de quienes de modo “fanático” consideran excelente sus acciones y absolutamente desacertadas las de sus oponentes y que además emplean argumentos de respuesta precedidos siempre por el “y tu más…”. Como si ello produjera algún alivio a los ciudadanos de a pie.

Savater lleva el debate a un punto no exento de interés, descubriéndonos que estas posiciones tan radicalmente enfrentadas, es decir, tan fanáticas, en realidad corresponden a personas cuya reacción la motiva la inseguridad en las creencias, que defiende con tanta firmeza. La fuerza de voluntad de los débiles (Nietzsche), sorprende en primera instancia, pero esta afirmación puede que no ande muy distante de la realidad cotidiana. De ahí las desaforadas respuestas, más buscando el aplauso interno del grupo por el ingenio en el debate descalificativo, que la consolidación de unas fundadas razones.

El fanático cuanto mas locuaz menos razonable; cuanto mas razonable es un argumento, más mensurada es su defensa; para defender algo con tino y con responsabilidad hace falta estar convencido; estar convencido casi exclusivamente porque es un argumento mayoritario, puede llevarnos a la trampa del fanatismo.

domingo, 4 de marzo de 2012

Tópicos II


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “Tras la reivindicación de la normalidad como índice de valor suele ocultare el espíritu del rebaño. En cada caso lo que importa es quedarme al calor de los míos, construir y preservar la propia identidad a costa de identificarme sin fisuras con la del grupo. Sólo si soy como lo demás me pongo a resguardo, de modo que me adelanto a consagrar la norma de mi parroquia como lo bueno. Puesto que no deseo ser libre, sino estar arropado, evito las otras opciones: el distinguido es siempre mi enemigo. Más grave, pero no menos frecuente, es que el elogio del normal encubre el resentimiento. En la actitud de quien, como no quiere o no puede alzarse hacia lo superior, pone todo su empeño en rebajarlo a su altura. Para éste cualquier muestra cualquier muestra de excelencia en el otro será solo aparente y ya se encargará él de buscarle sus sórdidos orígenes. Desprovisto del sentido de lo mejor, es incapaz de admiración; más aún, al menor atisbo de lo admirable reaccionará como ante una ofensa personal. Para no ver su propia miseria, ha de decretar la miseria general.

Bajo esta dictadura el excelente tiene que disimular su situación, no sea que los demás le reprochen precisamente un pérfido propósito de elevarse sobre ellos; que no se le ocurra exhibir sus cualidades, porque podría ser acusado de un afán de hacerles de menos”.

Ser “normal” significa estar directamente entroncado con todos los “tics” de la sociedad, es un pasaporte para “pasearse” de modo desenfadado por todos los lugares de reunión comunes y al mismo tiempo, ser tenido por una persona adecuada para disfrutar de relaciones – poco profundas – pero llenas de interés, tanto social como económico.

No vivimos ambientes, en donde la actuación fuera de la “norma”, sea bien recibida. Muy al contrario, es reprobada y censurada. Quienes con un gran esfuerzo han conseguido instalarse en cómoda “poltrona”, no quieren ni por asomo, que venga alguien, que desde posiciones heterodoxas, le cuestione su situación, bien de modo explícito o evidenciando con su actitud, una absoluta indiferencia ante tal “rango”.

Quienes han conseguido un reconocimiento social “falso”, basado en la asunción a raja tabla de todos los postulados – típicos y tópicos – de la sociedad en al que desenvuelven, rechazan especialmente, todos aquellos planeamientos que se promueven desde actuaciones independientes al tejido social común, rechazando – en ocasiones - las costumbres establecidas, como marchamo indiscutible de excelencia.

El cumplimiento fiel de principios sociales asumidos, no establecidos por el consenso mayoritario, sino por el casi único aval de que “siempre se ha hecho así”, no es precisamente la mejor forma de desenvolverse y forjar un entorno personal enriquecedor. Muy al contrario, el marchamo que identifica a las personas, que desean vivir su libertad; son aquellas, que evitando el conformismo y cuestionándose la realidad de un modo crítico; hacen práctica diaria de un análisis pormenorizado de sus acciones, para avanzar en el conocimiento de sí mismo y de los demás. No dejándose mediatizar en este quehacer por “rutinas” arraigadas en su entorno. Asumir sin contrastar no es buen planteamiento.

Las sendas trazadas por las mayorías, no son todas ellas – necesariamente -, el mejor camino. Es el más fácil de desarrollar, pero no el mejor. Tratar de establecer – aunque solo sea para uno mismo – otras “rutas”, es un ejercicio que requiere valentía y perseverancia. Cuestionarse de modo crítico los “usos sociales” habituales presentará siempre la incomprensión del grupo, que se encuentra muy cómodo en el ejercicio de ellos.

Actuar según la costumbre social es muy poco enriquecedor intelectualmente; para enriquecerse intelectualmente es necesario interrogarse sin condicionamientos; no tener condicionamientos significa ser independiente; para ser independiente nuestros actos no deben estar presididos por la costumbre social.

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