domingo, 30 de agosto de 2020

El silencio

 




Dice Bernabé Tierno en su libro “Si puedes volar, por qué gatear”: “Saber discernir y saber cuándo es tiempo de hablar y cuándo lo es de callar es determinante para caminar con buen pie en esta vida. La virtud de saber callar y tener en cuenta los extraordinarios y productivos beneficios del silencio lo ponen en práctica unos pocos sabios que tienen el privilegio de haber descubierto que con su actitud consciente, sosegada, serena, tranquila, observador, en silencio y en paz consigo mismos es como verdaderamente crecen  como personas y se superan a sí mismos cada día que amanecen”.


Guardar silencio. Difícil tesitura para ponerla en práctica; nosotros estamos identificados con el uso de la palabra de modo cotidiano, necesitamos transmitir todo lo que pensamos, dando pocas posibilidades a nuestros interlocutores para exponer sus opiniones, salvo que sean concordantes.  Hemos interiorizado, que el silencio, culturalmente suele ser interpretado como ignorancia o falta de sociabilidad. Quien más habla, más sabe.


Saber recogerse en silencio, para pensar sobre nuestros asuntos. Escuchar atentamente a nuestros interlocutores interiorizando sus propuestas sin interrumpirlos y participando serenamente en el diálogo, en una búsqueda permanente de convergencia mutua; es un rasgo que define a las personas que desean potenciarse cada día, sin vivir en una burbuja anclados en sus propias creencias y con intención de evitar - por equivocadas -  las opiniones divergentes.


Guardar silencio, ayuda mucho en los momentos de tensión verbal. En lugar de elevar el tono de voz para responder y tratar de superponer lo que decimos sobre los demás interlocutores, que no conduce más que a incrementar la “escalada”; recogerse y hacer “mutis”, ayuda a calmar  la situación y seguramente facilitará poder retomar posteriormente el debate, con mayores posibilidades de éxito para todos. Callar, en muchas ocasiones, es mucho más útil que hablar.


Como dice Bernabé tierno: “Cuánta razón tenía Lacordaire cuando afirmaba que < el silencio es, después de la palabra, el segundo poder del mundo >”. Recordemos que siempre gana el que sabe callar a tiempo….


domingo, 23 de agosto de 2020

Libertad

 



Dice Fernando Savater en su libro “Ética para Amador” (1991): “No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de otro o de otros.  Por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad... a la libertad misma... La aparente contradicción que encierra ese «haz lo que quieras» no es sino un reflejo del problema esencial de la libertad misma: a saber, que no somos libres de no ser libres, que no tenemos más remedio que serlo”. 

 

Buen reto, preguntarnos a nosotros, que debemos hacer con nuestras vidas. Con lo cómodo que nos resulta imitar o seguir lo que dicen otros, bien sea por costumbre o pereza para hacer un análisis en profundidad y concluir si merecen esa fidelidad. El seguidismo se ha impuesto en nuestra sociedad y es el impulso que más motiva nuestras relaciones y/o acciones. Sucede con frecuencia, que a poco que profundicemos en el análisis de nuestros referentes, ellos no siguen un comportamiento social acorde con lo que promueven. Solo son pura apariencia, con toda la intención de confundirnos.


Hacemos dejación de nuestras posibilidades reales, cuando de modo firme, asumimos los postulados que nos plantean otros y los aplicamos para definir las pautas de nuestro comportamiento cotidiano. Es una táctica fácil, porque nos libera de la responsabilidad de decidir. Con esa arraigada costumbre y el transcurso del tiempo,  dejamos de ser nosotros mismos, para convertirnos en una simple copia, algo que en el fondo es una impostura.


“Hacer lo que quieras”, nos pone en una tesitura complicada; debemos fijar nuestro “rumbo”, pero cuando lo hacemos, no podemos responsabilizar a nadie de los planteamientos equivocados. Somos nosotros quienes deberemos asumir todas las consecuencias y eso nos produce “vértigo”. Cuando son otros los inductores, dejamos siempre a salvo nuestro propio “yo” y si se producen errores de planteamiento o ejecución, descargamos sobre ellos, sintiendo una seudo-liberación espuria, pues en el fondo lo que pretendemos es quedar "ficticiamente" incólumes. Queremos aplicar el inútil esconder la cabeza bajo el ala (táctica de avestruz).


Como dice Savater:"Actuamos solidariamente o complacientemente con los demás, pero  no fundidos con los demás, confundidos y perdidos en ellos, soldados de ellos...". Pensemos que, cuando alguien - organizaciones o personas - tratan de influir en nuestras pautas de comportamiento, es en su propio beneficio o en el de sus organizaciones, no en el nuestro; aunque en sus discursos digan lo contrario. Seamos al menos internamente libres, según nuestro criterio.


lunes, 17 de agosto de 2020

Escuchar

 


Dice Eduardo Punset en su libro “Excusas para no pensar”: “Las palabras no son, fundamentalmente un canal para explicitar las convicciones propias, sino el conducto para poder intuir lo que está pensando el otro. Cuando esto se descubre, solo entonces surge la oportunidad de ayudarle o influirlo. La mayoría de la gente, por desgracia, dedica mucho más tiempo a intentar explicar lo que piensan ellos, que intuir lo que piensan los demás”.


Cómo vamos a dejar hablar a los demás y atender lo que dicen, si nuestra posición es siempre justificar nuestras acciones o explicar nuestros argumentos sobre los asuntos en debate, mediante el uso preferente de la  palabra; en unas ocasiones para justificar nuestros yerros y en otras para corroborar e incrementar, si es posible, los aciertos. Cómo vamos a detenernos a escuchar, si con ello damos  entrada a nuevas corrientes de opinión, que pueden  no estar en consonancia con las nuestras y por tanto producirnos inquietud o incluso plantearnos dudas, preferimos siempre, aferrarnos a nuestras propias convicciones, aun a costa de dificultar nuestro progreso.


Nos hacemos un flaco favor levantando un muro a los vínculos fluidos y estables con los demás y por ende enriquecedores. No facilitamos el intercambio de opiniones e intentamos ignorar los diferentes puntos de vista, limitando con ello, un flujo armónico con nuestros interlocutores. Poca utilidad obtendremos en nuestras relaciones, si nuestro concepto de dialogo es hablar nosotros y que escuchen los demás.


Cuando las posiciones no son convergentes, rara vez se tiende al consenso, muy al contrario, con el seudo-debate se incrementan las distancias. Suponemos en la mayoría de las ocasiones, que la razón está de nuestra parte y que lamentablemente los demás viven sumidos en un error limitante. No somos proclives a escuchar con interés, queremos que los otros atiendan siempre nuestras fundadas razones. La premisa es: estamos en posesión de la “verdad” y cuando los que nos rodean no concilian con nosotros, es porque están equivocados y/o  confundidos.


Como dice Punset: “El mundo puede cambiar de nuevo para bien si todos los esfuerzos y el dinero que se dedican ahora a convencer a los demás de las ideas propias se utilizaran para descubrir cuáles son las de la gente, cómo funciona su mente, qué estarán pensando”. Cuánto progresaríamos en los tiempos que corren, si nos relacionáramos con empatía, escuchando con el debido respeto y atención la opinión de los demás, sin mirarnos permanentemente el ombligo.


miércoles, 12 de agosto de 2020

Manipulación

 


Dice John Kenneth Galbraith (1908-2006): “El dinero fue el motor de la sociedad industrial. Pero en la sociedad de la información, el propulsor, el poder, es el conocimiento. Hemos visto emerger una nueva estructura de clases en donde la división se establece entre quienes tienen la información y quienes se ven obligados a actuar dentro de la ignorancia. La nueva clase dominante extrae el poder, no del dinero, ni de la propiedad de la tierra, sino de los conocimientos”.

 

 Aunque Galbraith se refiere al mundo de los negocios y las finanzas, creo que su afirmación puede extenderse, en general,  a todos los ámbitos. La información en definitiva, es  poder; tener conocimientos veraces en el momento preciso,  tiene un valor incalculable en la actualidad. Por el contrario vivir sumido en la ignorancia, es como dejarse llevar, inconscientemente, por un torrente después de unas lluvias intensas.


La buena información ha pasado a ser más importante que el dinero, porque sin ella éste es efímero. No se puede tener poder y mantenerlo, sin conocer los intríngulis verdaderos de los acontecimientos cotidianos, porque saber es anticiparse en la toma de decisiones y estar bien pertrechado para hacerles frente con éxito.


Era poco probable intuir, que en la actualidad proliferasen como los hongos, las noticias tendenciosas, dedicadas a esparcir – sobre todo en las redes sociales – datos o descripciones inadecuadas de hechos o personas, con la intención de confundir al lector y conformarle un punto de vista inadecuado; que le haga posicionarse erróneamente al estar cimentado con información espuria. Pues bien, para tener la capacidad de hacerlo, también hace falta poder y si cabe más, ya que con  este ejercicio tendencioso se está intentando conculcar la voluntad de los “confiados”, aunque en el fondo se trate de una acción absolutamente impropia y reprobable.


Si hay una característica para definir la sociedad actual, es la creciente falta de ética. Conseguir un objetivo es lo que prima y no importa si para ello se adoptan pautas carentes de neutralidad o mejor aún “intoxicadas” deliberadamente y no por ignorancia. No hay nada tan nocivo en la interpretación de los asuntos, que una “mentira” disfrazada de “verdad”.


Como dice Galbraith: “Para manipular eficazmente a la gente, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula”. Nos estará pasando esto…?

jueves, 6 de agosto de 2020

Tolerancia



Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos, tontos, tópicos”: “La tolerancia es la virtud – central en sociedades plurales como la nuestra – por la que nos abstenemos de impedir o entorpecer la manifestación de creencias o conductas que nos disgustan o nos resultan objetables... Claro que no hay tolerancia sin límites y no cabe tolerar al intolerante, es decir a quien niega el respeto que todos nos debemos… La genuina tolerancia tolera sin renunciar a la búsqueda de la verdad o del bien más apropiado. La falsa, por el contrario, que quiere instalarse en la conciencia común con carácter definitivo, abandona de antemano todo cuestionarse y acaba comulgando sin más con lo tolerado”.


Tolerancia, vaya reto. Tolerancia, vaya compromiso. Cuanto mejor nos iría a todos, si nuestros actos cotidianos se rigiesen por la “tolerancia”, sin vivir instalados en esa especie de “castillo” donde solo cabe lo que pensamos nosotros y los nuestros, lo demás a priori es un anatema. Hacer el esfuerzo de tratar de interpretar lo que dicen y piensan los demás, lo consideramos, a priori, una pérdida de tiempo, dado que los suponemos sumidos en el error profundo. Para tolerar, no cabe otra posición que la modestia.


Vivimos una democracia que no se encuentra a sí misma, una democracia en la que se ha instalado como premisa principal la intolerancia, una democracia en la que parece que el lema sea “o estás conmigo o contra mí” y con estos mimbres lo tenemos muy difícil. Superar circunstancias inéditas y complicadas como las que atravesamos, es casi imposible si la posición es la confrontación permanente en todos los asuntos públicos. Para cooperar con los demás y para vencer las dificultades, solo se tiene éxito, si previamente se adopta una posición tolerante.


Nada resulta más sencillo, que echarle la culpa a los demás y exonerarnos de cualquier responsabilidad, toda vez, que lo que se está haciendo no es lo que entendemos como ortodoxo. Pero en la práctica, lo que representa esa actitud, es un retraso considerable en tener éxito para la solución de los problemas. Si no estamos de acuerdo debemos evidenciarlo y poner empeño en explicar nuestras razones y el interlocutor tiene la obligación de escuchar atentamente nuestras razones y poner esfuerzo y voluntad en llegar a un acuerdo de consenso. Lo demás solo son excusas que no benefician a nadie y no resuelven los problemas.


Que no nos pase lo que dice Arteta: “A quienes se desentendían de lo común o de todos para preocuparse solo de lo suyo (idíos), los atenienses del siglo V a. C. ya les llamaban idiotas”.


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