miércoles, 23 de junio de 2010

El hombre enajenado


Dice Erich Fromm en su libro “La condición humana actual”: “¿qué clase de hombre requiere por lo tanto nuestra sociedad para poder funcionar bien? Necesita hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos, que deseen consumir más y más, y cuyos gustos estén estandarizados y puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer, lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social; hombres que puedan ser guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin meta, salvo la de continuar en movimiento, de funcionar, de avanzar. El industrialismo moderno ha tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre enajenado (*)”.

Es indudable que al menos en el deseo de consumir acierta Fromm, aunque no solo en eso a mi parecer. Casi todo se explica bien, si acabamos reconociendo que nuestro impulso irrefrenable por poseer – sea lo que sea -, acabará siendo el acicate para la mayoría de las cosas que hacemos o soportamos.

Pertenecer a un determinado grupo, exige un peaje. Principalmente, nos obliga en conducta y acción, a determinadas pautas de comportamiento, unido a la ostentación de determinados signos externos imprescindibles para estar “in”. Si no queremos estar “out”, no tendremos mas remedio que aceptar estas servidumbres, no tanto para mejorar nuestras vidas, como para sentirnos arropados y protegidos por el “grupo”.

Pero sin embargo, el colectivo al que pertenecemos no nos brinda protección, solo pretende incrementar el número, de quienes siguiendo consignas no escritas, se someten al arbitrio de unas normas o costumbres, que acaban dirigiendo nuestro comportamiento con una fuerza coercitiva difícil de imaginar. Como lo asumimos poco a poco y nos vamos sometiendo de modo paulatino, no acabamos notando el férreo corsé, que nos subyuga; por otra parte sugerimos - a quienes nos quieren atender -, de modo tácito o explícito la conveniencia de actuar de este modo; bien es cierto, que en mayor medida para justificar nuestro comportamiento, con el que - hasta incluso - habíamos sido críticos en épocas pasadas.

No es el grupo el que acaba imponiéndonos sus normas, él solo participa en la iniciación; somos nosotros, quienes mediante una imitación “simiesca”, nos vamos auto-moldeando. Acomodarse siempre ha sido más fácil que “plantar cara”, decir “no” con seguridad y rotundidad, es difícil y poco frecuente y siempre es incómodo; no solo para nosotros sino también para quienes nos rodean, incluido muchas veces, los que llamamos amigos, aunque en realidad no son mas que, relaciones perpetuadas a lo largo del tiempo; quizás motivadas por el carácter de proximidad o por nuestro propio desarrollo profesional, es decir, en gran medida basadas en el interés o la casualidad y no cimentadas, en el conocimiento profundo y personal. Ésas, que perdemos a gran velocidad, cuando la calle por la que caminamos va cuesta arriba, cuando eran íntimos nuestros en la cuesta abajo.

Desenvolverse en este ambiente, exento de sinceridad con mayúscula, es lo que en definitiva acaba transmitiéndonos unas sensaciones erróneas; hemos sido admitidos en el grupo, no por como somos, si no antes más, por lo que somos o peor, por lo que aparentamos. Puro y sencillo equilibrio de intereses, lo que sucede es que nosotros ignoramos esta circunstancia, en tanto en cuanto no nos vemos obligados a profundizar en estas relaciones, pero cuando lo hacemos, generalmente se han producido cambios importantes en nuestra vida llamada normal. Descubrir entonces, como parte de los que nos rodean, en el fondo ni nos conocen, ni les interesamos lo más mínimo, es francamente demoledor.

Esta es la verdadera dicotomía, hemos hecho esfuerzos por pertenecer a un “grupo”, que nos ha recibido de modo muy acogedor, pero que solo estará a las “maduras”, nos negará en cuanto empice a "verdear" (como dicen en Viver). Curioso pero real.


(*) N.B.- Según Fromm, enajenado: en el sentido de que sus propias acciones y sus propias fuerzas se han convertido en algo ajeno.

jueves, 17 de junio de 2010

No Mensurable


Dicen Valentín Fuster y José Luis Sanpedro en su libro “La ciencia y la vida”: “La economía nos impone la rentabilidad, la productividad, la eficacia y a ellas se sacrifica todo lo demás. Aquí las emociones son “cosa de mujeres” “romanticismo trasnochado”. Los valores que utilizan los economistas, el dinero por ejemplo, no es un valor humano, es un instrumento, pero no un valor humano. Los valores humanos, la dignidad, el amor, la amistad, el honor, no son mensurables”.

A buenas horas, pero si lo mejor que sabemos hacer es contar. Si los parámetros para evaluar a quienes nos rodean son: que profesión tienen y que signos externos acumulan. La sociedad actual no está preparada, para tratar de evaluar cualidades no mensurables, como dicen los autores. La sociedad de la velocidad y la agitación interior, solo se serena cuando tiene delante ciudadanos de “éxito”; sean de la profesión, que sean.

No hay nada como exhibir los signos externos, que llevan implícita la distinción. Los valores materiales que rigen nuestras relaciones, nos imponen la tiranía de lo superfluo, en detrimento de lo necesario; nos trasladan continua y permanentemente a escenarios de más y más. Somos cada vez con más frecuencia, “almacenes” de objetos insulsos, pero que acreditan una determinada condición social (status), muy apreciada por la mayoría. Lo lamentable es, que no termina nunca la lista de nuestras seudo-necesidades, no se finaliza jamás la carrera por el “yo más”.

Todas las sugerencias sociales, siempre van encaminadas a proponer signos externos de poder. Una de las motivaciones mayores para la “posesión” indiscriminada de objetos, es el poder que aparentemente confieren y el “respeto” que otorgan los demás a los poseedores. El cambio fundamental, que plantea nuestro entorno es, que en tiempos no demasiado lejanos, estos roles estaban detentados por quienes tenían fortunas elevadas y disponían de medios y tesorería suficiente, para poder adquirir esos signos externos sin resentirse económicamente en lo más mínimo. En la actualidad, no importa si no se tienen recursos monetarios, porque en este caso se debe o se paga a plazos; pero cualquiera puede acceder, con medios propios o ajenos.

La trampa, que plantea esta actitud, es la ocupación de medios y recursos en conseguir “signos externos de poder”, en muchas ocasiones innecesarios, pero imprescindibles para quienes tratan de aparentar y no de ser. La red está tejida, la “necesidad” creada y ésta, que puede mucho mas que la razón, acaba mandando y lamentablemente mucho. Como si las situaciones fueran inmutables, la mayoría disponemos de lo que podemos y de lo que no podemos y lo peor de todo, no lo sabemos discernir bien. Nadie se cansa de acumular signos externos - en muchas ocasiones absolutamente superfluos -, abocándonos a ser rehenes de nuestra falta de criterio y convirtiéndonos en esclavos de nuestras “necesidades” impropias. Ni siquiera tenemos tiempo, para evaluar la influencia real, que tienen en nuestra propia felicidad. Acabamos suponiendo, que cuanto mas caro es satisfacer algo, más satisfacción aporta. Equiparamos lo no mensurable (dignidad, amistad, amor, etc), en mensurable (dinero) de forma absolutamente inadecuada y nos engañamos mucho.

No es la sociedad solo, quien es responsable de estas lamentables circunstancias; somos también nosotros, quienes no advertimos, la carencia de reflexión y criterio para evaluar, que nos hace felices y que no. Una buena vida no está fundamentada prioritariamente, en lo que se posee; antes más, debería estar evaluada por lo que y como se disfruta cada día. La reflexión acertada, no es ¿Cuánto me falta?, si no mas bien ¡Cuánto tengo! Sin ser absolutamente riguroso en la evaluación cierta de nuestras verdaderas necesidades, solo se acaba en la insatisfacción permanente, antesala de la decepción y el desánimo.
Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com

martes, 8 de junio de 2010

Pensar...


Dice Fernando Savater en su libro “Las preguntas de la vida”: “No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena vivirse… Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo”.

Pensar, ¿cómo pensar?, si cuando uno piensa se cansa y se confunde. Si venimos interiorizando desde la niñez, que hay que asumir lo que los “sesudos” dicen. Como vamos a interpretar con nuestra inefable ignorancia, lo que sabios, profetas, mesiánicos y eruditos, dicen… Cuanta vanidad, cuanto deseo de sobresalir.

No, nuestra tendencia innata es el seguidismo, nuestro planteamiento habitual es asumir… Cuestionarnos la “costumbre” es de algún modo ser contestatario y eso la sociedad actual lo reprueba de plano y si pedimos explicación, la respuesta mas frecuente es “pero…si siempre lo hemos hecho así y nos va bien… para qué cambiarlo…”

No nos hacemos cuestiones, en primer lugar por vagancia; en segundo lugar por comodidad y en tercer lugar – en el fondo – por temor. Nuestro interior nos dice, que quien no se comporta en los cánones… los cánones lo fagocitan. No es temor físico, no… es peor, es temor a la soledad que representa no ser “admitido” en el entorno cercano, por nuestra singularidad.

Pero es que sin crítica no se progresa; más aún sin ser críticos, se pierde una de las condiciones esenciales, que nos diferencian del resto del reino animal. Mantener la especie, que ha sido una de las preocupaciones ancestrales, está muy asegurada por la ciencia. Luego ya no nos corresponde estar siempre dentro del “cercado virtual”. Podemos dejar volar la imaginación y analizar hasta que punto lo cotidiano asumido mayoritariamente, es efectivamente lo mejor…

Pero contrastar nuestras opiniones divergentes, es imprescindible, saber que nos diferencia es esencial y oír a los demás, en argumentos sólidos, descargados de “costumbre”, es una de las mejores formas de progresar mentalmente hacia espacios mas realizadores para todos. Intercambiar, sin ofender ni ser reprobado, tiene un valor intrínsecamente revitalizador.

Esa costumbre tan institucionalizada de rechazar lo “nuevo”, en defensa “numantina” de lo llamado “histórico”, es una de las fuentes más limitadora del desarrollo personal. No hay postulados absolutos, ni siquiera existen formas de hacer, que puedan permanecer inmutables, como guardianes de la “esencia vital”. Plantearse si determinada conducta, es o no acertada, no es agredir, muy al contrario, es tratar de evolucionar en orden para superar metas y evitar la “obsolescencia mental”… es respetar la individualidad enriquecedora.

No consolida mas la sociedad en la que vive, quien sigue a rajatabla y absoluta fidelidad, todos los postulados que ésta impone; que quien con equilibrio y rigor, se auto-pregunta si las “normas no escritas” son esencialmente inmutables, es decir, si de modo permanente deben de ser asumidas o la evolución propicia un cambio. Lo relevante para ser socialmente irreprochable, no es necesariamente ser conformista, cuestionarse lo que se hace con habitualidad solo puede tener el objetivo de progresar.

La fotografía del encabezamiento es así en ese instante, seríamos unos mentecatos y hurtaríamos mucha belleza, si quisiéramos que esa instantánea se repitiera de modo constante. El cambio no significa pérdida, muy al contrario, es enriquecimiento, permite nuevas instantáneas, tanto o más explicativas como la actual. Parar si, pero para coger aliento y seguir caminando…


Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com/
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