martes, 16 de marzo de 2010

Rivales y amigos


Dice Carlos Castilla del Pino en su libro “El humanismo imposible”: “El hombre entre nosotros, al renunciar a la instancia elemental de su convivencia, de su altruidad, queda solo... Más que en ningún otro momento, grandes sectores de nuestra sociedad, parecen haber renunciado a la comunicación y la confiabilidad, para quedar inmersos, todo lo más, al mas estricto circuito de la familia. No es que de pronto se hayan descubierto los ,máximos valores que la dedicación a la vida familiar supone. Se trata de una dedicación reactiva, secundaria a la decepción que de los otros hemos, una y otra vez, experimentado. Lo que esta retracción supone es la crisis en la fiabilidad del prójimo, la conciencia de que, tarde o temprano, si los intereses están en juego, nos exponemos a ser sacrificados. Así, la amistad misma sabemos que hay que tomarla y vivirla, epidérmicamente, a conciencia de la peligrosidad que una ingenua comunicación puede llevar consigo en el futuro, cuando este amigo de hoy se nos torne nuestro rival; a conciencia de que la amistad misma no es criterio suficiente para verificar la entrega que sería requerible y a la que nos sentimos instados”.

Relaciones superficiales, cada vez con menos profundidad o interés, que no sea el sentimiento espurio del seudo-cotilleo. Vivimos la comunicación con prevención, siempre exentos de confianza y con excesivas precauciones, si algo hemos aprendido, es que las relaciones – salvo las provinentes de la infancia – son efímeras, vienen y van al albur de las “redes” de intereses cruzados, de los que se nutre nuestra sociedad actual con carácter general.

La espontaneidad, confianza y credibilidad, se han perdido, son como personajes en busca de autor de Piradello, son atributos fuera de uso o más bien en desuso. Todos mayoritariamente basamos nuestras relaciones en el interés, la motivación de compartir y enriquecerse espiritualmente, va quedando en un segundo lugar y de ahí el empobrecimiento de nuestros contactos sociales.

Esa práctica inconsciente, hace que nos produzca desazón e incluso frustración, comprobar que los demás no son como querríamos nosotros que fueran, como si las personas tuvieran que ser “clones” acomodaticios a nuestros criterios. No en vano resulta esa superficialidad en el contacto; querer cambiar a los demás, para que su comportamiento se aproxime al máximo a nuestros criterios, es un esfuerzo absolutamente estéril y tendrá escaso éxito; pero si así no fuera y consiguiéramos nuestro objetivo teórico, les habríamos hecho un flaco servicio, pues transformaríamos una singularidad enriquecedora, en una monótona uniformidad… que nada nos aportará.

Revindicar nuestro espacio, exento de influencias mediatizantes, está muy bien, tenemos derecho y debemos luchar por ello; pero con el mismo empeño, debemos animar a los que nos rodean, a que se manifiesten con transparencia; porque nuestra posición es comprender y no criticar o censurar. Seguro que cambiaría el estado y la intensidad de la relación con los demás y se fortalecerá la confianza. Respetar que cada uno – también los demás – tenemos derecho a vivir de la manera que estimemos conveniente, es el primer paso para propiciar el intercambio y la sinceridad en el mismo.

No se puede aseverar que solo hay un modo correcto de resolver las cosas, ni siquiera hay un solo modo de pensarlas y enjuiciarlas. La mayoría – sobre todo los que ya tenemos algunos años – no vamos a cambiar, a estas alturas del “partido”, hemos echado hasta raíces y no vamos a movernos ni un ápice. Pero eso no infiere en que necesariamente vivamos en solitario, como ascetas decepcionados por los derroteros que toman nuestros allegados. Sin embargo ese desperdicio mayúsculo que representa esa actitud individualista, poseedora de la “verdad absoluta”; debería de ser neutralizada, con lo que representa el pensamiento tolerante y sincero, palancas del fortalecimiento relacional. No hay que dudar, que la proximidad aún en la diferencia, es más efectiva que el alejamiento censurador. Si queremos propiciar el camino del cambio, hagámoslo con nosotros mismos, ya que tan fácil lo suponemos para los demás.

Vaya aburrimiento, si todos fuéramos iguales… Si nos sacrifican por interés, es que no valían la pena, cuanto mas pronto lo hagan, mejor… La amistad es uno de los asideros más deseables, aunque sea desde la diferencia… Rivales y amigos no es incompatible, solo depende del nivel de ambición y dominio que se tenga… Seamos como los pétalos de la flor de la foto, cerca pero separados… empeñados en difundir belleza.


Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blogspot.com


domingo, 14 de marzo de 2010

¿Adversidad u Oportunidad?


Dice Luis Rojas Marcos, en su libro “Superar la adversidad”: “Aceptar el hecho de que la vida humana está moldeada por imponderables y sigue reglas tan imperfectas e impredecibles como la trayectoria de una hoja al caer del árbol, nos ayuda a sopesar con realismo o distanciamiento emocional los efectos de las desgracias y, por tanto, a no estancarnos en elucubraciones paralizantes pesimistas. La aceptación saludable a la que me refiero no es el conformismo pasivo que anula el sentido del control, la curiosidad y la creatividad, sino el reconocimiento objetivo de que algunas desgracias son inevitables. Esto no implica contentarnos con la miseria y no hacer nada por liberarnos de nuestra desafortunada situación, sino entender la adversidad desde la óptica más amplia, menos personal, que fortifique nuestra motivación para hacer frente a los malos tiempos y luchar pos superarlos.”

“Hacer frente a los malos tiempos y luchar por superarlos”… ¡que fácil!, sobre todo enunciarlo. Siempre pensamos que la situación en la que nos encontramos es especial, y evidencia nuestra poca fortuna. No creemos, que se hayan dado circunstancias parecidas en quienes logran remontar la corriente – como los salmones – y acaban superando sus dificultades; más aún, tendemos a imaginar, que son gentes de mucha suerte. Dejemos esa visión tan personal e impropia y pongamos mas empeño en salir del “bache”, cueste lo que cueste. Casi siempre se puede; venciendo u olvidando; pero en ningún caso dejándonos atenazar.

No es la naturaleza de la “desgracia” lo que impide superarla; es la falta de compromiso y empeño, lo que no permite vencerla. Si vencerla… hay que empeñarse. Si no nos ponemos a prueba, no sabremos nunca el verdadero alcance de nuestras facultades; esas que permanecen latentes, esperando ser requeridas para actuar. Podemos mas de lo que creemos y somos mucho mas fuertes de lo que estamos acostumbrados a “rumiar”.

No es del lamento, de donde sale la fuerza para seguir, no, no es de ahí. Para seguir hay que creer en uno mismo y no dudar de que quien se “compromete” llega. No es de esos pensamientos agoreros, reticentes y recalcitrantes, de donde se obtiene “moral”, es todo lo contrario, ellos lo impiden y nos anclan. Por más que nos empeñemos en compadecernos, no lograremos salir de las circunstancias adversas, sin poner valor y empeño, para lograr que ellas no acaben con nuestra forma de ser o vivir. No esperemos varitas mágicas, ni ayudas externas milagrosas.

Desear una vida placentera de modo permanente y amilanarnos a las primeras de cambio es ceder. Es no reconocer, que solo se alcanza la verdadera felicidad, afrontando retos – que tengan significado – y superándolos. Buscar una vida “plana” en el valle, es rechazar la enorme satisfacción que supone coronar la cima de las montañas que nos rodean; seguro que la vista desde allí nos dará mucho más amplitud de miras, que la visión sesgada de nuestra posición conformista habitual. Intentar, fortalece; conformarse, debilita.

No hay que delegar en nadie nuestra posibilidad de no acertar, ni hay que temer al fallo. Cometiendo errores, que en ocasiones nos provoquen insatisfacción y desasosiego, es el único modo de avanzar. Solo se progresa equivocándose. El progreso no es un camino placentero, vedado solo para unos cuantos elegidos. No, esos que creemos que tienen una gran fortuna, por como aparentemente viven, no están o han estado en todo tiempo exentos de dificultades, nos diferenciamos de ellos, en nuestra pasividad y autocompasión . Ellos no se han quedado en el lamento, ellos han interiorizado que esas circunstancias desfavorables son esperables y han puesto empeño y tesón, para salir del bache. Las han considerado una oportunidad para adquirir fortaleza.

No esperemos que nos saquen, tengamos firme pensamiento en que hemos de salir con nuestra fuerza, que siempre es mucho mas de la que pensamos. Quienes miran con intensidad y reiteración a su ombligo acaban tornándose bizcos… y ese planteamiento tiene escaso futuro. Detenerse, solo para restaurar fuerzas… nada más.

Sin esa firme voluntad, el montículo de la foto, sería hace muchos años arena de playa... y ahí sigue.

Foto: cedida por Nuria de su Blog http://nuria-vagalume.blogspot.com


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