lunes, 2 de julio de 2012

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Dice Luis Rojas Marcos en su libro “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”: “…Como seres humanos que somos, vivimos constantemente  expuestos a los pareceres de otros… En todas las culturas las personas siempre hemos buscado unirnos unos a otros y el lenguaje ha sido el mejor medio para conseguirlo. Hablar y escuchar cuando hablan otros son actividades que nos definen. La sincronía entre las personas se manifiesta, además, en la facilidad con la que nos contagiamos unos a otros estados emocionales como la confianza, la alegría, el entusiasmo, la inseguridad y el pánico. Los seres humanos también nos comunicamos a través de mensajes subliminales que transmitimos a captamos sin darnos cuenta, porque su intensidad es demasiado tenue para ser claramente perceptible por nuestros sentidos. Son estímulos que funcionan en el área del subconsciente. Si embargo, esto no quita para que puedan influenciar nuestros pensamientos, el ánimo y los comportamientos…
 El efecto protector de las relaciones afectivas es independiente del sexo de la persona, de su edad, de su clase social y de su estado de salud física o mental.”

La comunicación, es la base de nuestro desarrollo equilibrado. Aislarse, por muy justificado que nos parezca, no resuelve nada y es muy posible, que empeore nuestra situación mental. Hablar y escuchar es muy gratificante, complementa nuestras percepciones y nos lleva por un camino de estabilidad, sobre todo si el intercambio es recíproco y sincero.

Una de las primeras vulneraciones, que habitualmente hacemos en el binomio hablar-escuchar es que, para lo que estamos especialmente predispuestos es para desplegar una inusitada verborrea, a ser posible gesticulante y demandar ser escuchados con atención e interés. Lamentablemente nuestra capacidad de escuchar es francamente limitada, en muchas ocasiones solo aparentamos oír, pero en realidad no nos percatamos del fondo de la cuestión, que nos plantea nuestro interlocutor.

Pero aún en este caso, necesitamos ese intercambio para sentirnos más reconfortados, no hay nada que alivie tanto, como la posibilidad de contrastar nuestra situación, con alguien de confianza, contarle lo que nos sucede, ya es parte importante de la solución de los problemas. Quienes por carácter o sucesos externos, se sumen en el aislamiento, son taciturnos y acaban sintiendo mucho más sus desventuras, porque no tienen a su alcance el mecanismo de descarga, que supone compartir.

Es indudable, que la sincronía para sentimientos de especial intensidad, se manifiesta  en multitud de tics y gestos, que afloran casi de modo involuntario. Aquí la palabra no tiene mucha preponderancia, porque la mirada y la cara toman protagonismo indiscutible y sintonizan con rapidez, con el estado de nuestro interlocutor. Hay algunos rasgos, que aún queriendo, no se pueden ocultar; dicho de otro modo, dicen más que un largo discurso.

Lástima que para esta tendencia innata, la premura y la falta de tiempo, que padecemos diariamente, sean sus principales antagonistas, ya que impiden percibir la tranquilidad indispensable, para dedicar el tiempo necesario a intercambiar con los que nos rodean. Siempre tenemos una excusa perfecta para dejar para otro día, lo que deberíamos abordar en este instante. Con esta actitud inconsciente, nos cargamos de tensión, no resolvemos nada y dejamos que cuestiones aparentemente poco relevantes, nos invadan y se conviertan en problemas mayores.

Pero este es el peaje de la vida moderna, llegar tarde antes de haber salido. Nos imponemos una tiranía de la “urgencia”, que es más ficticia, que real. Tal vez lleguemos tarde, si, pero no a donde vamos, llegamos tarde al cuidado de nuestro equilibrio emocional y no nos damos cuenta de ello, sumidos en la vorágine cotidiana. Ni siquiera sabemos evaluar, el alto coste que pagaremos por este planteamiento tan absurdo. Los asuntos por muy relevantes que sean, nunca pueden priorizarse a nuestro equilibrio emocional. 

4 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Otro punto en el que la sociedad actual se equivoca: dejar en un segundo plano la comunicación. Y casi nadie se da cuenta de que, además de ser necesaria, útil e incluso terapéutica, resulta uno de los mejores estímulos intelectuales que existen, todo un placer!
Y total, ¿para qué tantas prisas? Si al final, no llegan nunca a lo más importante...

Un saludo y buena semana.

seriecito dijo...

Lo cierto es que habitualmente todos tenemos mucha prisa y poca tranquilidad para dialogar y me temo que los nuevas forma de comunicarse, cada vez son más lacónicas.

Estoy de acuerdo, por prisas en trivialidades, pierde uno bastantes cosas importantes. Pero la estructura es así...siempre llegando tarde...siempre dejando de atender cuestiones fundamentales.

Salu2:

María dijo...

La vida actual está llena de prisas, no hay tiempo para escuchar, deberíamos intentar detener un poco la velocidad, pero pareciera como si el tiempo se escapara.

Un beso.

seriecito dijo...

María:

Efectivamente no tenemos tiempo para nada y siempre vamos deprisa.

Este es el problema principal de nuestros días.

Y efectivamente, el tiempo se escapa, porque lo empleamos mal.

Salu2:

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