lunes, 21 de diciembre de 2020

Las verdades...

 


Dice Antonio Muñoz Molina, en su libro “Todo lo que era sólido”: “Necesitamos discutir abiertamente, rigurosamente y sin miedo y sin mirar de soslayo a ver si cae bien a los nuestros lo que tenemos que decir. Necesitamos información veraz sobre las cosas para sostener sobre ellas opiniones racionales y para saber que errores hace falta corregir y en que aciertos podemos apoyarnos para buscar salida en esta emergencia. La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el disgusto de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios. Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”.


La verdad absoluta no existe, salvo en el resultado de las operaciones matemáticas. Cada uno de nosotros construye mentalmente nuestra verdad, en base a la información disponible y nuestra educación. Son verdades que se aproximan mucho, cuando no median otros intereses  espurios en su interpretación. Resolver esos matices y conformar una “verdad común”, que permita planificar acciones consensuadas para la solución de los problemas,  solo es cuestión de voluntad y generosidad. 


Empeñarnos en encontrar los matices que nos separan, resaltándolos como si fueran dificultades insalvables, conduce a un “callejón sin salida”, donde reina la inseguridad, el desasosiego y la confusión. Tal vez, si quienes nos empecinamos en esta actitud negativa, nos percatásemos de sus consecuencias; tendríamos más empeño en conciliar, que en enconar; aunque con ello tuviéramos que reconocer, en parte,  propuestas de nuestros antagónicos. Ceder, no es perder, cuando se “apalanca” un futuro sólido para todos; muy al contrario, es ganar mucho. El éxito no está, nunca,  en imponer “nuestra verdad” y obstaculizar férreamente la del oponente; eso es precisamente el fracaso.


Quienes vivimos preocupados por ese futuro, que se está tornando muy incierto; incrementamos nuestra desazón, cuando observamos unos partidos políticos, preocupados mucho más en resaltar las “carencias”; que en propiciar acuerdos que fortalezcan las acciones y transmitan tranquilidad a los ciudadanos, en unos momentos donde cunde el desánimo y porque no, el “miedo”. Resolver los actuales problemas de salud, sin el empeño conjunto de todos, es una tarea muy difícil, o mejor dicho, imposible. Y esa falta de consenso acrecienta, en una gran mayoría de los ciudadanos, la incertidumbre y la laxitud en el cumplimiento de las normas propuestas.


Como dice Muñoz Molina: “Aceptarnos no es claudicar de nuestros ideales, sino aceptar la realidad, y por tanto renunciar al delirio”. 


miércoles, 16 de diciembre de 2020

El Poder

 



Dice Moisés Naím en su libro “El fin del poder” (2013): “La esencia de la política es el poder; la esencia del poder es la política. Y desde la antigüedad, el camino tradicional hacia el poder ha sido la dedicación a la política. En realidad, el poder es a los políticos lo que la luz del sol a las plantas: tienden naturalmente a buscarlo.

Lo que hacen los políticos con el poder varía; pero la aspiración a poseerlo es el rasgo fundamental que tienen en común. Como dijo Max Weber hace casi un siglo: < el que se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines, ideales o egoístas, o bien para alcanzar el “poder por el poder”, es decir para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere>.

Pero ese sentimiento de prestigio es una emoción frágil. Y en estos tiempos, es cada vez más efímero.”


Creo que Naím tiene mucha razón, un político busca interiormente el poder, aunque externamente lo presente con aplicación de trabajo y esfuerzo para  mejorar la sociedad en la que vivimos. Si no fuese así, no habría ese enconamiento permanente entre los partidos políticos, cuyo fundamento es descalificar globalmente al oponente de modo, que abra el camino o lo cierre, para alcanzar el poder.


La opinión de los  ciudadanos está siendo cada vez menos relevante. Aunque somos quienes con nuestra decisión en el voto acabamos eligiendo nuestros representantes. Pero tenemos memoria frágil y no hemos encontrado caminos robustos para exigir el cumplimiento de las “promesas” recogidas y divulgadas en las campañas electorales. Nos vemos atrapados en prácticas parlamentarias, cada vez más alejadas de lo “mollar” y más centradas en cuestiones no relevantes para el asunto debatido, que no facilitan despejar la mejor solución común para todos.


De este modo, quien acaba logrando el poder, tiene una firme tendencia de permanecer en él, cuanto más tiempo mejor, tomando las decisiones que más le ayuden a continuar. Pero al mismo tiempo, quienes están en la oposición tienen el firme deseo de desalojarlos y para ello adoptan una posición extremadamente crítica, en la creencia de que deben transmitir a los ciudadanos-votantes la sensación, de que se gobierna muy mal y con ello acrecentar las posiciones de éxito, para las próximas elecciones.


En esta situación cabe recordar lo que dice Naím: “Vivimos una época en la que, por paradójico que parezca, conocemos y comprendemos los problemas mejor que nunca, pero parecemos incapaces de afrontarlos de manera decisiva y eficaz”. Tal vez haga falta que nos escuchemos más unos a otros… 


viernes, 4 de diciembre de 2020

Tolerancia.

 




Dicen Valentín Fuster, José Luis Sampedro con Olga Lucas, en su libro “La ciencia y la vida”: “No necesito que mis amigos piensen como yo. Mientras se pueda razonar, estoy a gusto. Con el que no me siento confortable es con el arrogante, con el que quiere venderte algo. El que tiene la verdad en el bolsillo”.


En los años de estudio en la Universidad, forjamos un fuerte vínculo de amistad, tres compañeros y yo. Aunque éramos de diferente ideología política e incluso la sensibilidad religiosa no era homogénea. Hablábamos y debatíamos todos los temas, cada uno desde su punto de vista, sin pretensión de forjar un criterio único. Creo que habíamos descubierto internamente, que esa heterogeneidad nos enriquecía a todos, no nos limitaba.


Quizás por eso, lo que hacíamos inconscientemente, era seguir un curso de “tolerancia”, en el que profesor y alumnos éramos todos. Descubrir, que aunque mi interlocutor, aun no siendo partidario de lo que uno dice, lo escucha con respeto y no hace aspavientos, es cuanto menos un gran avance; aunque  en el fondo es una “lección” de convivencia. 


No es homogeneizando el pensamiento, como se enriquecen intelectualmente las sociedades actuales; la uniformidad no puede ser considerada un signo de progreso. Quienes piensan de modo diferente, tienen el mismo derecho que nosotros a expresarse en el marco del respeto mutuo y deben de ser tolerados sin más. Gritar más, sobreponer la palabra, proferir improperios para impedir que los demás hablen, no da la razón, muy al contrario, la quita.


Quizás convendría que fuéramos aprendiendo a  convivir y respetarnos más, con ello ganaremos futuro; porque como dice Antonio Muñoz Molina: “Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”. Toca ser humildes y consensuar en el presente, para cimentar un futuro sólido y mejor. Y a eso hemos de colaborar todos, con el silencio y la palabra.


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