jueves, 27 de noviembre de 2014

Apariencia


 Dice Aurelio Arteta en su libro: “Tantos tontos tópicos”: “Como en una estrategia de ventas, el “qué” se comunica queda relegado por completo al “cómo” se comunica; la propuesta no se justifica por su contenido, sino por su continente o envoltorio. Entonces ¿a qué se llama cambiar algo? No ha transformar la realidad - ¡cómo si hubiera otra posible! -, sino tan solo a cambiar su imagen. No es cuestión de tocar lo que las cosas son, sino el modo como las percibimos, la idea que nos hacemos de ellas. Son los aparatos de propaganda los que deben hacerlo mejor. A partir de aquí, cualquier técnica de manipulación de coerción de las conciencias (categorías, valores, gustos) está justificada. Al reducirla cada vez más a política de imagen, la política se degrada a cosmética, como ya había anticipado el viejo Platón.”

Es decir, lo que prima es la apariencia. Las cosas pueden ir mal, pero la relevancia esta en que no lo parezca, bien porque una estadística hábilmente compuesta evidencie lo contario de lo que percibimos, bien porque un buen juego de palabras, acabe intentando convencer de que todo va bien. No se enseña en las carreras universitarias, pero hay maestros del disimulo y de la confusión, como pescadores a río revuelto, niegan la mayor y hacen mutis por el foro; sin ningún recato, por cierto.

Aunque el día a día, se empeñe con machaconería en poner de manifiesto “otra realidad”, no debemos de preocuparnos; ya vendrá un político avezado en estas lides y si no puede rebatir las circunstancias, seguro que nos tratará de convencer de que antes estábamos mucho peor, sobre todo si ese antes es de una etapa de otro partido político gobernando.  Lo peor es que no lo hacen por desconocimiento, lo hacen y dicen a pesar de que saben perfectamente que no cuentan toda la verdad, como si ésta fuera perniciosa; viven mejor en las medias tintas, las palabras envolventes y practican con especial maestría el circunloquio.

Lastima que no entiendan, que los ciudadanos no son tan críticos con el hecho de que las cosas no vayan bien, como con la negación de las evidencias. Creo que esto no es la Política, eso es un sucedáneo, que además no enriquece las relaciones de los políticos con los ciudadanos, acrecentando cada vez más la brecha del desprestigio. 

Olvidar que los electores son los que tiene el mando y que por tanto, tienen derecho a las informaciones veraces, sean éstas cuales sean; es creer que los ciudadanos son menores de edad y por tanto, con poco que sepan de los asuntos es suficiente. Nada contraría tanto a la opinión pública, como la constatación de la falta de rigor en la explicación de los acontecimientos. Tal vez, quienes así actúan, piensan que demorar en el tiempo el conocimiento o confundir, es ganar. Triste juego, ya que con este proceder, perdemos todos.


Como dice Arteta, a este respecto: “sea cual sea el tipo de relación en que nos hallemos, toca ante todo aparentar”.    

lunes, 24 de noviembre de 2014

La necesaria excelencia



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “ En un ambiente donde la corrupción es normal es más fácil ser corrupto, y donde no reina la exigencia ni se reconoce el esfuerzo costará mucho más que alguien dé lo mejor de si, o incluso que descubra sus mejores capacidades.
Pero lo contrario también es cierto, y la excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería.
Que cada uno haga su trabajo, decía Camus…Que cada uno elija ser un ciudadano adulto en vez de un hooligan o un siervo del líder o un niño grande y caprichoso, o un adolescente enclaustrado…
Cada uno, casi en cada momento, tiene la potestad de hacer algo bien o hacerlo mal, de ser grosero o bien educado, de tirar al suelo una bolsa estrujada o una botella o una lata de refresco o depositarla en el cubo de la basura, de dar un grito o bajar la voz, de encolerizarse por la crítica o detenerse a comprobar si es justa.”

La primera vez que oí la palabra excelencia, fue en el ámbito de de la gestión de la empresa, francamente, me pareció una palabra pedante. Con el tiempo – y más años – entendí que no importaba mucho que trabajo hacia uno – excluyo las alienantes, claro -, lo que verdaderamente importaba es el empeño en hacerlo lo mejor posible, porque sumado a los “mejores posibles” de otros, acababa siendo, un trabajo excelente conjunto.

Siempre me ha apasionado también, en que medida los instrumentos del Control de Gestión y de la elaboración e implantación de estrategias; podían aplicarse en la vida privada y pronto descubrí, que uno es su empresa y que indudablemente era factible. Porque esa empresa que es uno, no es más que una pequeña “rama” de la empresa común que es la sociedad en la que vivimos, aunque ahora me asalta la duda si el verbo no deberíamos cambiarlo por “vegetamos”.

Pues sí; en ese ámbito, podemos tratar de ser excelentes. Comportarnos como si fuéramos observados en todo momento, poniendo empeño en  resolver de acuerdo con los intereses comunes, despegando de esa actitud pacata de la que nos hemos dejado invadir; en la mayoría de las ocasiones para justificarnos de nuestra pasividad social, como si con ello nos quisiéramos absolver de cualquier responsabilidad, pronunciando  la esteriotipada frase de: “son otros… yo ya hago lo que puedo”.

Están pasando los tiempos del delirio, la soberbia y la prepotencia; nos han vendido que éramos una sociedad opulenta y sin darnos cuenta, hemos devenido en una realidad muy distante y distinta. Además, intentan sumirnos, a través de mensajes subliminales, que tenemos que pagar el haber vivido por encima de nuestras posibilidades; tratando de ocultar quienes son los verdaderos inductores de nuestra situación actual.

Por eso cobra especial relevancia, retomar la excelencia para nuestros actos, cada uno en su nivel y en la medida de sus posibilidades, tiene que esforzarse por hacer lo mejor posible su cometido. Aunque solo sea por dejar un entrono social adecuado para las futuras generaciones. No vaya a ser que una actitud pusilánime y conservadora nos lleve a lo que dice Antonio Machado:
“Qué difícil es
cuando todo baja
no bajar también”

sábado, 22 de noviembre de 2014

Corruptores ocultos


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “Recuérdese además que no hay corruptos sin corruptores, ni unos ni otros sin encubridores de la corrupción. Y que estos tres géneros de personajes florecen tanto o más en nuestra ensalzada sociedad civil que en la escarnecida clase política que dirige el Estado. Ninguno de los grandes escándalos políticos de este tenor ha sido posible sin la pasividad o cooperación de muchos que permanecen en la sombra…Al contribuir a desvelar estos escándalos, los medios de comunicación cumplen un alto servicio ciudadano. Ahora bien, tanto el momento particular en que se publican, como los comentarios que los adornan, dejan en el ciudadano el regusto de que ahí anidan unos móviles partidistas inconfesables. En resumidas cuentas, de que tal información se ha guiado menos por el propósito de restablecer la verdad o depurar la vida pública que por el de propinar un navajazo al partido adversario”.

Hasta ahora en los escándalos de corrupción que nos rodean, el guión casi siempre ha sido el mismo: primero negación de todo por parte de los implicados, luego cierre de filas de los miembros de su partido en defensa de la honradez de los que han sido señalados, con alegatos de todo tipo; simultáneamente insinuación de la puesta en marcha de una especie de conjura para desprestigiar al partido y a sus miembros, unido a una injustificada persecución judicial, etc, etc. Sorprende que en ninguno de los casos la propia organización política afectada, abra una investigación interna férrea para intentar detectar internamente el alcance e implicaciones ocultas.

Éste “dejar en manos de la justicia”, dice bien poco de los gestores, porque efectivamente la justicia, si la dejan: las prescripciones, los recursos, las peticiones de nuevas pruebas, etc; acabará resolviendo (más tarde, que pronto, dados los escasos medios con los que cuenta) y estipulará la pena o absolución que corresponda, ¿pero al partido no le interesa resolver internamente cual es el verdadero alcance? ¿no quiere identificar quienes fueron cooperadores necesarios, aunque no hayan sido acusados, pero que siguen dentro de la organización?.  Francamente ¿les interesa la verdad a fondo o solo la verdad menos lesiva?.

Lo mismo que firmar un contrato, no significa siempre ser el gestor del contenido. En muchas ocasiones los acuerdos se han gestado en instancias superiores y el compareciente lo hace en base a los poderes que ostenta, pero ha recibido instrucciones de firmar. Diría más, puede que no sepa en profundidad el alcance global. Visto desde otro punto de vista, casi siempre, si el que firma es un escalafón intermedio, ni siquiera tiene facultades para convenir tales acuerdos, es decir, no es en ningún caso el que los ha gestionado. Por ello, es curioso ver, como los “personajes” que si tenían facultades para acordar, se ponen de perfil y tratan de que la responsabilidad recaiga de modo espurio, en quien en todo caso lo único que hizo fue, cumplimentar las órdenes recibidas.


La sorpresa de los ciudadanos con la aparición de ese inacabado “rosario” de tropelías, sorprende e indigna; pero la falta de interés de explicar con responsabilidad y veracidad el alcance, produce la sensación de que se nos toma por “menores de edad” o peor aún, que nos quieren tomar el pelo. Como dice Arteta: “…la esperanza para la depuración de lo común no está tanto en la sociedad como en el Estado; no necesariamente en más Estado, sino en un estado más democrático”.

viernes, 21 de noviembre de 2014

La ausencia de teóricos.


Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “… la política posee sus propias reglas que nada tienen que ver con lo que consagra su teoría, o más en particular, la moral pública. O sea, que una cosa es el debe ser y otra el ser, y que pasar por alto tal distinción es deslizarse hacia lo utópico. Hoy tildar a alguien de “teórico” no suele ser precisamente signo de alabanza o reconocimiento; más bien equivale a tacharle de iluso y adornado de una lamentable falta del necesario realismo. Resulta entonces que la actividad pública se reduce a una pura correlación de fuerzas, a trasiego de intereses, a un juego de astucia e influencias inconfesables, pero en todo caso algo en lo que nada cuentan de hecho (ni deben contar de derecho) los principios éticos y, en último término, el ideal de justicia. 

La política es el reino de la habilidad con la palabra, las respuestas imprecisas, la negación de las evidencias; todo ello unido a una inefable falta de memoria, que permite decir lo contrario de lo expuesto en el pasado no todavía demasiado lejano. Lo importante no es la verdad sobre un determinado asunto; es mucho más relevante, la “verdad” menos lesiva para los intereses del partido, fruto de esta concepción espuria, cualquier discurso vale para transmitir a la opinión pública una versión de conveniencia, en muchas ocasiones “dictada” por el aparato del partido, con la creencia de que cuando las cosas se repiten de modo reiterado, aunque no se ajuste a la realidad, acaban conformado “la realidad”.

No asumir esta curiosa forma de actuar e incluso ser crítico ella, demandando principios éticos en quienes están en la gestión de lo público y en base a ello solicitar con insistencia, más verdades y menos retórica, no tiene buena “prensa”, pronto abrirá la caja de los despropósitos y quien así se ha pronunciado, será descalificado con toda clase de argumentos, no excluyéndose los personales, aunque no tengan ninguna relación con el tema sometido a debate.

Dice J. J. Rousseau: “quienes quieran tratar por separado la política y la moral nunca entenderán nada en ninguna de las dos”. Anteponer los intereses de la organización por encima de cualquier otra circunstancia y repetirlo de modo continuo, produce una elevada desconfianza y frustración en los ciudadanos, que ya han visto que se les hurtan muchas de las promesas de los candidatos y ahora, además, se les desvirtúa la verdad, como si la realidad pudiera transformase en una novela y con ello los personajes lavaran su reprochable conducta o disminuyeran su incompetencia.

Solo los mediocres y los irresponsables, tratan de confundir con falsedades y/o medias verdades; pretendiendo “encandilar” a los ciudadanos, ocultándoles parte de la verdad con la intención de librarse con ello de las consecuencias de sus actos. 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Otras "corrupciones"



Dice Antonio Muñoz Molina en su libro “Todo lo que era sólido”: “A medida que los cargos públicos se iban hinchando como sátrapas, cada uno a la escala de su zona de dominio, los informadores se encogían para adaptarse nerviosamente o ávidamente a su nueva tarea cortesana. La corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y los paisajes naturales, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido, el tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y ahora se hunde delante de nuestros ojos: para que todo eso fuera posible hizo falta que se juntaran la quiebra de la legalidad, la ambición del control político y la codicia – pero también la suspensión del espíritu crítico inducida en el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo nuestro - . La niebla de lo legendario y de lo autóctono ha servido de envoltorio perfecto para el abuso y de garantía de la impunidad”.

Lo deslumbrante de lo magnificente, unido a ese suave dejarse llevar cómodo, que produce la sensación de la obra insólita y singular; ha hecho que los ciudadanos, adormecidos en su espíritu crítico, nos hayamos dejado nublar en nuestro natural raciocinio y no hayamos reparado, que delante de nuestras “narices” crecía día a día lo superfluo e hipotecaba a futuro lo esencial.

Otro modo de incompetencia y de corrupción: El hecho de destinar recursos públicos a obras desproporcionadas, que una vez terminadas han demostrado su inutilidad o han quedado incompletas proyectando su silueta fantasmagórica como signo evidente de la soberbia y desfachatez de estos faraones del siglo XXI, que no han cejado en su empeño de parecer grandes, aplicando recursos a proyectos no esenciales, aceptando  incluso correcciones a mayores en los presupuestos iniciales, sin temblarles el pulso, obnubilados por su alto grado de megalomanía.

Meter “la mano en la caja” o utilizar subterfugios y triquiñuelas, para obtener ventajas económicas individuales, de los propios organismos públicos o de quienes contratan con ellos es un modo flagrante y evidente de comportamiento indigno y merece todo el desprecio de lo ciudadanos y todo el peso de la justicia sobre ellos. Pero destinar recursos públicos a proyectos inadecuados e inútiles, intentando tapar las carencias de la gestión con la “grandeur” que representan, es algo que la legislación debería contemplar, propiciando la posibilidad de poder exigir responsabilidades a quienes promueven este tipo de acciones, porque el destino inadecuado de los recursos públicos, es meter la mano en la “caja” de todos.

Pero también tenemos responsabilidades quienes vimos como se desarrollaban estas arbitrariedades y nos dejamos aletargar o miramos hacia otro lado, sin rechazar o criticar con fuerza tales comportamientos impropios. Adoptamos mayoritariamente la posición del “avestruz” y de modo inconsciente fuimos colaboradores pasivos necesarios; entendiendo tardíamente el verdadero alcance desastroso, que nos acarrearía la regularización de esos despilfarros. Debemos señalar, sin lugar a dudas, a quienes lo propiciaron, pero con la misma intensidad, hemos de hacer autocrítica para fijarlo en nuestra memoria y evitar esa pasividad perniciosa cuando se vuelva a repetir… porque se repetirá.

Como dice Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Lo razonable



Dice Ernie J. Zelinski en su libro “101 Cosas que ya sabes, pero siempre olvidas”: “Nos aferramos a nuestras creencias porque parecen razonables, pero es posible que exista un problema con nuestra idea de lo que es razonable. En la actualidad se piensa que gran parte de lo que la gente consideraba razonable hace unos cuantos siglos, era irrazonable. A lo largo de la historia ha habido muchos casos en que la mayoría tenía creencias falsas que, más tarde, se demostró que eran absurdas. Recuerdo que hubo un momento en casi toda la humanidad pensaba que la tierra era plana. De un modo similar, gran arte de lo que hoy se considera razonable puede que se considere absolutamente ridículo dentro de cincuenta o de quinientos años”.

En la sociedad en que vivimos, para identificar lo que llamamos razonable, empleamos un procedimiento, cuanto menos, poco objetivo, primero – posiblemente – después de un análisis de la información que disponemos, llegamos a una conclusión, pero para darle el marchamo de “normal”, necesitamos contrastar, que nuestro planteamiento coincide con la opinión mayoritaria y si eso es así, lo asumimos. Lo problemático es que, en aquellas ocasiones en las que no se da esa convergencia, repetimos el análisis, porque suponemos que hemos empelado datos incompletos o no hemos acertado en el hilo conductor del razonamiento

También sucede que las opiniones homogéneas de los que nos rodean socialmente, nos condicionan; pero no solo ellos. Nos influyen también los medios de comunicación de los que nos nutrimos para tomar conocimiento de lo que sucede alrededor. No estoy rechazando la pluralidad – que la hay – estoy poniendo foco a la tendencia a describir o interpretar los asuntos en coincidencia con la ideología imperante, como si los hechos reales fueran diferentes según quien los relata. Clara evidencia son los debates, en donde de modo repetitivo, cada cual solo asume su particular punto de vista y suele negar – aunque sea evidente – cualquier otro, si es discrepante.

De este galimatías en el que estamos sumidos, tienen buena culpa los miembros de los partidos políticos, que repiten de modo machaconamente insistente la versión, que se les ha facilitado en el “argumentario”, y lo hacen todos, de modo firme y sin fisuras; lo que en realidad pretende tal actitud, es convencerse a si mismos de que la “realidad” es esa y de tratar de sembrar, sobre los que los escuchan con cierta atención, esta opinión. Ejercicio espurio de “torre de Babel”, que lo único que añade es más confusión.

El debate como intercambio de opiniones civilizadas, en busca de una visión amplía y enriquecedora, se puede decir que prácticamente no existe o está en círculos minoritarios. Se ha instalado el ataque personal, la descalificación global, el argumento incompleto y partidista, la interrupción de la exposición discrepante, la comparación con otros sucesos… y un larguísimo etc.

Puede que tenga mucha razón James Harvey Robinson, cuando dice: “Gran parte de lo que llamamos razonamiento consiste en encontrar argumentos para seguir creyendo lo que ya creemos”.
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