lunes, 27 de julio de 2009

Enfocar bien



Estamos indefectiblemente orientados hacia la posesión de bienes materiales, basamos nuestra cuota de felicidad y/o evaluamos la ajena, en función del número sofisticado de artilugios que poseemos o poseen, aunque algunos de estos después del impulso irrefrenable de la compra, hayan quedado relegados en un recóndito rincón, para mostrar como trofeos a quienes nos rodean, en el momento oportuno, para que nos apliquen el supuesto atributo de distinción, que la sociedad otorga a su posesión.

Somos como “escopetas de repetición”, necesitamos de modo imperioso, poseer esos signos externos que conceden un determinado “status” por determinadas leyes no escritas, es como una carrera sin fin, es un salto cuantitativo (que no cualitativo), que lo único que nos produce es insatisfacción, cuando se evidencia alguna carencia, que una vez satisfecha dejará el lugar a otra nueva. Queramos o no, son las cosas materiales las que aprecia esta sociedad, son los signos externos los que cuentan, mandan los atributos que otorgan determinados objetos.

Si pensásemos con más intensidad, descubriríamos que la verdadera felicidad es sentirse satisfecho con uno mismo. La felicidad está dentro; como la vamos a encontrar, con la machacona insistencia, que la buscamos solo en el exterior. Vivimos en una sociedad, donde cada vez va perdiendo mas el pensamiento y se acrecienta la palabra, pero solo para pronunciarla, mucho menos para escucharla con atención. Hemos dejado de lado a nuestro yo espiritual y destinamos muy poco tiempo a cultivarlo y/o escucharlo. Sus sugerencias subliminales nos parecen antiguallas, fuera de lugar y exentas de actualidad.

El vacío interno que sentimos muchas veces, no se llena con objetos; no hay en este mundo suficientes, para suplir esa falta de vida interior. Tener todos los bienes, que se consideran socialmente atributos de buena vida, no llenará las carencias que experimentamos. No escuchar nuestra voz interior o hacer “oídos sordos” a lo que dice, nos conduce a “jardines” poco recomendables para recobrar el equilibrio perdido.

La armonía interior debe de ser como una foto bien enfocada, aunque la imagen sea sencilla, su grandeza es inconmensurable.



Foto cedida por Nuria: http://nuria-vagalume.blospot.com/

Pensamientos y acciones


Vivimos, lo que podría llamarse, una carrera sin fin por el conocimiento. Actualmente cuando se termina la carrera universitaria cursada, todo el mundo tiene en mente la realización de un “master”, para consolidar y apalancar los conocimientos adquiridos, cuanto mas elevado sea el precio del mismo, parece que es mejor. Los hay, incluso, que llevan implícita financiación para poderlo abordar.

Estoy absolutamente de acuerdo con la formación, cuanto más mejor, pero por el contrario no comparto algunas de las publicidades que llevan subliminalmente incorporadas este tipo de enseñanzas. La formación es condición necesaria, pero no suficiente, me explico; los conocimientos adquiridos, solo son útiles, si se utilizan para resolver las cuestiones, que se nos plantean en la actividad profesional diaria, potenciando nuestra innata intuición. Creo, que en la mayoría de las ocasiones, el enfoque mental no es éste, somos más proclives a pensar en modo pasivo, ya tenemos formación, pues adelante…, todo está hecho, sin darnos cuenta que ese punto es el comienzo, no el final. Cuando termino las clases de cada cuatrimestre, siempre proyecto una transparencia que dice en letras grandes: “el conocimiento sin la acción, es lo mismo que la ignorancia”, no se quien es el autor. Reconozco que produce mucha sorpresa.

Las acciones que tomamos, hablan con precisión y en voz alta, sobre lo que queremos y hacemos; lo hacen con mucha mayor precisión, que esa inusitada verborrea de la que nos revestimos cotidianamente. Para aplicar los conocimientos adquiridos, no es solo necesario, explicar pormenorizadamente la capacidad que tenemos y como lo haríamos; no es efectivo, si no se acompaña de acciones claramente dirigidas a corroborar el sentido de la explicación verbal. Somos muy solícitos en explicar como, pero muy remisos en tomar la iniciativa de explicitar prácticamente nuestra argumentación.

Quizás sea, porque la formación que recibimos, es esencialmente teórica, cuajada de formalismos, poco participativa y casi exenta de aplicaciones prácticas o cuando las hay no tienen el rango que deberían. Plasmar ideas sí, pero sin olvidar, que lo importante es creer en ellas, con tanta fuerza como para tener el valor de acometerlas. Describir de modo brillante, con palabras “largas”, pero no ejecutar, es uno de los silencios mas elocuentes que puede uno pertrechar; bueno en realidad, es peor que el silencio, porque éste es, en muchas ocasiones, recogimiento y/o atención y lo otro, solo es vacío. Con esta práctica, nos cargamos de frustración, que trataremos de soslayar, con nuevas y fundamentadas explicaciones de todos los imponderables, que nos impiden su consecución. Hay que reconocer, que en la justificación, somos expertos.

Seguir el camino que describimos con tanto empeño, es nuestro cometido. Explicar con lujo de detalles, porque no hemos podido, viviendo en la inacción permanente, es nuestro fracaso, si digo bien, nuestro, no de los acontecimientos, ni de las carencias, ni de otros. La diferencia de nuestras ideas y las de los demás, no es la calidad de las mismas, es el poco empeño que ponemos en conseguirlas en la vida práctica.


Motivarnos es el secreto, con valor y constancia. No importa a la distancia que nos encontremos de nuestro teórico objetivo, si no damos el primer paso, nunca la alcanzaremos. Para vivir con intensidad es necesario hacer cosas, estar permanentemente dispuesto, para acometer el desarrollo de nuestras ideas e inspiraciones, incluso de las que parecen imposibles.


martes, 21 de julio de 2009

Ayudas


Esperamos siempre ayudas de los que nos rodean, pero la verdad es, que pocas cosas importantes e incluso menos importantes de nuestra vida, pueden ser resueltas por otras personas, aunque nos cueste asimilarlo, cuanto mas relevante es un asunto, se reduce la probabilidad de que nos la faciliten los demás.

Confiar en ejecuciones externas a nosotros, esperar que alguien nos saque de nuestro embrollo, es dirigirse hacia la frustración; recibir ayudas y potenciarnos con los apoyos externos, sin duda es bueno, pero siempre que tengamos claro que la responsabilidad final es nuestra y no de los otros.

Delegar en familiares y/o amigos la resolución de asuntos importantes, es posicionarse en el problema de modo impropio, somos nosotros, quienes tenemos que poner esfuerzo y empeño y no aplicarnos a influir en los demás para que resuelvan lo que nos concierne. Porque suponiendo que tengamos éxito y todo nos vaya bien, que es lo que pasará el día que no podamos contar con estos apoyos benefactores, ¿sucumbiremos?.

Resolver las cosas importantes por esfuerzo propio, es una forma de potenciarse de modo imparable, es situarse en el plano adecuado, somos nosotros quienes tenemos, que marcar el camino y resolver las encrucijadas, no podemos esperar que alguien, por muy allegado que sea, nos lleve a buen puerto.

Depender de los demás para ser feliz, es buscar un equilibrio muy inestable, si esperamos que nos traigan las soluciones, acabaremos con las manos vacías. No busquemos permanentemente que cambien los otros, que reconozcan nuestra necesidad y se apliquen a solventarla; antes bien, cambiemos, empujemos y si alguien se coge al “rebufo” bien, y si no, pues a seguir empujando, solos si es necesario, es nuestra vida, no la de los demás.

La distancia entre lo que somos y lo que desearíamos ser, la hemos de solventar nosotros, poco a poco o mucho a mucho, pero nosotros. Cuando la voluntad propia no se dirige al cambio positivo, uno no debe refugiarse en la crítica, hacia quienes creemos, podrían colaborar y no lo hacen, esa postura es egoísta y poco comprensiva, porque los demás también tienes sus problemas.

Las cosas importantes en nuestra vida, suceden como consecuencia de nuestras acciones… no se lo que hacemos tanto tiempo en posición contemplativa…si ni siquiera estamos en una puesta de sol.

sábado, 11 de julio de 2009

Destino


Nuestra conducta cotidiana, determina y conforma nuestro destino. La cuota mas alta de influencia sobre lo que seremos, somos nosotros mismos, no quienes nos rodean; ellos pueden ayudar, pero en ningún caso son los artífices, aunque nosotros nos empeñemos, de modo machacón, en otorgarles una relevancia, que en absoluto detentan. Tanto en lo bueno como en lo menos bueno.

Para superar las dificultades cotidianas que nos acontecen, será muy efectivo, señalarnos como primeros responsables y no buscar intensamente a nuestro alrededor, para tratar de identificar responsabilidades ajenas. La mayoría de nuestras tribulaciones actuales, son consecuencia de decisiones tomadas anteriormente. Aquí puede facilitar o dificultar casi con la misma intensidad, haber decidido, como haber permanecido impasible en encrucijadas fundamentales, creyendo que mirando hacia otro lado las cosas se arreglan.

Cargando sobre los demás y/o las circunstancias, la mayor autoría de la responsabilidad de nuestras dificultades; en los primeros momentos, conseguiremos sentirnos ligeramente reconfortados, pensando que somos víctimas de determinismos no soslayables. Pero durará poco, negar nuestra propia realidad o alegar razones espurias no cambiará nuestras circunstancias, antes más, nos dificultará superarlas. Los problemas no desaparecen ignorándolos.

La voluntad de superación solo es nuestra y solo somos nosotros con nuestro esfuerzo los que podremos remontar nuestras circunstancias desfavorables. No resuelve nada encontrar, con cierta machacona insistencia, responsabilidades ajenas y acciones propiciatorias negativas de quienes nos rodean. Asumir la realidad, por muy poco gratificante que sea, es condición necesaria, para cambiarla, pero como en algún problema matemático, no es suficiente; hay que tomar decisiones y actuar adecuadamente para neutralizarla. Aprender del error y evitar repetirlo.

No se puede rectificar, sin asumir. Ignorar y esperar un cambio, es tanto como querer que un río fluya al revés, es imposible. Señalarse como responsable es potenciar una solución más temprana. Sentirse como fatalmente atrapado, crea incapacidad y pocas posibilidades de resolución. Solo el empeño provoca soluciones, ser pusilánime lleva apocas metas, cuando no logramos nuestros deseos, poco importa el detalle pormenorizado de todas las dificultades existentes.

La única forma de llegar a un destino es empezar a caminar.




miércoles, 1 de julio de 2009

Jefes, jefecitos y jefecillos


Dice Eduardo Punset en su libro “Adaptarse a la marea”: “Demasiado a menudo, el ideal del buen ejecutivo se plasma en apoderarse de cuantos mas centros de información y gestión, mejor; de la misma manera que un cáncer se extiende por todo el organismo. Se renuncia con ello a la creatividad interrelacional y a la diversidad, que como se vera a lo largo de este libro, están en la base de todo conocimiento. Así se acaba degradando el organismo global que sustenta los distintos centros de actividad, incluido el propio directivo psicópata”.

Cuando empecé a trabajar en la empresa – he hecho referencia en alguna otra entrada - el director general que había en la misma, al recibirme el primer día, se expreso con una sorna especial – era un andaluz hasta la médula – y me dijo: “yo no lo voy a presentar a Vd. al personal de la empresa, identificando el cargo para el que lo hemos contratado, si Vd., tiene valía, sin decírselo a los demás, ellos lo reconocerán; ser jefe, no se consigue por imposición del director, ser jefe se gana día a día haciendo. El cargo de verdadero jefe, lo han de otorgar los subordinados atendiendo al prestigio, que se transmite en cada decisión”.

Francamente, quede absolutamente sorprendido, más bien pensé que era una trampa, de una persona con la que no había empatizado en la entrevista previa; aunque con el transcurso del tiempo llegamos a ser muy buenos amigos. Hoy con el transcurso del tiempo, me doy cuenta que me hizo un gran favor. Si no hubiera hecho aquello, seguramente yo, con mi carrera recién terminada, con la calificación de premio extraordinario (disculpad la inmodestia, el dato hace falta en la descripción) y la cantidad de “ínsulas de Barataria” y pedantería en mi cabeza, seguro que la habría “cagado” y para siempre.

Aquello me obligo a caminar “de puntillas” en una oficina diáfana, en donde se observaba casi todo lo que cada cual hacía. Como dijo el director para terminar su introito “Lui hágase perdonar por los demás, ser jefe tan joven”. Fue difícil y costoso, ir ganándome a cada una de las personas que allí trabajaban, supuso un enorme esfuerzo. También para salvar las “trampas” del propio Director, que según decía él, en momentos de petición de explicaciones mías: “esto es para probar tu capacidad, Lui”.

Contemplo con estupor, estos jefes, jefecitos y jefecillos, que con una arrogancia propia de “pavos reales” caminan con paso casi militar por las oficinas y/o fábricas, creyendo que la distancia es atributo del rango. Siento verdadera pena de estas organizaciones, abocadas al posible fracaso; no por falta de esfuerzo, sino por inutilidad manifiesta de quienes dirigen, para encontrar el verdadero rumbo.

Son maestros prestidigitadores en acción, convierten el éxito, siempre en acciones propias y los fracasos en la “inutilidad de quienes trabajan con él”. Practican el “secretismo” y no se percatan que el éxito está en liderar y compartir. Poseer más información ayuda, pero es estéril si se almacena. Son incapaces de asimilar, que detrás de cada función, siempre hay una persona y que por poca relevancia que ésta tenga en la organización, merece todo el respeto.

Así les va a algunas empresas, con este tipo de ejemplares en sus cuadros, llevan a la organización por un equilibrio inestable y endeble. En épocas de pujanza económica, “hinchan pecho y estiran cuello”, pero cuando vienen malas, no sabe maniobrar, solo entienden de planteamientos quirúrgicos. Son ese cáncer del que habla Punset, acabarán sumiendo a la empresa en un proceso de letargo, con ese seudo control jerárquico de la gestión, basado en la prepotencia.

La creatividad ha quedado definitivamente amenazada. Una empresa sin creatividad, es como un pez en una charca residual, progresará muy poco o nada. Una empresa solo sobrevive, si hay un conjunto de personas, como una piña, que buscan conseguir un objetivo común, entendido y asimilado; siguiendo las directrices de un líder reconocido por todos. Para conseguir este puesto de jefe, no valen “tremendas voces” ni “maneras impropias”, solo sirve el prestigio conseguido con el tiempo y el acierto, aunque se hable en “voz bajita”.

Dios salve a las empresas de los fatuos, que se aferran a las poltronas, sin dar paso a nadie, que gestione mejor y que en muchas ocasiones aportan como aval principal de su cargo, la propiedad de la empresa o su relación de parentesco con ésta. Acabarán con todo… y más en las circunstancias actuales poco boyantes, donde se necesita saber hacer.


Nota: dedicado a Luis, un buen amigo, que inspiró esta entrada
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