lunes, 10 de febrero de 2014

Extravagancia (III)




Dicen Salvador Giner y Manuel Pérez Yruela, en libro colectivo “La Extravagancia”, compilación de Carlos Castilla del Pino: “La sociedad corporativa absorbe y neutraliza el potencial de rareza. Las corporaciones tratan de integrar todo sujeto útil a sus objetivos, tolerando algunas formas de rareza pero imponiendo una suave fuerza para que se adapte a las exigencias de la imagen corporativa o a lo que suele llamarse la “cultura de empresa”. Así lo impone la racionalidad instrumental, la coordinación imperativa y la universalidad burocrática. Las corporaciones extienden una fuerte presión sobre los sujetos para que reduzcan la rareza al ámbito privado y del consumo y jamás para que pongan en tela de juicio su sacrosanta legitimidad.”

Las “normas y costumbres” establecidas en la sociedad - ya he comentado en alguna otra ocasión - que oprimen sin constreñir y ejercen una presión mediática, suficientemente instrumentada, a todos sus miembros, para conseguir una homogeneidad mayoritaria que consolide esos principios “generalmente aceptados”.

Pero en el mundo de las empresas, la presión es menos simbólica, tiene un talante mucho más coercitivo. Las compañías tienen muy arraigada su propia “cultura” y la defienden – no solo institucionalmente - sino que una mayoría de sus miembros son fieles seguidores y forman en su conjunto una barrera para impedir cualquier comportamiento heterodoxo. Pensemos en una de las respuestas más frecuentes en el seno de la empresa: “siempre se ha hecho así”, rechazando de plano cualquier innovación y dando por sentado que lo que se ha hecho, es lo que hay que hacer, siempre. 

No tengo nada en contra de esos principios tácitos o expresos – como la “misión” de reciente incorporación -, pero si soy muy crítico con la utilización por parte de algunos directivos – poco competentes -, para alegar principios culturales de empresa y escudarse en su falta de toma de decisiones. Es un alegato tipo barrera, que al parecer de ellos, les exime de su responsabilidad o debe disuadir a quienes les están solicitando la acción.

Pero tampoco estoy de acuerdo, con quienes alegando un comportamiento singular, arremeten como elefante en una cacharrería y pasan sus días denostándolo todo y alegando posibilidades inconcretas para mejorar enormemente la posición empresarial y utilizando sus vaguedades para criticar la estructura de modo contundente y sin razonamientos lógicos que avalen su posición, que por otra parte suele ser utópica o incluso inexistente. 

Esa especie de tendencia a la homogeneidad en el seno de la empresa, sin embargo, deja fuera a muchas personas, que con su singularidad podrían contribuir de modo muy efectivo a la renovación de principios y procesos. Parece como si los estamentos directivos, los ignorasen, más por el hecho de que no se les ha ocurrido a ellos, que por el desacierto de la propuesta. Escuchar solo las voces del corifeo de aduladores, tiene como resultado el estancamiento o – peor aún – el declive. 

Escuchar atentamente lo que tiene que decir el que hace los trabajos, antes de tomar una decisión, suele ser mucho mas productivo, que leer un informe extenso de quien los planifica. Intentar “domar” a las personas para que repitan día a día los procesos, evitando que afloren y aporten su “singularidad”, es rechazar el progreso y en otros casos retroceder.
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