viernes, 4 de diciembre de 2020

Tolerancia.

 




Dicen Valentín Fuster, José Luis Sampedro con Olga Lucas, en su libro “La ciencia y la vida”: “No necesito que mis amigos piensen como yo. Mientras se pueda razonar, estoy a gusto. Con el que no me siento confortable es con el arrogante, con el que quiere venderte algo. El que tiene la verdad en el bolsillo”.


En los años de estudio en la Universidad, forjamos un fuerte vínculo de amistad, tres compañeros y yo. Aunque éramos de diferente ideología política e incluso la sensibilidad religiosa no era homogénea. Hablábamos y debatíamos todos los temas, cada uno desde su punto de vista, sin pretensión de forjar un criterio único. Creo que habíamos descubierto internamente, que esa heterogeneidad nos enriquecía a todos, no nos limitaba.


Quizás por eso, lo que hacíamos inconscientemente, era seguir un curso de “tolerancia”, en el que profesor y alumnos éramos todos. Descubrir, que aunque mi interlocutor, aun no siendo partidario de lo que uno dice, lo escucha con respeto y no hace aspavientos, es cuanto menos un gran avance; aunque  en el fondo es una “lección” de convivencia. 


No es homogeneizando el pensamiento, como se enriquecen intelectualmente las sociedades actuales; la uniformidad no puede ser considerada un signo de progreso. Quienes piensan de modo diferente, tienen el mismo derecho que nosotros a expresarse en el marco del respeto mutuo y deben de ser tolerados sin más. Gritar más, sobreponer la palabra, proferir improperios para impedir que los demás hablen, no da la razón, muy al contrario, la quita.


Quizás convendría que fuéramos aprendiendo a  convivir y respetarnos más, con ello ganaremos futuro; porque como dice Antonio Muñoz Molina: “Nada de lo que es vital ahora mismo lo puede resolver una sola fuerza política”. Toca ser humildes y consensuar en el presente, para cimentar un futuro sólido y mejor. Y a eso hemos de colaborar todos, con el silencio y la palabra.


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