domingo, 11 de octubre de 2020

Escuchar y ceder


Dice Fernando Savater en su libro “Ética de urgencia”: “El problema no es que tengamos opiniones diferentes, sino averiguar qué opinión se acerca más a la vedad, porque la verdad nos conviene a todos…La buena convivencia está hecha de transacciones: el lubricante de las relaciones sociales es la capacidad de escuchar y ceder. Las personas que siempre tratan de imponerse y no ceden nunca, o viven solos o tienen esclavos, pero es imposible que participen en la convivencia”.


El nudo gordiano de siempre, “escuchar y ceder”, en una mayoría de las ocasiones nunca vamos a tener oportunidad de ceder, porque hemos soslayado lo primero: “escuchar”. Reconozcamos nuestra falta de voluntad predispuesta a escuchar sosegadamente lo que dicen los demás. Cuando apreciamos que no está en consonancia lo que nos dicen, con lo que pensamos, jamás sabremos quien está acertado, porque rechazamos de plano la argumentación, por el solo motivo de que no converge con nuestros postulados.


Revestidos de esta estructura, caminamos por la vida de un modo muy rígido. Hemos estructurado nuestra mente para que únicamente tome con interés las palabras que tienen consonancia con nuestra posición sobre el  tema debatido. De tal modo hemos arraigado este comportamiento, que dejamos de escuchar  las opiniones divergentes y por tanto perdemos una oportunidad de oro de “enriquecernos” personalmente, considerando otras posiciones diferentes sobre los temas y que podrían acabar teniendo tanto fundamento o más que las nuestras.


Y es cierto, para progresar,  nos interesa la verdad y no nuestra “verdad”. Comportándonos con más humildad facilitaríamos las cosas, pero lamentablemente aceptar lo que dicen los demás, en contra de lo pensamos, lo consideramos una abdicación y somos poco proclives a ello. Preferimos agarrarnos férreamente a nuestros postulados y lamentar simultáneamente, el profundo error en el que están sumidos los otros.


De estos comportamientos individuales, no es de extrañar lo que sucede en esta sociedad que vivimos. Hasta en asuntos principalísimos, como es la salud, llegar a un consenso colectivo y “remar” todos hacia ese rumbo se torna imposible. Consumimos más energías en discutir y señalar las diferencias que nos separan, que en escuchar sosegadamente a los demás y consensuar la posición que “se acerca más a la verdad”; ya que es en definitiva lo que nos interesa identificar, para logar los objetivos y salvar la delicada situación por la que atravesamos, con éxito. Los personalismos exacerbados solo consolidan la fragmentación y no ayudan a resolver.


Como dice Savater: “Tenemos que estar preparados para ser protagonistas de nuestra vida y no comparsas”. ¡Es el momento de escuchar!, dejemos la dialéctica y pongámonos a la “tarea”.

 

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