Dice
el Dr. Alfonso López Caballero en su libro “El
arte de no complicarse la vida”: “Es evidente que nuestra sociedad está tocada
del ala. No hace falta ser un Einstein `para darse cuenta de que la
civilización es como una ballena herida de muerte. Y dentro del complejo
síndrome patológico de nuestro cetáceo, uno de los síntomas que arrastran tras
de sí más funestas consecuencias es la “dinámica del éxito”.
La
clave de la vida no radica, por lo visto, en ser feliz sino en triunfar, aunque
conseguir el triunfo –un triunfo medio qué – te cueste dos úlceras, un
marcapasos, la adicción a la coca y una
neurosis de caballo. Lo importante no es correr y disfrutar de la carrera, sino
correr para llegar el primero.
Siguiendo la pauta impuesta por el american way of life, el mundo se
divide en dos categorías: winners y
losers, ganadores y perdedores. Y,
según esta filosofía, la máxima desgracia para un hombre de hoy es ser loser.”
Estoy
de acuerdo en que ganar (triunfar), es mejor que perder; aunque a veces
perdiendo se gana. Esa dicotomía no es lo sustancial, la esencia es contrastar
de forma racional, ¿qué hay que ceder a cambio, ¿cuántas deslealtades hay que
acumular?, para alcanzar el éxito. Se tiene la sensación de que la suerte es un
componente esencial para algunos triunfos, y puede ser verdad, pero en la
mayoría de las ocasiones es el trabajo continuo y esforzado el que los propicia,
cuando sobrevienen de modo natural, sin recovecos ni padrinazgos.
Es
imposible sustraerse a los hábitos sociales comunes, que solo hablan de grandes
triunfos o de estrepitosos fracasos; el nivel medio, pasa desapercibido. Desde
la escuela, la imagen siempre es la misma, suspender es no saber y aprobar con
nota es saber mucho. No está mal saber, pero deberíamos interiorizar, que no es
el salvoconducto para tener éxito en el trabajo cotidiano. Hacen falta otras
cualidades y un fuerte impulso competitivo para “subir”.
Cuando
uno se deja arrastrar por esa corriente, primero suave y luego vertiginosa, pronto
aprende, que la “falsedad” entra dentro del juego. A ciertos niveles no hay
medias tintas, o se está con el poder, que representan los de “arriba”o uno
será medianía; y estar con el poder de modo incondicional, es renunciar muchas
veces, mucho. Tal vez se envidia la “pose” de quien ha escalado posiciones de
responsabilidad dentro de una organización y no se sabe, que en ciertos niveles
lo que hay es una extraordinaria soledad, unido a un cierto temor a retroceder
escalones, porque eso es una antesala no deseada, en ocasiones el inicio del fracaso.
La
realidad machaconamente insistente, no sabe de losers, ni de sus
circunstancias; la sociedad quiere saber de winners. En el mundo competitivo en el que
vivimos o se llega, o no se es. Y no ser, es el gris, uno de los colores
exentos de oropel, que hablan de anonimato y posiciones pusilánimes; es haber
perdido la singularidad en aras del “número"; cuanto menos desde el punto de
vista externo. Las organizaciones quieren personas competitivas y con
obligaciones, no gustan los “outliers” poco comprometidos y sin lazos
arraigados. Cuanto más “lastre” tiene uno, más dispuesto está para aceptar
encargos promocionales. Al fin y al cabo, cuando uno alcanza un nivel de vida,
se acomoda a él y cada vez ve menos factible poder regresar a sus orígenes. Esa
es la “gradeur” y desde luego la añagaza.
Dice
López Caballero, que: “Sociológicamente,
se ha hablado de “la España de los tres tercios”: un tercio vive bien, muy
bien, y lo muestra con ostentaciones; otro tercio aspira rabiosamente a vivir
bien, y otro tercio vive mal, muy mal, aunque de forma compulsiva y machacona
se le incita a tener, a acumular, a ostentar para poder ser.” Aunque también
es verdad, que Facundo Cabral en una de las letras de sus canciones dice: “Si el mundo es redondo, no se, que es ir hacia
delante”.
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