domingo, 3 de agosto de 2014

Acciones de Gobierno.



Dice Moisés Naím en su libro “El fin del poder”: “Una de las funciones primordiales de la política es identificar, articular y transformar en acciones de gobierno los intereses de la gente… los partidos políticos sirven (o deberían servir) de intermediarios entre la gente y el gobierno. Su función es conectar los deseos y las necesidades de los votantes con las actividades y decisiones del gobierno.
A los partidos les cuesta cada vez más desempeñar con eficacia ese papel crucial. ¿Por qué? Porque los canales que conectan a la gente con el gobierno son ahora mucho más cortos más directos que antes y aparecen cada vez más actores capaces de intervenir en ese proceso y competir con los partidos en el desempeño de ese papel. Más que nunca, la gente puede expresar sus deseos y defender sus intereses sin necesidad de que los partidos políticos actúen como intermediarios…
En un panorama en que los resultados de las elecciones y por tanto los parlamentos, están fragmentados, los partidos políticos dominantes han perdido gran parte de su poder y su capacidad para servir a los votantes...
Los partidos políticos grandes y establecidos siguen siendo el principal vehículo para obtener el control de los gobierno en una democracia. Pero cada vez están más socavados por nuevas formas de organización y participación política”.

Aunque Naím no habla expresamente de la realidad española, es indudable, que los acontecimientos recientes en materia de elecciones, coinciden con la descripción que el hace. En mi opinión la actuación de los partidos en tiempo reciente, pone de manifiesto, que su acción principal no ha consistido conectar los deseos de la gente con el gobierno, para que legislen en función de ello e instrumenten acciones para satisfacerlas.

Con mucha mayor frecuencia asistimos a un escenario de trifulca política con los adversarios, como si la satisfacción de los deseos de los ciudadanos fuera patrimonio de una determinada ideología, aderezada con una glosa escatológica de los males que aportan siempre los “otros”. Ni un  ápice de autocrítica, pareciera como si explicar la verdad, fuese tribuna adecuada para centrifugar “suciedad” ajena y adoptar una posición centrípreta para la propia.

Criticar de modo contundente las acciones de gobierno o alegar demora para aplicar soluciones, en aras a la herencia recibida de otros precedentes; es una débil cortina de humo, que no ha conseguido confundir a los ciudadanos; antes más, los ha puesto alerta de lo que se conoce de modo peyorativo como “más de lo mismo” o el “y tu más”. Quienes no asumen sus responsabilidades, tanto en el gobierno como en la oposición, difuminando la verdad o tergiversando la evidencia, aunque “salven” la situación a corto plazo, acabaran perdiendo el liderazgo en el medio plazo.

No hay nada que socave más la autoridad, que la acción política centrada en  “escurrir el bulto”, quien no explica y asume sus errores, no tiene autoridad moral para demandar sacrificios a los demás. Ocultar, es siempre la  peor alternativa posible. Extrañar o negar, cuando se sabe que hay “causa”, desprestigia a quien lo propicia e instala la duda sobre los ciudadanos.

No es de extrañar, por tanto, que al socaire de este impropio modo de actuar; emerjan movimientos ciudadanos, organizados más al estilo de la democracia ateniense en el ágora. Que con mensajes claros y exentos de retórica, calen en muchos votantes y sorprendan a todos con resultados en las urnas, no esperados. Triste reacción, también,  de quienes se preocupan más por el desprestigio “ad personam” de los elegidos, que por debatir y propiciar alternativas imaginativas de participación.

Criticar con acidez descalificando globalmente a las personas,  pretendiendo con ello colocarlas en posiciones marginales, está teniendo el efecto contrario; no solo no los minimiza, sino que los esta potenciado con más gente dispuesta a votarlos, como rechazo al modo torticero empleado para neutralizarlos.

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