Dice Aníbal Romero en su
libro “Aproximación a la política”: “La
democracia corresponde a una realidad política que incluye, con variado
énfasis, un conjunto de rasgos interconectados: derechos semejantes para los
ciudadanos; libertad de expresión, de organización y oposición política;
elecciones libres y limpias para decidir quién va a gobernar; plazos definidos
y limitados de gobierno; una lucha política no violenta; el imperio de leyes
comunes para todos y de un poder judicial independiente; así como la existencia
de fuerzas armadas y policíacas no politizadas, comprometidas con la nación y
el sistema de libertades como tales, y no con un determinado partido político.
La sociedad democrática posee a su vez una serie de características, que
responden a los rasgos políticos citados: es pluralista; centrada en los derechos
individuales; anticonformista; descentralizada institucionalmente y en
ocasiones territorialmente; innovadora; socialmente móvil; no coercitiva; moderada tanto en la manera de actuar como en las creencias
políticas de la mayoría; igualitaria en espíritu y en alguna medida también en
la realidad; legalista; abierta; competitiva, respetuosa del ser humano, de su
vida y aspiraciones; y respetuosa también del argumento racional en las
disputas.”
Creo que no había leído
un párrafo tan descriptivo y denso a la vez. La verdad es que la enumeración es
exhaustiva, sale bien librada la democracia, pero en nuestra realidad cotidiana
quienes quedan mal, muy mal; son los que se llaman demócratas. Casi nada pide
Romero; y nosotros pensando que lo que había que hacer es decir a boca llena
“yo… yo soy demócrata de toda la vida”. En un entorno, que se ha perdido el
sentido profundo de la palabra respeto, no le encaja ni por el forro esta
descripción. El pluralismo solo cuenta para exponerlo verbalmente, pero en
realidad lo que queremos es que los de siempre (vaya pluralidad), sigan en lo
mismo y desde luego al margen de la parrafada del autor, que es clara y
contundente. Nuestro quehacer parece que esté centrado, en intentar, cada vez
más insistentemente, no alcanzar el equilibrio que se describe.
Desde luego violencia no
hay en la lucha política, claro está, si no consideramos la verbal, porque si
lo hacemos, pronto descubrimos, que ignoramos el sentido del intercambio de
pareceres. Parece como si quisiéramos que los demás fueran “huevos de Pascua”;
para ponerles sal y deglutirlos. Igualitaria en espíritu, creo que si, sin
duda, pero solo a ese nivel teórico, tan distante en la realidad, que es
imposible identificarla, porque la praxis es un desastre. Las posturas aparecen
muy distantes e irreconciliables, tal como si quisiera escenificar, que poner
distancia es la mejor postura para alcanzar el triunfo; como si en el entramado
político, no fuera necesario en muchos asuntos relevantes, resolverlos una sola
vez y con consenso; para no volverlos a remover en cada legislatura si se
produce cambio de partido de gobierno; lo que representa en la práctica, una
extraordinaria pérdida de tiempo y de recursos.
Las disputas no están
basadas en argumentos racionales, con gran rapidez devienen en descalificaciones
personales y se centran en poner en evidencia circunstancias - cuanto más
sucias y reprobables mejor - del oponente con el que se debate; aunque no tengan, nada que ver con el asunto.
La consigna parece ser, “ensucia cuanto puedas verbalmente, porque de este modo
neutralizas al contrario”. Sin percatarse que ciertos tipos de actuación, a
quien más desprestigian es, a quienes los practican. Esta reprobable forma de
hacer, a los ciudadanos nos produce un creciente sentimiento de vergüenza ajena
y un alejamiento en rechazo por las malas formas, unido a la sensación de
inutilidad y pérdida de sentido práctico en la argumentación.
Como dice Robert Wesson:
“Los estados modernos son, en infeliz
grado, poco responsables ante los ciudadanos, abusivos del poder,
despilfarradores, explotadores, e ineficientes en la tarea de promover el
bienestar colectivo… El problema es
tal vez insoluble, pero debería ser considerado nuestro mayor desafío
intelectual. Quizás sea mas reconfortante y otorgue una satisfacción más pura
escudriñar los orígenes y el destino de muestro universo, pero esas
investigaciones no avanzarán mucho más si no aprendemos de qué mejor manera
organizar nuestras sociedades.”
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