Dice Moisés Naím en su
libro “El fin del poder”: En esta época
de constante innovación, en la que casi nada de lo que hacemos o experimentamos
en nuestra vida cotidiana ha quedado intocado por las nuevas tecnologías,
existe un ámbito crucial en el que, sorprendentemente, muy poco ha cambiado: la
manera en que nos gobernamos; o nuestras formas de intervenir como individuos
en el proceso político. Algunas ideologías han perdido apoyos y otras lo han
ganado, los partidos han tenido su auge y su caída, y algunas prácticas de
gobierno han mejorado gracias a las reformas económicas y política, y también
gracias a la tecnología de la información. Hoy las campañas electorales se
apoyan en métodos de persuasión más sofisticados, y, por supuesto, más gente
que nunca vive gobernada por un líder al
que ha elegido, y no por un dictador. Pero estos cambios, aunque bienvenidos,
no son nada en comparación con las extraordinarias transformaciones en las
comunicaciones, la medicina, los negocios, la filantropía, la ciencia”.
Las formas de elegir a
nuestros representantes, sigue anclada en un procedimiento, que adjudica las
cuotas de poder en base a los votos, pero de un modo, en mi opinión, poco equitativo. Las listas cerradas en la era
de la información parecen incluso anacrónicas. Hay otros sistemas que darían más
preponderancia a la persona de modo individual y no en el núcleo de un
colectivo, es decir, de forma casi impersonal. No debemos olvidar, que las
listas han sido confeccionadas por el aparato de los partidos, mas pensando en
sus propios intereses de triunfo, que en el de los ciudadanos.
Este juego de la
“confusión” ha hecho emerger de modo relevante un interés por los temas de la
Ciencia Política, ubicada hasta ahora en las Facultades y poco presentes en los
ambientes de la calle. Los ciudadanos comienzan a debatir sobre los
procedimientos electorales con un análisis crítico; lo motiva, entre otras
cosas, la escasa efectividad para el control de las acciones de quienes
detentan el poder, unido a la inefable tendencia a no cumplir los programas
electorales, por parte de los gobiernos. La inusitada presencia de politólogos
en los medios de comunicación ha revelado a este respecto, que las cosas son
como son, pero que no tienen necesariamente porque seguir siendo así. Hay
alternativas.
Se abre un “melón” nuevo
repleto de incertidumbres, pero la demanda
de cambio cobra relevancia e impulso. El modo de designación actual, que
promueve nuestro sistema electoral, suscita cada vez mas dudas. No es de extrañar,
que los partidos políticos consolidados, ante este interés social, estén
tomando posiciones al respecto, pero como casi siempre, mas tratando de
consolidar intereses internos, que para dar respuesta a las demandas de los
ciudadanos. De tal modo, que cada cual intenta instrumentar el posible cambio hacia
la posición más ventajosa para si; mucho más ahora que las mayorías absolutas,
según las estimaciones de voto se revelan menos factibles y por tanto el número
de escaños a elegir, se torna determinante.
Está claro que las
nuevas formas de comunicarse y la agilidad en hacerlo, han puesto de relieve efectivos
procedimientos, tanto para difundir
nuevas alternativas, como para evidenciar las carencias de las actuales. No
creo que los estamentos de los partidos políticos sean desconocedores de estas
nuevas posibilidades, ni de su alcance; su modo de actuar por el contrario, está en la
línea de seguir con “más de lo mismo”, en lugar de ser vanguardistas y poner empeño, consenso y voluntad, para pensar
en clave de electores y no de intereses de partido. Es imprescindible, el
diseño e instrumentación de procedimientos electorales, capaces de permitir que los ciudadanos tengan
capacidad de seleccionar a quienes individualmente les inspiren más confianza o
crean más capaces para el desarrollo de las funciones, independientemente cual
sea el partido en el que están adscritos. Un nuevo paradigma electoral para el
siglo XXI.
Si no se reacciona a
tiempo, instrumentando nuevos procedimientos electorales, que satisfagan las
expectativas de los ciudadanos, sería factible, como dice Naím: “Pueden conducir a la anomia, que es la ruptura de los lazos sociales entre el individuo
y la comunidad”.
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