lunes, 11 de agosto de 2014

Política del siglo XXI. (II)



Dice Moisés Naím en su libro “El fin del poder”: En esta época de constante innovación, en la que casi nada de lo que hacemos o experimentamos en nuestra vida cotidiana ha quedado intocado por las nuevas tecnologías, existe un ámbito crucial en el que, sorprendentemente, muy poco ha cambiado: la manera en que nos gobernamos; o nuestras formas de intervenir como individuos en el proceso político. Algunas ideologías han perdido apoyos y otras lo han ganado, los partidos han tenido su auge y su caída, y algunas prácticas de gobierno han mejorado gracias a las reformas económicas y política, y también gracias a la tecnología de la información. Hoy las campañas electorales se apoyan en métodos de persuasión más sofisticados, y, por supuesto, más gente que nunca vive gobernada  por un líder al que ha elegido, y no por un dictador. Pero estos cambios, aunque bienvenidos, no son nada en comparación con las extraordinarias transformaciones en las comunicaciones, la medicina, los negocios, la filantropía, la ciencia”.

Las formas de elegir a nuestros representantes, sigue anclada en un procedimiento, que adjudica las cuotas de poder en base a los votos, pero de un modo, en mi opinión,  poco equitativo. Las listas cerradas en la era de la información parecen incluso anacrónicas. Hay otros sistemas que darían más preponderancia a la persona de modo individual y no en el núcleo de un colectivo, es decir, de forma casi impersonal. No debemos olvidar, que las listas han sido confeccionadas por el aparato de los partidos, mas pensando en sus propios intereses de triunfo, que en el de los ciudadanos.

Este juego de la “confusión” ha hecho emerger de modo relevante un interés por los temas de la Ciencia Política, ubicada hasta ahora en las Facultades y poco presentes en los ambientes de la calle. Los ciudadanos comienzan a debatir sobre los procedimientos electorales con un análisis crítico; lo motiva, entre otras cosas, la escasa efectividad para el control de las acciones de quienes detentan el poder, unido a la inefable tendencia a no cumplir los programas electorales, por parte de los gobiernos. La inusitada presencia de politólogos en los medios de comunicación ha revelado a este respecto, que las cosas son como son, pero que no tienen necesariamente porque seguir siendo así. Hay alternativas.

Se abre un “melón” nuevo repleto de incertidumbres,  pero la demanda de cambio cobra relevancia e impulso. El modo de designación actual, que promueve nuestro sistema electoral, suscita cada vez mas dudas. No es de extrañar, que los partidos políticos consolidados, ante este interés social, estén tomando posiciones al respecto, pero como casi siempre, mas tratando de consolidar intereses internos, que para dar respuesta a las demandas de los ciudadanos. De tal modo, que cada cual intenta instrumentar el posible cambio hacia la posición más ventajosa para si; mucho más ahora que las mayorías absolutas, según las estimaciones de voto se revelan menos factibles y por tanto el número de escaños a elegir, se torna determinante.  

Está claro que las nuevas formas de comunicarse y la agilidad en hacerlo, han puesto de relieve efectivos  procedimientos, tanto para difundir nuevas alternativas, como para evidenciar las carencias de las actuales. No creo que los estamentos de los partidos políticos sean desconocedores de estas nuevas posibilidades, ni de su alcance; su modo de actuar por el contrario, está en la línea de seguir con “más de lo mismo”, en lugar de ser vanguardistas y  poner empeño, consenso y voluntad, para pensar en clave de electores y no de intereses de partido. Es imprescindible, el diseño e instrumentación de procedimientos electorales,  capaces de permitir que los ciudadanos tengan capacidad de seleccionar a quienes individualmente les inspiren más confianza o crean más capaces para el desarrollo de las funciones, independientemente cual sea el partido en el que están adscritos. Un nuevo paradigma electoral para el siglo XXI.

Si no se reacciona a tiempo, instrumentando nuevos procedimientos electorales, que satisfagan las expectativas de los ciudadanos, sería factible, como dice Naím: “Pueden conducir a la anomia, que es la ruptura de los lazos sociales entre el individuo y la comunidad”

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