martes, 19 de agosto de 2014

Ser ciudadano



Dice Paul Barry Clarke en su libro “Ser ciudadano”: “Ser un ciudadano pleno significa participar tanto en la dirección de la propia vida como en la definición de algunos de sus parámetros generales; significa tener conciencia de que se actúa en y para un mundo compartido con otros y de que nuestra respectivas identidades individuales se relacionan y se crean mutuamente”.

Soy partidario de la singularidad, como expresión - sin complejos - de la propia identidad; pero no concibo, que ello, suponga aislamiento. Vivir en solitario, alegando identidad divergente con los demás, es constatar de modo expreso una incapacidad para asumir diversidad o discrepancia de comportamientos ajenos y por tanto es negar la tolerancia, que sin embargo, nosotros demandamos para desarrollar nuestra singularidad.

No hay nada que culturalmente enriquezca más, que debatir con respeto sobre cualquier tema, por muy distantes que sean los puntos de vista de los interlocutores, solo los fanáticos (quien no soporta vivir con los que piensan de modo distinto por miedo a descubrir que él tampoco está tan seguro como parece de lo que dice creer [Fernando Savater]) anclados por su inalterable posesión de la verdad, evitan contrastar opiniones y sobre todo, soslayan cualquier posibilidad de debate ordenado.

En la era de la comunicación y de la información, con la emergencia de sistemas de difusión y contacto cada vez más cotidiana; la posibilidad de contrastar puntos de vista diferentes sobre cualquier asunto, ha crecido exponencialmente y debería de ser para bien de todos. Por el contrario, la utilización de estas plataformas innovadoras  de modo sesgado, pretendiendo un seguidismo de sus miembros o nutriéndolas de participantes con alto grado de homogeneidad, es limitar su utilidad e indirectamente contravenir el espíritu de sus creadores, proclives a compartir.

En un ámbito democrático, tolerar los puntos de vista de quienes opinan diametralmente opuesto a nosotros,  es demostrar un elevado respeto por los demás y también por uno mismo. Pero seguir conviviendo con quienes sabemos de antemano, que nos desaprueban a nosotros, es un esfuerzo de generosidad poco frecuente. Rechazar de plano cualquier argumentación, sin escuchar atentamente sus postulados, es una posición claramente reprobable, que conduce al aislamiento progresivo.

Ese destino irremediable cargado de fatalidades, que nos vaticinan; quedaría muy neutralizado, si ejerciéramos nuestra capacidad de elegir pensando siempre en integrar y no excluir.

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