Dice Paul Barry Clarke en su libro “Ser
ciudadano”: “Ser un ciudadano pleno significa participar tanto en la dirección
de la propia vida como en la definición de algunos de sus parámetros generales;
significa tener conciencia de que se actúa en y para un mundo compartido con
otros y de que nuestra respectivas identidades individuales se relacionan y se
crean mutuamente”.
Soy partidario de la singularidad, como expresión - sin complejos - de la
propia identidad; pero no concibo, que ello, suponga aislamiento. Vivir en
solitario, alegando identidad divergente con los demás, es constatar de modo
expreso una incapacidad para asumir diversidad o discrepancia de
comportamientos ajenos y por tanto es negar la tolerancia, que sin embargo, nosotros
demandamos para desarrollar nuestra singularidad.
No hay nada que culturalmente enriquezca más, que debatir con respeto sobre
cualquier tema, por muy distantes que sean los puntos de vista de los
interlocutores, solo los fanáticos (quien no soporta vivir con los que piensan
de modo distinto por miedo a descubrir que él tampoco está tan seguro como
parece de lo que dice creer [Fernando Savater]) anclados por su inalterable
posesión de la verdad, evitan contrastar opiniones y sobre todo, soslayan cualquier
posibilidad de debate ordenado.
En la era de la comunicación y de la información, con la emergencia de sistemas
de difusión y contacto cada vez más cotidiana; la posibilidad de contrastar
puntos de vista diferentes sobre cualquier asunto, ha crecido exponencialmente
y debería de ser para bien de todos. Por el contrario, la utilización de estas
plataformas innovadoras de modo sesgado,
pretendiendo un seguidismo de sus miembros o nutriéndolas de participantes con
alto grado de homogeneidad, es limitar su utilidad e indirectamente contravenir
el espíritu de sus creadores, proclives a compartir.
En un ámbito democrático, tolerar los puntos de vista de quienes opinan
diametralmente opuesto a nosotros, es demostrar
un elevado respeto por los demás y también por uno mismo. Pero seguir
conviviendo con quienes sabemos de antemano, que nos desaprueban a nosotros, es
un esfuerzo de generosidad poco frecuente. Rechazar de plano cualquier argumentación,
sin escuchar atentamente sus postulados, es una posición claramente reprobable,
que conduce al aislamiento progresivo.
Ese destino irremediable cargado de fatalidades, que nos vaticinan;
quedaría muy neutralizado, si ejerciéramos nuestra capacidad de elegir pensando
siempre en integrar y no excluir.
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