Dice
Moisés Naím en su libro “El Fin del Poder”:
“Hubo una época que los líderes estaban inextricablemente unidos al aparato de
los gobiernos y los partidos. Incluso los revolucionarios aspiraban a ocupar un
alto cargo en la burocracia pública. En los últimos tiempos, sin embargo,
muchos de nuestros héroes han llegado a la fama a través del mundo digital,
empleando la tecnología para difundir los mensajes e influir en los resultados,
cosas para las que antes hacían falta
las infraestructuras de los
partidos, las organizaciones no gubernamentales (ONG) o la prensa tradicional…
Lo importante es la difusión del poder que ha colocado a los individuos en una
posición sin precedentes, que les permite no solo eludir las instituciones
políticas desarrolladas durante decenios sino también influir, persuadir o
limitar a los políticos “reales” de forma más directa y eficaz de lo que podía
haber imaginado cualquier teórico político clásico.”
Explica
Naím, que su libro lo escribió a raíz del éxito que tuvo un artículo suyo titulado
“Megaplayers vs. Micropowers”, publicado en la revista Forign Policy; en él, describía la irrupción y crecimiento de nuevos micropoderes, que han desafiado
el equilibrio tradicional de los Megaactores; lo que está apuntando a que el
poder se vuelva más efímero y más difícil de ejercer bajo las pautas y
tradiciones históricas, tan es así que el autor lo señala como una de las
características de esta época.
Siempre
me ha fascinado la palabra “outliers”, que es el nombre que se aplica a los
individuos de una muestra estadística de datos, cuyo comportamiento es tan
distante a las pautas medias, que deben ser aislados en los análisis, para
evitar sesgos en las conclusiones. Creo que en la singularidad está el progreso
y creo también, que en la costumbre está
la continuidad. En una época donde la continuidad de las políticas
tradicionales, producen unos resultados tan ambiguos, transfiriendo sacrificio
y austeridad casi sin limitación, a quienes ya soportaban una pesada carga, no
me parece mal que emerjan nuevas formas de ver las cosas y enjuicien los
problemas con “ojos” no mediatizados por la costumbre en el ejercicio del poder.
Aunque haya un profundo empeño en etiquetarlos como “outliers”
No
ignoro, que actualmente, el poder se ejerce a través de entramados burocráticos
poderosos, que como pesados engranajes articulan una estructura robusta, que
avanza sin descanso hacia un objetivo determinado por quienes han obtenido la facultad
de mandar a través de los votos. Pero también observo con gran curiosidad, como
esos “gigantes” siguen sorprendidos, de que con pocos medios y escaso tiempo, “otros” hayan conseguido que una parte del
electorado haya desviado su punto de mira y concentre su voto en organizaciones
“livianas” y carentes de experiencia de gobierno.
Esta
circunstancia ha radicalizado las posiciones de los actores políticos históricos,
quienes constatan como emergen competidores de parcelas de poder, pero –
piensan - fáciles de neutralizar. No se percatan, que es la coincidencia del
mensaje que transmiten, con los deseos y preocupaciones de parte de la
población, quien los motiva y no el tirón mediático y en ocasiones también
mesiánico, que concentra votos con rapidez, pero que es fácilmente
neutralizable, vía el desprestigio de los líderes más significativos. Camino
equivocado, porque lo único que provoca es una publicidad mediática relevante, lo
que se traduce en la práctica, en incremento de nuevos partidarios; llamados en
ocasiones por la solidaridad con el que aparece como más débil en esa seudo-disputa.
La
crítica hacia quienes han superado las “barreras de entrada”, ha quedado
estructurada por los aparatos de las grandes organizaciones, para actuar como guardia pretoriana y desalojar a
los “intrusos”, con discursos contundentes y descalificadores a la vez; ya que
no pueden alegar - para ello - la razón de su buen hacer político, ni los
buenos resultados de su gestión; unido a una escasa tendencia a explicar con
claridad las acciones tomadas y su idoneidad; junto a una falta de voluntad
firme para separar de esos aparatos a quienes han estirado “más el brazo que la
manga” y han campado por sus respetos con casi total impunidad. No es
suficiente esperar al “diagnóstico” futuro de la justicia, sin haber hecho un trabajo
profundo interno para evaluar el desaguisado, aunque esto signifique cierto
desprestigio, pero que siempre es menos lesivo, que esperar con la cabeza bajo
el ala - como los avestruces -, a que sentencien los tribunales. Ése no es el ejercicio
de transparencia que esperan los ciudadanos, de quienes no supieron administrar
con la debida cautela o se dejaron sorprender por arribistas.
El
tiempo y los votos pondrán a cada cual en su sitio, pero mientras tanto no
viene mal la reflexión de Naím, que: “Plantea
la perspectiva de que es posible que el poder se haya desvinculado del tamaño y
de la escala”
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