Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos,
tontos, tópicos”: “Lo más grave de la corrupción política, con todo, no es la
aireada corrupción de ciertos políticos, sino la más oculta e insidiosa
corrupción de la política democrática mismas…Lo que importa no es tanto la
conducta irregular de algunos, como el hecho de que el sistema que en principio
nos representa a todos anime, ampare o deje sin sanción aquellas conductas. La
mayor corrupción política sería que la sociedad civil no haga mucho por acabar
con los corruptos y las corruptelas. Bastante desorientado, al ciudadano
ordinario suele irritarle mucho más conocer que un político se lleve dinero
público al bolsilla que enterarse que ese dinero vaya a parar a las arcas de su
partido. Deja entonces de percibir que aquel delincuente no le mancha con su
delito, mientras que el partido que se apropia de ese dinero para una campaña
electoral mancha el sistema político entero y atenta contra el principio de
igualdad política y el de representación.”
Arteta entra en el “ojo del huracán”, no se queda en la superficie. El
poco esfuerzo aparente, que percibimos los ciudadanos de a pie, que ponen los
partidos en investigar internamente en sus propias organizaciones el alcance de
las prácticas corruptas, casi preocupa más, que la propia corrupción en si
misma. Como sistemática habitual, lo primero
es negar su existencia y amparar la honestidad de quienes son señalados;
segundo dejarlo todo en manos de los tribunales, en quienes se delega el desenlace.
No se perciben acciones rápidas para dilucidar el alcance de la “contaminación” interna, poniendo
empeño en evaluar la extensión de éstas
prácticas espurias y la afectación de personas como colaboradores y/o
encubridores. Si los partidos lo hacen,
pero de modo tan callado que no trasciende, hacen muy mal; porque los
ciudadanos estaríamos más “tranquilos”, si estuviéramos bien informados. Solo
cabe pensar, que no se tiene un verdadero deseo de publicidad por el desprestigio
que ello supone, o peor aún; se nos considera menores de edad y por tanto
alejados de la “madurez” necesaria para interpretar adecuadamente los hechos.
Sea cual sea la estrategia, está
calando en la sociedad cada vez más intensamente: “que así es la política”; como si
fuera un mal, que solo el transcurso del tiempo lo sana; no porque sean
debidamente reprendidos los culpables, no; lo propiciará nuestra inefable falta
de memoria y nuestra predisposición al olvido. Además, como los acontecimientos
en la era de la comunicación, florecen día a día, poniendo al alcance de todos,
sucesos de lo más estrambóticos, solo es necesario agitarlos y difundirlos con
intensidad, por quienes tienen interés en desviar la atención y cuentan con
medios suficientes para poderlo hacer; para que los desmanes acaben quedando
ocultos en esa nueva gran maraña de acontecimientos escandalosos.
Como muy bien dice Aurelio Arteta: “Esta
idílica sociedad que formamos constituye el mundo de los intereses más egoístas,
de las clases sociales y de la desigualdad; en suma, el reino del mercado y del
dinero. Hay corrupción `porque esta lógica de lo privado contagia a la lógica pública…
cada vez que la política misma se ofrece
como un inmenso mercado de votos, de influencias o de puestos públicos.”
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