Dice José Luis Sampedro en su
libro “Cuarteto para un solista”: “Lo
importante en la vida de una persona es su creencia. Las creencias son las
verdades vitales, las que nos guían y motivan, decidiendo nuestro futuro. La
mente humana concibe toda fantasía de mitos más variados, inventa hadas y
gigantes, se propone intereses y objetivos, rumbos desconocidos y cualquier
otra creación... Mi norma es no aceptar nunca pasivamente lo que nos dicen; no
asumirlo aunque lo diga una autoridad ni aunque se encuentre escrito en un
libro donde alguien consignó hace siglos su propia creencia. Alguna de esas
propuestas arraigará porque te convence. Si se acepta sin pensar no se vive la
propia vida, sino la que otros dictan. En cambio, con la verdad asumida, se
está en camino de llegar a ser quien se es.
Creo que el Profesor Sampedro vivió con esas premisas. Su inconformismo,
su independencia y su rigor fueron para mí un ejemplo a seguir. Tuve
conocimiento de él cuando estudiaba, ya que alguna de sus obras eran textos de
bibliografía relevante. Con posterioridad (los ochenta) entré en contacto con
sus novelas, confieso que profesaba admiración por él, sobre todo en los
últimos años, a pesar de que me resultaron muy difíciles de leer algunos de sus
libros (v.gr. Octubre, octubre).
Estoy absolutamente de acuerdo en su planteamiento, pero el cumplimiento
lo considero no exento de dificultades; en una sociedad cargada de estereotipos
y de modelos sociales generalmente admitidos, la independencia no suele ser
fácil de aplicar. Hacerse una idea propia sobre los asuntos, contemplando todo
con carácter crítico, para ir conformando nuestro futuro, sin dejarse llevar
por la corriente fácil del seguidismo, es una tarea ardua y muy complicada. Los
inconvenientes son muchos y en ocasiones difíciles de soslayar. El sistema
demanda homogeneidad, casi a ultranza.
Demasiados intereses creados y muchas renuncias en la mochila, esto es lo
que se acumula con los años. Aunque uno no acepte las propuestas generales,
debe en algunas ocasiones reservarlo para su propia intimidad; sobre todo
cuando se trata de valores que se consideran necesarios para desempeñar ciertos
cargos o trabajos; principalmente en la empresa privada, donde el “ascenso”
depende de la discrecionalidad de otros. Habitualmente la singularidad - en las
organizaciones empresariales grandes -, no es bien recibida y la independencia
se considera una trasgresión incómoda para aquellos que en definitiva tienen la
llave de las promociones.
En el comienzo de la vida profesional uno, puede no tener más remedio que
vivir una vida dictada, sin quebrantar – claro está – principios fundamentales;
para recobrar parte de su
“independencia”, conforme ha ido progresando en la pirámide. Dicotomía fácil de describir, pero extraordinariamente
pesada de recorrer. Por ahora, en la empresa es lo que hay, según creo. El
modelo propuesto por el Profesor Sampedro, sería más accesible en caso de
desarrollar profesiones liberales y siempre que los trabajos estén atomizados y
no represente ningún cliente un porcentaje significativo de la facturación.
Desde luego absolutamente realizable en el ámbito de la Universidad, siempre
que uno se dedique a la docencia y la investigación y olvide los cargos
políticos, dentro o fuera del Campus.
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