domingo, 10 de agosto de 2014

Política del siglo XXI



Dice Moisés Naím en su libro “El fin del poder”:”No cabe duda que existen muchas razones de peso para no confiar en los políticos y, en general, en quienes están en el poder; no solo por sus mentiras y su corrupción, sino también porque es frecuente que los gobiernos hagan mucho menos de lo que esperamos como votantes. Además, todos estamos mejor informados, y un mayor escrutinio mediático tiende a resaltar las fechorías, los errores y la incompetencia de los gobernantes. Como resultado, el escaso nivel de confianza en los gobiernos se ha vuelto crónico.
Eso tiene que cambiar, necesitamos recuperar la confianza en el gobierno y en nuestros dirigentes políticos. Para ello será necesario cambios profundos en la organización y funcionamiento de los partidos políticos y en sus métodos para seleccionar, vigilar, pedir cuentas y ascender – o degradar – a sus líderes. La adaptación de los partidos políticos al siglo XXI es una prioridad.”

Se enfoque desde el punto de vista que se quiera, los partidos políticos, se lo han ganado a pulso, su mala fama no es casual; es una reiteración del mal gobierno, los incumplimientos de la promesas electorales y peor aún la desinformación a las que se somete a los ciudadanos, a quienes como si fueran menores de edad, se les oculta reiteradamente las verdaderas circunstancias, que concurren sobre bastantes asuntos de carácter relevante; unido a una extraordinaria falta de sensibilidad para adoptar un aspecto autocrítico, cuando los errores son manifiestos..

La escena política no puede continuar siendo el foro donde impere el insulto, la descalificación y la falta de respeto, con tanta habitualidad que se ha convertido en cotidiano, lo que debería ser extraordinario y raro a la vez. Tratar de ocultar la realidad de los asuntos de interés, en base a no razonar y dedicarse con toda intensidad a descalificar, produce la sensación de una intencionada gran cortina de humo, que hace que los ciudadanos nos  centremos en las “formas” y acabemos perdiéndonos el fondo.

Sorprenderse porque en esta situación, emerjan nuevas formas de interpretar los asuntos y de exponerlos y que además, tengan éxito creciente; es no darse cuenta, que una reflexión mayoritaria pase por interiorizar, que peor de cómo se está haciendo, no se puede hacer; posición que es claramente avalada, porque los argumentos empleados, no son razonamientos ordenados para desmontar las propuestas nuevas, sino la defensa a ultranza de los que se está haciendo y por el contrario el rechazo absoluto de las nuevas formaciones emergentes, con palabras agrias y poco argumentadas y en muchas ocasiones carentes de fundamento real.

Regenerar la política para que los ciudadanos volvamos a confiar en ella, es indispensable en cualquier país que apueste por el progreso; pero para ello es absolutamente imprescindible, que quienes llevan tantos años ejerciéndola  de modo tal, que nos ha sumido en esta incertidumbre; tengan la generosidad de dar un paso atrás y cedan su lugar a quienes con ojos nuevos traten de resolver asuntos viejos. En ocasiones la monotonía de lo que se hace, suele estar tan sumamente arraigada, que acaba pareciendo la única forma de resolver y es seguro que existen otras mejores, a tenor de los resultados obtenidos.

Como dice Naím, “…exige centrar la conversación en cómo contener los aspectos negativos de la degradación del poder y avanzar hacia el lado positivo…, el espacio donde el poder no está ni sofocantemente concentrado  ni caóticamente disperso.” Pero eso significa una postura de “aflojar cuerdas” y “tender puentes” y nosotros estamos muy obcecados, ahora por lo menos,  en “estirar y dinamitar”; quizás sea también, porque nos falte verdadero espíritu democrático o nos guste vivir con un elevado grado de inconsciencia. Ojalá sea por poco tiempo.

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