sábado, 2 de junio de 2012

Malas noticias (IV)



Dice Álvaro Cuervo en su libro “La crisis bancaria en España 1977-1985”: “También se apunta como origen de algunas crisis la conducta de los banqueros y administradores de los bancos que, con su comportamiento irresponsable (falta de profesionalidad, temeridad y prácticas ilegales) y en otros casos por seguir pautas de conductas limitativas, fueron responsables directos de los problemas de solvencia de sus propias instituciones. Son causas endógenas o de gestión interna de las crisis bancarias. Su origen no está solamente en la carencia de equipos humanos profesionalizados, que no han sabido adaptarse a los cambios en el entorno, sino que en muchos casos se puede hablar de conductas ilegales y fraudulentas. Aunque estas últimas más que causas aparecen  como manifestaciones de la crisis en el último intento por salvar la supervivencia del banco y en ocasiones los patrimonios de los administradores de los bancos.
Finalmente, en el desarrollo de la crisis se ha hecho sentir en muchos casos la ausencia de un adecuado marco legal y de un sistema de información que permitiera al Banco Central la eficaz vigilancia e la solvencia y el control de las entidades bancarias e hiciera posible una política preventiva de saneamiento financiero que pudiera haber atenuado los efectos de la crisis.

Este libro se publico en 1988 y desde luego sin conocer el origen, podría ser en la mayoría de su argumento, un reflejo fiel de lo que nos está pasando. Corrobora completamente lo expuesto por Galbraith en la entrada del 8 de mayo titulada Euforia Financiera (V) y anteriores (I a IV); dice este autor que,  la falta de memoria de los agentes es condición indispensable para repetir una y otra vez los mismos errores, dado que el olvido (lo cifra en 20 años) hace posible “más de lo mismo”. Lo malo es que la repetición tiene carácter incremental.

Me llama la atención, como la intención de prolongar situaciones poco sostenibles, hace que se comentan irregularidades en ese último intento por continuar sosteniendo el “castillo de naipes” de la ventolera que se aproxima. No tienen ningún empacho los Administradores en demorar el reconocimiento de las circunstancias desfavorables, aun a riesgo de tornarlas mucho mas insostenibles y tanto me da en estas circunstancias que sea por dejación, ignorancia o a sabiendas. Momento oportuno para que vayan surgiendo esas practicas espurias llamadas “ingenierías financieras”, que con el marchamo de brillante operativa, no son en muchas ocasiones, mas que chapuzas urdidas en el “sálvese quien pueda”.

Lo lamentable es que estas circunstancias solo agravan la delicada situación y demoran la puesta en marcha de acciones correctoras más efectivas. En un desaguisado de este estilo, lo primordial es actuar a tiempo y con rapidez, dudar y “tirar balones hacia delante” es la peor decisión, no evitará los acontecimientos que se avecinan y por el contrario debilitará mucho más la institución.

Lo peor que le puede suceder a una Entidad Financiera es transmitir desconfianza a sus depositantes. Ganar la confianza cuesta mucho tiempo, acierto y esfuerzo y se pierde en un segundo, un paso en falso y el mal ya está hecho “for ever”. No son  nada efectivas entonces, declaraciones “grandilocuentes” a posteriori, que tratan de restituir con la palabra lo que los hechos pregonan por doquier. La transparencia, que es siempre una cualidad indispensable de los buenos negociantes (excluir especuladores,  arribistas y trepas), no puede vulnerarse nunca. Cualquier trama por oscura que sea, acabará aflorando y suponiendo que los Administradores soslayen su responsabilidad, el negocio quedará completamente resquebrajado.

Lástima que algunos negocios acaben siendo víctimas de sus gestores, tanto si las acciones perversas son deliberadas o casuales. Quienes gobiernan las empresas y en especial las entidades financieras – que en definitiva no son más que franquicias – tienen absoluta obligación de respetar a sus accionistas y clientes. Quienes imbuyéndose una delegación de facultades omnímoda, actúan como si estuvieran en el seno de una propiedad suya y conculcan los principios de una Administración eficiente y leal,   poniendo en peligro su supervivencia por error, ambición o egolatría; deben de responder y explicar sus actuaciones y quienes los promovieron para estos cargos tan relevantes deben de aprestarse a exigirlo; si entienden bien – cuando son políticos - que sus actuaciones son delegación  de los votantes y éstos quieren saber verdades.

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