Dice
Álvaro Cuervo en su libro “La crisis
bancaria en España 1977-1985”: “También se apunta como origen de algunas crisis
la conducta de los banqueros y administradores de los bancos que, con su
comportamiento irresponsable (falta de profesionalidad, temeridad y prácticas
ilegales) y en otros casos por seguir pautas de conductas limitativas, fueron
responsables directos de los problemas de solvencia de sus propias
instituciones. Son causas endógenas o de gestión interna de las crisis
bancarias. Su origen no está solamente en la carencia de equipos humanos
profesionalizados, que no han sabido adaptarse a los cambios en el entorno,
sino que en muchos casos se puede hablar de conductas ilegales y fraudulentas.
Aunque estas últimas más que causas aparecen
como manifestaciones de la crisis en el último intento por salvar la
supervivencia del banco y en ocasiones los patrimonios de los administradores
de los bancos.
Finalmente, en el desarrollo de la
crisis se ha hecho sentir en muchos casos la ausencia de un adecuado marco
legal y de un sistema de información que permitiera al Banco Central la eficaz
vigilancia e la solvencia y el control de las entidades bancarias e hiciera
posible una política preventiva de saneamiento financiero que pudiera haber
atenuado los efectos de la crisis.
Este
libro se publico en 1988 y desde luego sin conocer el origen, podría ser en la
mayoría de su argumento, un reflejo fiel de lo que nos está pasando. Corrobora
completamente lo expuesto por Galbraith en la entrada del 8 de mayo titulada
Euforia Financiera (V) y anteriores (I a IV); dice este autor que, la falta de memoria de los agentes es
condición indispensable para repetir una y otra vez los mismos errores, dado
que el olvido (lo cifra en 20 años) hace posible “más de lo mismo”. Lo malo es
que la repetición tiene carácter incremental.
Me
llama la atención, como la intención de prolongar situaciones poco sostenibles,
hace que se comentan irregularidades en ese último intento por continuar
sosteniendo el “castillo de naipes” de la ventolera que se aproxima. No tienen
ningún empacho los Administradores en demorar el reconocimiento de las
circunstancias desfavorables, aun a riesgo de tornarlas mucho mas insostenibles
y tanto me da en estas circunstancias que sea por dejación, ignorancia o a
sabiendas. Momento oportuno para que vayan surgiendo esas practicas espurias llamadas
“ingenierías financieras”, que con el marchamo de brillante operativa, no son
en muchas ocasiones, mas que chapuzas urdidas en el “sálvese quien pueda”.
Lo
lamentable es que estas circunstancias solo agravan la delicada situación y
demoran la puesta en marcha de acciones correctoras más efectivas. En un
desaguisado de este estilo, lo primordial es actuar a tiempo y con rapidez,
dudar y “tirar balones hacia delante” es la peor decisión, no evitará los
acontecimientos que se avecinan y por el contrario debilitará mucho más la
institución.
Lo
peor que le puede suceder a una Entidad Financiera es transmitir desconfianza a
sus depositantes. Ganar la confianza cuesta mucho tiempo, acierto y esfuerzo y
se pierde en un segundo, un paso en falso y el mal ya está hecho “for ever”. No
son nada efectivas entonces,
declaraciones “grandilocuentes” a posteriori, que tratan de restituir con la
palabra lo que los hechos pregonan por doquier. La transparencia, que es
siempre una cualidad indispensable de los buenos negociantes (excluir
especuladores, arribistas y trepas), no
puede vulnerarse nunca. Cualquier trama por oscura que sea, acabará aflorando y
suponiendo que los Administradores soslayen su responsabilidad, el negocio
quedará completamente resquebrajado.
Lástima
que algunos negocios acaben siendo víctimas de sus gestores, tanto si las
acciones perversas son deliberadas o casuales. Quienes gobiernan las empresas y
en especial las entidades financieras – que en definitiva no son más que
franquicias – tienen absoluta obligación de respetar a sus accionistas y
clientes. Quienes imbuyéndose una delegación de facultades omnímoda, actúan
como si estuvieran en el seno de una propiedad suya y conculcan los principios
de una Administración eficiente y leal, poniendo en peligro su supervivencia por
error, ambición o egolatría; deben de responder y explicar sus actuaciones y
quienes los promovieron para estos cargos tan relevantes deben de aprestarse a
exigirlo; si entienden bien – cuando son políticos - que sus actuaciones son
delegación de los votantes y éstos
quieren saber verdades.
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