Dice
Paul Krugman en su libro “¡Acabad ya con
esta crisis”: “Cuando nos preguntamos por qué los responsables de establecer
nuestras políticas activas fueron tan
ciegos a los riesgos de la desregulación financiera – y, desde 2008, por qué tampoco han visto los riesgos de dar una
respuesta inadecuada a la depresión económica -, es difícil no recordar la
famosa frase de Upton Sinclair: “Es difícil conseguir que un hombre comprenda
algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda”. El dinero compra
influencia; mucho dinero compra mucha influencia; y las políticas que nos han
llevado hasta donde estamos, aunque nunca han hecho demasiado por la mayoría de
la gente, en cambio sí han funcionado muy bien (al menos durante un tiempo)
para unas pocas personas situadas en lo más alto.”
Es
decir, si no entiendo mal la frase de Upton Sinclair, para que esas gentes de
los mercados nos hagan la “pascua”, hace falta que una colección de “sesudos” y
quizás también prestigiosos entendidos en materia económica, hagan la “vista
gorda” e incluso miren hacia otro lado; porque parece resultar, que cuanto más
profunda es la crisis, más ganan ellos
(los mercados).
De
ese postulado, se desprende, que aún suponiendo que las medidas económicas, que
se van tomando; en un análisis no sesgado, resultasen claramente poco
alentadoras de dar solución a nuestros problemas, algunos (que pienso yo, serán
mayoritarios), rebuscan argumentos y justifican las medidas, no por ignorancia
– que siempre es disculpable – sino por “compromiso inquebrantable” con el
poder económico. Como ya comenté en mi entrada del 20 de Junio, Krugman escribe
en clave americana, pero deduzco, que a nosotros también se puede aplicar casi
todo lo que dice, salvando las distancias, desde luego.
Hay
por tanto claras recompensas en puestos relevantes de este entramado
financiero, con retribuciones y prebendas fuera de lo común, para aquellos que
cuanto menos por “omisión”, transigen con las medidas económicas y adoptan
posiciones tolerantes y nada críticas; “guardan lo ropa” para evitar ser
señalados como impulsores de estas acciones, que saben con claridad que no
redimirán a la mayoría, pero enriquecerán de modo inaudito a unos pocos - si lo
estas pensando bien -, los pocos de siempre. Parafraseando a Krugman “… es
difícil ver la diferencia entre lo que creen “de verdad” y lo que les pagan por
creer.”
Puestas
así las cosas, lo tenemos muy crudo, porque “los mercados”, no tienen cara ni
ojos, no podemos saber quien son, no tenemos la certeza de sus intenciones
–apretar el cuello sin asfixiar, porque un asfixiado no necesita préstamos -,
no sabemos cuantos son y por tanto no podemos calibrar el grado de
enriquecimiento que llevan, ni tratar de ponderar cuando están satisfechos con
las ganancias; se sustituyen, es decir, cuando uno ya está bien “forrado” y se
retira, lo releva el siguiente – como las truchas en la corriente del río, en
fila esperando la desaparición de la de delante, para ocupar su sitio -, y este
hecho no es nada favorable, porque el recién llegado, tiene mucha más avidez,
que el que sale… por lo del riesgo… ya sabéis.
Recordemos
que en el capítulo sexto del Apocalipsis, describe que Dios sostiene en la mano
un pergamino cerrado con siete sellos. Jesús abre los cuatro primeros
apareciendo cuatro jinetes que montan sendos caballos: blanco, rojo negro y
bayo. La interpretación es que representan la victoria, la guerra, el hambre y
la muerte (peste); habiendo recibido muchas interpretaciones en nuestra cultura
occidental. Los tres últimos jinetes vienen representando las fuerzas del mal.
Hay interpretaciones también, para los otros sellos, pero en una “traducción
libre”, trasladado a época actual, el quinto sello ¿no serían los mercados?.
N.B. Upton Beall Sinclair
(1878-1968). Novelista y dramaturgo.
Premio Pulitzer. Escribió La jungla (The jungle) en 1906.
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