jueves, 31 de mayo de 2012

Malas noticias (II)




Dice Guillén de Castro en su obra de teatro “Las Mocedades del Cid”:

“Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla.”


Vaya, vaya… este Guillén parece premonitorio, sobre todo porque ya intuía que cuando un “currito” se equivoca, yerra; pero cuando eso le sucede a un “principal”, es decir a un capitoste de entidad financiera u otra… lo que hace es que “acierta mal”. Que sufrido es el lenguaje y que sutiles las palabras.

Los datos no tienen ninguna responsabilidad, son los resultados prácticos de las estrategias y objetivos en el seno de la empresa, quienes los propician. Las  acciones u omisiones de los directivos, son los verdaderos protagonistas del fiasco. Emplear “maquillaje”, para suavizar el fracaso parcial o total, es caminar por el “filo de la navaja” descalzo y pretender no cortarse. Las cosas en el seno de la empresa siempre son como son y no pueden ser cambiadas con exhibiciones  oratorias de altura o maniobras de distracción impropias de buenos gestores. Demorar siempre es perder más.

Estamos llenos de acontecimientos económicos muy relevantes, en donde todo el mundo parece extraordinariamente sorprendido y mira hacia otro lado a ver si de este modo despista y el asunto pasa de puntillas y él sale indemne. Demasiado tarde, la herida que no se cura a tiempo, se infecta y deviene en muchas ocasiones en una septicemia. Salvo que las “septicemias” son para los demás, ellos parecen “vacunados” contra todo y habitualmente salen indemnes y con uno o dos “riñones” bien forrados.


Vivimos cada día  sobresaltos mayores, me refiero a quienes no desenvolvemos nuestras actividades en esos salones nutridos de cuellos blancos, chaquetas cruzadas azul marino y corbatas de marca. Me refiero, a quienes confiamos - no se por qué- en los gestores habitualmente ubicados en grandes despachos de edificios deslumbrantes y depositamos allí nuestros ahorros, para recibir exiguos intereses y propiciar de modo indirecto el “monopoly” al que se dedican algunos de esos altos cargos con el dinero de los demás.

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