Dice
Eugen Drewermann en su libro “Lo esencial
es invisible. El Principito de Saint-Exupèry: una interpretación
psicoanalítica”: “Desierto en el lenguaje de Saint-Exupèry significa
primeramente “desierto de hombres”; no es un punto en el espacio, sino una
situación de absurdo, de sequedad del alma, de acumulación de nada y naderías…
En consecuencia, se trataría de hacer
que los hombres sintiesen el desierto de sus vidas con la mayor
intensidad posible, hasta que despertase en ellos de nuevo la energía del
anhelo y se resquebrajase el recubrimiento del sobreconsumo y de la asfixia del
corazón. Entonces, ir a la fuente es más importante que beber, pues sus
privaciones otorgan al agua su verdadero valor y, a su vez, la “fuente” otorga
al “desierto” su secreto y su belleza. Para Saint-Exupèy está claro que los
hombres no solo quieren saber de que viven, sino que – mucho más importante que
esto -, para querer vivir, necesitan sin falta saber que están aquí, y ese fin
de sus vidas no es nunca una cosa, sino el sentido que da la cohesión de las
cosas, algo invisible que solo puede verse con “los ojos del corazón”.”
Para
superar el mundo aparente en el que vivimos, es absolutamente imprescindible,
reencontrarse con uno mismo, en un ejercicio de soledad y despojado de todos
esos superfluos atributos de los que nos investimos y que sin darnos cuenta, son una
pesada carga, que no nos deja desenvolvernos con sinceridad; para con nosotros
mismos y para con los demás.
Nos
hemos conformado en representar con
brillantez un papel de “triunfadores”, y nos hemos ungido de cierta soberbia
por las posiciones ganadas, sin darnos cuenta, de que cuanto más alto hemos
subido, en el momento que nos “despojen” de esos signos evidentes de
“preponderancia”, más solos nos quedaremos. Porque ya no sabemos ser quienes
somos en realidad, a fuerza de tantos “ensayos” para representar el personaje,
que se nos demanda, hemos olvidado el auténtico. No sabemos vivir, solo sabemos
– por cuenta de otros - representar que vivimos.
Realmente
estamos en nuestro particular desierto, rodeados de “nadas y naderías” y
acabamos no sabiendo que hacer con tanta abundancia de sufercialidades. Pero sin
embargo no es demasiado tarde, de ahí la
metáfora de Saint-Exupèry, dando relevancia a “ir a la fuente”, es decir en
nuestro lenguaje llano, buscar nuestros orígenes y paliar esa sequedad interna
que nos viene atenazando y de la que no podemos desprendernos, más por cobardía
que por ignorancia.
Dar
sentido a nuestras vidas, se torna relevante. Libres de ataduras espurias
impuestas por las servidumbres de nuestros respectivos trabajos, necesitamos
con urgencia volver a tender los “puentes”, para reencontrarnos de nuevo. Tarea
encomiable, pero no exenta de dificultades, “muchos” ya no están, “otros” ya no
nos conocen ni nosotros los conocemos y queda realmente poco de lo mucho que
teníamos; pero necesitamos una reactivación, cargada de buenas intenciones y
desprovista de grandilocuencias, para tornar al origen y recobrar, de nuevo, nuestro verdadero sentido.
Hay
que volver a fijarse en la belleza, no como cualidad objetiva, sino como
actitud interna hacia las cosas. Otorgar valor con el corazón y no con el
cerebro. Dejar en definitiva de ser supeficiales y cultivar la amistad exenta
de interés.
Como
dice Drewermann: “no se puede comprar la
estimación, la ternura, la presencia de ensueño de una persona amada. Pero paso
a paso, se puede aprender el lenguaje de sus ojos, la expresión de su boca y
los gestos de sus manos…” ¿a qué esperamos?.
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