domingo, 27 de mayo de 2012

Desierto



Dice Eugen Drewermann en su libro “Lo esencial es invisible. El Principito de Saint-Exupèry: una interpretación psicoanalítica”: “Desierto en el lenguaje de Saint-Exupèry significa primeramente “desierto de hombres”; no es un punto en el espacio, sino una situación de absurdo, de sequedad del alma, de acumulación de nada y naderías…
En consecuencia, se trataría de hacer que los hombres sintiesen el desierto de sus vidas con la mayor intensidad posible, hasta que despertase en ellos de nuevo la energía del anhelo y se resquebrajase el recubrimiento del sobreconsumo y de la asfixia del corazón. Entonces, ir a la fuente es más importante que beber, pues sus privaciones otorgan al agua su verdadero valor y, a su vez, la “fuente” otorga al “desierto” su secreto y su belleza. Para Saint-Exupèy está claro que los hombres no solo quieren saber de que viven, sino que – mucho más importante que esto -, para querer vivir, necesitan sin falta saber que están aquí, y ese fin de sus vidas no es nunca una cosa, sino el sentido que da la cohesión de las cosas, algo invisible que solo puede verse con “los ojos del corazón”.”

Para superar el mundo aparente en el que vivimos, es absolutamente imprescindible, reencontrarse con uno mismo, en un ejercicio de soledad y despojado de todos esos superfluos atributos de los que nos investimos y que sin darnos cuenta, son una pesada carga, que no nos deja desenvolvernos con sinceridad; para con nosotros mismos y para con los demás.

Nos hemos conformado en  representar con brillantez un papel de “triunfadores”, y nos hemos ungido de cierta soberbia por las posiciones ganadas, sin darnos cuenta, de que cuanto más alto hemos subido, en el momento que nos “despojen” de esos signos evidentes de “preponderancia”, más solos nos quedaremos. Porque ya no sabemos ser quienes somos en realidad, a fuerza de tantos “ensayos” para representar el personaje, que se nos demanda, hemos olvidado el auténtico. No sabemos vivir, solo sabemos – por cuenta de otros - representar que vivimos.

Realmente estamos en nuestro particular desierto, rodeados de “nadas y naderías” y acabamos no sabiendo que hacer con tanta abundancia de sufercialidades. Pero sin embargo no es demasiado tarde, de ahí  la metáfora de Saint-Exupèry, dando relevancia a “ir a la fuente”, es decir en nuestro lenguaje llano, buscar nuestros orígenes y paliar esa sequedad interna que nos viene atenazando y de la que no podemos desprendernos, más por cobardía que por ignorancia.

Dar sentido a nuestras vidas, se torna relevante. Libres de ataduras espurias impuestas por las servidumbres de nuestros respectivos trabajos, necesitamos con urgencia volver a tender los “puentes”, para reencontrarnos de nuevo. Tarea encomiable, pero no exenta de dificultades, “muchos” ya no están, “otros” ya no nos conocen ni nosotros los conocemos y queda realmente poco de lo mucho que teníamos; pero necesitamos una reactivación, cargada de buenas intenciones y desprovista de grandilocuencias, para tornar al origen y recobrar, de nuevo,  nuestro verdadero sentido.

Hay que volver a fijarse en la belleza, no como cualidad objetiva, sino como actitud interna hacia las cosas. Otorgar valor con el corazón y no con el cerebro. Dejar en definitiva de ser supeficiales y cultivar la amistad exenta de interés.

Como dice Drewermann: “no se puede comprar la estimación, la ternura, la presencia de ensueño de una persona amada. Pero paso a paso, se puede aprender el lenguaje de sus ojos, la expresión de su boca y los gestos de sus manos…” ¿a qué esperamos?.

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