sábado, 5 de mayo de 2012

Euforia Financiera (II)



Dice John Kenneth Galbraith, en su libro “Breve historia de la Euforia Financiera”: “… En un mundo en el que para muchos la adquisición de dinero resulta difícil, y las sumas a las que se acceden son a todas luces insuficientes, la posesión de dinero en elevadas cantidades parece un milagro. Así pues, esa posesión debe asociarse a algún genio especial. Esta visión se ve reforzada por el aire de confianza en sí mismo y de autosatisfacción que acostumbra a asumir la persona opulenta. En ningún caso queda tan ruda y abruptamente de manifiesto la inferioridad mental del lego como cuando le dicen: “Me temo que, sencillamente, usted no entiende de finanzas.”En realidad, semejante reverencialismo por la posesión de dinero indica una vez más la cortedad de memoria, la ignorancia de la historia y la consecuente propensión, a la que acabo de referirme, a caer en el engaño tanto en la esfera personal como en la colectiva. Tener dinero puede significar, en el pasado y en el presente, que la persona se muestra neciamente insensible a los imperativos legales y, en los tiempos modernos, que acaso sea un potencial interno de una cárcel de mínima seguridad. O tal vez el dinero provenga de una herencia, y es notorio que la agudeza mental no se transmite de manera significativa del progenitor al vástago… Fortuna y supuesta competencia en asuntos financieros acostumbran excluirse.”

Cualquier episodio especulativo, despierta la “conciencia” de quienes por su propia actividad no se dedican a ello. Los mensajes de rendimientos a corto plazo o posteriores plusvalías en la venta, promueven junto con el "boca-boca" consiguiente, una tendencia creciente de inversores no habituales, que buscan alcanzar el “nirvana” financiero en tan corto plazo. Sin percatarse de que este singular ejercicio de “prestidigitación” propuesto, también lo consolidan ellos con su demanda, al reclamo de la ganancia fácil. Nadie pondera entonces que invertirá recursos conseguidos en mucho tiempo y con elevado esfuerzo, por una seudo-promesa del  mercado de mayor precio futuro, o que peor aún, tomará compromisos de deuda para una buena parte de su vida.

En el fondo queremos ser como esos modelos estereotipados, que exhiben su poder de modo explícito y que aparentan sin recato su evidente posibilidad de comprar casi todo. Están siempre rodeados, además, de  una ingente cantidad de objetos, signos evidentes de “prestigio social” y que se acaparan, mucho más que por la utilidad que aportan, por el “status” que confieren a sus poseedores. Quienes basan su éxito o prestigio en estos atributos, acaban siendo seguidores de la “nada” y esclavos de lo fatuo.

Lo peor no es este desmedido apetito en poseer – fruto de la emulación -, lo peor es que comprometen lo que tienen y lo que tendrán, en ese esfuerzo estéril. Como consecuencia de ello son presas fáciles de los “voceadores” de las enormes oportunidades de acumulación, que existen en la especulación de turno. Sin pensarlo mucho, imponen su deseo a la cordura y se embarcan en acciones difíciles de asumir, si se analizan desde planteamientos lógicos, por muy “lego” que uno sea en temas económicos.

Caen en el engaño que se tienden a sí mismos y acaban siendo prisioneros de su ambición. Con sus acciones consolidan las posiciones de los “poderosos”, incrementando el precio en el juego especulativo incipiente y les permiten salirse – ganando mucho – y dejándolos dentro de esa burbuja. Lo malo es que como dice el autor, la memoria es escasa y por tanto transcurridos unos años la ruleta comenzará de nuevo a rodar. Curiosamente promovida por los mismos de siempre.

De la lectura del post anterior, me ha llegado una anécdota de un familiar muy allegado, que dice tal cual: “Entrevistado un adinerado personaje, sobre su vida y negocios,  en una de sus explicaciones al periodista, le dijo: ¿sabe cuál es la diferencia entre mi chofer y yo? y  se respondió a sí mismo: que cuando él compra yo vendo…

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