Dice
John Kenneth Galbraith, en su libro “Breve
historia de la Euforia Financiera”: “… En un mundo en el que para muchos la
adquisición de dinero resulta difícil, y las sumas a las que se acceden son a
todas luces insuficientes, la posesión de dinero en elevadas cantidades parece
un milagro. Así pues, esa posesión debe asociarse a algún genio especial. Esta
visión se ve reforzada por el aire de confianza en sí mismo y de
autosatisfacción que acostumbra a asumir la persona opulenta. En ningún caso
queda tan ruda y abruptamente de manifiesto la inferioridad mental del lego
como cuando le dicen: “Me temo que, sencillamente, usted no entiende de
finanzas.”En realidad, semejante reverencialismo por la posesión de dinero
indica una vez más la cortedad de memoria, la ignorancia de la historia y la
consecuente propensión, a la que acabo de referirme, a caer en el engaño tanto
en la esfera personal como en la colectiva. Tener dinero puede significar, en el
pasado y en el presente, que la persona se muestra neciamente insensible a los
imperativos legales y, en los tiempos modernos, que acaso sea un potencial
interno de una cárcel de mínima seguridad. O tal vez el dinero provenga de una
herencia, y es notorio que la agudeza mental no se transmite de manera
significativa del progenitor al vástago… Fortuna y supuesta competencia en
asuntos financieros acostumbran excluirse.”
Cualquier
episodio especulativo, despierta la “conciencia” de quienes por su propia actividad
no se dedican a ello. Los mensajes de rendimientos a corto plazo o posteriores
plusvalías en la venta, promueven junto con el "boca-boca" consiguiente, una
tendencia creciente de inversores no habituales, que buscan alcanzar el
“nirvana” financiero en tan corto plazo. Sin percatarse de que este singular
ejercicio de “prestidigitación” propuesto, también lo consolidan ellos con su
demanda, al reclamo de la ganancia fácil. Nadie pondera entonces que invertirá
recursos conseguidos en mucho tiempo y con elevado esfuerzo, por una
seudo-promesa del mercado de mayor
precio futuro, o que peor aún, tomará compromisos de deuda para una buena parte
de su vida.
En
el fondo queremos ser como esos modelos estereotipados, que exhiben su poder de
modo explícito y que aparentan sin recato su evidente posibilidad de comprar
casi todo. Están siempre rodeados, además, de
una ingente cantidad de objetos, signos evidentes de “prestigio social”
y que se acaparan, mucho más que por la utilidad que aportan, por el “status”
que confieren a sus poseedores. Quienes basan su éxito o prestigio en estos
atributos, acaban siendo seguidores de la “nada” y esclavos de lo fatuo.
Lo
peor no es este desmedido apetito en poseer – fruto de la emulación -, lo peor
es que comprometen lo que tienen y lo que tendrán, en ese esfuerzo estéril.
Como consecuencia de ello son presas fáciles de los “voceadores” de las enormes
oportunidades de acumulación, que existen en la especulación de turno. Sin
pensarlo mucho, imponen su deseo a la cordura y se embarcan en acciones
difíciles de asumir, si se analizan desde planteamientos lógicos, por muy
“lego” que uno sea en temas económicos.
Caen
en el engaño que se tienden a sí mismos y acaban siendo prisioneros de su
ambición. Con sus acciones consolidan las posiciones de los “poderosos”,
incrementando el precio en el juego especulativo incipiente y les permiten
salirse – ganando mucho – y dejándolos dentro de esa burbuja. Lo malo es que
como dice el autor, la memoria es escasa y por tanto transcurridos unos años la
ruleta comenzará de nuevo a rodar. Curiosamente promovida por los mismos de
siempre.
De
la lectura del post anterior, me ha llegado una anécdota de un familiar muy
allegado, que dice tal cual: “Entrevistado un adinerado personaje, sobre su vida
y negocios, en una de sus explicaciones
al periodista, le dijo: ¿sabe cuál es la diferencia entre mi chofer y yo? y se respondió a sí mismo: que cuando él compra
yo vendo…
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