jueves, 19 de abril de 2012

Winners y Losers


Dice Alfonso López Caballero en su libro “El arte de no complicarse la vida”: “Es evidente que nuestra sociedad está tocada del ala. No hace falta ser un Einstein para darse cuenta de que esta civilización es como una gran ballena herida de muerte. Y dentro del complejo síndrome patológico de nuestro cetáceo, uno de los síntomas que arrastran tras de sí más funestas consecuencias es la “dinámica del éxito”.
La clave de la vida  no radica, por lo visto en ser feliz, sino en triunfar, aunque conseguir el triunfo – un triunfo medio qué – te cueste dos úlceras, un marcapasos, la adicción a la coca y una neurosis de caballo. Lo importante no es correr y disfrutar de la carrera, sino correr a presión para llegar el primero.
Siguiendo la pauta impuesta por el “american way of life”, el mundo se divide en dos categorías: “winners y losers”, ganadores y perdedores. Y según esta filosofía, la máxima desgracia para un hombre de hoy es ser un “loser”.
Si se piensa despacio, por un lado el sistema consumista en el que estamos inmersos no educa para la frustración y por otro lado el mismo sistema provoca una serie interminable de frustraciones.
Frente a esa cultura que promueve el hedonismo, la ostentación y la acumulación como valores dominantes, la educación – tanto familiar como escolar – lo tiene muy difícil para desarrollar valores como la responsabilidad, la reflexión, el esfuerzo del conocimiento científico y el análisis riguroso, el compromiso en la búsqueda de la verdad, la austeridad y la solidaridad”.

Ganadores o perdedores, esa es la cuestión de fondo, pero con un concepto de ganar o perder ajeno a nosotros mismos, como una culminación de los parámetros  de una sociedad, que no sabe muy bien a donde va, pero que corre tanto como si llegara tarde. Abdicar del reconocimiento propio, estar absolutamente pendiente del de otros, es entrar en un laberinto de difícil salida; además lo peor no es eso, lo verdaderamente detestable es que nos “metemos” presión, por las opiniones ajenas.

Diferenciar entre lo necesario y lo superfluo, habiendo hecho un análisis exento de mediatización, no es complicado; pero pretender organizar nuestra escala de valores en función de opiniones ajenas, asumiéndolas  porque presuponemos que son mayoritariamente aceptadas e impuestas por las costumbres de la sociedad que nos rodea; es un absurdo y nos comportará desequilibrios dificilmente soslayables.

Vivir con arreglo a nuestra escala de valores – claramente racionales - , sean o no coincidente con los que preconiza la sociedad, solo nos reportará satisfacción y felicidad; que claramente es de lo que se trata en este mundo. Lo demás son “paparruchas”. Buscar la necesidad imperiosa de sobresalir y hacer de ello el objetivo principal  al que dedicar nuestros esfuerzos, desvirtúa de tal modo nuestro quehacer diario, que acaba sumiéndonos en la melancolía. No es  la falta de lo necesario, lo que nos inquieta; lamentablemente es todo un conglomerado de vaciedades, lo que nos produce profunda inquietud y acrecienta nuestra ansiedad, como si estuviéramos sumidos en el caos; porque esa anhelada preeminencia, nunca es suficiente, siempre hay un mas allá. Es una carrera  sin fin hacia la “nada”.

Alcanzar el éxito… ¿el éxito en qué?, o mejor ¿qué éxito?... el del ansioso trepador que se abre el paso a codazos y zancadillas simultaneando su posición “reverencial” ante sus superiores. No gracias… Alcanzar el éxito interno, del que se esfuerza según su capacidad, sin forzar la marcha; estando satisfecho con el camino recorrido; aprendiendo de los errores asumiéndolos y tendiendo la mano en son de paz a los demás. Si quiero…

Dice Facundo Cabral en una de sus canciones: “… al que quería ser primero para ocultarse vaya usted a saber de que…”

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