jueves, 5 de abril de 2012

¿Invertir o derrochar?


Dice Victoria Camps en su libro “Virtudes Públicas”: “Cuando las creencias flaquean, nos quedan las actitudes. La inseguridad de los contenidos desvía la mirada hacia las formas y los procedimientos. Más que los actos en si mismos, nos cautivan las maneras de hacer o de estar. Perdonamos la transgresión de las normas, pero no la incompetencia o la falta de sensibilidad. Pues la ética es, sin duda, derecho y voluntad de justicia, pero también es el arte aprendido día a día. Vivimos en un mundo plural, sin ideologías sólidas y potentes, en sociedades abiertas y secularizadas, instaladas en el liberalismo económico y político. El consumo es nuestra forma de vida. Desconfiamos de los grandes ideales porque estamos asistiendo a la extinción y fracaso de la utopía mas reciente. Nos sentimos como de vuelta de muchas cosas, pero estamos confusos y desorientados, y nos sacude la urgencia y la obligación de emprender algún proyecto común que dé sentido al presente y oriente el futuro. Hemos conquistado el refugio de la privacidad y unos derechos individuales, pero echamos de menos una vida pública más aceptable y más digna de crédito…

Quererse a sí mismo y no privarse de nada es el fin inmediato e indiscutible de la existencia. La verdad o la razón no la tiene nadie, si bien los económicamente poderosos actúan como si la tuvieran y se erigen en modelos del resto del mundo…

Tal vez no sepamos con certeza hacia dónde hay que ir, pero sí sabemos qué es lo que no nos gusta y lo que no debería tolerarse ni permitirse”.

Quienes detentan los poderes públicos, han aprendido muy bien a “guardar las formas”, para intentar atraparnos de modo firme, ya que no pueden transmitir argumentos que nos “enganchen”. Hace ya años, que la dicotomía entre lo que pensamos muchos ciudadanos y lo que hacen los que gobiernan, está a una distancia que podría llamarse “espacial”. A fuerza de estar en sus poltronas y desenvolverse dentro de sus suntuosos despachos, la realidad de lo cotidiano les queda lejos. Ignoran lo sustancial y prefieren quedarse en la superficialidad de quienes están en posesión de la verdad de los asuntos.

No quiero decir con esto que la administración este invadida por una “parálisis” de acción, no; más bien lo que intento significar es que las opciones se canalizan hacia aquellos proyectos, que son mas espectaculares o llaman mas la atención (formas y procedimientos); pero que en algunas ocasiones no coinciden con las necesidades reales. Es imposible conocer las necesidades, si el contacto directo con la “calle” es poco frecuente, una vez instalados en el poder, absorbidos por tantos asuntos de interés seudo-preferente.

Vivimos una extraordinaria confusión, como hemos podido pertrecharnos de tanto monumento a la “vanidad”, cuando nuestra posición económica era tan precaria. Estas acciones “grandilocuentes, no han podido erigirse en proyectos de interés común, que nos hayan cohesionado, porque son solo el resultado de la imperiosa necesidad de sentirse mas “grandes”, con obras públicas de elevado coste y lamentablemente de escasa utilidad. Son como faraones del siglo XXI, empeñados en “dilapidar” recursos, aplicándolos a iniciativas que no satisfacen necesidades, sino que colman el ego de quien las promueve.

Cuanto mas poderosos, mas imbuidos se creen en la posesión de su “razón”, quienes discrepamos somos recalcitrantes insatisfechos, forjados en la visión negativa y atrapados por el derrotismo. Pero desde nuestro punto de vista (sea cual sea), seguimos sin entender de que nos sirven tantas “alharacas” si para compensarlas hay que arrancar unos euros a casi todos, de modo real o cercenar prestaciones establecidas; eso sí, poco a poco, para que nos vayamos acostumbrando y no nos percatemos mucho del atropello.

Quienes malgastan su patrimonio de modo individual corren riesgos que no afectan a los demás, salvo a sus herederos y/o dependientes y a éstos también los protege la justicia. Pero quienes lo hacen con los caudales públicos, impiden a todos mantener la confortabilidad social de los servicios adquiridos, sufragados con los impuestos (aunque no de todos, algunos contribuyeron mucho menos y ahora se les ayudará a ponerse al día, de forma poco onerosa). No son suyos estos caudales públicos, son de todos. Y si lo hacen tomando créditos, las deudas las contraen ellos, pero poco a poco ya las pagaremos entre todos. Con mucha mayor ignominia si en estos actos puede identificarse aplicaciones de fondos espurias, fruto de la desmedida ambición, inconsciencia e irresponsabilidad, de quienes han antepuesto su enriquecimiento o el de sus afines, en detrimento de todos y que ojala pueda reprimirlas adecuadamente la justicia.

Para aplicar y disponer del dinero de todos, hace falta mucha más cordura y prudencia, que para hacerlo del propio.

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