Dice Gustavo Le Bon en su
libro “Psicología de las multitudes”:
“Fácilmente se comprueba en qué alta medida difiere el individuo integrado a
una multitud del individuo aislado. Lo que ya resulta más arduo es descubrir
las causas de tal diferencia. Para llegar, por lo menos, a entreverlas es preciso recordar, ante todo, la observación
realizada por la psicología moderna de que no
sólo en la vida orgánica, sino también el funcionamiento de la
inteligencia desempeñan los fenómenos inconscientes un papel preponderante. La
vida consciente del espíritu se nos muestra muy limitada al lado de la
inconsciente. El analítico mas sutil, el más penetrante observador, no llega
nunca a descubrir sino una mínima parte de los móviles inconscientes que les
guían. Nuestros actos conscientes se derivan de un sustrato inconsciente
formado, en su mayor parte, por influencias hereditarias. Este substrato
entraña innumerables residuos ancestrales que constituyen el alma de la raza.
Detrás de las causas confesadas de nuestros actos existen causas secretas
ignoradas por todos. La mayor parte de nuestros actos cotidianos son efecto de
móviles ocultos que escapan a nuestro conocimiento”.
Parece pues, que es el
inconsciente el que manda y lo hace del modo más opaco, es decir, sin que se
perciba con claridad. También parece, que nuestros comportamientos cotidianos
llevan una pesada carga ancestral, es decir, no son tan espontáneos. Finalmente parece que el consciente está
mucho mas limitado que el inconsciente.
Con estas tres premisas,
posiblemente tengamos más claro, algunos de nuestros comportamientos y
posiblemente también seamos capaces de interpretar los de los demás con mucha
mayor serenidad. Las reacciones no son sólo fruto de los comportamientos
sobrevenidos en el marco de las circunstancias que acontecen, son también
posicionamientos previos condicionantes, inducidos por la educación, la
cultura, el país de residencia, etc., y además, según parece, tienen mucho mayor
peso en nuestra actuación de lo que creemos.
Parece también, que no tenemos reacciones similares cuando
estamos solos o cuando nos encontramos en grupo. Los grupos condicionan y
marcan las respuestas, de modo tal, que uno se siente mucho mas satisfecho
consigo mismo, cuando su actuación es mayoritariamente respaldada o mejor
dicho, cuando la respuesta se adapta muy fielmente a la idiosincrasia del
entorno.
En multitud, el deseo debe
de ser satisfecho con carácter inmediato y en a realización no puede plantear
aplazamiento alguno. Es evidente que transmite la masa al individuo ese “inútil”
planteamiento de ver cumplidas las peticiones de modo instantáneo, sea cual sea
el fundamento o la complejidad de las mismas. En estos términos, revestidos de
la protección grupal, nuestro subconsciente influye de modo “ancestral” y de
modo inapropiado soslaya la posición real (consciente), generando posturas poco
acordes con las circunstancias posibles.
Planteadas así las cosas,
no es de extrañar, que en muchas ocasiones no nos reconozcamos en nuestra forma
de proceder. Cuando las respuestas a los acontecimientos cotidianos son
absolutamente desproporcionadas, tanto en acción como en omisión, nos sorprende
en nuestro análisis retrospectivo, que hayamos sido capaces de
actuar de ese modo; seguramente por lo poco que tenemos en cuenta a
nuestro subconsciente y nuestros condicionantes grupales.
No estaría nada mal, en
nuestra vida diaria, tratar de identificar esos mensajes subliminales que
recibimos internamente y que nos condicionan en decisiones, acciones u
omisiones, y que a tenor de lo que expone Le Bon, tanto peso tienen sobre nuestras
conductas. Como él dice: “la noción de lo
imposible no existe para el individuo que forma parte de una multitud”.
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