miércoles, 11 de abril de 2012

Inepcia



Dice Aurelio Arteta en su libro “Tantos tontos tópicos”: “En tono entre realista y descreído, no faltaran entonces quienes tercien con que “tenemos los políticos que nos merecemos”.Y se presupone: mediocres. Es un modo oblicuo de confesar por fin que somos de una pasta parecida y que no vale la hipocresía de culparles en exclusiva de unos pecados que los demás seguramente también cometeríamos en su lugar. Eso sonaría muy bien, si no fuera porque al mismo tiempo tan humilde reconocimiento viene a sugerir que nadie exija nada de los hombres públicos ni de los ciudadanos de a pie, porque unos y otros somos lo que somos; así que menos quejas y a conformarse con lo que hay. El tópico justifica a la vez la baja calidad del político y la desidia del ciudadano.

Pero el caso es que, cuando elegimos a los políticos y los destacamos así sobre los ciudadanos corrientes, no es para que reproduzcamos en el foro público nuestro conformismo y mediocridad, sino para que representen nuestras más dignas aspiraciones. En un régimen democrático debemos hacernos merecedores de más de lo que tenemos, y eso significa que hemos de escoger políticos que sean mejores que nosotros”.

Me resisto a converger absolutamente con el criterio de Aurelio Arteta, pues aún asumiendo el mismo grado de mediocridad para los políticos y los llamados ciudadanos de a pie, la inepcia del político, tiene unas repercusiones mucho mas amplias y devastadoras, y si no, solo tenemos que observar las propuestas que se están promoviendo últimamente y las que se propondrán, para que los ciudadanos de a pie, renunciemos a beneficios sociales y otros, para equilibrar con ello desmanes y despilfarros.

El principal corolario es, pagar entre todos, lo que se ha forjado por la acción cuanto menos inconsciente de unos pocos, éstos que no asumen ninguna responsabilidad ni reconocen su error de modo explícito dejando sus “poltronas” libres. Porque los ciudadanos de a pie, cuando comentemos errores de planificación o desarrollo, lo pagamos bien pagado y aunque no dimitamos, los resultados los palpamos claramente (nos embargan el piso, pagamos recargos en los tributos, padecemos restricciones molestas, nos multan, etc., etc.).

No es necesario que nadie nos evidencie o critique nuestras acciones equivocadas, la propia vida ya se encarga de testimoniárnoslo día a día. Y es que ésta, es en mi opinión, la diferencia sustancial; emplear mal los caudales públicos disponibles, acumulando resultados de obras públicas innecesarias, que además no se usan ni son reciclables para otras actividades, no tiene ningún efecto práctico de molestia para quienes las promovieron, ellos siempre encontrarán un motivo o varios, suficientemente justificativos para evitar decir - aunque solo sea con la boca pequeña -, fue un error, lo sentimos.

Es verdad, los ciudadanos nos preocupamos poco de quienes son los que elegimos, si nos preguntasen al salir de las urnas, los nombres de cuatro o cinco de las personas que hemos votado, lamentablemente suspenderíamos (yo me incluyo), porque la forma de estructurar los comicios, ya nos resuelve estas dudas, nos dan una papeleta impresa en la que ni siquiera tenemos que escribir, solo doblarla, ensobrarla y depositarla… mínimo esfuerzo… pero también mínima efectividad posterior.

La dejadez nos lleva a resultados indeseados. Los resultados indeseados suelen tener consecuencias imprevisibles. Lo imprevisible es fruto de la falta de planificación efectiva. La falta de planificación suele ser consecuencia directa de la dejadez.

Nuestro “tren” hace tiempo que salió de la estación, ojala sepamos encauzar a los niños, que parafraseando a José Antonio Marina: “se puede alimentar su vuelo o truncarlo”.

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