martes, 17 de abril de 2012

Futuro


Dice Luis Rojas Marcos en su libro “Eres tu memoria”: “Cómo imaginamos el futuro depende en gran medida de cómo veamos el pasado. Por eso, las personas que no recuerdan el ayer tampoco sueñan con el mañana. El sentido que albergamos del mañana forma parte de nuestras señas de identidad y también se conserva en nuestra memoria autobiográfica. Sin apenas darnos cuenta, en cada momento evocamos lo que vamos a hacer más tarde, la próxima semana, el mes que viene o dentro de varios años. Planificamos nuestra carrera profesional, nuestro lugar de residencia y cómo viviremos cuando nos jubilemos. De hecho normalmente hablamos más de lo que vamos a hacer en el futuro que de lo que hicimos en el pasado.

Programar y grabar en la memoria nuestras actividades por adelantado nos permite cumplir con los compromisos que contraemos y perseguir los objetivos que nos proponemos a lo largo de la vida. Elaborar o preparar razonablemente proyectos de vida es ingrediente fundamental de nuestra tranquilidad, de nuestro equilibrio mental. Por eso, cuanto más incapaces nos sentimos de anticipar el mañana y más incierto nos parece nuestro porvenir o el de nuestros seres queridos, más espacio dejamos abierto para que la ansiedad nos invada y mine la confianza en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea”.

Planificar en nuestra vida implica estructurar internamente un compromiso e identificar la forma de cumplirlo. Son muchos los que piensan en el ámbito de la empresa, que planificar es querer adivinar el futuro y con esa excusa, se resisten al proceso presupustario y son detractores del mismo - se equivocan -, la idea de la planificación es mucho más amplia que la “adivinación”, es en principio un modo de establecer la posición que se desea alcanzar, con que medios se cuenta para este fin o en otro sentido de que hace falta pertrecharse para conseguirlo. Bajo esta premisa solo el esfuerzo en delimitarla ya es útil.

Igual que en las empresas, en nuestras vidas sin planificación no hay rumbo y aunque sea muy reconfortante deambular al albur, está claro que ésta no es la forma más idónea de aproximar las metas. Cuando las posiciones deseadas no se cumplen, si existe planificación previa, con el simple análisis de de lo sucedido (ver el pasado), se obtienen innumerables “pistas” para poder establecer nuevas acciones que nos hagan converger con el destino deseado.

De nada sirve lamentarnos de nuestro infortunio, cuando no se establecieron planes previos, porque fuimos nosotros mismos, quienes con nuestra dejadez los porpiciamos. La suerte es para el ámbito de los juegos de azar, en la vida cotidiana, la suerte es en un porcentaje muy elevado una acertada planificación. Para llegar a un destino, lo primero es identificarlo con claridad, tener la voluntad de alcanzarlo y ponderar si tenemos o podemos obtener los medios necesarios para cumplir el objetivo.

Esa especie de “tierra de nadie” en la que nos gusta instalarnos, atrapados por nuestra creencia en la recalcitrante mala suerte que tenemos, es en realidad una posición de mínimo esfuerzo, reforzada con una falta de voluntad para “empujar” hacia aquellos planes racionales, es decir exentos de excesiva imaginación y de voluntarismo estéril.

Como muy bien dice Rojas Marcos, en la medida que no ocupamos nuestro tiempo en planificar el mañana, mas nos instalamos en la ansiedad propia del vacío referencial; bajo este punto de vista, buena parte de nuestro pequeño o gran desequilibrio interno, lo provocamos al no emitir al cerebro órdenes claras de nuestras aspiraciones, reafirmando al mismo tiempo nuestra voluntad firme de alcanzarlas.

Quienes no pensamos en planificar el futuro, en base a un análisis exhaustivo de nuestro pasado, vivimos un presente impropio y no debemos lamentarnos cuando las cosas no salen como desearíamos, porque al no ejercitar adecuadamente la interiorización de los objetivos a obtener, le hemos hurtado a nuestra mente una de sus funciones mas esenciales, que es la planificación estratégica.

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