viernes, 27 de abril de 2012

La rutina


Dice Eugen Drewermann en su libro “Lo esencial es invisible. El principito de Saint-Exipery: una interpretación psicoanalítica”: “La miseria de todas las amistades puramente superficiales, de todas las invitaciones, de todos los matrimonios en los que el amor ya se extinguió, de todos los contactos sociales que sólo se dedican al prestigio y la carrera, en vez de interesarse por la persona del otro, proviene siempre de que la rutina con el tiempo los hace fracasar. Como si el tiempo fuese un mecanismo de relojería, cuyos engranajes con la precisión de sus leyes mecánicas se fuesen desgastando con cualquier entusiasmo, cualquier sorpresa, cualquier fantasía y alegría, se deshacen todas las relaciones humanas que están fuera del ámbito del amor, para convertirse en una pura colección de citas, “soirées”, “happenings”. Sólo el amor tiene la fuerza de no dejar que los encuentros de cada día se conviertan en rutina, sólo él puede guardar de que la habitación familiar mutua no se embote en algo trillado y manido, y sólo el salva de que la regularidad se haga rutina, de que la repetición constante se vacíe interiormente, de que los compromisos firmes se entorpezcan. Sólo el rejuvenece y crea de nuevo; deja el camino abierto a lo que todavía no se ha desarrollado, da forma a lo que espera ser formado, libera de la prisión a lo que yace encarcelado bajo el peso del miedo y de la culpa; da el don de una  curiosidad y alegría infinitas en la persona del otro”.

Casi me resulta cursi. Pero evidencia algo tan cotidiano como la rutina, el signo más característico de los tiempos actuales. Ese pesado lastre,  que llevamos todos con nosotros mismos y que tan taciturnos nos torna. La recalcitrante rutina cotidiana, nos sume en una forma de actuar autómata y llena nuestras horas de un devenir intrascendente y  vacuo, con una parsimonia repetitiva, capaz de aburrir a cualquiera.

Hacer lo mismo infinitas veces, de igual modo y en ocasiones a las mismas horas. Es como si la imaginación se  hubiera tomado un año sabático. Pasan los días tan mansamente formales  que somos incapaces de reaccionar. No ponemos empeño en recuperar algo de frescura y “chispa”, que cambie nuestro monótono devenir. Estos tiempos nos han hurtado nuestra espontaneidad cargada de sencillez y somos incapaces de trazar nuestro destino. Nos dejamos llevar por una corriente de bajo oleaje, que nos va moldeando en fieles seguidores  de “vaya usted a saber de qué”…

La singularidad está en decadencia, la sociedad nos vende siempre los “cromos repetidos”, quiere en su seno a ciudadanos acostumbrados a asumir calladamente un destino anodino, lleno de incertidumbres y cargado de mensajes pesimistas. Como si en esta vida no fuera ya necesaria la alegría y las ganas de vivir (con mayúscula); como si lo accesorio fuera vital y pudiera llenar  nuestra existencia con vaciedades y lo peor en este panorama son esos personajes de opereta y espabilados encantadores de serpientes, que tratan de sorbernos nuestro entendimiento y acostumbrarlo a la “nada”.

El Amor (con mayúscula) propone Drewermann y se queda tan tranquilo, porque él lo dice en el papel. Quienes lo leemos y tenemos que practicarlo con fuerza, porque ya hemos comprendido que es el antídoto, que nos sacará de este inusitado marasmo; miramos a nuestro alrededor y nos estremecemos: gente llegando tarde a todas partes, corredores de fondo de una carrera sin fin, que no tienen tiempo ni de mirarse y queremos que intercambien miradas con los demás y además que esas miradas destilen Amor. ¡Drewermann que cándido eres!.

Tenemos que seguir, ganar y triunfar,  preparándonos para ese mas allá del prestigio (mal entendido), que nunca llega y que tanta ansiedad nos produce. ¿Como nos vamos a parar?  vamos a gran velocidad, si frenamos de golpe, volcaremos; y si lo hacemos paulatinamente nunca nos detendremos. Lo que llamamos vivir hoy en día es esencialmente un absurdo “sin vivir”, lo que llamamos paz es un incipiente sopor aletargador; lo que identificamos como éxito es en el fondo rotundo fracaso para unas pautas de vida gratificantes.

La rutina es una máscara de carnaval, que tiene intención de perpetuarse en esa tierra de nadie, que es la soledad en compañía… 

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